Por Jeffrey D. Sachs *
Una de las más importantes revistas científicas del mundo, Nature, acaba de dar a conocer, a pocos días de realizarse la próxima Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20, una libreta de calificaciones sobre la implementación de los tres grandes tratados firmados en 1992 en la primera Cumbre de la Tierra de Río. Las calificaciones fueron las siguientes: Cambio climático - Reprobado, Diversidad biológica - Reprobado y Lucha contra la desertificación - Reprobado. ¿Puede todavía la humanidad evitar salir expulsada de clases?
Una de las más importantes revistas científicas del mundo, Nature, acaba de dar a conocer, a pocos días de realizarse la próxima Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20, una libreta de calificaciones sobre la implementación de los tres grandes tratados firmados en 1992 en la primera Cumbre de la Tierra de Río. Las calificaciones fueron las siguientes: Cambio climático - Reprobado, Diversidad biológica - Reprobado y Lucha contra la desertificación - Reprobado. ¿Puede todavía la humanidad evitar salir expulsada de clases?
Durante
al menos una generación hemos sabido que el mundo necesita un cambio de
rumbo. En lugar de alimentar la economía mundial con combustibles
fósiles, tenemos que estimular un uso mucho mayor de alternativas bajas
en carbono, como las energías eólica, solar y geotérmica. En lugar de
cazar, pescar y talar sin tener en cuenta el impacto sobre otras
especies, debemos adaptar el ritmo de nuestra producción agrícola,
pesquera y forestal a las capacidades del medio ambiente. En lugar de
dejar a los más vulnerables del mundo sin acceso a planificación
familiar, educación y atención básica de salud, tenemos que acabar con
la pobreza extrema y reducir las altas tasas de fecundidad que persisten
en las zonas más pobres del planeta.
En
resumen, tenemos que reconocer que con siete mil millones de personas
hoy en día, y nueve mil millones a mediados de siglo, todas
interconectadas en una economía global que hace un uso intensivo de la
energía y las altas tecnologías, nuestra capacidad colectiva para
destruir los sistemas del planeta que dan sustento a la vida ha
alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, por lo general las
consecuencias de nuestras acciones individuales están tan lejos de
nuestra conciencia diaria que podemos ir derecho al precipicio sin ni
siquiera darnos cuenta.
Cuando
encendemos nuestros ordenadores y luces, no somos conscientes de las
emisiones de carbono resultantes. Cuando comemos nuestras comidas, no
somos conscientes de la deforestación producida por la agricultura no
sostenible. Y cuando miles de millones de nuestras acciones se combinan
para generar hambrunas e inundaciones, afectando a los más pobres en
países propensos a las sequías como Mali y Kenia, pocos de nosotros
tenemos la más vaga noción de las peligrosas trampas de la interconexión
global.
Hace veinte años
el mundo intentó hacer frente a estas realidades a través de tratados y
el derecho internacional. Los acuerdos que surgieron en 1992 en la
primera Cumbre de Río eran buenos: completos, con visión de futuro y
espíritu público, y centrados en las prioridades mundiales. Y, sin
embargo, no han sido capaces de salvarnos.
Permanecieron
en las sombras de nuestras políticas cotidianas, nuestra imaginación y
los ciclos de los medios de comunicación. Año tras año los diplomáticos
partían a conferencias para ponerlos en práctica, pero los principales
resultados fueron la negligencia, el retraso y rencillas sobre minucias
legales. Veinte años después, apenas podemos mostrar tres bajas
calificaciones.
¿Hay una
manera diferente de hacerlo? El camino del derecho internacional
involucra a abogados y diplomáticos, pero no a los ingenieros,
científicos y líderes comunitarios que se encuentran en la primera línea
del desarrollo sostenible. Está plagado de arcanos técnicos sobre la
vigilancia, las obligaciones vinculantes, los países del anexo I y los
que no pertenecen a ese grupo, y miles de otros legalismos, pero no ha
logrado darnos el lenguaje para hablar sobre nuestra propia
supervivencia.
Tenemos
miles de documentos, pero no podemos hablarnos con claridad los unos a
los otros. ¿Queremos salvarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos?
¿Por qué no lo dijimos en su momento?
En
Rio+20 tendremos que decirlo con claridad, con decisión y de un modo
que conduzca a una actitud resolutiva y activa, en lugar de llevarnos a
disputas y ponernos a la defensiva. Dado que los políticos siguen a la
opinión pública en lugar de guiarla, debe ser el público quien exija su
propia supervivencia, no funcionarios electos que de alguna manera se
supone que nos salvarán a pesar de nosotros mismos. Hay pocos héroes en
política; esperar a que los políticos lo sean implicaría esperar
demasiado.
Por lo tanto,
el resultado más importante de Río no ha de ser un nuevo tratado,
cláusula vinculante o compromiso político. Tiene que ser un llamamiento
mundial a la acción. En todo el mundo se eleva el grito que pide que el
desarrollo sostenible se ponga al centro del pensamiento y la acción
globales, especialmente para ayudar a los jóvenes a resolver el triple
desafío (bienestar económico, sostenibilidad ambiental e inclusión
social) que definirá su época. Río+20 puede ayudar a que lo hagan.
En
lugar de un nuevo tratado en Río +20, adoptemos un conjunto de
Objetivos de Desarrollo Sostenible, u ODS, que inspiren la acción de una
generación. Así como los Objetivos de Desarrollo del Milenio nos
abrieron los ojos a la pobreza extrema y promovieron una acción global
sin precedentes para combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria, los
ODS pueden abrir los ojos de la juventud de hoy al cambio climático, la
pérdida de biodiversidad y los desastres de la desertificación. Todavía
podemos cumplir los tres tratados de Río si ponemos a personas a la
vanguardia de las iniciativas.
Los ODS para poner fin a la pobreza extrema, descarbonizar
el sistema energético, aminorar el crecimiento demográfico, promover el
suministro sostenible de alimentos, proteger los océanos, los bosques y
las tierras secas, y corregir las desigualdades de nuestro tiempo
pueden impulsar la solución de problemas equivalentes a toda una
generación. Los ingenieros y expertos tecnológicos de Silicon Valley,
São Paulo, Bangalore y Shanghai tienen en sus mangas ideas que pueden
salvar el mundo.
Las
universidades de todo el mundo albergan legiones de estudiantes y
académicos dispuestos a solucionar problemas prácticos en sus
comunidades y países. Las empresas, al menos las buenas, saben que no
pueden prosperar y motivar a sus trabajadores y consumidores a menos que
sean parte de la solución.
El
mundo está listo para actuar. Río+20 puede ayudar a desatar toda una
generación de acciones. Todavía hay tiempo, aunque por los mínimos, para
enmendar las malas calificaciones y aprobar el examen final de la
humanidad.
* Jeffrey D. Sachs es profesor de la Universidad de Columbia, Director del Instituto de la Tierra, y el asesor especial de las Naciones Unidas.
FUENTE : PROJECT SYNDICATE
VERSION INGLES : http://www.project-syndicate.org/commentary/a-rio-report-card
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