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lunes, 2 de agosto de 2010

John Stewart Molino vs el Banco Central Europeo



Uno de los secretos vergonzosos de la economía es el de que no existe una “teoría económica”. No existe, sencillamente, un conjunto de principios fundamentales en los que basar cálculos que iluminen los resultados económicos del mundo real. Debemos tener presente esa limitación del conocimiento económico cuando se está impulsando al máximo la austeridad fiscal en todo el mundo.

A diferencia de los economistas, los biólogos, por ejemplo, saben que todas las células funcionan conforme a instrucciones para la síntesis de las proteínas codificadas en su ADN. Los químicos comienzan con los principios de Heisenberg y Pauli, más la tridimensionalidad del espacio, y nos hablan de configuraciones de electrones. Los físicos comienzan con las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza.

Los economistas no tienen nada parecido. Los “principios económicos” que respaldan sus teorías son un fraude: no verdades fundamentales, sino meros mandos que se giran y se ajustan para que del análisis resulten las conclusiones “adecuadas”.

Las conclusiones “adecuadas” dependen de cuál de los dos tipos de economista se sea. Uno de ellos elige, por razones no económicas ni científicas, una posición política y un conjunto de aliados políticos y gira y ajusta sus tesis hasta que de ellas se desprenden conclusiones que se ajustan a su posición y gustan a sus aliados. El otro tipo toma los restos de la Historia, los echa en la olla, aviva el fuego y los cuece, con la esperanza de que los huesos emitan enseñanzas e indiquen principios con los que guiar a los votantes, burócratas y políticos de nuestra civilización, mientras avanzan lentamente hacia la utopía.

No es de extrañar que sólo el segundo tipo de economistas tenga –creo yo– algo útil que decir. Así, pues, ¿qué enseñanzas puede brindarnos la Historia sobre nuestra difícil situación económica actual?

En 1829, John Stuart Mill dio el fundamental salto intelectual al idear cómo luchar contra las “saturaciones generales”. Mill vio que el exceso de demanda de algún conjunto de activos en los mercados financieros se reflejaba en un exceso de oferta de bienes y servicios en los mercados de productos, lo que, a su vez, creaba un exceso de oferta de trabajadores en los mercados laborales.

La consecuencia resultaba clara. Si se aliviaba el exceso de demanda de activos financieros, se curaba también el exceso de oferta de bienes y servicios (el déficit de demanda agregada) y el exceso de oferta de mano de obra (desempleo en masa).

Ahora bien, hay muchas formas de aliviar el exceso de demanda de activos financieros. Cuando el exceso de demanda corresponde a activos líquidos utilizados como medios de pago –de “dinero”–, la respuesta natural es hacer que el banco central compre bonos estatales por efectivo, con lo que aumentan las reservas monetarias y se vuelve a equilibrar la oferta con la demanda. Llamamos a eso “política monetaria”.

Cuando el exceso de demanda corresponde a activos a largo plazo –bonos que sirven de vehículos para ahorros que trasladan el poder adquisitivo del presente al futuro–, la respuesta natural es doble: inducir a las empresas a que tomen prestado más y creen más capacidad y alentar al Gobierno a endeudarse y gastar, con lo que se vuelve a equilibrar la oferta de bonos con la demanda. Llamamos a la primera de esas operaciones “restablecer la confianza” y a la segunda “política fiscal”.

Cuando el exceso de demanda corresponde a activos de la mayor calidad –sitios en los que se puede depositar la riqueza y estar seguro de que seguirá en ellos cuando volvamos–, la respuesta natural es la de hacer que gobiernos solventes garanticen algunos activos privados y compren otros y los canjeen por sus obligaciones propias, con lo que disminuye la oferta de activos de riesgo y aumenta la de activos seguros. Llamamos a eso “política bancaria”.

Naturalmente, ninguna política del mundo real encaja exactamente con esos tipos ideales. Ahora mismo, el Banco Central Europeo está preocupado por que la continua política fiscal expansionista dé un resultado opuesto al deseado. Sí, sostiene, hacer que los gobiernos gasten más dinero y sigan contrayendo grandes déficits aumentará la oferta de bonos, con lo que aliviará el exceso de demanda de activos a largo plazo, pero, si las emisiones de deuda de un Estado exceden su capacidad de endeudamiento, toda su deuda estará en peligro. Habrá aliviado una escasez de activos a largo plazo creando una escasez de activos de la mayor calidad, por lo que se encontrará en una posición peor que antes.

El BCE sostiene que las economías fundamentales del Norte mundial – Alemania, Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos y el Japón– se encuentran ahora en un momento en que necesitan una rápida reducción fiscal y austeridad, porque la confianza de los mercados financieros en la calidad de su deuda ha quedado afectada y puede desplomarse en cualquier momento. Y las autoridades lo van haciendo: a finales de julio, Peter Orszag, director de la Oficina de Gestión y Presupuesto de los Estados Unidos, dijo que la próxima consolidación fiscal a lo largo de los tres próximos años será la mayor reducción de gasto del país en 60 años.

Sin embargo, cuando observo la economía mundial, veo un panorama muy diferente, en el que la confianza de los mercados en la calidad de las obligaciones estatales de las economías fundamentales del Norte mundial en modo alguno está al borde del desplome. Veo una producción inferior en un diez por ciento a su capacidad y veo tasas de desempleo que se acercan al diez por ciento. Lo que es más importante para la política económica a corto plazo es que veo un mundo en el que los inversores tienen una confianza enorme en la deuda estatal de las economías fundamentales: para muchos, el único puerto seguro en esta tormenta.

En estas circunstancias, podemos estar seguros de lo que Mill habría recomendado.

AUTOR : J. Bradford DeLong , ex Asistente de EE.UU. Secretario del Tesoro , es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigación Económica .
FUENTE : PROJECT SYNDICATE

Adictos a Bush



Durante un par de años, fue el amor que no se atrevía a pronunciar su nombre. En 2008, los candidatos republicanos casi nunca mencionaban al presidente que seguía ocupando la Casa Blanca. Después de las elecciones, el Viejo Gran Partido (GOP en sus siglas en inglés) hizo cuanto pudo para acallar todas las conversaciones sobre la manera en que nos metimos en la caótica situación en la que nos encontramos e insistía en que teníamos que mirar hacia delante y no hacia atrás. Y en los medios de comunicación, muchos le siguieron la corriente comportándose como si por alguna razón fuera una grosería el que los demócratas mencionaran siquiera la época de Bush y su legado.

Lo cierto, sin embargo, es que el único problema que tuvieron los republicanos con George W. Bush fue su bajo índice de aprobación. Sus políticas y su forma de gobernar siempre les encantaron y las quieren de nuevo. En las últimas semanas, los líderes del GOP han abogado por un regreso absoluto al programa de Bush, incluyendo las deducciones fiscales para los ricos y la liberalización financiera, y hasta han resucitado el plan para recortar las futuras prestaciones de la Seguridad Social.

Pero tienen un problema: teniendo en cuenta el historial de Bush, ¿cómo pueden adoptar sus políticas? A fin de cuentas, las dos iniciativas más destacadas de Bush fueron los recortes de impuestos y la invasión de Irak, y ambas, según la opinión pública, fueron unos fracasos estrepitosos. Los recortes de impuestos nunca aportaron la prosperidad prometida, sino que junto con otras políticas -especialmente la guerra de Irak, para la que se carecía de fondos- convirtieron el superávit presupuestario en un déficit permanente. Entretanto, resultó que las armas de destrucción masiva por las cuales invadimos Irak no existían y, hacia 2008, la gran mayoría de los ciudadanos creía no solo que la invasión fue un error sino que la Administración de Bush engañó deliberadamente al país para que entrara en guerra. ¿Qué puede hacer un republicano?

Ya conocen la respuesta. Actualmente se está llevando a cabo un esfuerzo coordinado para rehabilitar la imagen de Bush por lo menos en tres frentes: la economía, el déficit y la guerra.

Respecto a la economía: la semana pasada Mitch McConnell, el líder de la mayoría en el Senado, declaró que "no existe la más mínima prueba de que las rebajas fiscales de Bush redujeran realmente la recaudación. Aumentaron los ingresos, por la vitalidad que dieron estos recortes a la economía". De modo que la consigna ahora es que la economía de la época de Bush se caracterizaba por su "vitalidad".

Supongo que depende del significado de la palabra "vitalidad". El balance real de los años de Bush fue: 1) dos años y medio de disminución del empleo, seguidos de 2) cuatro años y medio de modesto crecimiento del empleo, a un ritmo significativamente más bajo que el de la media de los ocho años con Bill Clinton, seguidos de 3) un año de catástrofe económica. En 2007, en el momento álgido de la "expansión de Bush", los ingresos medios de las familias, ajustados a la inflación, seguían siendo inferiores a los de 2000.

Pero los apologistas de Bush esperan que ustedes no se acuerden de todo eso. Y también tienen una teoría, que estoy oyendo cada vez más: a saber, que el presidente Barack Obama, a pesar de que todavía no ejercía su cargo y ni siquiera había sido elegido, causó la recesión de 2008. Como ven, la gente estaba preocupada de antemano por sus futuras políticas y eso es lo que hundió la economía. En serio.

En cuanto al déficit: los republicanos afirman ahora que la Administración de Bush fue en realidad un modelo de responsabilidad fiscal y que el déficit es culpa de Obama. "El último año del Gobierno de Bush", aseguraba McConnell hace poco, "el déficit como porcentaje del producto interior bruto era del 3,2%, dentro del radio de lo que la mayoría de los economistas piensa que es razonable. Un año y medio más tarde, es de casi el 10%".

Pero resulta que esa cifra del 3,2% corresponde al ejercicio fiscal de 2008, que no fue el último año de la Administración de Bush, ya que finalizó en septiembre de 2008. En otras palabras, finalizó justo cuando la caída de Lehman Brothers -durante la guardia de Bush- estaba desencadenando un hundimiento financiero y económico generalizado. Este hundimiento provocó que el déficit se disparara: en el primer trimestre de 2009 -con solo un hilillo de estímulos financieros- el endeudamiento federal ya había alcanzado casi el 9% del PIB. En opinión de algunos de nosotros, esto dice que la crisis económica que empezó con Bush es la responsable de la mayor parte de nuestro déficit actual. Pero el Partido Republicano no quiere saber nada de ello.

Y por último, sobre la guerra: para la mayoría de los estadounidenses, todo el debate sobre la guerra es agua pasada a pesar de ser doloroso, pero no para los obsesionados por restablecer la imagen de Bush. Ahora Karl Rove afirma que su mayor error fue dejar que los demócratas se salieran con la suya con la "escandalosa" afirmación de que el Gobierno de Bush promocionó a bombo y platillo los argumentos para invadir Irak. ¡Corramos un tupido velo!

Por otra parte, los republicanos no tratan de restablecer la reputación de George W. Bush por razones sentimentales, sino que tratan de despejar el camino para el regreso a las políticas de Bush. Y eso contiene un mensaje para cualquiera que espere que los republicanos se comporten de una manera diferente la próxima vez que ejerzan el poder. Si creen que han aprendido algo -digamos, sobre prudencia fiscal o la importancia de una regulación eficaz- se están engañando a sí mismos. Más vale afrontarlo: son adictos a Bush.

AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008
FUENTE : EL PAIS