En los días finales de la campaña presidencial, muchos republicanos parecen haberse dado por vencidos. Pero eso no significa que estén descansando. Si quieren ver verdadero trabajo duro republicano, vean la energía que le pusieron a sacar por la puerta grandes porciones del rescate de 700 mil millones de dólares. En una reciente sesión de la comisión bancaria del Senado, el republicano Bob Corker estaba obsesionado con esta tarea y con una clara fecha límite en mente: la toma de posesión presidencial. “¿Cuánto crees que pueda gastarse de aquí al 20 de enero o algo así?” Le preguntó Corker a Neel Kashkari, el ex banquero de 35 años encargado del rescate.
Cuando los colonizadores europeos se dieron cuenta de que no tenían de otra más que entregar el poder a la población originaria del lugar, muchas veces se enfocaron en despojar a la tesorería local de su oro y llevarse el valioso ganado. Si eran realmente desagradables, como los portugueses en Mozambique a mediados de los años 70, vertían concreto por los huecos de los elevadores. La pandilla de Bush prefiere instrumentos burocráticos: subastas de “activos en riesgo” y el “programa de adquisición de acciones”. Pero no se vayan con la finta: la meta es la misma que la de los derrotados portugueses: un último frenético saqueo de la riqueza pública antes de entregar las llaves de la caja fuerte.
¿De qué otra manera serían lógicas las bizarras decisiones que han dominado la asignación del dinero del rescate? Cuando la administración de Bush anunció que inyectaría 250 mil millones de dólares a los bancos estadunidenses a cambio de acciones, el plan fue descrito por muchos como “nacionalización parcial”: una medida radical que se necesitaba para que los bancos comenzaran de nuevo a prestar dinero. De hecho, no ha habido ninguna nacionalización, parcial o no. Los contribuyentes no han adquirido un control significativo, razón por la cual los bancos pueden gastarse su inesperada ganancia como quieran (en bonificaciones, fusiones, ahorros…) y el gobierno no puede hacer otra cosa que rogar que utilicen una parte en préstamos.
Entonces, ¿cuál es el verdadero propósito del rescate? Me temo que es algo mucho más ambicioso que un regalo que se da una sola vez a los grandes negocios: este rescate está diseñado para seguir saqueando al Departamento del Tesoro durante años. Recuerden, la preocupación principal entre los grandes jugadores en el mercado, en específico los bancos, no es la falta de crédito sino los maltrechos precios de sus acciones. Los inversionistas han perdido la confianza en la honestidad de los bancos, y con razón. Aquí es donde el capital del Departamento del Tesoro rinde frutos.
Al comprar acciones en estas instituciones, el Departamento del Tesoro lanza el mensaje al mercado de que son una apuesta segura. ¿Por qué segura? Porque el gobierno no puede darse el lujo de que fracase. Si estas compañías se meten en problemas, los inversionistas pueden suponer que el gobierno seguirá encontrando más dinero, ya que permitir que se derrumben significaría perder sus primeras inversiones de capital (nomás miren a AIG). Esa atadura del interés público a las compañías privadas es el verdadero propósito del plan de rescate: el secretario del Tesoro Henry Paulson le está entregando a todas las compañías que son admitidas en el programa –que podrían ser miles– una implícita garantía del Departamento de Tesoro. Para inversionistas asustadizos en busca de lugares seguros para meter su dinero, estos acuerdos de capital serán aún más reconfortantes que una calificación Triple A de Moody’s.
Un seguro como ese no tiene precio. Pero para los bancos, la mejor parte es que el gobierno les paga –en algunos casos miles de millones de dólares– por aceptar su aprobación. Para los contribuyentes, en cambio, todo el plan es muy riesgoso, y podría costarle significativamente más que la idea original de Paulson de comprar 700 mil millones de dólares en deuda tóxica. Ahora los contribuyentes no solamente están enganchados por las deudas sino, podría decirse, por el destino de cada empresa que les vende capital.
Resulta interesante que tanto Fannie Mae y Freddie Mac disfrutaron de este tipo de garantía tácita. Durante décadas el mercado comprendió que, debido a que estos jugadores privados estaban enredados con el gobierno, el Tío Sam siempre saldría al rescate. Era el peor de todos los mundos. No sólo se privatizaban las ganancias mientras los riesgos se socializaban, sino que además el respaldo gubernamental implícito creaba poderosos incentivos para hacer imprudentes inversiones.
Ahora, con el nuevo programa de adquisición de acciones, Paulson tomó el desacreditado modelo de Fannie y Freddie y lo aplicó a una enorme franja de la industria bancaria privada. Y una vez más, no hay razón alguna para rehuir de apuestas riesgosas: sobre todo ya que el Departamento del Tesoro no le ha exigido a los bancos que dejen los instrumentos financieros de alto riesgo a cambio de los dólares de los contribuyentes.
Para documentar nuestro optimismo, el gobierno federal también reveló ilimitadas garantías públicas para muchas cuentas de depósito bancarias. Ah, y por si esto no fuera suficiente, el Departamento del Tesoro promueve que los bancos se fusionen entre sí, asegurándose así de que las únicas instituciones que queden en pie sean “demasiado grandes como para fracasar”. Se le está diciendo, de tres maneras distintas, al mercado fuerte y claro que Washington no permitirá que las instituciones financieras del país se responsabilicen de las consecuencias de su comportamiento. Puede ser que ésta sea la innovación más creativa de Bush: el capitalismo sin riesgos.
Hay un atisbo de esperanza. En respuesta a la pregunta del senador Corker, al Departamento del Tesoro se le dificulta distribuir los fondos del rescate. Pidió cerca de 350 mil millones de los 700 mil millones de dólares, pero la mayor parte de éstos todavía no sale por la puerta. Mientras tanto, cada día queda más claro que el rescate fue promovido de manera fraudulenta. Nunca consistió en conseguir que los préstamos fluyeran. Siempre en convertir el Estado en una gigantesca compañía de seguros para Wall Street: una red de seguridad para la gente que menos lo necesita, subsidiado por la gente que más lo necesita.
Esta grotesca duplicidad es una oportunidad. Quien sea que gane la elección del 4 de noviembre tendrá una enorme autoridad moral. Puede ser utilizada para hacer un llamado a frenar la distribución de los fondos del rescate, no después de la toma de posesión sino ahora mismo. Todas las acuerdos deben ser renegociados inmediatamente, y que esta vez sea el pueblo el que obtenga las garantías.
Es riesgoso, claro, interrumpir el rescate. Al mercado no lo gustará. Nada podría ser más riesgoso, sin embargo, que permitir que la pandilla de Bush le dé este regalo de despedida a los grandes negocios, el regalo del que continuaría tomando.
AUTOR: NAOMI KLEIN
FUENTE:LA JORNADA.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008
Algunos errores sobre la crisis
La crisis no empieza siendo una crisis financiera que luego se traslada a la "economía real", sino al revés. La causa de la crisis no es el subconsumo.
Un artículo difundido recientemente en algunos medios de información de izquierdas lleva por título: “Nos sobran analistas, nos faltan activistas”. Pero si nos sobran analistas es porque éstos repiten en realidad los mismos análisis. Cada análisis se sigue de unos principios distintos, y de ellos se sigue también un programa político distinto, y una táctica política distinta. Pero el problema no es tanto que falten activistas, como que los análisis sean o no acertados, pues de análisis erróneos se siguen programas políticos erróneos, con lo que sobrarían también activistas guiados por ellos. Este artículo trata de advertir sobre algunos de estos análisis erroneos, desde la teoría marxista. Como dice el profesor de economía Rolando Astarita: “Algo que he visto a lo largo de mi militancia es que, por ejemplo, un trabajador que entendió que tenía que ir a la Plaza del No contra Menem, el día de mañana podía ser kirchnerista. Pero un trabajador que entendió la plusvalía, que adquirió conciencia de qué es la explotación del capital, no pasa más del otro lado de la barrera ideológica” (entrevista a Rolando Astarita en el libro “Las izquierdas en la política argentina”).
Este artículo está dividido en dos partes. En la primera se critican algunos aspectos de la explicación dominante de la crisis, que se filtran en cierta medida en las explicaciones de la izquierda (capitalista); en la segunda se critica la explicación, basada en la teoría del subconsumo, compartida por la doctrina keynesiana (y, hoy día, decir keynesiano es casi lo mismo que decir “de izquierdas”, y viceversa), y por algunos marxistas. Nos dejamos algunos aspectos en el tintero: el amplio tema del neoliberalismo y, en particular, de la desrregulación financiera. Para una explicación histórico-económica del neoliberalismo en términos marxistas, remitimos a la excelente obra de Gerard Duménil y Dominique Lévy, recientementa traducida: “Crisis y salida de la crisis. Orden y desorden neoliberales”, Fondo de Cultura Económica, 2007; para una explicación detallada de la desrregulación financiera, y de la proliferación de la ingeniería financiera promovida por ella, remitimos al artículo de Rolando Astarita: “Sobre la crisis financiera (I): Sobre los mecanismos de control de los mercados financieros” (http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo966).
1. La crisis no empieza siendo una crisis financiera, que luego se traslada a la “economía real”, sino al revés.
La explicación oficial de la crisis difundida por los medios de comunicación dominantes comienza diciendo que la causa de la crisis ha sido la “codicia” de unos pocos especuladores. Pero el fin que mueve a los agentes capitalistas en general, y no sólo a “algunos”, es la búsqueda de beneficio, y no la “codicia”. La búsqueda del beneficio es una causa, junto con otras, fundamental de las crisis, en tanto que aquella es consustancial al capitalismo y las crisis también lo son. La búsqueda del beneficio no es algo ajeno al capitalismo, que algunos introducen en él de vez en cuando, produciendo las crisis.
Pero el aspecto fundamental de la explicación dominante no se presenta siquiera como tal, sino que se da por supuesto. Se da por supuesto que la crisis ha comenzado siendo una crisis financiera, y, con el pretendido fin de evitar su contagio a la “economía real”, se aplican medidas de rescate del sector financiero.
Todos sabemos que ha habido un exceso de crédito, que las entidades financieras se han volcado masivamente a la concesión de créditos hipotecarios para la compra de viviendas, y para el consumo en general. Según la explicación dominante, la crisis financiera se ha producido cuando muchos de los prestatarios se han revelado insolventes.
Pero miremos las cosas desde otra perspectiva, o completemos la visión unilateral y falsa, por tanto, que ofrece la explicación dominante. En primer lugar, si ha habido tantos insolventes ha sido porque éstos no han podido seguir pagando sus hipotecas conforme los intereses subían (junto con la inflación), bien porque sus salarios no han acompañado a dichas subidas, bien porque han perdido sus empleos, directamente. Pero los bajos salarios y el aumento del desempleo son, en último término, efectos de la crisis. Es decir: si la economía estuviera creciendo a un ritmo, digamos, adecuado (para responder al crédito), que hubiera permitido un aumento del empleo y los salarios, no se habría producido la crisis financiera. Sin embargo, los medios fijan nuestra atención en el aspecto financiero de la crisis, en la caída de las acciones de las entidades financieras, en vez de en el aumento del desempleo y en la bajada de los salarios, que son consecuencia de la crisis de la “economía real”.
Se viene a decir que la causa de la crisis ha sido el exceso de crédito. Pero, ¿con respecto a qué se produce el exceso de crédito? Con respecto al crecimiento de la economía. La causa de la crisis no es, entonces, el exceso de crédito, sino la falta de un crecimiento correspondiente de la economía. El exceso de crédito es efecto, y no causa, de la crisis.
Pero la crisis ya estaba ahí desde 2001. Tras la crisis de los 70 y principios de los 80, el capitalismo ha vivido un período de crecimiento desde mediados de los 80 hasta finales de los 90. Cuando la burbuja bursátil de las .com estalló, la FED bajó drásticamente los tipos de interés, con lo que dio un respiro a la economía mundial. Las entidades financieras se lanzaron entonces al mercado hipotecario y al sector de la construcción. De esta forma se postergó la crisis, pero la crisis ya estaba ahí.
Culpando de la crisis a los excesos del sistema financiero se trata de exculpar al sistema capitalista. Esta maniobra no es nueva: el fascismo y el nazismo ya culparon de la crisis de los 30 a la “plutocracia” o al “capitalismo financiero”, identificándolo con los judíos.
2. La causa de la crisis no es el subconsumo.
Pasamos ahora a una explicación de la crisis compartida tanto por la izquierda capitalista como por algunos marxistas. Unos y otros se basan en la teoría subconsumista. Muchos artículos aparecidos últimamente en medios de información de izquierdas comparten esta teoría. La teoría del subconsumo, aunque errónea, tiene al menos la virtud de tratar de ir a las causas del problema.
La teoría del subconsumo tiene una larga tradición que se remonta a Sismondi y Malthus, pasando por Hobson hasta llegar a Keynes y algunos marxistas como Luxemburgo, Baran y Sweezy, por ejemplo. Podemos exponer brevemente la lógica fundamental de esta teoría. La idea general es simple (baso la exposición en Anwar Shaikh, “Valor, acumulación y crisis”): Si los trabajadores sólo reciben como salario el equivalente a una parte del valor del producto (nos referimos al producto social total), entonces sólo podrán comprar una parte del producto, lo que conduce al subconsumo (o a la sobreproducción). Las versiones más vulgares de la teoría se detienen aquí. Pero prosigamos: la otra parte del valor del producto serría comprada por los capitalistas, con su ganancia. Dicho ésto, parece que el problema está resuelto. Sin embargo, podría estarlo para el caso de lo que Marx denomina la reproducción simple, es decir, para el caso en que el capital no se acrecienta y la economía no crece, es decir, para el caso en que todo el beneficio es consumido por los capitalistas, que no dedican nada a la inversión. Pero si los capitalistas no consumen todo su beneficio e invierten una parte, entonces topamos finalmente con el problema del subconsumo. Para la teoría del subconsumo, el problema es, por tanto, la inversión. Llegamos así a una paradoja: la teoría del subconsumo podría explicar las crisis, si se entendiera por crisis la falta total de inversión y, por tanto, de crecimiento de la economía. Pero, si esta teoría fuera cierta, la economía capitalista no podría crecer, con lo que las economías capitalistas no habrían crecido a lo largo de su historia. Pero el crecimiento económico capitalista es un hecho histórico (aunque también lo es que este crecimiento pasa por fases de auge y de retroceso, y que las fases de auge son cada vez más limitadas). En conclusión: la teoría del subconsumo explica la crisis ¡al precio de dejar sin explicar el crecimiento, es decir, al precio de concluir que la economía capitalista se encuentra en una crisis perpetua!
No hace falta ir muy lejos para encontrar la solución a la contradicción planteada por las teorías del subconsumo: la solución está en aquello que para la teoría subconsumista constituye precisamente la causa del subconsumo, es decir, en la propia inversión. La inversión se materializa en más capital constante (equipos, materias primas, etc.) y en más trabajadores, destinados a ampliar la producción. Esta inversión acrecentada es la que sirve para realizar la producción anterior, fruto de una inversión acrecentada con respecto a la anterior, y así sucesivamente. En palabras de Shaikh: “Lo que muestran los ejemplos de Marx [se refiere a los esquemas de reproducción] es que, si los capitalistas realizaran la cantidad apropiada de inversión, ciertamente podrían vender su producto y obtener las ganancias esperadas. Si este éxito los estimula a invertir una vez más, en espera de ganancias aun mayores, una vez más obtendrán su recompensa, y así sucesivamente. Entretanto el consumo aumentaría debido al empleo creciente y a la creciente riqueza de los capitalistas”. Por ello la economía capitalista debe crecer necesariamente, aunque a ritmos mayores o menores. Así pues, el problema no es la inversión, sino la falta de inversión, y la inversión depende de la tasa de beneficio. Puede decirse, para terminar, que el problema de la teoría del subconsumo es que no tiene en cuenta el tiempo.
Sobre la actual crisis financiera se oye decir con frecuencia que el problema ha sido que hemos estado gastando más de lo que teníamos, es decir, más de lo que habíamos producido, gracias a un crédito excesivo. Este tópico es falso, al menos en un sentido: siempre que la economía crezca, porque lo haga la inversión, gastamos más de lo ya producido, porque la producción actual, acrecentada, es mayor que la producción pasada. Por otro lado, el crédito siempre es excesivo con respecto a la producción actual, precisamente en la medida en que presupone una producción futura acrecentada, y un mayor beneficio; porque, si la economía no creciera: ¿de dónde saldría el dinero para pagar los intereses? El problema ocurre cuando la economía no crece en la medida de lo previsto. Así como la inversión acrecentada debe servir, no sólo para pagar el crédito, sino los intereses, también debe servir para consumir el producto creado por una inversión anterior, normalmente menor. Por ello, las crisis se explican, no por un subconsumo congénito debido a la inversión, sino, al contrario, por una falta de inversión, debida a un descenso de la tasa de beneficio.
La teoría del subconsumo sirve de fundamento a la doctrina keynesiana de la crisis, pero no a la teoría de Marx (dejamos la explicación marxista de la crisis para otro artículo). Asímismo, esta teoría sirve de base a las políticas keynesianas, que no sirven para salir de la crisis, sino para paliar y prevenir sus efectos sobre la clase asalariada (ésto lo explicamos en un artículo anterior: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=73563) y, con ello, tratar de evitar que ésta se movilice contra el sistema capitalista y su Estado. El propio Keynes dijo: “Puedo estar influído por lo que me parece ser justicia y buen sentido, pero la guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. Pero el marxismo no pretende un “capitalismo más justo”, porque entiende que ésto no es posible a la larga, sino destruir el sistema capitalista y construir el socialismo.
Sin embargo, estos días pueden leerse multitud de artículos en diversos medios de información de izquierdas, algunos de ellos escritos desde el marxismo, que ofrecen explicaciones de la crisis basadas en la teoría del subconsumo. Esta teoría puede servir, quizás, para explicar de forma simple la crisis (aunque resulte errónea, e incluso absurda, como hemos visto), pero no tiene nada que ver con la explicación marxista de la crisis, y hay que tener cuidado con el precio de esta simplificación. Porque si, según estas explicaciones erroneas, el problema es el subconsumo, bastaría (supuestamente) con volver a las recetas keynesianas redistributivas (aumento del gasto social, básicamente) con la ilusa pretensión de construir un capitalismo más justo. Pero no es ésta la solución, porque no es aquel el problema. Si las cosas se ponen difíciles para el capitalismo, ya se encargará la socialdemocracia de reeditar las políticas keynesianas, y ya lo está haciendo, en cierta medida. Por otro lado, el liberalismo puede dar nuevamente paso al fascismo, y ya lo está haciendo también, en medida creciente.
Obviamente, no se debe dejar de defender, también desde el marxismo, lo poco que queda del Estado de bienestar: sería un grave error no hacerlo. Pero también sería un grave error limitarse a ello. El marxismo tiene otro programa, y no hay mejor momento para darlo a conocer que los tiempos de crisis.
AUTOR:ALFREDO TORRADO
FUENTE:KAOS EN LA RED.
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