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lunes, 19 de julio de 2010

Una época de dobles caídas



La economía mundial, artificialmente impulsada desde la recesión de 2008-2009 por un estímulo fiscal y monetario en gran escala y rescates financieros, va camino de una profunda recesión este año, al ir desapareciendo los efectos de esas medidas. Peor aún, no se han abordado los tremendos excesos que alimentaron la crisis: demasiada deuda y demasiado apalancamiento en el sector privado (familias, bancos y otras entidades financieras e incluso en gran parte del sector empresarial).

El desapalancamiento del sector privado apenas ha comenzado. Además, ahora hay un enorme reapalancamiento del sector público en las economías avanzadas, con enormes déficits presupuestarios y una acumulación de deuda pública impulsada por los estabilizadores automáticos, los estímulos fiscales anticíclicos keynesianos y los inmensos costos de la socialización de las pérdidas del sistema financiero.

En el mejor de los casos, afrontamos un período prolongado de crecimiento anémico y por debajo de la tendencia general en las economías avanzadas, al empezar el desapalancamiento por parte de las familias, las entidades financieras y los gobiernos a repercutir en el consumo y la inversión. En el nivel mundial, los países que gastaron demasiado –los Estados Unidos, el Reino Unido, España, Grecia y otros– deben ahora desapalancarse y están gastando, consumiendo e importando menos.

Pero los países que ahorraron demasiado –China, el Asia en ascenso, Alemania y el Japón– no están gastando más para compensar la reducción del gasto en los países que se están desapalancando. Así, pues, la recuperación de la demanda agregada mundial será débil, con lo que impulsará mucho menos el crecimiento mundial.

La desaceleración mundial, ya evidente en los datos correspondientes al segundo trimestre de 2010, se acelerará en la segunda mitad del año. El estímulo fiscal desaparecerá, cuando empiecen a entrar en vigor los programas de austeridad en la mayoría de los países. Los ajustes de inventario, que impulsaron el crecimiento durante algunos trimestres, se acabarán. Los efectos de las políticas tributarias que robaron la demanda al futuro –como, por ejemplo, los incentivos a compradores de coches y viviendas– disminuirán, al expirar esos programas. Las condiciones del mercado laboral siguen siendo débiles, con poca creación de empleo y una sensación de malestar que va extendiéndose entre los consumidores.

La situación previsible en las economías avanzadas es una mediocre recuperación en forma de U, aun cuando evitemos la doble caída en forma de W. En los Estados Unidos, el crecimiento anual ya estaba por debajo de la tendencia general en la primera mitad de 2010 (2,7 por ciento en el primer trimestre y se calcula que en el período abril-junio será un mediocre 2,2 por ciento). El crecimiento va a aminorarse aún más: hasta el 1,5 por ciento en la segunda mitad de este año y avanzado 2011.

Sea cual fuere la letra del alfabeto que los resultados económicos de los EE.UU. representen en última instancia, lo que viene será como una recesión. Una mediocre creación de empleo y un mayor aumento del desempleo, mayores déficits presupuestarios cíclicos, una nueva bajada de los precios de las viviendas, mayores pérdidas de los bancos con las hipotecas, el crédito al consumo y otros préstamos y el riesgo de que el Congreso apruebe medidas proteccionistas contra China contribuirán a ello.

En la zona del euro, las perspectivas son peores. El crecimiento puede estar próximo a cero al final de este año, cuando la austeridad fiscal haga efecto y los mercados de valores bajen. Unos marcados aumentos en los márgenes soberanos, empresariales y de la liquidez interbancaria aumentarán los costos de capital y los aumentos de aversión al riesgo, volatilidad y riesgo soberano socavarán aún más la confianza de las empresas, los inversores y los consumidores. El debilitamiento del euro será positivo para la balanza exterior de Europa, pero los beneficios resultarán más que contrarrestados por el daño a las exportaciones y las perspectivas de crecimiento en los EE.UU., China y el Asia en ascenso.

Incluso China está dando muestras de desaceleración, debidas a los intentos de su Gobierno de controlar el recalentamiento económico. La desaceleración en las economías avanzadas, junto con un euro más débil, minarán aún más el crecimiento chino, con lo que su tasa de crecimiento pasara de más del 11 por ciento al 7 por ciento al final de este año. Se trata de una mala noticia para el aumento de las exportaciones en el resto de Asia y entre los países ricos en materias primas, que cada vez dependen más de las importaciones chinas.

Una importante víctima será el Japón, donde el anémico crecimiento de la renta real está deprimiendo la demanda interna y las exportaciones a China mantienen el poco crecimiento que hay. El Japón padece también un bajo crecimiento potencial, debido a la falta de reformas estructurales y a unos gobiernos débiles e ineficaces (cuatro primeros ministros en cuatro años), un gran volumen de deuda pública, tendencias demográficas desfavorables y un yen fuerte que se aprecia durante los períodos de aversión al riesgo.

Una previsible situación en la que el crecimiento de los EE.UU. se desplome hasta el 1,5 por ciento, la zona del euro y el Japón estén estancados y el crecimiento de China se reduzca hasta por debajo del 8 por ciento puede no entrañar una contracción mundial, pero, como en los EE.UU., lo parecerá, y cualquier sacudida posterior podría inclinar de nuevo esa inestable economía mundial hacia una recesión propiamente dicha.

Las posibles causas de semejante sacudida son legión. Los problemas de la zona del euro con los riesgos de la deuda soberana podrían empeorar, con lo que propiciarían otra ronda de correcciones de los precios de los activos, aversión mundial al riesgo, volatilidad y contagio financiero. Un circulo vicioso de corrección de los precios de los activos y un crecimiento más débil, junto con contratiempos inesperados que actualmente no están reflejados en los precios, podría propiciar nuevas bajadas de los precios de los activos y un crecimiento aún menor, dinámica que condujo a la economía mundial a la recesión en primer lugar.

Y no podemos excluir la posibilidad de un ataque militar israelí al Irán en los doce próximos meses. Si sucediera eso, los precios del petróleo podrían aumentar rápidamente y, como en el verano de 2008, desencadenar una recesión mundial.

Por último, los encargados de la adopción de decisiones se están quedando sin instrumentos. Otra relajación monetaria cuantitativa no cambiará gran cosa, porque hay poco margen para un estimulo fiscal suplementario en la mayoría de las economías avanzadas y la capacidad para rescatar a las entidades financieras que son demasiado grandes para quebrar –pero también para ser salvadas– quedará profundamente limitada.

De modo que, a medida que se evaporen las ilusorias esperanzas optimistas de una rápida recuperación en forma de V, el mundo avanzado se encontrará en el mejor de los casos en una larga recuperación en forma de U, que en algunos casos –la zona del euro y el Japón– puede ser lo suficientemente larga para extenderse en una casi depresión en forma de L. Será difícil evitar la recesión con caída doble.

En un mundo así, la recuperación en los más fuertes mercados en ascenso –la gran esperanza de la economía mundial– también se verá afectada, porque ningún país es una isla económicamente. De hecho, el crecimiento de muchas economías con mercados en ascenso –empezando por la de China– depende en gran medida de unas economías avanzadas entregadas a la reducción de gastos.

Abróchense los cinturones para un viaje muy accidentado.


AUTOR : Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics, profesor de Economía en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York , y coautor del libro Crisis Económicas.

FUENTE : PROJECT SYNDICATE

Pobrecitos consejeros delegados



La creación de empleo ha sido decepcionante, pero los beneficios empresariales durante el primer trimestre aumentaron un 44% con respecto al año anterior. Los consumidores están nerviosos, pero el Dow, que se encontraba por debajo de los 8.000 puntos el día en que fue investido el presidente Obama, supera ahora los 10.000. En un universo racional, las empresas estadounidenses estarían muy contentas con Obama. Pero no. Últimamente corren rumores de que la Administración de Obama está "contra las empresas". Y circula la opinión generalizada de que los temores a los impuestos, la regulación y los déficits presupuestarios frenan la inversión empresarial y bloquean la recuperación económica.

¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? Nada. La inversión empresarial es baja, desde luego, pero no más de lo que cabría esperar dado el exceso de capacidad y el escaso gasto de consumo endémicos. La patronal no se siente querida, pero darles un abrazo en grupo no sanará los males de la economía.

Pidan a quienes opinan que Obama asusta a las empresas alguna prueba fehaciente que respalde sus afirmaciones y le dirán que la inversión empresarial en fábricas y equipamientos se halla en su nivel más bajo, como porcentaje del PIB, en 40 años. Lo que no mencionan es que la inversión empresarial siempre cae en picado cuando la economía está deprimida. A fin de cuentas, ¿por qué deberían ampliar las empresas su capacidad de producción cuando no venden lo suficiente para utilizar la que ya tienen? Y, por si no lo habían notado, nuestra economía sigue estando profundamente deprimida.

Históricamente, ha existido una estrecha relación entre el grado de inversión empresarial y el "desfase en la producción", la diferencia entre la producción real de la economía y su tendencia a largo plazo, lo cual significa que la escasez actual de inversión no tiene nada de sorprendente, dado que el desfase en la producción es altamente negativo. En cualquier caso, es curioso lo bien que ha resistido la inversión empresarial.

Por otro lado, podemos observar directamente las cantidades de capacidad de negocio no utilizada. La utilización de la capacidad en la industria se ha incrementado en el último año, pero sigue estando muy por debajo de sus pautas históricas. Los índices de desocupación de las propiedades industriales y comerciales han alcanzado máximos históricos. Por lo tanto, puesto que las empresas tienen muchas estructuras y máquinas paradas, ¿por qué deberían construir o comprar todavía más?

De modo que, ¿dónde está la prueba de que un clima antiempresarial reduce el gasto? Supuestamente, la respuesta es que esto es lo que oímos cuando hablamos con los empresarios. Pero no se lo crean. Sí, cuando hablamos con los empresarios se quejan de los impuestos, de las normativas y del déficit; siempre lo hacen. Pero la cantinela de que las políticas socialistas de Obama están hundiendo la economía no viene de las empresas, sino de los grupos de presión empresariales, que no es ni mucho menos lo mismo. Lean el informe sobre la Cámara de Comercio de Estados Unidos en el último The Washington Monthly: difundir historias de terror sobre lo que los demócratas están maquinando es, en buena parte, lo que organizaciones como la Cámara hacen para ganarse la vida.

O lean el último estudio sobre tendencias de la pequeña empresa que ha llevado a cabo la Federación Nacional para Negocios Independientes, un grupo de apoyo. El comentario que encabeza el informe es básicamente una diatriba contra el Gobierno -"Washington aplica sanguijuelas y practica la sangría a modo de cura"- y uno podría suponer inocentemente que esta diatriba refleja lo que han dicho las empresas entrevistadas. Pero, aunque algunas empresas declararon que el clima político disuadía la expansión, fueron muchas más las que citaron la mala situación de la economía.

Los gráficos incluidos al final del informe, que muestran las tendencias en las percepciones que tienen las empresas sobre cuál es su "problema más importante", son todavía más reveladoras. Resulta que a las empresas les preocupan menos los impuestos y la regulación que durante los años noventa, era de auge inversor. Por otro lado, la inquietud por la escasez de ventas se ha disparado. La debilidad económica, y no el temor a las acciones del Gobierno, es lo que frena la inversión.

Entonces, ¿por qué oímos hablar tanto del presunto daño que está infligiendo el clima antiempresarial? Básicamente es la vieja historia de siempre: grupos de presión que tratan de intimidar a Washington para que recorte los impuestos y anule las normativas y de paso imponen precios más elevados a sus clientes.

Al margen de eso, como ya he dicho, los líderes empresariales no se sienten queridos: la crisis financiera, los escándalos relacionados con los seguros sanitarios y la catástrofe del golfo de México han pasado factura a su reputación. Sin embargo, por alguna razón, en lugar de condenar a sus compañeros por su mala conducta, los consejeros delegados culpan a Obama de "vilipendiar" a las empresas, al parecer refiriéndose a que habla con franqueza sobre la culpabilidad de las partes responsables.

Vale, los consejeros delegados también son humanos, pero consolarles porque se sienten dolidos no es una prioridad ahora mismo, y no tiene nada que ver con fomentar la recuperación económica. Si queremos un gasto empresarial más fuerte, debemos dar a las empresas una razón para invertir. Y, para ello, el Gobierno tiene que empezar a hacer más, y no menos, para propiciar la recuperación de la economía en general.


AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008
FUENTE : EL PAIS