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martes, 30 de septiembre de 2008

ANATOMIA DE UNA CRISIS

Salir de la debacle financiera en la que estamos inmersos actualmente requiere entender cómo caímos en ella en primer lugar. La causa fundamental, según personas como John McCain, fue la codicia y la corrupción en Wall Street. Aunque no soy nadie para negar la existencia de este tipo de motivos básicos, insistiría en que la crisis tiene sus raíces en decisiones políticas clave que se remontan a décadas atrás.

En Estados Unidos, hubo dos decisiones clave. La primera, en los años 1970, desreguló las comisiones que se les pagaban a los agentes de bolsa. La segunda, en los años 1990, eliminó las restricciones de la Ley Glass-Steagall a la combinación de banca comercial y banca de inversión. En los días de las comisiones fijas, los bancos de inversión podían llevar una vida confortable registrando operaciones de bolsa. La desregulación trajo aparejados competencia y menores márgenes. La eliminación de Glass-Steagall entonces les permitió a los bancos comerciales involucrarse en los otros cotos tradicionales de los bancos de inversión.

En respuesta, los bancos de inversión se lanzaron a nuevos negocios como la creación y distribución de complejos instrumentos derivados. Pidieron dinero prestado y lo pusieron a trabajar para sustentar su rentabilidad. Esto dio lugar a las primeras causas de la crisis: el modelo de creación y distribución de securitización y el uso extensivo del apalancamiento.

Es importante observar que estas fueron consecuencias no buscadas de decisiones políticas esencialmente sensatas. En igualdad de condiciones, la desregulación les permitió a los pequeños inversores comercializar acciones de manera más económica, lo que los volvió más ricos. Pero otras cosas no eran iguales. En particular, el hecho de que los bancos de inversión, que fueron lanzados a actividades más riesgosas por estos cambios de políticas, estuvieran completamente fuera de la red regulatoria fue una receta para el desastre.

De la misma manera, eliminar la Ley Glass-Steagall fue esencialmente sensato. Los conglomerados les permiten a las instituciones financieras diversificar sus negocios, y la asociación con bancos comerciales les permite a los bancos de inversión financiar sus operaciones utilizando depósitos relativamente estables en lugar de mercados de dinero volubles. Este modelo ha demostrado su viabilidad en Europa durante siglos y sus ventajas son evidentes en Estados Unidos, incluso ahora con la compra de Merrill Lynch por parte de Bank of America.

Pero la conglomeratización lleva tiempo. En el corto plazo, a Merrill, al igual que a otros bancos de inversión, se le permitió duplicar sus apuestas. Siguió estando enteramente fuera del alcance de los reguladores. Por ser una entidad autónoma, en aquel momento era vulnerable a los vaivenes del mercado. Hacía falta que una crisis lo suficientemente grande como para amenazar a todo el sistema financiero precipitara la inevitable conglomeratización.

El otro elemento en la crisis fue el conjunto de políticas que dio lugar a los desequilibrios globales. La administración Bush recortó los impuestos. La Fed redujo las tasas de interés en respuesta a la recesión de 2001. La innovación financiera, mientras tanto, funcionó para hacer que el crédito fuera aún más barato y más accesible. Esta, por supuesto, es sólo la historia de las hipotecas de alto riesgo con otro disfraz. El resultado fue un mayor gasto estadounidense y la caída de los ahorros moderados de los hogares en terreno negativo.

De igual importancia fue el ascenso de China y la caída de la inversión en Asia tras la crisis financiera de 1997-1998. Con un ahorro por parte de China de prácticamente el 50% de su PBI, todo ese dinero tenía que ir a alguna parte. Gran parte fue a para a los bonos del Tesoro de Estados Unidos y las obligaciones de Fannie Mae y Freddie Mac. Esto hizo aumentar el dólar y redujo el costo de pedir dinero prestado para los hogares estadounidenses, alentándolos a vivir más allá de sus medios. También creó un mercado más vigoroso para los títulos de Freddie y Fannie, alimentando la máquina de crear y distribuir.

Nuevamente, estos no fueron errores derivados directamente de una política equivocada. Sacar a mil millones de chinos de la pobreza es el acontecimiento único más importante de nuestras vidas. El hecho de que la Fed respondiera rápidamente impidió que la recesión de 2001 se agravara. Pero hubo consecuencias no intencionadas. La imposibilidad por parte de los reguladores norteamericanos de ajustar los estándares de capital y préstamo cuando los abundantes influjos de capital se combinaron con las políticas laxas de la Fed encendió un auge crediticio furioso. Que China no actuara más rápidamente para alentar un gasto interno superior, proporcional a sus mayores ingresos, echó combustible al fuego.

Ahora, un sector financiero inflado se ve obligado a achicarse. Algunos resultados, como el matrimonio de Bank of America y Merrill Lynch, son más felices que otros, como la quiebra de Lehman Brothers. Pero, como sea, habrá reducción de tamaño. Los bancos centrales extranjeros están sufriendo pérdidas de capital por sus inversiones precipitadas. Mientras absorben sus pérdidas en el tesoro de Estados Unidos y los valores de agencia, los flujos de capital hacia Estados Unidos disminuirán. El déficit de cuenta corriente de Estados Unidos y el excedente asiático se achicarán. Los hogares norteamericanos tendrán que empezar a ahorrar otra vez.

La única anomalía es que el dólar se fortaleció en las últimas semanas. Ahora que Estados Unidos ya no es visto como un proveedor de activos financieros de alta calidad, uno esperaría que el dólar se hubiera debilitado. La fortaleza del dólar refleja la reacción de reflejo rotuliano de los inversores que se metieron en los bonos del Tesoro de EU como un refugio seguro. Vale la pena recordar que lo mismo sucedió en agosto de 2007, cuando estalló la crisis de las hipotecas de alto riesgo. Pero una vez que los inversores tomaron conciencia de la magnitud de los problemas financieros de Estados Unidos, la prisa para ingresar en bonos del Tesoro cedió y el dólar reanudó su caída. Ahora, mientras los inversores analizan la magnitud de los problemas financieros de Estados Unidos, volveremos a ver cómo el dólar reanuda su caída.

Resaltar la ambición y la corrupción como causas de la crisis lleva a una prognosis sombría. No vamos a cambiar la naturaleza humana. No podemos hacer que los inversores sean menos ambiciosos. Pero un énfasis en las decisiones políticas sugiere una perspectiva más optimista. Las consecuencias no deseadas no siempre pueden impedirse. Los errores de políticas tal vez no siempre sean evitables. Pero por lo menos se pueden corregir. Eso, sin embargo, primero exige analizar más profundamente las causas fundamentales del problema.
AUTOR:Barry Eichengreen es profesor de Economía en la Universidad de California, Berkeley.
FUENTE:PROJECT SYNDICATE.ORG

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Para arreglar la economía de EEUU, no necesitamos un rescate que salve a los ricos, sino uno que los espabile

"Lo que estamos presenciando," anunciaba la semana pasada el Washington Post en su portada, "puede ser la mayor destrucción de riqueza financiera que jamás haya visto el mundo".

El actual derrumbe de Wall Street está ocasionando todo tipo de comparaciones históricas desalentadoras. Pero muy pocos analistas parecen haberse percatado de otra coincidencia histórica igualmente fascinante: esta "gran destrucción" de riqueza a la que estamos asistiendo hoy sigue a tres décadas de un proceso de concentración de riqueza sin igual, años que han visto a los más ricos de EEUU doblar la parte que se llevan de la riqueza nacional.

¿Sería posible que estos dos fenómenos estuviesen, de alguna forma, relacionados? Y si es así, un rescate financiero de Wall Street que ignore que la distribución de ingresos en América se concentra en las clases altas ¿puede realmente restaurar la seguridad económica del estadounidense medio?

Esta semana, por los corredores del Congreso, los activistas más progresistas van a trabajar para ampliar el debate sobre el rescate que el descomunal colapso de Wall Street ha convertido en una urgencia. Van a presionar a los legisladores para que vayan a por los de arriba. Cuentan con que van a encontrarse con una audiencia mucho más receptiva de lo que se podían haber imaginado hace sólo unas semanas.

La asombrosa rapidez y la magnitud del derrumbe de Wall Street ha dejado a muchos observadores convencidos de que las siempre crecientes remuneraciones de la plana mayor de EEUU se han convertido en una contribución importante de todo aquello que nos afecta económicamente.

Incluso los economistas de tendencia conservadora se lamentan de las consecuencias de lo que ha sido una retribución demasiado generosa para quienes están en la cima de la industria financiera. Como escribía la semana pasada el economista Robert Samuelson, enormes "recompensas inmediatas" para la crema de Wall Street, "les cegó ante los peligros a largo plazo" inherentes a los tremendos riesgos que estaban corriendo – con el dinero de otros.

Pero décadas de concentración de riqueza han tenido consecuencias que se adentran más y más en las raíces de la actual crisis de Wall Street. Dicha concentración sirvió para espolear en EEUU la burbuja inmobiliaria que acaba de estallar. En las zonas próximas al metro a lo largo de todos los EEUU, los precios de las casas crecieron mucho más rápido en aquellas áreas donde los ingresos y la riqueza se habían acumulado más intensamente.

Las burbujas de activos como la oleada especulativa del mercado inmobiliario aparecen de forma natural en sociedades extremadamente desiguales. La desigualdad siempre ha desatado dinámicas que hacen de la especulación algo inevitable. Allí donde la riqueza se escurre hacia los de arriba, el ciudadano medio tiene menos que gastar. Los ricos, en cambio, tienen menos razones para depositar su riqueza en inversiones productivas de la economía "real", sencillamente porqué las personas normales no pueden permitirse comprar lo que sea que esa inversión vaya a producir.

Pero los grandes y ricos magnates tienen que hacer algo con sus dólares. Después de todo, no les quedaría otra alternativa que consumirlo personalmente. Así pues, ¿qué ocurre con los dólares que los ricos no pueden gastarse y no pueden invertir productivamente? Pues los ricos los meten en actividades especulativas.

Claro que la concentración de riqueza en la parte alta de la distribución de la renta no sólo proporciona a los ricos aún más riqueza. Obtienen también más poder, más peso e influencia en la esfera política. Durante las últimas décadas, los ricos estadounidenses han traducido ese poder en bombardeos electorales y presiones a las instituciones que han desvirtuado la regulación gubernamental a favor de los consumidores o de los propietarios de una vivienda.

Los emisores de hipotecas estadounidenses, liberados del control regulador, pudieron equivocadamente ofrecen préstamos subprime (de baja calidad, N. del T.) a altos tipos de interés a millones de familias estadounidenses. Esas familias, por su parte, poco más podían hacer que firmar en la línea de puntos. En unos EEUU profundamente desiguales, con los trabajadores llevándose a casa una históricamente pequeña parte de la renta nacional, muy pocas familias estaban en condiciones de cumplir los requisitos para una hipoteca normal.

En resumen, fue la desigualdad la que cocinó el actual desmorone de Wall Street. Cualquier intento serio de acabar con esta situación – y prevenir otras similares – debe reconocer el papel jugado por la desigualdad.

Los analistas progresistas y los activistas han empezado a acribillar el Capitol Hill con este mensaje. Están poniendo sobre la mesa una amplia gama de propuestas diseñadas para hacer de cualquier paquete de rescate legislativo un trampolín para lograr un EEUU más igualitario.

Para empezar, indica el director de Essential Action Robert Weissman, los estadounidenses necesitan estar alerta ante llamadas demasiado genéricas a llevar a cabo "reformas" e insistir en propuestas concretas que, por ejemplo, vayan a "imponer restricciones a las remuneraciones máximas de altos cargos y ejecutivos".

¿Qué forma pueden tomar dichas restricciones? El economista progresista Dean Baker, codirector del Center for Economic and Policy Research en Washington, D.C., pide "un límite absoluto de 2 millones de dólares como remuneración total para cualquier ejecutivo de cualquier empresa", cifra después de impuestos.

"Restringir las remuneraciones en Wall Street será increíblemente importante para revertir el modelo de generación de desigualdades que se ha desarrollado durante las últimas tres décadas", comenta Baker, quién destaca que "los arreglos para remuneraciones exorbitantes en Wall Street" han "distorsionado la estructura de pagos de toda la economía".

El Institute for Policy Studies, un think tank de activistas también de Washington, propone requerir a las empresas que deseen beneficiarse del rescate que no paguen a sus altos ejecutivos más de 25 veces lo que estén recibiendo sus trabajadores peor pagados. "Las acciones del Gobierno deberían dar prioridad para proteger a la gente de a pie y a la economía productiva real", señala Chuck Collins, director del Program on Inequality and the Common Good del Instituto, "y no premiar aún más a los super ricos y a los sectores especulativos de la economía".

En definitiva, añade Collins, los legisladores deberían poner en marcha un recargo a los impuestos pagados por las rentas más altas de América. "Los 50.000 hogares con ingresos anuales por encima de los 5 millones de dólares", señala, "son los mayores beneficiarios de los 25 años de desregulación de Wall Street".

¿Quiénes van a ser los mayores beneficiarios de la economía durante los próximos 25 años? Las decisiones sobre el rescate financiero que el Congreso va a tomar esta semana van a jugar un papel clave para conocer la respuesta.
AUTOR:Sam Pizzigati es investigador del Institute for Policy Studies en la John Hopkins University, Baltimore, EEUU.

FUENTE:SINPERMISO

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LA MONEDA, EL CREDITO Y EL CAPITAL FINANCIERO

"Todas las monedas son símbolos, y su peso o composición no tiene mayor importancia. Lo que de hecho importa es el nombre o el poder de quien la emite". Mitchell Innes, What is money, Banking Law Journal 1913, mayo, p. 32

Para sorpresa de los ideólogos, los Estados Unidos acaban de dar una clase, corta, sintética y brillante, sobre la naturaleza del capitalismo y sobre el funcionamiento de sus mercados. Con pocas palabras, el gobierno norteamericano anunció, en esta última semana, la estatización de las dos mayores empresas de financiamiento hipotecario de los Estados Unidos – la Fannie Mae y la Freddie Mac – creadas por el Estado norteamericano, en 1938 y 1970, y después privatizadas, con el objetivo de disminuir los gastos públicos y aumentar la competencia sectorial. Al anunciar su decisión, el secretario del Tesoro norteamericano prometió inyectar hasta 200 mil millones de dólares de los contribuyentes, en las dos empresas que controlan la mitad del mercado de las hipotecas en los Estados Unidos, estimado en 12 billones de dólares. Pero no es sólo esto: en los últimos meses, la Fed (Reserva Federal) financió la compra del Bear Stearns por el J.P. Morgan; creó una nueva línea de financiamiento para firmas externas del sector bancario; y puso a sus "inspectores" a controlar los bancos de inversión. Mientras tanto el Congreso norteamericano aprobaba, el pasado 30 de julio, la Ley para la "Recuperación de la Economía y el Sector Inmobiliario", y discutía una nueva reglamentación rigurosa y detallada del mercado financiero norteamericano, Y ahora, más recientemente, el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, propuso directamente la creación de una nueva agencia estatal de análisis de riesgo de las empresas privadas. O sea, de todos lados está llegando la misma señal: como dice el diario Financial Times: " en el conflicto perenne entre la política y el mercado, no hay duda, que en este momento, la política está ganando". (1)

En cuanto a esto, los analistas económicos se estrujan la cabeza hace más de un año, sin conseguir explicar la naturaleza, la extensión y el futuro de la crisis hipotecaria norteamericana. Tal vez porque todos comparten, de una forma u otra, la misma tesis del Financial Times: la idea equivocada de que existe un "conflicto perenne" entre la Política y el Mercado. A pesar de que la historia de la formación de los mercados y del capitalismo, apunte en la dirección opuesta, de una solidaridad esencial y originaria entre el poder, el mercado y los capitales privados. Una historia que comienza a mediados del Siglo XIV, con el poder arbitrario de los príncipes que definían de forma soberana el valor de los tributos que tenían que ser pagados por sus súbditos, y al mismo tiempo, definían el valor de la moneda que acuñaban para el pago de sus propios tributos. Asimismo cuando circulaban otras monedas y títulos privados, dentro de su "principado", ellos siempre eran referidos, en última instancia, al valor de la moneda soberana. Este "circuito" inicial se complicó con la expansión de las guerras y la necesidad de los príncipes a recurrir al endeudamiento, creando la deuda pública negociada por los comerciantes-banqueros, en un mercado cada vez más extenso de títulos y monedas. Fue así que nació el capital financiero a través del señoreaje entre las monedas y títulos de las unidades soberanas del mundo Medieval.

El paso siguiente de esta historia ocurrió en los Siglos XVII y XVIII, con el nacimiento de los primeros estados nacionales, y con la "revolución financiera" que cambió el rostro del capitalismo europeo. Esta revolución comenzó en Holanda, en el siglo XVII y se completó en Inglaterra en el Siglo XVIII. Los dos países centralizaron sus sistemas de tributación y crearon bancos públicos responsables de la administración conjunta de la deuda soberana, en la forma de un bono del Estado, y de la deuda privada, en la forma de letras de cambio, que se transforman en la base de un sistema de crédito cada vez más elástico, creativo y diversificado, aunque siempre referido, en última instancia, a la moneda de cuenta nacional. Y no hay duda que la fusión entre esta nueva finanza holandesa e inglesa, a partir de 1689, tuvo un papel decisivo en el fortalecimiento de la victoria colonial de Inglaterra y en la proyección internacional de la moneda inglesa, la Libra, que fue hegemónica en todo el mundo hasta su "casi-fusión" con el Dólar norteamericano, durante el Siglo XX. En una especie de sucesión de "hereditaria", que partió de Holanda y de Inglaterra y se prolongó en los Estados Unidos, manteniendo la supremacía monetario-financiera anglo-sajona, incuestionable durante los cuatro siglos de historia de este sistema mundial, que fue creado a partir de la expansión política y económica de Europa.

Durante el período en que la "moneda internacional" tuvo una base metálica, la Libra y el Dólar también tuvieron una restricción financiera intraspasable, impuesta por la necesidad del equilibrio del Balance de Pagos del país emisor de la moneda de referencia. Pero después del fin del Sistema de Bretton Woods, en 1973, esta restricción desapareció con el nuevo sistema monetario internacional "dólar-flexible", que no tiene ningún tipo de patrón metálico de referencia. En este sentido, se puede decir que hubo una nueva "revolución financiera" – en la década de 1980 – que provocó una especia de retorno a los orígenes de la relación entre el poder, la moneda y el crédito. Los Estados Unidos volvieron a definir, de manera soberana y aislada, el valor de su moneda, pese a que ella ya era la moneda internacional, y también el valor de sus títulos de la deuda pública, no obstante de que ellos se habían transformado en la base de referencia de la propia moneda. Además de esto, el gobierno norteamericano desreguló sus mercados financieros, y con ello liberó la expansión casi infinitamente elástica del crédito, lejos del mundo de las mercancías y del "valor-trabajo", y limitado apenas por la capacidad de tributación y endeudamiento del propio Estado norteamericano, que todavía es un poder en expansión y que gana más poder con el fortalecimiento de su crédito internacional y de su capital financiero. En este sistema, por lo tanto, no existe un "conflicto perenne" entre la política y el mercado, como piensa la teoría económica convencional. Lo que existe y siempre existió es una "memorable alianza" entre el poder y las finanzas, que estuvo en el origen del capitalismo y del "milagro europeo", según Max Weber, y que sigue moviendo la frontera expansiva del sistema inter-estatal capitalista en este inicio del Siglo XXI.

Nota:

(1) Plender, J. en Financial Times, 21 de agosto de 2008
AUTOR:JOSE LUIS FIORI,PROFESOR DE ECONOMIA UNIVERSIDAD RIO JANEIRO
FUENTE:SINPERMISO.

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