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domingo, 10 de enero de 2010

Clima y capitalismo en Copenhague


A menos que los negociadores en Copenhague decidan destronar el modelo de Doha, la principal causa del cambio climático –una economía capitalista globalizada centrada en las exportaciones y sustentada en un incremento perpetuo del consumo- continuará dominando.

A partir de la segunda semana de diciembre, los representantes ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima en Copenhague deberán encontrar soluciones al desafío del cambio climático. Esta semana, actores influyentes en la 7ª Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio que se desarrolla en Ginebra, están llevando a cabo una ofensiva para lograr la conclusión de la Ronda de negociaciones comerciales de Doha que se iniciara nueve años atrás.

En las dos reuniones hay errores de interpretación, y su yuxtaposición pone de manifiesto una realidad profunda: el mundo tiene que elegir entre el libre comercio y una gestión eficaz del clima.

La recesión global: un alivio para el clima

Los últimos 12 meses han sido testigos del desplome de un tipo particular de economía internacional: orientada a las exportaciones y marcada por una acelerada integración de la producción y los mercados. Esta economía globalizada ha sido intensiva en el uso del transporte -sumamente dependiente del transporte de bienes a larga distancia en continuo aumento. Por ejemplo, un plato de comida consumido en Estados Unidos (Food, fuel and freeways) viaja un promedio de 1.500 millas desde su origen a la mesa. El transporte a su vez es intensivo en el uso de combustibles fósiles (http://www.cleanairnet.org/caiasia/1412/article-73428.html) dando cuenta del 13% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y del 23% de las emisiones globales de dióxido de carbono en 2006.

La contracción de la economía global dependiente de las exportaciones conlleva una caída significativa de las emisiones de carbono. La recesión representa un alivio para el clima. La caída de los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero en 2009 ha sido la mayor de los últimos 40 años. Los miles de barcos parados en puertos como los de Nueva York, Singapur, Río de Janeiro y Seúl por la caída de la demanda global tienen como consecuencia una reducción significativa del uso de fuel oil no. 6 o C para buques con alto contenido de carbono, que se utiliza en el 80% del transporte marítimo. La caída en el transporte aéreo también ha resultado en una reducción significativa del consumo de combustibles en la aviación, que ha sido la fuente de emisiones de gases de efecto invernadero de mayor crecimiento en los últimos años.

La desglobalización como una oportunidad

En respuesta al colapso de la economía global orientada a las exportaciones, muchos gobiernos han recurrido nuevamente a sus mercados locales, reviviéndolos a través de programas de estímulos que colocan dinero para gastar en manos de los consumidores. Esta movida ha sido acompañada por un retraimiento de las estructuras de producción globalizadas o “desglobalización”. “La integración de la economía mundial se halla en retroceso en prácticamente todos los frentes,” escribe The Economist. Aunque la revista observa que las corporaciones empresariales siguen creyendo en la eficacia de las cadenas de suministros globales, "como cualquier cadena, éstas son tan fuertes como su eslabón más débil. El momento peligroso llegará cuando las empresas decidan que este modo de organizar la producción ha llegado a su fin."

Para muchos/as ambientalistas y economistas ecológicos en el Sur y en el Norte, el desplome de la economía global orientada a las exportaciones ofrece una oportunidad, ya que abre el camino para una transición hacia otras formas de organizar la vida económica más amigables con el clima y más sensibles desde el punto de vista ambiental. Pero la intensidad del uso de combustibles fósiles en el transporte de mercancías a nivel global es sólo una dimensión del problema. Los/as ambientalistas insisten en que se debe cambiar el modelo económico dominante. La economía global debe emprender una transición, pasando de ser fundamentalmente accionada por la sobreproducción y el sobre-consumo, a estar orientada hacia las necesidades reales, caracterizada por un consumo moderado o bajo, y fundada en procesos de producción sustentables y descentralizados.

Por lo tanto, el supuesto de la mayoría de quienes toman decisiones políticas en el Norte, de que las tendencias de consumo pueden continuar – y de que el único desafío es la transformación de la matriz energética y la adopción de pseudo-soluciones tales como los biocombustibles, el “carbón limpio”, la energía nuclear, la captura y almacenamiento de carbono y el comercio de carbono- no sólo se funda en ilusiones sino que es peligroso. En efecto, el problema climático no puede ser estratégicamente abordado sin enfrentar las dinámicas inherentemente desestabilizadoras del medioambiente del capitalismo –su constante accionar, motivado por la búsqueda del lucro, para transformar la naturaleza viva en mercancías muertas.

En lugar de anunciar esta transición hacia una producción mucho menos intensiva en el uso de combustibles fósiles y ecológicamente sustentable, la mayoría de los tecnócratas y economistas sólo ven una retraimiento temporal del crecimiento basado en las exportaciones, hasta que la demanda global torne nuevamente viable a este último. El debate político en los círculos del establishment se centra en quién sustituirá a los consumidores estadounidenses quebrados como motor de la demanda global. Con una Europa estancada y Japón en una recesión permanente, la esperanza es que el crecimiento de China sea el sustento de la recuperación global. Esto es un espejismo. El crecimiento anual de China del 8,9% durante el último cuarto de siglo se debe a su estímulo actual, un programa de $585 mil millones que ha sido principalmente canalizado al medio rural. La demanda interna seguramente dejará de crecer una vez que el dinero se gaste. Un monto limitado de dinero no transformará a los campesinos de China en los salvadores de la economía global. Después de todo, en la medida en que ellos han tenido que correr con los costos de una economía orientada a las exportaciones en su país, estos campesinos han sufrido la erosión severa de sus ingresos y bienestar durante los últimos 25 años.

El callejón sin salida de doha

Pero sea como sea que se resuelva este debate sobre el consumidor global como último recurso, la Organización Mundial de Comercio y sus miembros más influyentes, tanto del Norte como del Sur, esperan que la conclusión de la Ronda de Doha en su 7ª Conferencia Ministerial en Ginebra traerá aparejada la reanudación de una marcha intensiva en carbono hacia un sistema de producción y mercados globalmente integrados.

La preocupación de los economistas y formuladores de políticas respecto a las exportaciones como motor para revivir la economía global, que a menudo excluye las inquietudes acerca de los impactos negativos sobre el clima de la globalización orientada a las exportaciones, genera una división peligrosa en el proceso rumbo a Copenhague. Dice John Cavanagh, director del Institute for Policy Studies: “Tenemos a los formuladores de políticas económicas preocupados en revertir la recesión, y a los economistas ecológicos preocupados en encontrar formas estratégicas de revertir el cambio climático, hablando sin escucharse los unos a los otros.”

Las negociaciones sobre el clima tienen su propia cuota de problemas, incluso sin la amenaza de la OMC. Camino a Copenhague las discusiones sobre el clima han estado centradas en dos cuestiones: la mitigación y la adaptación. Ambas se encuentran estancadas, en gran medida debido a las posiciones de los países industrializados (Anexo I). En relación a la mitigación, los principales países desarrollados han resistido hasta el momento realizar cualquier oferta de reducciones vinculantes, y los recortes voluntarios que han ofrecido son completamente insignificantes. En el caso de Estados Unidos, el compromiso no vinculante del Presidente Obama es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 17% en relación a los niveles de 2005. Esto se traduce en un insignificante 4% de reducciones en relación a los niveles de 1990, que es la fecha que sirve como referencia para recortes serios. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático ha confirmado que un recorte del 25-40% de los gases de efecto invernadero para el 2020 es el mínimo necesario que podría prevenir un incremento de la temperatura global por encima de los 2 grados centígrados durante este siglo. Y ya se dice que esto último es una infravaloración.

En el área de la adaptación –ayudar a los países más pobres a preparase para enfrentar las consecuencias del cambio climático- las negociaciones ha sido cautivas de la negativa de los países ricos a proponer los montos mínimos de ayuda necesaria, a transferir la tecnología sin condiciones y a canalizar las sumas de dinero hacia el mundo en desarrollo a través de otras instituciones distintas al Banco Mundial, que es controlado por ellos.

Los desafíos en ambas áreas son lo suficientemente desalentadores. Y aún así, a menos que en Copenhague se plantee el tema de hacia qué modelo o estrategia económica deberían avanzar los países del mundo, y se le dé un lugar central en la agenda, incluso los acuerdos más ambiciosos que se puedan alcanzar sobre mitigación y adaptación no serán más que una curita. A menos que los negociadores en Copenhague decidan destronar el modelo de Doha, la principal causa del cambio climático –una economía capitalista globalizada centrada en las exportaciones y sustentada en un incremento perpetuo del consumo- continuará dominando.


AUTOR : WALDEN BELLO

FUENTE : TNI

Esa sensación de 1937




Esto es lo que se avecina en cuanto a noticias económicas: el próximo informe sobre el empleo podría revelar que la economía está creando puestos de trabajo por primera vez en dos años. El próximo informe del PIB probablemente muestre un crecimiento estable durante el último periodo de 2009. Habrá montones de comentarios optimistas; y los llamamientos que ya estamos escuchando a favor del fin del estímulo, de volver sobre los pasos que el Gobierno y la Reserva Federal dieron para sostener la economía, sonarán con más fuerza todavía.

Pero si hacemos caso a esos llamamientos, repetiremos el gran error de 1937, cuando la Reserva y la Administración de Roosevelt decidieron que la Gran Depresión había terminado, que era hora de que la economía empezase a caminar sin muletas. El gasto se recortó, la política monetaria se hizo más estricta y, rápidamente, la economía se volvió a hundir en el abismo.

Esto no debería ocurrir. Tanto Ben Bernanke, el presidente de la Reserva, como Christina Romer, que dirige el Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama, son expertos en la Gran Depresión. Romer ha advertido explícitamente del riesgo de que los acontecimientos de 1937 se repitan. Pero aquellos que recuerdan el pasado, a veces lo repiten a pesar de todo.

Cuando lean las noticias económicas, es importante que recuerden, ante todo, que los hechos pasajeros -cifras positivas ocasionales que no significan nada- son habituales hasta cuando la economía está, de hecho, atascada en una depresión prolongada. A principios de 2002, por ejemplo, los informes iniciales indicaban que la economía estaba creciendo a un ritmo anual del 5,8%. Pero la tasa de paro siguió creciendo durante un año más.

Y a principios de 1996, los informes preliminares mostraban que la economía japonesa crecía a un ritmo anual de más del 12%, lo que dio pie a proclamaciones triunfales sobre que "la economía por fin ha entrado en una fase de recuperación autopropulsada". En realidad, Japón sólo estaba en mitad de su década perdida.

Estos hechos pasajeros suelen ser, en parte, ilusiones estadísticas. Pero, lo que es aún más importante, suelen estar provocados por un "repunte del inventario". Cuando la economía entra en crisis, las empresas suelen encontrarse con muchísimas existencias de productos no vendidos. Para quitarse de encima el exceso de inventario, reducen radicalmente la producción; una vez que han dado salida a las existencias sobrantes, vuelven a aumentar la producción, lo que se refleja en el PIB como una subida repentina del crecimiento. Desgraciadamente, el crecimiento provocado por un rebote del inventario es un hecho aislado, a menos que se recuperen las fuentes subyacentes de la demanda, como el gasto de los consumidores y la inversión a largo plazo.

Y esto nos lleva al fondo aún sombrío de la situación económica.

En los años de vacas gordas de la década pasada, si se les puede llamar así, los motores del crecimiento fueron el auge inmobiliario y el aumento del gasto de los consumidores. Ninguno de los dos va a volver. No puede haber un nuevo boom inmobiliario mientras el país siga plagado de casas y pisos vacantes como consecuencia de la expansión anterior, y los consumidores -que son 11 billones de dólares más pobres que antes del desastre inmobiliario- no están en situación de volver a los hábitos de antaño de comprar ahora y no ahorrar nunca.

¿Qué nos queda? Un auge de la inversión empresarial nos vendría realmente bien en estos momentos. Pero es difícil decir de dónde podría provenir ese auge: el sector industrial está inundado de exceso de capacidad, y los alquileres comerciales se hunden ante la enorme cantidad de espacio sobrante para oficinas.

¿Podrían las exportaciones acudir al rescate? Durante algún tiempo, la bajada del déficit comercial estadounidense ayudó a amortiguar la crisis económica. Pero el déficit vuelve a subir, en parte porque China y otros países con superávit se niegan a permitir un reajuste de sus monedas.

Así que lo más probable es que cualquier buena noticia económica que oigan en un futuro próximo sea un hecho pasajero, no un signo de que hemos iniciado una recuperación sostenida. Pero ¿malinterpretarán los responsables políticos las noticias y repetirán los errores de 1937? En realidad, ya lo están haciendo.

Se prevé que el plan de estímulo fiscal de Obama tenga su efecto máximo sobre el PIB y el empleo en torno a mediados de este año, y que luego empiece a desaparecer. Eso es demasiado pronto. ¿Por qué retirar las ayudas en una situación de paro masivo prolongado? El Congreso debería haber aprobado una segunda ronda de estímulo hace meses, cuando quedó claro que la crisis iba a ser más profunda y larga de lo que inicialmente se esperaba. Pero no se hizo nada; y los números ilusorios que estamos a punto de ver probablemente alejen la posibilidad de cualquier actuación futura.

Mientras tanto, la Reserva Federal no hace más que hablar de la necesidad de una "estrategia de salida" de sus esfuerzos por apoyar la economía. Uno de esos esfuerzos, la compra de deuda pública estadounidense a largo plazo, ya ha llegado a su fin. Todo el mundo espera que otro, la compra de valores hipotecarios, termine en unos cuantos meses. Esto equivale a una restricción monetaria, incluso si la Reserva no sube los tipos de interés directamente (y hay muchas presiones para que Bernanke también haga esto último).

¿Se dará cuenta la Reserva, antes de que sea demasiado tarde, de que la tarea de luchar contra la crisis no ha concluido? ¿Lo hará también el Congreso? Si no es así, 2010 será un año que empezará con falsas esperanzas económicas y terminará con sufrimiento.


AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS