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domingo, 31 de enero de 2010

Que les corten la cabeza


Por fin parece que la administración Obama está considerando medidas decisivas contra la élite bancaria estadounidense. Tras el reciente revés electoral en Massachussets, las propuestas del ex presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, para reducir el poder de mercado de los bancos, se están desempolvando.

Hasta ahora ha sido una historia muy diferente –en esencia, una victoria para los banqueros más grandes desde la primavera de 2009, cuando a algunos de los más saludables se les permitió empezar a pagar los fondos que habían obtenido del Programa de ayuda para activos problemáticos (TARP) de la Tesorería estadounidense. Ello a su vez les permitió evitar incluso las muy débiles condiciones especiales que el gobierno había establecido en relación con las bonificaciones y remuneraciones.

En el momento crítico de la crisis y del rescate -de septiembre de 2008 hasta principios de 2009- las administraciones Bush y Obama titubearon. No se pensó seriamente en despedir a los banqueros, que habían contribuido a provocar la crisis, o en desmembrar sus bancos.

Normalmente, si una industria sufre una crisis, se espera una reestructuración seria. Incluso si hay algo de mala suerte mezclada con una incompetencia evidente, la premisa general es que, si una empresa requiere que el gobierno la rescate, es necesario sustituir a los directivos. Durante muchos años, la Tesorería de los Estados Unidos ha defendido esos principios— tanto directamente, como mediante su influencia en el Fondo Monetario Internacional—cuando otros países han tenido dificultades.

Pero en el caso de la industria bancaria estadounidense, nada ha sucedido, al menos hasta ahora. La mayoría de los ejecutivos que estaban en los grandes bancos antes de la crisis siguen en sus puestos, y muy poco ha cambiado en términos de prácticas de control de riesgos y remuneraciones. ¿Por qué fue tan conservadora la administración? El temor a un colapso total del sistema bancario tuvo que haber influido en algo –así como una cierta mezcla poco saludable de las élites políticas y financieras, lo que significa que en las altas esferas del gobierno había un afecto real por firmas como Goldman Sachs y Citigroup.

En cualquier caso, parece que se perdió la oportunidad. A medida que las medidas adoptadas para estabilizar la economía comenzaron a funcionar, los bancos empezaron a ganar dinero de nuevo. Y, con la salida de algunos competidores – como Bear Stearns y Lehman Brothers – una mayor participación en el mercado significó mayores ganancias para los que permanecieron.

La administración Obama lanzó una modesta iniciativa de reforma de la regulación en el verano de 2009, en la que se propusieron nuevas protecciones al consumidor y algunas medidas para fortalecer la estabilidad financiera, pero ha sido una lucha continua. A principios de 2010 se propuso un nuevo impuesto bancario para recaudar alrededor de 90 mil millones de dólares en aproximadamente una década –pero esa cantidad sólo representaría alrededor del 1% de las ganancias de los bancos.

No sorprende que los bancos hayan tratado de resistirse a la reforma. El modelo empresarial actual les permite recibir beneficios cuando ganan y transferir los perjuicios a los contribuyentes cuando pierden. Esto alienta los riesgos excesivos y hace probable la repetición de los ciclos de auge-crisis-rescate. En efecto, Andrew Haldane, director de estabilidad financiera del Banco de Inglaterra lo llama nuestro "ciclo funesto”.

Son raras las crisis financieras importantes que se suceden inmediatamente, pero la presencia continua de esos incentivos tan perversos siempre crea dificultades –más de 50 años de experiencia del FMI demuestran este punto con claridad. Sin embargo, al fin, tras lo de Massachussets, parece que algo importante está sucediendo. Las reformas propuestas por Volcker impondrían restricciones a los bancos similares a las de la Ley Glass-Steagall, la legislación de la época de la depresión que estableció una separación entre la banca comercial y la de inversión. El debilitamiento de la Ley Glass-Steagall y su posterior derogación permitieron a los bancos participar en las actividades conocidas como “negociación por cuenta propia de bonos”, con lo que pudieron utilizar los ahorros de los depositantes para comerciar por su propia cuenta, principalmente en valores de riesgo respaldados con hipotecas.

No obstante, la administración Obama debe ir más allá de la prohibición a los bancos comerciales de la negociación por cuenta propia de bonos, y hacer otras dos cosas más. Primero, se deben triplicar los requerimientos de capital -no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el G-20- para que los bancos tengan al menos entre 20%-25% de los activos en capital básico. De esa manera, los accionistas, y no los reguladores, tendrían un papel principal en hacer más sensata la conducta de los bancos.

Segundo, si los bancos son “demasiado grandes para quebrar”, deben reducirse de forma que los contribuyentes no tengan que rescatarlos cada vez que estalle una crisis. En el caso estadounidense, se necesita enmendar la Ley Riegle-Neal sobre Bancos y Sucursales Estatales de 1994, que estableció límites al tamaño de los bancos para que ninguna institución bancaria tuviera más del 10% de los depósitos minoristas. Necesitamos actualizar y hacer cumplir esta noción sensata general, y establecer un límite al tamaño que un banco puede alcanzar respecto de la economía en conjunto.

Obama hace lo correcto en endurecer su postura hacia los seis bancos más grandes de Estados Unidos –incluidos JP Morgan Chase, Goldman Sachs, Citigroup y el Bank of America- que ahora tienen activos que valen más del 60% del PIB. Este es un grado de concentración financiera sin precedentes para los Estados Unidos modernos. Como señaló Teddy Roosevelt hace más de 100 años, el poder económico concentrado tiende a apropiarse del poder político, lo que va directamente en contra de la tradición democrática. Ahora hemos aprendido que también va en contra de una política económica sana.

AUTOR : SIMON JOHNSON

FUENTE: PROJECT SYNDICATE

La marcha de los pavos reales


La semana pasada, el Centro para el Progreso de Estados Unidos, un comité de expertos estrechamente vinculado a la Administración de Obama, publicaba un cáustico ensayo sobre la diferencia entre los auténticos halcones del déficit y los vistosos "pavos reales del déficit". Se decía a los lectores que pueden reconocer a los pavos reales del déficit por el modo en que fingen que nuestros problemas presupuestarios pueden resolverse con trucos como una congelación temporal del gasto discrecional no de Defensa.

Una semana después, en su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Obama proponía una congelación temporal del gasto discrecional no de Defensa. Pero esperen, la cosa se pone peor. Para justificar la congelación, Obama empleó un lenguaje que era casi idéntico a las observaciones que hizo a principios del año pasado John Boehner, el líder de la minoría en la Cámara de Representantes, y que muchos ridiculizaron. Boehner dijo entonces: "Las familias estadounidenses se están apretando el cinturón, pero no ven que el Gobierno se apriete el suyo". Obama ha dicho ahora: "Las familias de todo el país se están apretando el cinturón y están tomando decisiones difíciles. El Gobierno federal debería hacer lo mismo".

¿Qué está pasando aquí? La respuesta, se supone, es que los asesores de Obama creían que podría apuntarse unos cuantos tantos políticos haciendo el baile del pavo real del déficit. Pienso que se equivocaban, que se ha hecho a sí mismo más daño que bien. Sea como sea, sin embargo, el hecho de que cualquiera pensase que una idea política tan tonta era políticamente inteligente es mala señal, porque indica hasta qué punto estamos renegando de nuestros problemas económicos y fiscales.

La naturaleza de los problemas de Estados Unidos es fácil de explicar. Estamos sufriendo las secuelas de una grave crisis financiera que ha provocado una destrucción de empleo masiva. Lo único que impide que nos precipitemos hacia una segunda Gran Depresión es el gasto deficitario. Y ahora mismo necesitamos más gasto deficitario porque las vidas de millones de estadounidenses se están arruinando por el elevadísimo desempleo, y el Gobierno debería estar haciendo todo lo posible por reducir el paro.

A la larga, sin embargo, hasta el Gobierno de EE UU tiene que pagar su parte. Y las perspectivas del presupuesto a largo plazo eran nefastas incluso antes del reciente repunte del déficit, principalmente por culpa de la inexorable subida de los costes de la asistencia sanitaria. Con vistas al futuro, vamos a tener que encontrar la manera de que los déficit sean más pequeños, no más grandes.

¿Cómo se puede resolver este aparente conflicto entre las necesidades a corto plazo y las responsabilidades a largo plazo? Desde el punto de vista intelectual, no resulta nada difícil. Debemos combinar medidas que creen empleo ahora con otras que reduzcan el déficit más adelante. Y los responsables de la economía en la Administración de Obama comprenden esa lógica: durante el año pasado, han dejado muy claro que su visión conlleva combinar los incentivos fiscales para estimular la economía ahora con una reforma de la asistencia sanitaria para ayudar al presupuesto más tarde.

Sin embargo, la triste verdad es que nuestro sistema político no parece capaz de hacer lo que es necesario. En lo que respecta al empleo, ahora está claro que el estímulo de Obama no fue lo bastante grande ni de lejos. Ahora no es necesario responder a la pregunta de si la Administración debería o podría haber solicitado un paquete de medidas mayor a principios del año pasado. En cualquier caso, la cuestión es que el impulso debido al estímulo empezará a desaparecer dentro de unos seis meses, aunque todavía nos enfrentamos a años de paro masivo. Según los últimos pronósticos de la Oficina Presupuestaria del Congreso, el año que viene la tasa media de paro sólo estará ligeramente por debajo del actual y desastroso 10%.

Con eso y todo, el Congreso no muestra mucho entusiasmo por lanzar ningún plan importante de creación de empleo. Mientras tanto, la reforma de la asistencia sanitaria se enfrenta a unas perspectivas complicadas. Puede que los demócratas del congreso se las apañen para aprobar un proyecto de ley; el no hacerlo sería un suicidio político. Pero no cabe duda de que los republicanos han tenido mucho éxito a la hora de desacreditar el plan. Y, lo que es más crucial, lo que han desacreditado más eficazmente han sido las iniciativas para controlar el gasto: unas medidas modestas y absolutamente razonables para garantizar que los dólares de Medicare se gasten sabiamente se han convertido en "paneles de la muerte".

De modo que si la reforma sanitaria fracasa podemos olvidarnos de cualquier intento serio de controlar el aumento de los costes de Medicare. E incluso si tiene éxito, muchos políticos habrán aprendido una dura lección: uno no se lleva ningún laurel por hacer lo que es fiscalmente responsable. Por el bien de la carrera de uno, es mejor limitarse a fingir que uno es fiscalmente responsable, o sea, ser un pavo real del déficit.

Por eso estamos paralizados ante el paro masivo y el gasto sanitario descontrolado. No culpen a Obama. Un hombre sólo puede hacer lo que está en su mano, aunque viva en la Casa Blanca. Culpen más bien a nuestra cultura política, una cultura que recompensa la hipocresía y la irresponsabilidad en vez de los esfuerzos serios por solucionar los problemas de Estados Unidos. Y culpen a las maniobras obstruccionistas, por las cuales 41 senadores pueden hacer que el país sea ingobernable si así lo deciden. Y así lo han decidido.

Siento decir esto, pero el Estado de la Unión (no el discurso, sino la cosa en sí) no pinta muy bien.

AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008

FUENTE : EL PAIS