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lunes, 10 de mayo de 2010
Las políticas promovidas por la Unión Europea son ineficaces e injustas
Existen muchas interpretaciones de las causas de la enorme crisis financiera y económica que estamos sufriendo en el mundo y, muy en particular, en la Unión Europea y en el sur de nuestro continente. Una, que pertenece a la sensibilidad liberal, asume que la culpa la tiene el excesivo desembolso del gasto público, que ha ahogado el crecimiento económico. De esta interpretación se derivan las propuestas de que hay que disminuir tal gasto a fin de reducir el déficit y la deuda pública. Hoy, esta visión está generalizada en la mayoría de fórums financieros, políticos y mediáticos de la Unión Europea. Como prueba de la certeza de su diagnóstico, muestran que los países que están en peor situación hoy en la Unión Europea son los países del Sur de Europa –Grecia, Portugal y España-, e Irlanda, que tiene unos mayores déficits, como resultado de su supuesta falta de disciplina en sus políticas de gasto. La supuesta exhuberancia de tal gasto (la posibilidad de jubilación a los 55 años en Grecia, es el caso más citado) es la causa de sus dolores de cabeza. De ahí la presión de que deben reducir muy significativamente su “exagerado” gasto público, a fin de recuperarse y salvarse del colapso (y salvar así también el euro, que está experimentando dificultades por culpa de estos países). En cuanto al elevado desempleo, éste se atribuye predominantemente a las supuestas rigideces del mercado laboral, consecuencia de unos sindicatos excesivamente poderosos e influyentes que están obstaculizando la recuperación económica, en su acérrima defensa de los trabajadores con contrato fijo (y salarios demasiado altos) creando un elevado desempleo.
De esta interpretación de las causas de las crisis se derivan las políticas públicas promovidas por la Unión Europea, que consisten en reducción del gasto y empleo público, en disminución de los derechos sociales y laborales, y en desregulación de los mercados laborales. El desarrollo de tales políticas (que alcanzan su máxima expresión en el caso de Grecia), se consideran necesarias para salir de la crisis. En realidad, es el desarrollo de las políticas liberales que los mundos financieros y empresariales han deseado durante muchos años, y que ahora utilizan la crisis para llevarlas a cabo. Su coste social y humano será enorme, y su impacto en la crisis será mayor, acentuándola.
Lo que es llamativo es que tal dogma liberal, reproducido en los medios de información y persuasión, tiene muy escasa evidencia empírica que lo sustente. Es fácil mostrar que la causa de los problemas de los países con grandes dificultades no es su excesivo gasto público. En realidad, todos ellos (Grecia, Portugal, España e Irlanda) tienen un gasto público, como porcentaje del PIB, más bajo que el promedio de la Unión Europa de los Quince, el grupo de países más desarrollados de la UE, al cual todos ellos pertenecen. Lo mismo ocurre con el gasto público social como porcentaje del PIB, también más bajo que el promedio de la UE-15. Idéntica situación ocurre con el empleo público. El porcentaje de la población que trabaja en el sector público en todos estos países es más bajo que el promedio de la UE-15 (ver Navarro, V. (dir). La situación social en España, Vol III. Biblioteca Nueva).
Y en cuanto a los supuestamente exuberantes salarios, las cifras muestran que, tomando los salarios de los trabajadores de la manufactura, como punto de referencia, todos ellos tienen niveles salariales más bajos que el promedio de la UE-15 (más bajos incluso de lo que les correspondería por el nivel de riqueza que tienen) (ver V. Navarro, Marta Tur y Miquel Campa, La situación de la clase trabajadora en España, en www.navarro.org, sección Economía Política). En cambio, los beneficios empresariales y de la banca están entre los más altos, así como su fraude fiscal. Todos estos datos muestran que los problemas que tienen no se deben a su “excesivo” gasto público y “exuberantes” salarios.
De ahí que sea mucho más creíble otra explicación del origen y causas de las crisis financieras y económicas, que está siendo marginada y discriminada en los fórums y medios de información y persuasión españoles y en la UE. Las crisis actuales son consecuencia directa de las políticas liberales promovidas por el establishment europeo que ha provocado una enorme polarización de las rentas y creación de grandes desigualdades. Los países citados son los más desiguales en la UE, en un continente en el que las desigualdades han crecido enormemente. Las rentas del trabajo como porcentaje de las rentas totales han ido disminuyendo enormemente, disminuyendo con ello la demanda, una de las causas más importantes de la crisis. La otra causa de la crisis es la falta de crédito, resultado también de la polarización de las rentas con el crecimiento exuberante de los beneficios del capital, que se invirtieron predominantemente en actividades especulativas (como las inmobiliarias y el desarrollo de instrumentos de alto riesgo) que crearon las burbujas que al estallar provocaron el enorme problema de falta de crédito.
LA ALTERNATIVA PROGRESISTA
Las soluciones son fáciles de ver. Hay que estimular la demanda en aquellos países, así como en toda la UE, a base de una redistribución de las rentas con un incremento de la capacidad adquisitiva de las clases populares, impidiendo bajos salarios (que son la causa de la baja productividad) y una enorme expansión del gasto público con el objetivo de crear empleo, precisamente las políticas opuestas a las que se están realizando en la UE. Nunca se ha salido de ninguna depresión y gran recesión en el siglo XX (como la actual) sin que haya habido una enorme expansión del gasto público y crecimiento de la deuda. La Gran Depresión se resolvió con el New Deal y el enorme incremento del gasto público durante la II Guerra Mundial. En Europa, la reconstrucción de las economías casi destruidas como consecuencia de la II Guerra Mundial se basó en unas enormes inversiones públicas fiscales y sociales, facilitadas por el Plan Marshall. Creerse ahora que se puede salir de esta enorme recesión sin tal crecimiento del gasto público en toda la UE es ignorar las lecciones de la historia. Reducir el gasto público es una nota de suicidio. En realidad, si no fuera por la reducción del gasto público, España ya habría salido de la recesión.
En cuanto al otro gran problema, la falta de crédito, éste debe resolverse a base de una intervención pública, no para ayudar a los banqueros, como se está haciendo ahora, sino para garantizar el acceso al crédito. Como era predecible, las medidas de austeridad exigidas a las clases populares por parte de la UE van acompañadas con medidas muy generosas a la banca, tanto la griega como la alemana (entre otras), propietarios de la deuda griega.Tal como bien ha dicho Joseph Stiglitz, si todas las “ayudas” a la banca se hubieran invertido en crear bancos públicos de crédito, la falta de crédito ya se habría resuelto. Se han gastado 700.000 millones de dólares, sólo en EEUU, para salvar la banca, cuando con este dinero podría (y debería) establecerse una banca o bancas públicas que garantizaran el acceso al crédito por parte de empresas (sobre todo medianas y pequeñas) y ciudadanía. Un tanto semejante ha ocurrido en la Unión Europea (ver V. Navarro, ¿Por qué no banca pública? www.vnavarro.org, sección Economía Política).
Lo que estamos viendo hoy es la plena expresión de lo que solla llamarse “lucha de clases”, en la que las clases dominantes lideradas por el capital financiero están imponiendo sus exigencias a las clases populares a fin de recuperar su rentabilidad. Como bien ha dicho Warren Buffet, una de las personas más ricas del mundo, conocedor del mundo financiero empresarial, al cual pertenece, “hay clases y lucha de clases, y mi clase está ganando esta lucha”. La famosa frase de apretarse el cinturón sólo aplica a las clases dominadas. Las dominantes ni siquiera llevan cinturón. La nula regulación de la banca, a pesar de haber sido la causa de la crisis financiera, dos años ya tras haber creado la crisis, muestra hasta qué punto el mundo político está configurado por tales intereses financieros empresariales, que están dañando enormemente la economía real. No es sorprendente que las llamadas democracias tengan problemas tan graves de credibilidad que están cuestionando su legitimidad. La agitación social en Grecia es el inicio de un proceso que pondrá en vivo lo que hasta ahora aparecía sólo en pasivo, expresándose en abstención en los procesos electorales. La transformación de tal abstención pasiva en agitación activa será, a partir de ahora, una constante en los años venideros. El peligro es que esta agitación la capitalicen las derechas, tal como está ocurriendo en EEUU. Veremos qué ocurre en la Unión Europea.
AUTOR : Vicenc Navarro
FUENTE : SISTEMA DIGITAL
La crisis griega y los economistas
En su Teoría general, Keynes dijo guasonamente que el mundo está regido por ideas de economistas muertos hace mucho tiempo. Me acordé de esta broma cuando escuché a un parlamentario alemán replicar airadamente a la sugerencia de que el BCE (Banco Central Europeo) debería perseguir una tasa de inflación algo más elevada. Quien hizo la sugerencia fue Oliver Blanchard, uno de los más destacados macroeconomistas del mundo. Por lo demás, proponía un objetivo de mayor inflación en su calidad de economista en jefe del Fondo Monetario Internacional.
No hay nada intrínsecamente malo en discrepar de un economista, por excelente que sea o haya sido su trabajo. Pero lo que resultaba llamativa era la naturaleza de la discrepancia. El parlamentario se limitó a reponer: “la inflación nunca ha resuelto nada”.
Es una enormidad de juicio. ¿Se lo dijeron sus padres? O, como decíamos en el Chicago de mi infancia, “¿te lo contó tu mama?”.
Blanchard y otros que abogan por un objetivo de mayor inflación disponen de buenas razones para argüir que una mayor inflación podría resultar de mucha ayuda para resolver la crisis económica mundial. Para empezar, una tasa mayor de inflación erosionaría el valor real de la deuda. Eso beneficiaría a todos los deudores, hogares, empresas y países.
En el caso de los hogares, decenas de millones de propietarios de vivienda, en los EEUU y en todas partes, han visto desaparecer buena parte de sus activos con el colapso de la burbuja inmobiliaria. Una tasa modesta de inflación comenzaría a elevar los precios de las viviendas, restaurando el valor de los activos de esas familias. También reduciría la carga que representan sus pagos hipotecarios mensuales, si los salarios crecieran acordes con la inflación. Eso no sólo sería beneficioso para esas familias; una carga deudora aligerada permitiría a las familias gastar más, lo que ayudaría a recuperar la economía.
Lo mismo vale para muchas empresas que ahora se enfrentan a cargar deudoras insoportables. Además, el saber que los precios de los bienes que venden subirán un 3-4% anual les haría más atractiva la inversión.
Por último, una tasa moderada de inflación puede contribuir mucho a aliviar la carga deudora soportada hoy por muchos países. En 10 años, una tasa de inflación del 3% reduciría el valor real de la deuda en un 26%; una inflación del 4%, en un 34%. La modesta inflación de los años 40, 50 y 60 fue un factor de gran importancia en punto a hacer razonablemente manejable la gigantesca deuda contraída por los EEUU en la II Guerra Mundial.
La inflación puede también ser de mucha ayuda para permitir a los países de la eurozona con costes laborales excesivos (por ejemplo, Grecia, Portugal y España) y ajustar más esos costes. Si los salarios de los países más competitivos se mantienen a la par con, o aun exceden, la inflación de la eurozona, mientas que los salarios de los países en apuros no crecen tan rápidamente, entonces eso contribuiría a a que estos últimos restauraran más rápidamente sus niveles de competitividad.
Este tipo de argumentos son los que Blanchard y otros han avanzado a favor de permitir una tasa de inflación algo más elevada. Pero al parlamentario alemán eso le traía sin cuidado, porque, de una u otra forma, él ya sabía que “la inflación nunca ha resuelto nada”.
Las políticas fundadas en asertos irreflexivos (dimanantes de enseñanzas de economuistas muertos hace mucho) serán tan destructivas hoy como lo fueron en la primera Gran Depresión. En Europa, diríase que este drama se está representando con el propósito de dañar realmente a Grecia. No ofrece duda: Grecia tiene que poner orden en su caos fiscal. (¿Hay alguna razón por la que nadie abogue ahora por un programa de amnistía fiscal como forma de reducir la deuda griega y mostrar que se va en serio en punto a terminar con la evasión fiscal global?) Sin embargo, se espera que equilibre su presupuesto precisamente en medio de la peor crisis de los últimos 70 años.
Lo mismo vale para Portugal, España y otras economías europeas en apuros. Políticas de tipos contractivo en esos países lo único que harán será empeorar su crisis y, de hecho, empeorar también las perspectivas de los países financieramente saneados. Menos importaciones españolas y griegas significan menos exportaciones alemanas y francesas. Por lo demás, una presión bajista lo suficientemente intensa sobre esas economías traerá verosímilmente consigo en algún momento una reestructuración de la deuda. La carga de la deuda crece, a medida que las economías encogen, y tal parece ser el plan que se ha trazado el centro económico de Europa.
Podría haber cierta justicia en el hecho de que los planes de austeridad diseñados por Alemania terminen vengándose de ella, pero sería mucho mejor ver a los alemanes concibiendo políticas económicas racionales. Tal hubiera alguna excusa en los años 30 para las malas políticas económicas; después de todo, Keynes no había publicado todavía la Teoría general (que apareció en 1937). Pero no hay la menor excusa ne nuestros días: las ideas de Keynes se conocen desde hace mucho y se han difundido ampliamente. Es una tragedia y un ultraje que las gentes que toman decisiones de política económica se limiten a repetir, tan gratuita como irreflexivamente, trasnochados clichés, en vez de poner empeño en diseñar políticas capaces de hacer frente a la crisis que está desarrollándose ante nuestras narices.
AUTOR : Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR).
FUENTE : SIN PERMISO
Un dinero demasiado lejano
Y bien, ¿es Grecia el próximo Lehman? No. No es ni lo bastante grande ni está lo bastante interconectada para hacer que los mercados financieros mundiales se paralicen como lo hicieron en 2008. Sea lo que sea lo que ha provocado esa breve caída de 1.000 puntos en el Dow, no estaba justificado por los acontecimientos reales en Europa.
Tampoco deberían hacer demasiado caso a los analistas que afirman que estamos presenciando el inicio de un ataque contra toda la deuda pública. En realidad, los costes de los préstamos de EE UU cayeron el jueves hasta su nivel más bajo en meses. Y mientras los aprensivos advertían de que Reino Unido podía convertirse en la próxima Grecia, los tipos británicos también cayeron ligeramente.
Esa es la buena noticia. La mala es que los problemas griegos son más profundos de lo que los dirigentes europeos están dispuestos a reconocer, incluso ahora (y los comparten, en menor medida, otros países europeos). Muchos observadores prevén que la tragedia griega terminará en una suspensión de pagos; yo estoy cada vez más convencido de que son demasiado optimistas, que la suspensión de pagos irá acompañada o seguida de la salida del euro.
En ciertos aspectos, esto es la crónica de una crisis anunciada. Recuerdo que, allá por la época en que se firmó el Tratado de Maastricht que colocó a Europa en el camino hacia el euro, bromeábamos sobre que se había elegido la ciudad holandesa equivocada para la ceremonia. Debería haberse celebrado en Arnhem, el escenario del infame "puente demasiado lejano" de la Segunda Guerra Mundial, donde un plan de batalla aliado excesivamente ambicioso terminó en desastre.
El problema, tan evidente visto en perspectiva como lo es ahora, es que Europa carece de algunos de los atributos esenciales para ser una zona de moneda única con éxito. Por encima de todo, carece de un gobierno central.
Fíjense en la comparación que se suele hacer entre Grecia y el Estado de California. Ambos tienen graves problemas fiscales, ambos tienen una historia de irresponsabilidad fiscal. Y el punto muerto político de California es, en todo caso, peor; después de todo, a pesar de las manifestaciones, el Parlamento griego ha aprobado, de hecho, un severo plan de austeridad.
Pero el caso es que las dificultades fiscales de California no importan lo mismo, ni siquiera a sus propios habitantes, que las de Grecia. ¿Por qué? Porque gran parte del dinero gastado en California proviene de Washington, no de Sacramento. Puede que se recorte la financiación estatal, pero las devoluciones de Medicare, los cheques de la seguridad social y los pagos a los contratistas de defensa seguirán llegando.
Lo que esto significa, entre otras cosas, es que las dificultades presupuestarias de California no impedirán que el Estado comparta una recuperación económica estadounidense general. Los recortes presupuestarios de Grecia, por otro lado, tendrán un marcado efecto depresor en una economía ya deprimida.
Entonces, ¿es una reestructuración de la deuda -eufemismo para referirse a la suspensión de pagos- la respuesta? No ayudaría ni mucho menos tanto como mucha gente imagina, porque los pagos de los intereses sólo representan parte del déficit presupuestario de Grecia. Incluso si dejara de pagar su deuda del todo, el Gobierno griego no liberaría suficiente dinero para evitar recortes presupuestarios radicales.
Lo único que podría reducir significativamente el sufrimiento griego sería una recuperación económica, la cual generaría más ingresos -lo que reduciría la necesidad de hacer recortes en el gasto- y crearía empleo. Si Grecia tuviese su propia moneda, podría tratar de fraguar una recuperación así con una devaluación, lo que aumentaría la competitividad de sus exportaciones. Pero forma parte de la zona euro.
Así que, ¿cómo termina esto? Lógicamente, veo tres formas de que Grecia pueda permanecer en la zona euro. Primera, los trabajadores griegos podrían redimirse mediante el sufrimiento, aceptando grandes recortes salariales que harían a Grecia lo bastante competitiva como para volver a crear empleo. Segunda, el Banco Central Europeo podría emprender una política mucho más expansionista, entre otras cosas comprando grandes cantidades de deuda pública y aceptando -de hecho, recibiendo con agrado- la inflación subsiguiente; esto haría que fuese mucho más fácil realizar ajustes en Grecia y en otros países de la zona euro con problemas. O tercera, Berlín podría llegar a ser para Atenas lo que Washington es para Sacramento, es decir, que los Gobiernos europeos más fuertes desde un punto de vista fiscal podrían ofrecer a sus vecinos más débiles ayuda suficiente para hacer la crisis soportable.
El problema es que ninguna de estas alternativas parece políticamente plausible. La opción que queda parece impensable: que Grecia abandone el euro. Pero cuando se descarta todo lo demás, eso es lo que queda. Si eso sucede, será algo parecido a lo que ocurrió en 2001 en Argentina, que tenía un vínculo supuestamente permanente e indestructible con el dólar. Terminar con ese vínculo se consideraba impensable por los mismos motivos por los que abandonar el euro parece imposible: el mero hecho de insinuar esa posibilidad sería arriesgarse a unas paralizantes retiradas masivas de fondos de los bancos. Pero las retiradas masivas se produjeron de todos modos, y el Gobierno argentino impuso unas restricciones de emergencia a las retiradas de fondos. Esto dejó la puerta abierta a la devaluación, y al final Argentina pasó por esa puerta.
Si sucede algo así en Grecia, la onda expansiva se propagará por Europa y posiblemente desencadenará crisis en otros países. Pero, a menos que los dirigentes europeos sean capaces de actuar con mucha más audacia de la que hemos visto hasta ahora y estén dispuestos a hacerlo, eso es lo que se nos avecina. -
AUTOR : Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de Economía en 2008
FUENTE : EL PAIS
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