Cuando era joven e ingenuo, creía que la gente importante adoptaba una postura basándose en una consideración concienzuda de las opciones. Ahora sé que no es así. Gran parte de lo que la gente seria cree se basa en prejuicios, no en análisis. Y estos prejuicios están sujetos a modas y tendencias.
Esto me lleva al tema de la columna de hoy. Durante los últimos meses, otros y yo hemos presenciado, con asombro y horror, el surgimiento de un consenso en los círculos políticos a favor de la austeridad fiscal inmediata. Es decir, la idea de que ha llegado la hora de recortar drásticamente el gasto se ha convertido de algún modo en una creencia generalizada, a pesar de que las principales economías mundiales siguen profundamente deprimidas.
Esta creencia generalizada no se basa en pruebas ni en un análisis pormenorizado. En lugar de eso, se asienta sobre lo que podríamos llamar amablemente pura especulación, y menos amablemente, productos de la imaginación de la élite política -concretamente, en la fe en lo que yo he llegado a imaginar como un invisible guardián de los bonos y un hada de la confianza-.
Los guardianes de los bonos son inversores que les cierran el grifo a los Gobiernos que consideran que son incapaces de pagar sus deudas o que no están dispuestos a hacerlo. No cabe duda de que los países pueden sufrir crisis de confianza [véase la deuda de Grecia]. Pero lo que los defensores de la austeridad afirman es que a) los guardianes de los bonos están a punto de atacar Estados Unidos y b) cualquier gasto adicional en estímulos económicos les hará saltar.
¿Qué motivos tenemos para creer que algo de esto pueda ser cierto? Sí, Estados Unidos tiene problemas presupuestarios a largo plazo, pero lo que hagamos en relación con los estímulos durante los dos próximos años no afectará prácticamente en nada a nuestra capacidad para hacer frente a estos problemas a largo plazo. Como ha dicho hace poco Douglas Elmendorf, el director de la Oficina Presupuestaria del Congreso, "no existe una contradicción intrínseca entre proporcionar un estímulo fiscal adicional hoy, cuando la tasa de paro es alta y muchas fábricas y oficinas están infrautilizadas, e imponer restricciones fiscales dentro de unos años, cuando la producción y el empleo probablemente estarán casi a la altura de sus posibilidades".
No obstante, cada pocos meses nos dicen que los guardianes de los bonos han llegado y que debemos imponer la austeridad ya, ya mismo, para apaciguarlos. Hace tres meses se produjo un ligero repunte de los tipos de interés a largo plazo que fue recibido con reacciones cercanas a la histeria: "El miedo a la deuda dispara los tipos", era el titular de The Wall Street Journal, a pesar de que no había pruebas reales de dicho miedo, y Alan Greenspan declaró que la subida era el aviso de un "canario en una mina".
Desde entonces, los tipos a largo plazo han vuelto a desplomarse. Lejos de huir de la deuda del Gobierno de Estados Unidos, los inversores la ven evidentemente como su apuesta más segura en medio de una economía que se tambalea. Pero los defensores de la austeridad siguen asegurando que los guardianes de los bonos atacarán en cualquier momento si no recortamos drásticamente el gasto de inmediato.
Pero no se preocupen: los recortes del gasto pueden ser dolorosos, pero el hada de la confianza hará que desaparezca el dolor. "La idea de que las medidas de austeridad podrían desencadenar una situación de estancamiento es incorrecta", afirmaba Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo, en una entrevista reciente. ¿Por qué? Porque "las políticas que inspiran confianza fomentarán, no obstaculizarán, la recuperación económica".
¿En qué se basa la creencia de que la contracción fiscal es en realidad expansionista, en que mejora la confianza? (Por cierto, esta es precisamente la doctrina que exponía Herbert Hoover en 1932). Bueno, ha habido casos históricos de recortes del gasto y subidas de impuestos que han ido seguidos de crecimiento económico. Pero, que yo sepa, cada uno de esos ejemplos, al analizarlo detenidamente, resulta ser un caso en el que los efectos negativos de la austeridad se vieron compensados por otros factores, factores que no es probable que sean relevantes actualmente. Por ejemplo, la era de la austeridad con crecimiento de Irlanda en la década de los ochenta dependió de una evolución drástica desde el déficit comercial al superávit comercial, lo cual no es una estrategia que pueda seguir todo el mundo al mismo tiempo.
Y los ejemplos actuales de austeridad son cualquier cosa menos alentadores. Irlanda ha sido un buen soldado en esta crisis y ha aplicado con determinación unos recortes del gasto radicales. Su recompensa ha sido una crisis con categoría de depresión -y los mercados financieros siguen considerándolo un país con grave riesgo de impago-. A otros buenos soldados, como Letonia y Estonia, les ha ido todavía peor; y estos tres países, lo crean o no, han sufrido crisis peores en cuanto a producción y empleo que la de Islandia, que se vio obligada por la tremenda escala de su crisis financiera a adoptar políticas menos ortodoxas.
Así que la próxima vez que oigan a gente aparentemente seria explicar por qué es necesaria la austeridad fiscal, traten de analizar sus argumentos. Casi con seguridad, descubrirán que lo que parece realismo pragmático se sostiene en realidad sobre una base fantástica, en la creencia de que unos guardianes invisibles nos castigarán si somos malos y el hada de la confianza nos recompensará si somos buenos. Y las políticas del mundo real -políticas que arruinarán las vidas de millones de familias trabajadoras- se están construyendo sobre esa base.
AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.FUENTE : EL PAIS