“La operación rapaz perpetrada por la clase saqueadora se ha convertido en un asunto de política pública general. La clase saqueadora está utilizando la consumada transferencia de las pérdidas privadas (esto es: del fraude) a las cuentas públicas como mecanismo de extorsión sobre el conjunto de la economía para lograr que se le cancelen todas sus deudas.”
Gretchen Morgenson publicó un buen artículo a partir de la nueva documentación aparecida sobre el mayor crimen cometido en los últimos dos años por la clase saqueadora, el rescate de Wall Street mediante la inyección de ingentes cantidades de dinero público aportado por los contribuyentes para garantizar derivados financieros basura de AIG. Morgenson escribe:
Los documentos también indican que los reguladores hicieron caso omiso de las recomendaciones de sus propios asesores, que les animaban a forzar a los bancos a que aceptaran hacer constar como pérdidas sus transacciones con AIG, en vez de tener que cancelar la totalidad de las deudas de esos mismos bancos. Esta decisión ha costado miles de millones de dólares adicionales procedentes de los bolsillos de los contribuyentes. Además, se trata de una decisión incongruente con la dura posición precedente de la Casa Blanca, cuando en el año 2008 forzó a los acreedores de Chrysler a anotar pérdidas en sus balances cuando el sector público acudió al rescate del gigante automovilístico.
Pero lo mejor del texto no está sólo en lo que se refiere al rescate realizado de forma encubierta:
Cuando a finales de 2008 el sector público puso en marcha la operación de rescate del gigante hundido mediante un salvavidas de 182.000 millones de dólares, se requirió a AIG a que renunciara a sus derechos para presentar demandas contra diversos bancos –incluidos Goldman, Société Générale, Deutsche Bank y Merrill Lynch– en lo atinente a cualquier irregularidad acaecida con los seguros hipotecarios que estas entidades contrataran con anterioridad a explosión de la crisis.
Allí donde habla de irregularidades en realidad debería escribir la palabra fraude, algo que estaba –y sigue estando– enquistado en el sistema. El fraude es el principal mecanismo criminal en manos de la clase saqueadora. Yves Smith se zambulle a fondo en cómo se gestó el crimen y en sus autores. Es fundamental entender que la mayor parte de los actores del sector público no sólo fueron colaboradores necesarios de la clase saqueadora sino que estuvieron implicados hasta las trancas en esos tejemanejes. Chris Whalen, del Institutional Risk Analyst (IRA), ha contado cosas interesantes en un buen artículo sobre el “enemigo público nº 1”, Robert Rubin, del que escribe:
Cualquier persona razonable muy bien podría decir que Robert Rubin ha sido el arquitecto principal tanto de la crisis financiera, como de la magnífica estrategia seguida por Wall Street en punto a minimizar los daños políticos derivados de la crisis de las hipotecas basura. Desde su equivocada gestión de la política sobre el dólar del Tesoro de Estados Unidos a mediados de la década de 1990 y su rescate de México (ejecutado por Goldman Sachs y otros negociantes de Wall Street), así como el rescate de Citigroup y AIG en 2008, Rubin ha cumplido con creces las mayores expectativas que en el peor caso pudieran tenerse sobre hasta dónde puede llegar la doblez de nuestros servidores públicos.
Pasadas casi dos décadas desde su primera migración a Washington, parece que sigue llevando la batuta de la política financiera y económica de Estados Unidos con el pleno apoyo del Presidente Barack Obama. A través de sus marionetas preferidas –el secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el zar de la política económica, Larry Summers–, Rubin ha pilotado la defensa de Wall Street tras la gran crisis.
La operación rapaz perpetrada por la clase saqueadora se ha convertido en un asunto de política pública general. La clase saqueadora está utilizando la consumada transferencia de las pérdidas privadas (esto es: del fraude) a las cuentas públicas como mecanismo de extorsión sobre el conjunto de la economía para lograr que se le cancelen todas sus deudas. En un artículo excelente, el profesor Hossein-Zadeh de la Drake University, escribe:
Nunca antes tan pocos operadores financieros de Wall Street (el mayor casino de la historia) y un puñado de jóvenes homólogos suyos diseminados por el mundo (y particularmente por Europa) habían hecho recaer una cantidad tan enorme de deuda sobre las espaldas de tantas personas.
No es completamente insólita la existencia de deuda exterior soberana y de impagos ocasionales de la misma. Lo que de veras resulta singular de la actual deuda soberana global es que mayoritariamente se trata de deuda privada convertida en deuda pública; es deuda acumulada por especuladores financieros que después se ha transferido al sector público para que la pagaran los contribuyentes en forma de deuda nacional. Una vez rescatados los banqueros salteadores [“banksters”] insolventes, han sido los sistemas públicos los que han incurrido, o casi, en situaciones de insolvencia, por lo que han exigido a sus ciudadanos que se estrechen el cinturón para saldar una deuda de la que no han sido responsables.
¡Tras transferir billones de dólares de deuda basura o activos tóxicos de los libros de contabilidad de los especuladores a los del sector público, los magnates financieros globales, así como sus representantes en el aparato estatal y en las grandes empresas de comunicación, ahora se encargan cumplidamente de responsabilizar al gasto social (esto es: a la ciudadanía) de la deuda y del déficit!
Esta deuda es ilegítima y debe rechazarse. Inyectar dinero en una economía que tiene un sistema financiero criminal no es la solución, y no importa cuánto dinero se le transfiera puesto que la economía seguirá en una situación moribunda. Los crímenes de mayor envergadura son los que se comenten a la vista de todo el mundo: su desmesura es su mejor blindaje. A la gente le resulta inconcebible que se produzca una actividad criminal a escala gigantesca. Pero éste ha sido el modo en el que durante el último cuarto de siglo ha perpetrado sus crímenes nuestra clase saqueadora, llegando al punto culminante con el colapso de la economía global y la transformación masiva de pérdidas privadas en deudas públicas. La clase saqueadora consiste en una sociedad que tiene sus sedes principales en Wall Street y el Tesoro de Estados Unidos, con muchas filiales repartidas por todo el sistema bancario y otras entreveradas en el sector público. Al final sólo se les podrá detener mediante un esfuerzo concertado de todo el pueblo estadounidense exigiendo la recuperación para sí propio del sector público y del control de su destino económico. Es indispensable llevar a la clase saqueadora ante los tribunales de justicia.
AUTOR : Joe Costello fue director de comunicación de la campaña presidencial de Jerry Brown en 1992; también fue consejero sénior de la campaña presidencial de Howard Dean en 2004.Traducción Jordi Mundó
FUENTE : SIN PERMISO