Por Dani Rodrik
PROJECT SYNDICATE
La historia de la economía es en gran medida una lucha entre dos escuelas de pensamiento opuestas, el «liberalismo» y el «mercantilismo». El liberalismo económico, con su énfasis en los emprendimientos privados y el libre mercado es la doctrina dominante actual. Pero su victoria intelectual nos ha cegado respecto del gran atractivo –y frecuente éxito– de las prácticas mercantilistas. De hecho, el mercantilismo sigue vivo y goza de buena salud, y su continuo conflicto con el liberalismo probablemente será una importante fuerza que influirá sobre el futuro de la economía.
PROJECT SYNDICATE
La historia de la economía es en gran medida una lucha entre dos escuelas de pensamiento opuestas, el «liberalismo» y el «mercantilismo». El liberalismo económico, con su énfasis en los emprendimientos privados y el libre mercado es la doctrina dominante actual. Pero su victoria intelectual nos ha cegado respecto del gran atractivo –y frecuente éxito– de las prácticas mercantilistas. De hecho, el mercantilismo sigue vivo y goza de buena salud, y su continuo conflicto con el liberalismo probablemente será una importante fuerza que influirá sobre el futuro de la economía.
Actualmente
se desecha por lo general al mercantilismo como un conjunto arcaico y
patentemente equivocado de ideas de política económica. Y, en su apogeo,
los mercantilistas ciertamente defendieron algunas nociones bastante
extrañas, entre las cuales la más notoria era que la política nacional
debía guiarse por la acumulación de metales preciosos: oro y plata.
El tratado de Adam Smith de 1776, La riqueza de las naciones,
demolió hábilmente muchas de esas ideas. Smith demostró, en especial,
que no debe confundirse al dinero con la riqueza. Según él, «la riqueza
de un país no está constituida solamente por su oro y su plata, sino por
sus tierras, viviendas y bienes de consumo de todo tipo».
Pero
resulta más exacto pensar en el mercantilismo como una forma diferente
de organizar la relación entre el estado y la economía –una visión no
menos relevante hoy que en el siglo XVIII. Los teóricos mercantilistas,
como Thomas Mun, fueron de hecho fuertes defensores del capitalismo;
simplemente proponían un modelo diferente del liberalismo.
El
modelo liberal percibe al estado como necesariamente predatorio y al
sector privado como dedicado inherentemente a la búsqueda de beneficios.
Por ello propone una estricta separación entre el estado y las empresas
privadas. El mercantilismo, por el contrario, ofrece una visión
corporativista en la cual el estado y las empresas privadas son aliados y
cooperan en busca de objetivos comunes, como el crecimiento de la
economía nacional o del poderío del país.
El
modelo mercantilista puede ser ridiculizado como capitalismo estatal o
amiguismo. Pero cuando funciona, como a menudo ha sido el caso en Asia,
la «colaboración empresario-gubernamental» o el «estado proempresarial»
rápidamente reciben abundantes elogios. Las economías retrasadas no han
dejado de notar que el mercantilismo puede ser su aliado. Incluso en
Gran Bretaña, el liberalismo clásico solo llegó a mediados del siglo XIX
–esto es, después de que el país se hubiese convertido en la potencia industrial dominante del mundo.
Una
segunda diferencia entre ambos modelos reside en la preferencia que se
brinda a los intereses de los consumidores o de los productores. Para
los liberales, reinan los consumidores. El objetivo final de la política
económica es aumentar el potencial de consumo de los hogares, que
requiere brindarles acceso sin obstáculos a los bienes y servicios al
menor precio posible.
Los
mercantilistas, por el contrario, enfatizan el sector productivo de la
economía. Para ellos una economía sólida requiere una estructura
productiva sólida. Y el consumo debe basarse en un alto nivel de empleo
con salarios adecuados.
Estos
modelos diferentes tienen implicaciones predecibles para las políticas
económicas internacionales. La lógica del enfoque liberal es que los
beneficios económicos del intercambio surgen de las importaciones:
cuanto más baratas las importaciones, mejor, incluso si el resultado es
un déficit comercial. Los mercantilistas, sin embargo, ven al comercio
como una forma de apoyar la producción y el empleo locales, y prefieren
impulsar las exportaciones en vez de las importaciones.
La
China actual es la principal portadora de la antorcha mercantilista,
aún cuando los líderes chinos jamás lo admitan –todavía el término
conlleva demasiado oprobio. Gran parte del milagro económico chino es
producto de un gobierno activista que ha apoyado, estimulado y
subsidiado abiertamente a los productores industriales –tanto locales
como extranjeros.
Si bien
China ha abandonado muchos de sus subsidios explícitos a las
exportaciones como condición para su participación en la Organización
Mundial de Comercio (a la cual se unió en 2001), el sistema de apoyo
mercantilista sigue en gran medida vigente. En particular, el gobierno
ha administrado el tipo de cambio para mantener la rentabilidad de la
industria manufacturera y esto ha resultado en un considerable superávit
comercial (que se redujo recientemente, pero en gran medida como
resultado de una desaceleración económica). Además, las empresas
orientadas a las exportaciones continúan beneficiándose por variados
incentivos fiscales.
Desde
la perspectiva liberal, estos subsidios a las exportaciones empobrecen a
los consumidores chinos y benefician a los consumidores en el resto del
mundo. Un estudio reciente
de los economistas Fabrice Defever y Alejandro Riaño, de la Universidad
de Nottingham, calcula las «pérdidas» chinas en un 3 % del ingreso de
ese país y los beneficios para el resto del mundo en aproximadamente el
1 % del ingreso mundial. Desde la perspectiva mercantilista, sin
embargo, estos son sencillamente los costos de construir una economía
moderna y prepararse para la prosperidad en el largo plazo.
Como
muestra el ejemplo de los subsidios a las exportaciones, ambos modelos
pueden coexistir alegremente en la economía mundial. Los liberales deben
alegrarse cuando los mercantilistas subsidian su consumo.
De
hecho esa es, en esencia, la historia de las últimas seis décadas:
países asiáticos que sucesivamente se las ingeniaron para crecer
enormemente aplicando distintas variantes del mercantilismo. Los
gobiernos de los países ricos hicieron la vista gorda la mayor parte del
tiempo mientras que Japón, Corea del Sur, Taiwán y China protegieron
sus mercados locales, se apropiaron de «propiedad intelectual»,
subsidiaron a sus productores y regularon sus tipos de cambio.
Hemos
llegado al fin de esta feliz coexistencia. El modelo liberal ha perdido
su brillo, debido al aumento en la desigualdad y la difícil situación
de la clase media en occidente, junto con la crisis financiera producida
por la desregulación. Las perspectivas de crecimiento en el mediano
plazo para las economías estadounidense y europeas van de moderadas a
funestas. El desempleo continuará como una de las principales
preocupaciones para los responsables de políticas. Es probable que
entonces las presiones mercantilistas se intensifiquen en los países
avanzados.
Como resultado,
el nuevo entorno económico producirá más tensión que acomodamientos
entre los países que busquen vías liberales y mercantilistas. Puede
también despertar debates latentes desde hace mucho tiempo sobre el tipo
de capitalismo que genera una mayor prosperidad.
Dani Rodrik, es profesor de Economia y Politica Internacional de la Universidad de Harvard.
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