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jueves, 15 de octubre de 2009
Borlaug y los banqueros
El reciente fallecimiento de Norman Borlaug nos brinda una ocasión oportuna para reflexionar sobre los valores básicos y nuestro sistema económico. Borlaug recibió el Premio Nobel por su trabajo en pos de una revolución verde, que salvó a cientos de millones de personas del hambre y cambió el paisaje económico mundial.
Antes de Borlaug, el planeta afrontaba la amenaza de una pesadilla malthusiana: una creciente población en el mundo en desarrollo y alimentos insuficientes para sostenerla. Piénsese en el trauma que habría sufrido un país como India si su población de 500 millones apenas hubiera podido alimentarse, al tiempo que se duplicaba. Antes de la revolución verde, el premio Nobel Gunnar Myrdal predecía un sombrío futuro para un continente asiático sumido en la pobreza. En lugar de ello, se ha convertido en un motor económico.
De manera similar, la renovada y bienvenida determinación de África de combatir el hambre debería ser un testimonio vivo del legado de Borlaug. El hecho de que la revolución verde nunca llegara al continente más pobre del mundo, donde la productividad agrícola es apenas un tercio de la de Asia, sugiere que hay allí amplio margen de mejora.
Por supuesto, la revolución verde puede resultar siendo sólo un respiro temporal. El aumento de los precios de los alimentos antes de la crisis financiera global sirvió de advertencia, así como la desaceleración del crecimiento de la productividad agrícola. Por ejemplo, el sector agrícola indio ha quedado a la retaguardia de su dinámica economía, viviendo a contrarreloj, ya que los niveles de agua superficial -de los que gran parte del país depende- están disminuyendo rápidamente.
No obstante, la muerte de Borlaug a los 95 años también es un recordatorio de cómo se ha torcido nuestro sistema de valores. Cuando Borlaug recibió la noticia de su premio, a las cuatro de la mañana, ya estaba trabajando en los campos mexicanos, en su incesante búsqueda por mejorar la productividad agrícola. No lo hacía por una enorme remuneración, sino por convicción y pasión por su trabajo.
Qué contraste entre Borlaug y los magos financieros de Wall Street que llevaron al mundo al borde de la ruina y argumentaban que debían recibir cuantiosas remuneraciones y compensaciones para estar motivados. Sin ninguna otra brújula, las estructuras de incentivos que adoptaron claramente los motivaron... no a introducir nuevos productos que mejoraran la vida de las personas o les ayudaran a manejar los riesgos que afrontaban, sino a poner en riesgo la economía global a fuerza de avidez y miopía. Sus innovaciones se centraron en encontrar formas de evitar las normativas contables y financieras creadas para asegurar la transparencia, la eficiencia y la estabilidad, y para prevenir la explotación de quienes contaban con menos información.
También hay un aspecto más profundo en este contraste: nuestras sociedades toleran las desigualdades porque se las ve como socialmente útiles; es el precio que pagamos por tener incentivos que motiven a las personas a actuar de manera que promuevan el bienestar social. La teoría económica neoclásica, que por un siglo ha predominado en Occidente, sostiene que la remuneración que recibe cada persona refleja su contribución social marginal, lo que aporta a la sociedad. Al hacer el bien se prospera, reza este argumento.
Sin embargo, Borlaug y nuestros banqueros refutan esa teoría. Si la teoría neoclásica fuera correcta, Borlaug habría estado entre los hombres más ricos del mundo, mientras que nuestros banqueros habrían hecho cola para las sopas de caridad.
Por supuesto, hay algo de verdad en la teoría neoclásica; si no fuera así, probablemente no habría sobrevivido tanto (aunque a menudo las malas ideas sobreviven bastante bien en el ámbito de la economía). No obstante, la economía simplista de los siglos XVIII y XIX, cuando surgieron las teorías neoclásicas, son completamente inadecuadas para las economías del siglo XXI. En las grandes corporaciones con frecuencia es difícil ponderar la contribución de una persona en específico. Estas organizaciones están llenas de problemas de representación: si bien se supone que quienes toman las decisiones (los directores) deben actuar en nombre de sus accionistas, tienen un enorme poder de acción para beneficiar sus propios intereses, y a menudo lo hacen.
Puede que los ejecutivos bancarios se hayan ido con cientos de millones de dólares en los bolsillos, pero todos los demás en nuestra sociedad -accionistas, tenedores de bonos, contribuyentes, propietarios de viviendas, trabajadores- padecemos las consecuencias. Con demasiada frecuencia, sus inversores son fondos de pensiones, que también afrontan un problema de representación, ya que sus directores toman decisiones en nombre de otros. En un mundo así, los intereses sociales y privados suelen diferir, como hemos visto con tanto dramatismo en esta crisis.
¿Cree realmente alguien que los directivos bancarios de EE UU se volvieron repentinamente tan productivos en comparación con los demás actores de la sociedad que merecen los enormes aumentos de sueldo que recibieron en los últimos años? ¿Cree alguien realmente que los altos ejecutivos de EE UU son más productivos que los de otros países donde las remuneraciones son más modestas?
Peor aún, en EE UU las opciones sobre acciones se convirtieron en una forma preferida de remuneración, a menudo por un valor mayor que el del salario del ejecutivo. Las opciones sobre acciones premian a los ejecutivos generosamente, incluso cuando las acciones aumentan debido a una burbuja de los precios, e incluso cuando las acciones de firmas comparables tienen mejor rendimiento. No es de sorprender que las opciones sobre acciones generen potentes incentivos para adoptar conductas poco previsoras y excesivamente arriesgadas, así como para la contabilidad creativa, que los ejecutivos de todos los sectores de la economía perfeccionaron con trucos y trampas extracontables.
Esos torcidos incentivos distorsionaron nuestra economía y nuestra sociedad. Confundieron los medios con los fines. Nuestro hinchado sector financiero creció hasta un punto que en EE UU representaba más del 40% de los beneficios de las empresas.
Sin embargo, los peores efectos han afectado a nuestro capital humano, nuestro recurso más precioso. Las absurdamente generosas remuneraciones del sector financiero hicieron que algunas de nuestras mejores mentes migraran al ámbito bancario. ¿Quién sabe cuántos Borlaugs habría habido entre quienes se vieron tentados por las riquezas de Wall Street y la City de Londres? Si perdimos aunque sea uno, nuestro mundo se volvió inconmensurablemente más pobre.
AUTOR :JOSEPH E. STIGLITZ ; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001
FUENTE : PROJECT SYNDICATE
Bienvenidos a la economía de EEUU, ese muerto viviente
El crédito lo es todo. Sin expansión del crédito no hay recuperación porque no hay mejora en la demanda agregada. Pero el crédito está retrocediendo. Los bancos han endurecido sus condiciones para otorgar préstamos y los potenciales deudores que sean solventes han desaparecido. Los préstamos bancarios han caído un 14% desde octubre de 2008. El crédito privado está de hecho cayendo en estos momentos a un 10,5% anual. La situación no está mejorando, sino yendo a peor.
En el Telegraph inglés:
“En EEUU, tanto el crédito bancario como el agregado de oferta monetaria M3 se han estado contrayendo a tasas comparables con las de la Gran Depresión desde principios de verano, aumentando el miedo a una segunda recesión en 2010 y la consecuente precipitación hacia una deflación en el mercado de la deuda…
“David Rosenberg, jefe de estrategia en Gluskin Sheff, ha expresado una preocupación parecida al comentar que durante las cuatro semanas anteriores al pasado 24 de agosto, el crédito bancario se hundió hasta un ritmo anual ‘épico’ de 9 por ciento, el agregado de oferta monetaria M2 se hundió el 12,2 por ciento y el M1 el 6,5 por ciento.
“’Por primera vez en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, tenemos a la vez deflación en el crédito, los salarios y las rentas, y eso desde nuestro punto de vista es una situación envenenada’, dijo. (Ambrose Evans-Pritchard, "US credit shrinks at Great Depression rate prompting fears of double-dip recession", UK Telegraph.)
Las ejecuciones de hipotecas, los impagos o los chanchullos están al orden del día. Las hipotecas se ejecutan a un ritmo de más de 300.000 por día, y subiendo. Una enorme acumulación de hipotecas “ocultas” se mantienen artificialmente fuera del mercado para sostener los precios. Ello generará un goteo de esas hipotecas puestas lentamente en el mercado que mantendrá deprimido el mercado de la vivienda durante toda una década. La gente que es propietaria de inmuebles no puede endeudarse por estar estos totalmente devaluados. Todo apunta a una depresión del gasto a largo plazo.
A las empresas les está resultando más difícil refinanciar sus deudas, los préstamos bancarios sufren ratios de morosidad históricos, y el mercado inmobiliario ha implosionado. La actual destrucción de crédito no tiene precedentes, es ya a gran escala y sigue creciendo. El agujero de capital es mayor que la FED (la Reserva Federal de EEUU) y mayor que el Tesoro. Es imposible cubrirlo solamente con una mayor liquidez.
De momento, el gobierno puede arreglárselas con el PIB con un estímulo de 800.000 millones de dólares, pero ¿qué ocurrirá cuando la voluntad política de seguir ampliando el déficit toque a su fin? ¿Qué ocurrirá cuando los inversores extranjeros pidan a la FED que deje de emitir cheques sin fondos?
En realidad, la FED no ha arreglado nada. Los bancos siguen con el agua al cuello, el producto ha batido su récord de caída y el paro sigue subiendo hacia el 10 por ciento. El plan de rescate de varios billones de dólares del presidente de la FED Ben Bernanke solamente ha servido para sostener un sistema frágil, y nada más. Los problemas económicos subyacentes siguen siendo los mismos. El planteamiento de la FED basado en la monetización (impresión de papel) ha relanzado las cotizaciones en bolsa, pero no ha hecho nada para estimular la economía. Eso es así porque las burbujas financieras tienen un impacto insignificante en la demanda agregada; no hay un efecto dominó. La economía real sigue con el encefalograma plano mientras Wall Street está de fiesta. El plan de Bernanke ha sido simplemente una operación de lavado de cara.
El gobierno no puede endeudarse indefinidamente. En algún momento el PIB tendrá que volver a depender del crecimiento salarial y del crédito. Dado el sesgo político e institucional en contra del trabajo (y la oposición a que los salarios crezcan con la productividad), la única forma de impulsar la economía es a través de la expansión del crédito. Y ahí está el problema. Los hogares han perdido cerca de 14 billones de dólares de riqueza desde que empezó la crisis y no están en condiciones de retomar el endeudamiento a los niveles anteriores a la crisis. Los consumidores están reduciendo el gasto y tratando de devolver sus préstamos. No tienen otro remedio.
Lo siguiente aparecía en Bloomberg News:
“Los estadounidenses siguen decididos a abstenerse de aumentar sus gastos incluso tras la mayor caída del consumo desde 1980, indicando su preocupación por la evolución de la economía en los próximos seis meses.
“Según una encuesta de Bloomberg News, solo un 8% de los adultos de EEUU planean incrementar el gasto familiar, casi un tercio va a gastar menos, y un 58% cuenta con ‘seguir igual’. Más de 3 de cada 4 entrevistados dijo que había recortado gastos el año pasado.
“Poniendo de manifiesto la austera actitud en la que se hallan de los consumidores, un 77% de los entrevistados dijeron que habían gastado menos el año pasado, un 59% dijeron que habían hecho un mayor esfuerzo para pagar sus deudas y un 48% destinó más dinero a ahorrar”.
El ahorro aumenta y el gasto cae. La economía se dirige hacia una depresión a largo plazo; la nueva “normalidad”. Los programas de prestidigitación de la FED y el elixir del estímulo de Obama no han alterado la previa tendencia a la baja. En todo caso, han puesto las cosas peores. Presten, si no, atención a las siguientes consideraciones de Janet Tavakoli, autora de “Dear Mr. Buffet”, cuando fue entrevistada por Max Keiser:
“En lo que se refiere a mi opinión, mi análisis es forzosamente sombrío. No es que sea agorera, simplemente presto atención a la evolución del dinero, y hasta el momento yo he acertado y el gobierno se ha equivocado. La situación es la siguiente. Estamos ante un mayor riesgo de colapso debido a una crisis deflacionaria de lo que lo estábamos en 2007. Después de ver el mayor esquema de Ponzi de la historia de los mercados de capital, hemos visto la mayor expansión monetaria y fiscal de la historia, pero ésta no ha funcionado. Los niveles de deuda de empresas y consumidores exceden la capacidad de pago total del sistema”. (Janet Tavakoli “On The Edge With Max Keiser”.)
La FED no ha hecho nada para reestructurar los mercados financieros así que los mismos problemas que acabaron con Lehman y empujaron a la economía global hacia una caída en picado, persisten todavía. Cuando el estímulo se agote y la FED termine de comprar los 1,25 billones de dólares de activos hipotecarios (de Fannie y Freddie) y los 300,000 millones de bonos del Tesoro, los tipos de interés volverán a subir, los precios de las casas volverán a caer y la economía volverá a hundirse. Bernanke se verá obligado a acudir de nuevo a las imprentas, la única esperanza para revertir la espiral deflacionista. Y ello disparará la nueva crisis: un pánico sobre el dólar.
Alice Schroeder comenta en un artículo de Bloomberg News:
“En todo el debate sobre si habrá inflación porque el Tesoro está imprimiendo demasiado dinero o si habrá deflación porqué no imprime el suficiente, hay un tipo de inflación que raramente se tiene en cuenta. Es la superinflación que vendría de una repentina devaluación de nuestra divisa. La moneda es como cualquier otra innovación financiera, una obligación garantizada por activos. Cuando esa obligación se percibe que ha aumentado mucho más de lo razonable según los activos que la soportan, en este caso el conjunto de la economía de un país, se forma una burbuja… Ahora mismo, la economía estadounidense vale menos que el valor implícito en el precio de mercado de sus obligaciones”. (“Gold Tells You U.S. Bubble Hasn’t Popped Yet”, de Alice Schroeder, en Bloomberg.)
El sistema colapsó porqué estaba construido sobre la falsa premisa de que un sistema bancario opaco y desregulado podía generar una cantidad infinita de crédito sin la suficiente base de capital. Esto se ha constatado que es falso. El capitalismo requiere capital. Los billones de dólares en préstamos, complejos instrumentos de deuda, operaciones fuera de balance y contratos de derivados estaban todos apilados encima de un pírrico montón de capital, el cual, finalmente, colapsó bajo la presión de la deuda. Este sistema (basado en la conversión de hipotecas en títulos, o “titulación”), que fue el que armó el follón, no puede restaurarse. Precisaba de una divisa fuerte, de tipos de interés artificialmente bajos y de crédulos inversores que no fueran conscientes de los riesgos inherentes a los activos no líquidos. Esas condiciones ya no se dan, y lo cierto es que no se dieron más que durante un par de años. Y aun así, la FED sigue insuflando sangre en un cadáver con la esperanza de ver algún signo de vida. No es, pues, imposible que una crisis de proporciones todavía mayores esté en ciernes.
AUTOR : Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana CounterPunch.
FUENTE : SIN PERMISO
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