No soy yo quien dice que Wall Street realmente se fundamenta en la codicia sino Stephen Raphael. ¿Y quién es Stephen Raphael? Es un antiguo miembro de la junta directiva de Bear Stearns, el banco de Wall Street que colapsó el mes pasado. ¿Y dónde dijo esto Raphael? En una entrevista con el Wall Street Journal, más o menos el periódico de casa en Wall Street. ¿Cuál era el punto que quería plantear Raphael? Quería explicar (¿o la idea era excusar?) el colapso de la firma. “Esto pudo ocurrirle a cualquier firma”, dijo.
Sí, en efecto pudo haber sido así. Y así fue. Entretanto, en el momento en que esto ocurría, el presidente de la junta, Jimmy Caines, muy quitado de la pena jugaba bridge en un torneo. Algo no muy listo por parte de un banquero codicioso. El resultado es que perdió casi toda su fortuna personal, y otra voraz firma, JP Morgan Chase, llegó como buitre y liquidó a su víctima. Ah, incidentalmente, 14 mil empleados de Bear Stearns están, o muy pronto estarán, sin empleo.
¿Es entonces el capitalismo únicamente codicia? No, hay otras cuestiones relativas a éste, pero la codicia juega un gran papel. Y la codicia, por definición, trabaja por algo a expensas de otros. Así que algunas compañías van a la bancarrota en estos días –en Wall Street, y en todo el resto del mundo– y otras no. Estados Unidos como país va a la bancarrota y otros no. Estados Unidos no le llama bancarrota, pero esa es la verdad.
¿Es siempre así? No. No siempre. Sólo la mitad del tiempo. Revisemos cómo fue que Wall Street y Estados Unidos se metieron en este vericueto particularmente desastroso. Todo comenzó bien, para Wall Street y Estados Unidos, en 1945. La guerra había terminado. La guerra estaba ganada. Y Estados Unidos era la única potencia industrial cuyas fábricas estaban intactas, no las habían afectado los daños de tiempos de guerra. En otras muchas partes había ciudades destruidas, y hambre real en Europa y Asia.
Estados Unidos estaba empeñado en hacerlo bien, y lo hizo bien, muy bien. Podía producir más que nadie en el mundo, y obtener las recompensas. Hizo un trato con la Unión Soviética (retóricamente le llamamos Yalta) con el fin de que no hubiera guerras nucleares que pudieran realmente dañar a Estados Unidos. Y en casa, los grandes manufactureros hicieron un trato con los grandes sindicatos para que no hubiera huelgas destructivas que interfirieran con la lucrativa producción. Se avizoraron tiempos promisorios, y el nivel de vida creció de forma dramática. De hecho, los años posteriores a la guerra resultaron ser bastante promisorios para casi todo el mundo. Fue el momento de la mayor expansión de la producción, de la ganancia, de la población, y sí, de bienestar general en la historia de la economía-mundo capitalista. Los franceses llamaron a esa época “los gloriosos 30 años”.
¿Deben terminar todas las cosas buenas? Bueno, cíclicamente, en los 500 años del sistema-mundo moderno, me temo que esto ha sido siempre cierto. Cuando todo el mundo comienza a sacar ventaja de la expansión económica, la tasa de ganancia tiene que bajar. La ganancia de la producción depende de la relativa monopolización de las industrias principales. Pero si muchos países tienen acereras o fábricas automotrices (las industrias principales de ese tiempo), hay mucha competencia. Y pese a todos los lemas sin sentido, la competencia no es buena para los capitalistas. Reduce las ganancias.
Y cuando se le pega muy fuerte a las ganancias, el sistema-mundo entra en uno de sus etapas periódicas de estancamiento. Esto ocurrió cerca de 1970. Y, en caso de que nadie lo haya notado, las cosas no han sido muy promisorias desde entonces, pese a que de nuevo se invocan lemas sin sentido. ¿Qué ocurre en un periodo de estancamiento económico mundial? Las fábricas se comienzan a mover fuera de sus anteriores enclaves (como Estados Unidos, pero también Alemania, Francia, Gran Bretaña y Japón) a otros países (como Corea del Sur, India, Brasil y Taiwán) en busca de menores costos de producción. Parece bueno para los nuevos lugares del acero y la producción de automóviles, pero significa despidos en los antiguos centros de producción.
Pero esas fábricas fugitivas no son toda la historia. ¿Qué hacen los grandes capitalistas, si quieren hacer dinero, en tiempos de menores ganancias procedentes de la producción? Empiezan a mover su dinero de las empresas productivas a las financieras. Es decir, empiezan a especular. Y, en tiempos de especulación, la codicia no conoce límites. Así tenemos los llamados “bonos de desecho” (de muy alto riesgo pero de grandes rendimientos) las “adquisiciones forzadas” (conocidas en inglés como takeovers), “hipotecas abiertas” y “fondos de cobertura” y todos esas cosas curiosas con nombres curiosos. Parece que aun Robert Rubin, una de las personas realmente grandes en el mundo de las finanzas, admitió recién que en realidad él no sabe lo que es un “liquidity put” (una especie de “rembolso asegurado”).
La historia que subyace –desde 1970 en adelante– es una de endeudamiento, una deuda más y más grande. Las corporaciones, los individuos, los estados, piden prestado. Todos viven por arriba de sus ingresos reales. Y, si uno se halla en situación de pedir prestado (eso que se llama crédito), uno puede vivir con mucho lujo. Pero las deudas tienen un lado difícil. En algún punto, se espera que uno reintegre su deuda, que pague. Si no lo hace, hay una “crisis de deuda” o “bancarrota” o, si uno es un país con divisas, que ocurra un descenso dramático en la tasa de cambio.
Eso es lo que conocemos como burbuja. Si uno infla un globo lo suficiente, no importa que tan bien nos haga sentir, en algún punto el globo revienta. Y todo mundo está asustado, como debería estar. Cuando la burbuja realmente reviente, será muy doloroso. La cosa es que es mucho más doloroso para algunos que para otros, aunque sea doloroso para todos.
En algún momento, puede que para Estados Unidos resulte ser lo más doloroso, como país, para los capitalistas, y sobre todo para los ciudadanos ordinarios. Parece que Estados Unidos no ha gastado más que miles de millones sino billones de dólares en algunas guerras en Medio Oriente que ha estado perdiendo. Y parece que el país más rico del mundo no tiene en sus arcas billones de dólares. Así que los ha pedido prestados. Y parece que su crédito en 2008 no es tan bueno como lo era en 1945. Parece que los acreedores de hoy están renuentes de “ponerle dinero bueno al malo”. Y parece que Estados Unidos podría ir a la bancarrota, como Bear Stearns.
¿Acaso serán China o Qatar o Noruega, o una combinación de ellos, quienes compren Estados Unidos a dos dólares o aun a 10 dólares por acción? Qué pasará con todos esos juguetes extremadamente caros que Estados Unidos sigue comprando, bases militares en cientos de países, esos aeroplanos y esos buques y esos armamentos que constantemente pide Estados Unidos que le traigan para sustituir los juguetes de ayer? ¿Quién va a alimentar a la gente en las filas de comida de los desempleados? Regresen la década que viene, y déjenme saber.
AUTOR:IMMANUEL WALLERSTEIN
TRADUCCION, RAMON VERA HERRERA
FMA.