Por Joseph Stiglitz
PROJECT SYNDICATE
Traducido por Carlos Manzano.
Aunque la Ronda de Doha para el Desarrollo de negociaciones comerciales mundiales de la Organización Mundial del Comercio no ha dado resultado alguno desde que se lanzó, hace doce años, se está preparando otra ronda de negociaciones, pero esta vez no tendrán carácter mundial y multilateral, sino que se negociarán dos enormes acuerdos regionales: uno transpacífico y otro transatlántico. ¿Hay más probabilidades de que las próximas negociaciones den resultado?
La Ronda de Doha fue torpedeada por la negativa de los Estados Unidos a eliminar las subvenciones a la agricultura, condición sine qua non
de cualquier ronda de verdad para el desarrollo, en vista de que el 70
por ciento de la población de los países en desarrollo depende de la
agricultura directa o indirectamente. La posición de los EE.UU. fue en
verdad asombrosa, dado que la OMC ya se había pronunciado mediante una
resolución sobre la ilegalidad
de las subvenciones del algodón de los EE.UU., que benefician a menos
de 25.000 cultivadores ricos. La respuesta de los Estados Unidos fue la
de sobornar al Brasil, que había presentado la reclamación, para que
abandonara el asunto y dejase en la estacada a millones de cultivadores
pobres de algodón del África subsahariana y de la India, que padecen las
consecuencias de unos precios muy bajos por la generosidad de los
Estados Unidos para con sus cultivadores ricos.
En
vista de esa historia reciente, ahora parece claro que las
negociaciones para crear una zona de libre comercio entre los EE.UU. y
Europa y otra entre los EE.UU. y gran parte de los países del Pacífico
(exceptuada China) no van encaminadas a crear un verdadero sistema de
libre comercio, sino que su objetivo es un régimen de comercio dirigido,
es decir, para que esté al servicio de los intereses especiales que
durante mucho tiempo han impuesto la política comercial en Occidente.
Hay
algunos principios básicos que quienes participen en las conversaciones
se tomarán –es de esperar– en serio. En primer lugar, todo acuerdo
comercial ha de ser simétrico. Si, los EE.UU., como parte en el “Acuerdo de Asociación Transpacífico”
(AAP), piden al Japón que elimine sus subvenciones del arroz, deberán, a
su vez, ofrecerse a eliminar no sólo las subvenciones de su producción
de arroz, que es relativamente poco importante para los EE.UU, y del
agua, sino también de otros productos básicos agrícolas.
En
segundo lugar, ningún acuerdo comercial debe colocar los intereses
mercantiles por encima de los intereses nacionales más amplios, en
particular en los casos en que estén en juego cuestiones no relacionadas
con el comercio, como la reglamentación financiera y la propiedad
intelectual. El acuerdo comercial de los Estados Unidos con Chile, por
ejemplo, impide la utilización por parte de este último de controles de
capitales, pese a que el Fondo Monetario Internacional reconoce ahora
que los controles de capitales pueden ser un instrumento importante de política macroprudencial.
En
otros acuerdos comerciales se ha insistido también en la liberalización
y la desreglamentación financieras, si bien la crisis de 2008 debería
habernos enseñado que la falta de una buena reglamentación puede poner
el peligro la prosperidad económica. La industria farmacéutica de los
Estados Unidos, que tiene una gran influencia en el Representante
Comercial de los Estados Unidos, ha conseguido endosar a otros países un
régimen de propiedad intelectual desequilibrado, que, por ir encaminado
a luchar contra los medicamentos genéricos, coloca el beneficio por
encima de la salvación de vidas. Incluso el Tribunal Supremo de los
EE.UU. ha dicho ahora que la Oficina de Patentes de los EE.UU. fue demasiado lejos al conceder patentes sobre genes.
Por
último, debe haber un compromiso con la transparencia, pero conviene
avisar a los participantes en esas negociaciones comerciales de que los
EE.UU. están comprometidos con una falta de transparencia. La
oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos se ha mostrado
reacia a revelar su posición negociadora incluso a los miembros del
Congreso de los EE.UU y, en vista de lo que se ha filtrado, podemos
entender por qué. Dicha oficina está retrocediendo sobre los principios
–por ejemplo, el del acceso a los medicamentos genéricos– que el
Congreso había incluido en acuerdos comerciales anteriores, como el
subscrito con el Perú.
En
el caso del AAT, hay otro motivo de preocupación. Asia ha desarrollado
una cadena de distribución eficiente, gracias a la cual los productos
pasan fácilmente de un país a otro en el proceso de producción de bienes
acabados, pero el AAP podría obstaculizarla, si China permanece fuera
de él.
Como los aranceles
propiamente dichos son ya tan bajos, los negociadores se centrarán en
gran medida en los obstáculos no arancelarios, como, por ejemplo, los
obstáculos reglamentarios, pero la oficina del Representante Comercial
de los Estados Unidos, que representa los intereses empresariales,
ejercerá casi con toda seguridad presiones en pro de la norma común
menos estricta, con lo que contribuirá a una nivelación hacia abajo, en lugar de hacia arriba.
Por ejemplo, muchos países tienen disposiciones tributarias y
reglamentadoras que disuaden de la adquisición de automóviles grandes,
no porque intenten discriminar los productos de los EE.UU, sino porque
le preocupa la contaminación y les interesa la eficiencia energética.
El
principio más general, antes citado, es el de que los acuerdos
comerciales colocan habitualmente los intereses comerciales por encima
de otros valores: el derecho a una vida sana y a la protección del medio
ambiente, por citar sólo dos. Francia, por ejemplo, quiere una
“excepción cultural”· en los acuerdos comerciales que le permita seguir
apoyando sus películas, de las que se beneficia el mundo entero. Ese y
otros valores más amplios no deben ser negociables.
De
hecho, resulta irónico que los beneficios sociales de semejantes
subvenciones sean enormes, mientras que los costos son insignificantes.
¿De verdad cree alguien que una película artística francesa representa
una grave amenaza para un gran éxito veraniego de Hollywood? Sin
embargo, la avaricia de éste no conoce límite y los negociadores
comerciales de los Estados Unidos son implacables. Y ésa es la razón
precisamente por la que se deben retirar esos artículos antes de
que comiencen las negociaciones. De lo contrario, se ejercerán presiones
y existe el riesgo real de que en un acuerdo se sacrifiquen valores
básicos en pro de los intereses comerciales.
Si
los negociadores crearan un régimen de libre comercio auténtico, en el
que se concediera a las opiniones de los ciudadanos de a pie al menos
tanta importancia como a las de los grupos de presión empresariales, yo
podría sentirme optimista, en el sentido de que el resultado
fortalecería la economía y mejoraría el bienestar social. Sin embargo,
la realidad es la de que tenemos un régimen de comercio dirigido, que
coloca por delante los intereses empresariales, y un proceso de
negociaciones que no es democrático ni transparente.
La
probabilidad de que lo que resulte de las futuras negociaciones esté al
servicio de los intereses de los americanos de a pie es poca; la
perspectiva para los ciudadanos de a pie de otros países es aún más
desoladora.
Joseph Stiglitz premio Nobel Economia, 2001. Profesor de la universidad de Columbia.
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