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viernes, 12 de septiembre de 2008

LA REGLA DE ORO DEL SISTEMA:PRIVATIZAR LAS GANANCIAS Y SOCIALIZAR LAS PERDIDAS Y LAS DEUDAS

El rasgo principal del sistema capitalista consiste en la apropiación privada de los frutos del trabajo social, es decir la expropiación por los capitalistas de los valores creados por los trabajadores manuales e intelectuales.

Estos valores se crean en el proceso de producción de bienes y servicios (industria, agricultura, investigación científica, educación, atención médica, transporte, agua corriente, electricidad, salubridad, etc.). Deducido el precio de la fuerza de trabajo, el valor restante es el plusvalor o plusvalía, medida económica de la explotación de la fuerza de trabajo, que se intensifica cada vez más a escala mundial y es la base fundamental de la acumulación capitalista.

Pero, sobre todo en los últimos decenios, esa expropiación de valores se produce también fuera del proceso productivo y de la prestación de servicios, principalmente a través del capital financiero especulativo, lo que permite a una ínfima minoría apropiarse en forma parasitaria del fruto de trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el mundo, al margen de la economía real. Este proceso tiene frecuentemente una vertiente francamente delictiva, donde la corrupción ocupa un lugar muy importante.

Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.

Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase.

El caso más reciente con proyección mundial es el de la crisis de los préstamos hipotecarios a alto riesgo (subprimes) con tasa de interés variable, que ha dejado sin liquidez a muchos Bancos privados lo que ha conducido a los Bancos Centrales a inyectar en el mercado financiero decenas o centenares de miles de millones de dólares.

Esta crisis dejó en la calle a decenas de miles de modestos deudores hipotecarios proprietarios de viviendas en Estados Unidos. Por eso el Gobierno de ese país ha decidido invertir 200.000 millones de dólares de los contribuyentes para salvar...al capital financiero concentrado en Fannie Mae y Freddie Mac. Y las principales bolsas mundiales saltan de alegría.

Esta es una característica común de los Gobiernos actuales, aun los más opuestos al intervencionismo estatal en la economía: socorrer con los dineros del pueblo al gran capital en dificultades. O dicho más precisamente, tapar los agujeros dejados por el capital privado como resultado de sus fechorías.

En Argentina los grandes grupos financieros nacionales e internacionales con la complicidad de los Bancos y de los sucesivos gobiernos y con la bendición y participación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, han despojado al país mediante políticas desenfrenadas de privatización de los bienes y servicios públicos y de los recursos naturales, de endeudamiento externo e interno real o ficticio, de estatización de deudas privadas, etc.

La deuda externa

El caso de la deuda externa es ejemplar, pues ha consistido y consiste en privatizar los beneficios y socializar las pérdidas.

En 1982 la dictadura militar y su Ministro de Economía Cavallo estatizaron la deuda privada de cientos de empresas por un monto de unos 14000 millones de dólares.

Se hizo mediante un “seguro de cambio” que consistía en asegurarle al deudor el valor del dólar al momento del pago de la deuda. Por ejemplo si debía 10.000 dólares a un valor de 10 pesos por dólar, llegado el momento de abonarla, el deudor solo pagaba los 10.000 dólares a 10 pesos el dólar. La diferencia en caso de un aumento del dólar la absorbía el Estado, el pueblo. Es decir se transfirió la deuda privada a la sociedad argentina.

Gran parte de la deuda estatizada eran “auto-préstamos”es decir préstamos que se hacía la misma empresa con dinero que tenia ahorrado en bancos exteriores. El banco emisor del crédito era el testaferro de la empresa y el cómplice de esta estafa. Muchas empresas fueron descubiertas como FATE, SADE, algunas del grupo TECHINT, BGH, SIDECO.

A mediados del año 2000 el juez Jorge Ballestero dictó sentencia en la causa “Alejandro Olmos s/denuncia” iniciada en 1982, estableciendo la responsabilidad de los funcionarios de la dictadura que contrajeron la deuda y la corresponsabilidad de los organismos internacionales como el FMI, que aprobaron prestamos ilícitos y fraudulentos. Como la acción penal había prescripto, el juez Ballestero remitió el fallo al Congreso, para que tomase la intervención que la Constitución Nacional le confiere en el manejo de la deuda externa (art. 75). La mayoría parlamentaria nunca se ocupó del tema.

La reciente decisión del Gobierno de pagar 6700 millones al Club de París, cuando habría que hacer una auditoría previa para averiguar qué parte de la deuda es legítima, cuánto se debe, si se debe algo, es otro caso de socialización de las deudas, porque se pagará con los dineros del pueblo, depositados en el Banco Central.

Como el hambre viene comiendo, el Club de Paris quiere más y dice que el monto de la deuda es de 7900 millones.

Y la ronda infernal de pagos y nuevos endeudamientos no tiene miras de acabar.

El caso de Aerolíneas Argentinas repite esa constante que consiste en privatizar las ganancias y socializar las perdidas

El Gobierno de Menen vendió Aerolíneas Argentinas en 1990 libre de deudas y cuando daba ganancias a la empresa entonces estatal española Iberia, que estaba prácticamente en bancarrota y a la que el gobierno español se disponía a privatizar previa capitalización mediante la adquisición por monedas de patrimonios sanos como era entonces AA.

Las aeronaves y la mayoría de las propiedades de Aerolíneas (tanto las oficinas centrales como oficinas en París, Nueva York, Los Angeles, Roma y Francfort) fueron liquidadas; varios aviones fueron vendidos o hipotecados, algunos activos fueron dados en préstamo, se perdieron varias rutas internacionales y los tres simuladores de vuelos para la instrucción de los pilotos fueron vendidos. La empresa contrajo una deuda enorme y dejó de dar ganancias. Los problemas internos de Iberia y de sus filiales la llevaron a la bancarrota en 1994, momento en el que el accionariado de Aerolíneas pasó a la Sociedad Española de Participaciones Industriales, ente público de participaciones industriales del Estado español.

En junio de 2001 se suspendieron los vuelos a siete destinos internacionales y la aerolínea entró en convocatoria de acreedores. En octubre del mismo año, el control de Aerolíneas Argentinas y Austral fue cedido a Air Comet, un consorcio formado por las aerolíneas privadas españolas Spanair y Air Comet junto con el operador de turismo Viajes Marsans, que adquirió el 92,1% de las acciones.

Y ahora que queda muy poco de AA (salvo deudas) el Gobierno de Cristina Kirchner la reestatiza.

El Gobierno de CFK quiere cerrar a cualquier costo financiero y en exclusivo beneficio de Marsans, una gestión calamitosa y delictiva (vaciamiento de la empresa) por parte del empresario español. Gestión calamitosa y delictiva que contó con la complicidad del Gobierno de Kirchner.

Por eso Jaime firmó el acuerdo con Marsans, con la aprobación de la Casa Rosada, acuerdo que sigue existiendo porque hasta ahora nadie lo declaró nulo, ni siquiera la ley de “rescate” de Aerolíneas que acaba de sancionar el Congreso.

En lugar de celebrar ese acuerdo en la Casa Rosada con toda la comparsa, el Gobierno debería haberse apresurado a desconocerlo declarando que Jaime había ultrapasado las instrucciones recibidas. Y dejar inmediatamente cesante a este último.

Evidentemente esto no podía ocurrir porque Jaime no actuó por su cuenta pues forma parte, junto con los K, De Vido y algunos otros, del círculo estrecho de la camarilla gobernante.

Las consecuencias de este actitud del Gobierno y de los parlamentarios frente al acuerdo firmado por Jaime son nefastas para el interés nacional, porque el Grupo Marsans puede invocarlo para recurrir al CIADI (tribunal arbitral del Banco Mundial) fundándose en el artículo 10 del Tratado de Promoción y Promoción de Inversiones celebrado entre Argentina y España octubre de 1991.

Dicho artículo 10, si bien establece la competencia de los tribunales del Estado donde se realizó la inversión en caso de controversia entre las partes, autoriza a la parte insatisfecha con el fallo del tribunal nacional a recurrir al tribunal arbitral. Lo que deja la vía libre a Marsans para reclamar indemnizaciones millonarias ante el CIADI.

Durante los años 90 Menen firmó casi 60 Tratados Bilaterales de Promoción y Protección de Inversiones y en setiembre de 1991 adhirió al CIADI (ratificación parlamentaria en julio de 1994, ley 24353) lo que le ha quitado al Estado argentino el poder de decisión en materia de políticas económicas.

Y desde entonces ni los Gobiernos Kirchner ni el Parlamento han hecho nada para romper esas ataduras, pudiendo hacerlo mediante la denuncia, evitando la tácita reconducción, etc.

Por ejemplo en el Congreso duerme el Expte. 1598-D-07. “Eduardo Macaluse.

Declaración de nulidad absoluta de toda prórroga de jurisdicción argentina y de la Ley 24353, de convenio sobre arreglo de diferencias relativas a inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados”.

Por cierto que la derecha, ferviente partidaria de las privatizaciones, está en contra de la reestatización de AA, como ahora está a favor del pago de la deuda a los miembros del Club de Paris.

Los escribas del Gobierno, no sin cierta habilidad para hacer pasar su mensaje, despotrican contra la política aerocomercial que ha llevado a la actual situación catastrófica en la materia y sostienen que la solución (la menos mala dicen algunos de ellos) es reestatizar AA. Pero se saltean cuidadosamente el tema crucial de quién se hace cargo de los pasivos y si se le paga algo a Marsans o no. Cuando la actuación del Gobierno en este asunto conduzca a un nuevo despojo (la reprivatización total o parcial de AA, como prevé la ley aprobada por el Congreso, una vez pagadas las deudas) dirán también que la “solución” es “la menos mala”. Según los mismos escribas, pagar al Club de Paris también es una buena medida.

La mayoría de la burocracia sindical –vieja tradición argentina que se remonta a los años 50- se pone la escarapela y repite el discurso oficial. Habría que preguntarles qué hicieron y dijeron cuando se privatizó Aerolíneas y mientras Marsans dejaba a la empresa “en pelotas”.

Buena parte de la gente de “izquierda” sustituye la reflexión destinada a proponer una alternativa apropiada a la política del Gobierno por frases como : la reestatización de Aerolíneas “es un paso en la recuperación del patrimonio nacional”, dicen. Y “hay que mantener la línea de bandera”, afirman. Y no pocos de ellos también “se olvidan” del tema de los pasivos y si hay que pagar o no a Marsans.

Dan una respuesta “virtual” o simbólica a un problema real que pone en juego los intereses nacionales y del pueblo trabajador.

Sin tener para nada en cuenta la realidad de los hechos y su contexto.

El contexto: Más de cincuenta años de expoliación

El contexto es una política gubernamental de entrega del patrimonio nacional y contraria a los intereses de los trabajadores (ambos aspectos siempre van juntos) que, con breves y tímidas pausas, se remonta a principios de los años 50 (segundo peronismo de Perón), siguió con las diferentes dictaduras militares, el frondizismo, el alfonsinismo, el peronismo de Menen y el peronismo de los Kirchner.

El giro hacia esta política que sigue hasta hoy podría situarse a principios de los años 50 con la misión Cereijo a los Estados Unidos, el contrato petrolero con la California, filial de la Standard Oil y la cuenta regresiva iniciada entonces en la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, que llegó al 53 por ciento en los años 49-50 y que en 2007 fue del 28%. Menos que en 2001 (31%) pese a que la ocupación y el salario real aumentaron entre 2001 y 2007.

Lo que en otros términos quiere decir que la tasa de explotación de los trabajadores está aumentando desde 1950, incluso está aumentando desde que asumió Kirchner hasta ahora.

La realidad de los hechos

La realidad de los hechos en cuanto a AA es que a esta altura casi no es un patrimonio, ni nacional ni extranjero. Es prácticamente una cáscara vacía, casi sin aviones y con algunas rutas autorizadas. Y muchas deudas, que ni siquiera se sabe a cuanto ascienden. Así que reestatizando AA prácticamente lo único que se reestatizan son deudas. Salvo que se encuentre una manera de recuperar la empresa libre de pasivo.

Porque lo que tiene que estar absolutamente claro es que no hay que pagar ni un centavo por AA al grupo Marsans ni reconocer ninguna de sus deudas.

No hay que repetir lo que Cavallo hizo con la deuda externa de las grandes empresas, hipotecando un poco más el fundamento del auténtico patrimonio nacional, que es la riqueza creada por los que trabajan.

El tema de la línea de bandera merece reflexión.

Algunos Estados tienen línea de bandera (línea monopolizada por el Estado o con participación estatal) por razones políticas y económicas y aún simbólicas (en algunos casos esa denominación tiene poco contenido real).

Parece obvio que conviene que el Estado monopolice o por lo menos tenga el poder de decisión en las líneas de cabotaje, sobre todo si tiene una política nacional de desarrollo armónico del transporte aéreo, ferroviario, vial y por agua.

En Argentina esa política por ahora no existe y en materia de cabotaje Kirchner le dio a LAN Chile las rutas internas más rentables. Y el resto de la política de vuelos de cabotaje no ha podido ser más catastrófica.

En cuanto a tener una línea de bandera para las rutas internacionales, la tendencia general es a la desaparición o a la privatización parcial de las líneas de bandera, como consecuencia de los altos costos de explotación, la fuerte competencia y un acentuado proceso de concentración del transporte aéreo civil (son contínuas las fusiones y adquisiciones de grandes empresas internacionales de transporte aéreo). Y al proceso de concentración y privatización se suman los despidos de personal y la superexplotación del personal restante para disminuir los costos.

Varig, que figura como línea de bandera de Brasil, fue una empresa muy fuerte hasta que estuvo al borde de la quiebra y fue comprada en 2007 por la empresa privada Gol. Alitalia está en cesación de pagos y busca compradores entre los inversores italianos y empresas aerocomerciales extranjeras. Air France y KLM de Holanda tuvieron que fusionarse para sobrevivir e Iberia busca ahora la fusión con British Airways.

Pese a que Venezuela y Bolivia tratan de poner en funciones líneas de bandera, el contexto internacional no parece ahora económicamente muy viable para salir a competir en solitario con una línea de bandera en el transporte áereo internacional, sobre todo partiendo prácticamente de cero.

Algunas opciones razonables podrían ser una alianza o asociación de líneas de bandera latinoamericanas o una asociación o alianza de una línea de capital estatal argentino (pero sin cargar con las deudas de AA) con grandes empresas como Air France-KLM, Lufthansa y/o alguna gran aerolínea árabe o asiática.

Pero lo importante es lo que falta, en esto como en todo lo demás: una política global y coherente en defensa del interés nacional, entendido éste como el que responde a las necesidades y legítimas aspiraciones populares en materia de bienestar, alimentación, salud, vivienda, salubridad, transporte, educación, cultura, libertad y seguridad.

No se puede esperar nada de esto de la camarilla gobernante, pues sus tres objetivos centrales son: 1) preservar un sistema político, económico y social agotado y en crisis, como lo viene haciendo desde que llenó el vacío político que generaron los acontecimientos de 2001, 2) favorecer la concentración del gran capital, viejo y nuevo, en el campo (fiesta sojera), en la industria y en los servicios y 3) enriquecerse ellos y sus amigos con participaciones abiertas o encubiertas.

Esta es una mala copia de la situación en Francia entre 1848 y 1851 descripta por Marx en su “18 Brumario de Luis Bonaparte”:

“No es suficiente decir, como lo hacen los franceses, que su nación ha sido sorprendida... Falta explicar cómo una nación de 36 millones de habitantes ha podido ser sorprendida por tres capitanes de industria...”... “El 2 de diciembre la revolución de febrero fue escamoteada por el juego de manos de un tramposo...”.

Por cierto que cuando Marx escribía “tres capitanes de industria” no pensaba en Kirchner, De Vido y Jaime y escribiendo “tramposo” tampoco tenía en la mente a Kirchner.
AUTOR :ALEJANDRO TEITELBAUM
FUENTE:REBELION.ORG.ARGPRESS.

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jueves, 11 de septiembre de 2008

EL DESPLOME, SIN PRODUCCION, SIN IDEAS NUEVAS, EN QUE SE BASA NUESTRA ECONOMIA?

Hace más de 75 años, la confianza en la economía de mercado recibió un duro golpe cuando el mundo se hundió en la Gran Depresión. Adam Smith había dicho que el mercado conduce la a la eficiencia económica y el bienestar de la sociedad, como si hubiera una suerte de mano invisible.

Era difícil creer que Smith tuviera razón cuando uno de cada cuatro americanos carecía de empleo. Algunos economistas mantuvieron su fe en la autorregulación de los mercados; decían que bastaba con tener paciencia, que a largo plazo operarían las fuerzas restauradoras del mercado y nos recuperaríamos. Pero la réplica de Keynes gobierna el día a día: a largo plazo estaremos todos muertos. No podemos esperar. Actualmente incluso los conservadores creen que el Estado debe intervenir para mantener la economía en el pleno empleo o cerca de él.

Aquellos que creen en los mercados libres acaban de recibir otro duro golpe: aún no nos hemos hundido en una recesión “oficial”, pero ha pasado más de medio año desde que se creaban algunos nuevos empleos y, significativamente, nuestra fuerza de trabajo sigue creciendo. Si la Gran Depresión minó la confianza en la macroeconomía (la capacidad de mantener el pleno empleo, la estabilidad de precios y el crecimiento sostenido), la que está siendo ahora destruida es la confianza en la microeconomía (la capacidad de mercados y empresas de asignar eficientemente trabajo y capital). Los recursos estaban mal asignados y los riesgos, tan gravemente mal administrados que el sector privado tuvo que ir corriendo al Estado en busca de ayuda, no fuera cosa que desapareciera el sistema entero. Aun con intervención federal, he calculado en más de un billón y medio el desajuste acumulativo entre lo que nuestra economía podría haber producido ―hemos invertido más en negocios reales que, por decir algo, en hipotecas para la gente a que no les alcanza el dinero para una casa― y lo que produciremos durante el período de disminución.

La culpa ha recaído justamente en los mercados financieros, porque es su responsabilidad asignar capital y administrar el riesgo, y su fracaso ha reavivado varias de las viejas preocupaciones de la izquierda política (y económica). Algunos veían desde hace tiempo con preocupación que el conjunto de la economía estadounidense, cuya la vinculación a la producción decrece y cuya dependencia del sector servicios (servicios financieros incluidos) crece, fuera una casa de tarjetas. Al cabo, ¿no son los productos sólidos ―los alimentos que comemos, las casas en que vivimos, los coches y aviones que usamos para desplazarnos, el gas y el petróleo que nos proporcionan calor y energía― el “corazón” de la economía? Y, si ello es así, ¿no representan la parte mayor de nuestro producto nacional?

La respuesta es simplemente no. Vivimos en una economía del conocimiento, de la información y de la innovación. Porque de nuestras ideas podemos comer todo lo que podamos ―y más de lo que deberíamos― con sólo un 2% de la mano de obra empleada en la agricultura. Aun con sólo un 9% de nuestra mano de obra en la industria, seguimos como el mayor productor de bienes industriales. Es mejor trabajar inteligentemente que duro, y nuestras inversiones en educación y tecnología nos han permitido disfrutar de mayor calidad de vida ―y más larga― que nunca antes. El dominio de Norteamérica en tan variados campos de la alta tecnología es el testimonio del rendimiento real de esos gastos en soft. En efecto, pienso que haríamos bien si tuviéramos más recursos en esos sectores.

Pero el ver que nuestro éxito reciente se basa en una casa de tarjetas tiene más que una pizca de verdad. En los últimos años, los mercados financieros han creado un casino de ricos gigante, en que jugadores potentados pueden hacer apuestas de billones de dólares contra otros. Estoy entre quienes creen que debe permitirse a los adultos gran libertad en lo que hagan, mientras no perjudiquen a otros. Pero ahí está la fricción. Esos dilapidadores no se juegan solamente su propio dinero. También se juegan el de otra gente. Ponen en riesgo todo el sistema financiero, esto es, todo el sistema económico. Y ahora todos pagamos el precio.

Los mercados financieros han sido considerados como el cerebro de la economía. Se supone que asignan capital y administran el riesgo. Cuando hacen bien su trabajo, las economías prosperan. Cuando lo hacen mal, como estamos aprendiendo de nuevo, todo el mundo sufre. Los mercados financieros son ampliamente recompensados por su trabajo ―en años recientes han recibido más del 30% de los beneficios empresariales― y mantra habitual en economía fue que esas recompensas fueran proporcionales a su beneficio social. Esto es, los brujos financieros pueden irse con una gran cantidad de dinero, pero el resto de la sociedad está en mejor posición económica porque nuestro capital genera mucha más productividad que en sociedades con mercados financieros menos desarrollados ―y menos recompensados―. Parte de las recompensas que acumulan para los mercados financieros son para promover la innovación a través de empresas de capital de riesgo y similares.

Pero no todas las innovaciones aumentan el bienestar, ni siquiera cuando aumentan los beneficios. Por ejemplo, los beneficios del tabaco pueden haber aumentado cuando la industria tabaquera ha desarrollados productos más adictivos, pero difícilmente puede decirse que haya mejorado la posición de quienes murieron como resultado de ello ni la de sus familias ni la de los contribuyentes que tuvieron que cargar con la cuenta de los costos sanitarios aumentados. Compañías alimenticias que actualmente, aprendiendo de la experiencia del mismo libro de jugadas, desarrollan productos que conducen al comer compulsivo ―con la resultante epidemia de obesidad― pueden tener beneficios crecientes, pero no los obtiene el bienestar social. Microsoft fue ingenioso en sus estrategias para apalancar el poder monopólico que tenía mediante el control sistema operativo de los PC; aumentó sus beneficios, pero mediante la aniquilación de rivales como Netscape, eso tuvo un efecto escalofriante en innovación.

La tarea de desenmarañar todo lo que iba mal en nuestro sistema financiero es una dificultad, pero, en esencia, la última innovación del sistema financiero fue inventar estructuras de honorarios a menudo lejos de la transparencia y que le permite generar beneficios enormes, recompensas privadas no proporcionales a sus beneficios sociales. Las imperfecciones informativas (resultado de la no transparencia) condujeron a imperfecciones competitivas, lo que contribuye a explicar por qué el tope de beneficio habitual que la competencia conduce a cero parecía no obtenerse. Uno debería haber sospechado que algo iba mal cuando un banco tras otro obtenía tanto dinero año tras año. Uno debería haber sospechado que algo iba mal en el sistema económico cuando millones de americanos debían miles de millones a compañías de tarjetas de crédito y bancos en “cargos por atraso”, “penalizaciones” y multiplicidad de cargos, transformando una tasa de interés anual del 20% en una usurera tasa de interés efectivo del 100% o más para quienes se rezagaban en los pagos.

Acaso los peores problemas ―como los del mercado hipotecario subprime― sucedieran cuando las no transparentes estructuras de honorarios interactuaron con los incentivos para la adopción de riesgo excesivo en que los directores financieros lograron mantener altos rendimientos un año, incluso si esos rendimientos eran más que compensaciones por pérdidas durante el siguiente. Detrás de la crisis subprime había hipotecas diseñadas para promover la refinanciación de viviendas, un esquema piramidal que generaban miles de millones de dólares en honorarios para la compañía hipotecaria mientras los precios de la vivienda siguieran aumentando. Era inevitable que la burbuja reventara. Pero, para entonces, los beneficios que se han embolsado asegurarían de por vida a esos brujos financieros o, al menos, ésa era su esperanza.

Por decirlo de otra manera, habían asignado capital y riesgo en el sector financiero de una forma que alimentó la economía, que les habría dado generosos beneficios. Pero querían más y, así, establecieron estructuras de incentivos que promovían el juego. Si jugaban y ganaban, se podían ir con una parte de los beneficios. Si jugaban y perdían, los inversores soportarían las consecuencias. Era casi como si todo el sistema financiero se hubiera convertido en un casino gigante en que el sistema estaba amañado para garantizar la marcha del juego con enormes rendimientos a expensas de los jugadores. Pero en Las Vegas y Atlantic City el juego era casi de suma cero: los beneficios de los propietarios del casino eran aproximadamente iguales a las pérdidas de los jugadores. El sistema financiero-casino, por otra parte, es un juego de suma negativa. Ésos en Wall Street han podido marcharse con miles de millones, pero esos miles de millones han quedado diminutos por los costes que hemos tenido que pagar el resto de mortales. Algunos han perdido sus hogares y ahorros ―huelga decir nada de los sueños sobre su propio futuro y el de sus hijos―. Otros son inocentes que se resistieron a las falsas promesas de los corredores hipotecarios y de las compañías de tarjetas de crédito, pero ahora, cuando la economía flaquea, se encuentran fuera de sus empleos. Y los pobres son perjudicados en medida en que los ingresos estatales caen en picado, forzando recortes en los servicios públicos.

Los males actuales en el sistema financiero de América no son un accidente aislado, uno de esos acontecimientos raros y que sólo suceden una vez cada cien años. En efecto, ha habido más de un centenar de crisis a escala mundial en los últimos 30 años. Sólo en los Estados Unidos habíamos tenido la crisis de las sociedades de ahorro y préstamo en 1989, los problemas punto com/WorldCom/Enron de los primeros años de esta década y ahora la quiebra subprime que se ha metamorfoseado en un desplome de mayor envergadura. Además de esos problemas nacionales, había problemas regionales: crisis inmobiliarias alimentadas por préstamos excesivos en Tejas y el suroeste a mediados de los ochenta y en California y Nueva Inglaterra a principios de los noventa. En cada uno de estos ejemplos, los mercados financieros fallaron en lo que supuestamente hacen: asignar capital y administrar riesgo. A finales de los noventa, por ejemplo, se asignó tanto capital a la fibra óptica que, en el momento del crack, se calcula que el 97% de ella no había visto la luz.

Brevemente, el problema de la economía estadounidense no es que tenga asignados demasiados recursos a las áreas “soft” y demasiado pocos a las “hard”. No hace falta que asignemos demasiados recursos al sector financiero y le recompensemos demasiado generosamente, a pesar de que puedan exponerse robustos argumentos a tal efecto. El problema es que se dedica demasiado poco esfuerzo a administrar los riesgos reales importantes ―posibilitar a los americanos corrientes permanecer en sus hogares frente a las vicisitudes económicas―, mientras que se fue demasiado en la creación de productos financieros que aumentan el riesgo. Se ha gastado demasiada energía intentando hacer dinero fácil; se ha dedicado demasiado esfuerzo a aumentar beneficios mientras que no se ha dedicado el suficiente para aumentar la verdadera salud, si la salud viene de la producción o de ideas nuevas. Hemos aprendido una lección dolorosa, tanto en la década de los treinta como ahora: la mano invisible a menudo parece invisible porque no existe. En el mejor de los casos, es más que una pequeña parálisis. En el peor, la persecución del propio interés ―la codicia empresarial― puede conducir al tipo de apuro a que hoy se enfrenta el país.
AUTOR: JOSEPH STIGLITZ,PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001
FUENTE:REBELION.ORG-WWW.SINPERMISO.INFO, DANIEL ESCRIBANO

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