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viernes, 6 de noviembre de 2009
El Estado de Bienestar no es un problema, es la solución
Existe un consenso casi generalizado por parte de las instituciones internacionales, desde el Fondo Monetario Internacional a la Comisión Europea, de que es necesario continuar el estímulo económico, pues la economía mundial está todavía en baja forma. El punto de discusión no es, entonces, estímulo o no, sino el tipo de estímulo.
Las dos alternativas que se han propuesto son bajar los impuestos o aumentar el gasto público, aún cuando ambas alternativas signifiquen mantener o aumentar el déficit del estado. Durante este periodo de gran recesión, ha habido también consenso (con excepciones, como es el caso del Partido Popular en España) en que deben flexibilizarse las reglas del Pacto de Estabilidad, para poder aumentar el déficit público, el cual ha crecido en todos los países de la OCDE (el club de países ricos). La razón de que haya consenso en que la recuperación económica requiera un incremento del déficit público se debe al entendimiento de que, en un momento de debilidad del consumo privado, es necesario aumentar el consumo público, incluso a costa de aumentar el déficit público.
Menos consenso hay en cuanto al porcentaje del déficit público sobre el PIB que debiera permitirse y la rapidez de reducción del mismo una vez aparezcan los síntomas de recuperación. Y la otra área donde tampoco hay consenso es en si el efecto estimulante de la economía es mayor cuando se bajan los impuestos (como creen los conservadores y liberales) o cuando se aumenta la inversión pública. En la UE se ha hecho mayor hincapié en la reducción de impuestos; y en EEUU se ha dado prioridad al aumento del gasto público.
La evidencia muestra que mientras las dos alternativas activan la economía, la reducción de impuestos tiene, por lo general, menor impacto estimulante, y ello como consecuencia de que las familias están tan endeudadas que utilizan los fondos obtenidos a base de la reducción fiscal para pagar sus deudas, más que para consumir y estimular la demanda. En realidad, la subida del ahorro, que se ha considerado erróneamente como un signo de recuperación, no es más que el deseo de acumular fondos para poder pagar sus deudas en un momento de grave crisis y endeudamiento. En EEUU se sabe que dos terceras partes de los fondos originados por los recortes fiscales del Presidente Bush fueron a pagar las deudas. La evidencia existente apunta, pues, hacia el incremento del gasto público como la mejor manera de estimular la economía.
Ahora bien, dentro del gasto público, la pregunta que debiéramos hacernos es: ¿qué tipo de gasto público es el más estimulante? Y la respuesta a esta pregunta la conocemos ya, pues la evidencia acumulada en EEUU y también en España es que, en un momento de gran recesión y elevado desempleo, la mejor manera de estimular la economía es creando empleo. ¿Pero dónde crear empleo? La respuesta en EEUU, que da el equipo económico encargado del estímulo económico de la Administración Obama, dirigido por el Vicepresidente Biden, es crearlo donde se necesita más y donde pueda crearse empleo más rápidamente. Y ahí el estado del bienestar juega un papel clave, pues es la dimensión del estado donde debiera crearse más empleo. Esta observación es particularmente relevante para España, donde el porcentaje de la población adulta que trabaja en los servicios públicos del estado del bienestar (sanidad, educación, escuelas de infancias, servicios domiciliarios, servicios sociales, vivienda social y otros), es el más bajo de la UE-15 (ver sección Estado del Bienestar, en mi blog www.vnavarro.org). Pero esta inversión en los servicios del estado del bienestar es tan importante, no sólo para crear empleo, sino también para aumentar la productividad del país.
En España, cuando se habla del estado del bienestar como inversión (y no sólo como consumo), se piensa inmediatamente en educación e investigación y desarrollo. Este entendimiento ha alcanzado un nivel de dogma. Pero es enormemente reduccionista. Hay otras dimensiones del estado del bienestar, además de educación, que son inversiones, incluyendo la protección social. De ahí que, en EEUU, la administración Obama, (que ha enfatizado la vía de gasto público -con un crecimiento de tal gasto equivalente al 5% del PIB-, como manera de estimular la economía) se ha centrado en la creación de empleo en las áreas sociales (y también en las nuevas energías verdes). Esta estrategia traduce también una visión de los servicios del estado del bienestar como inversión y no sólo como consumo.
En España, el estímulo económico ha sido menor, alcanzando un 2% del PIB, un porcentaje bajo (aunque en el resto de la UE ha sido incluso menor). Pero más preocupante que el bajo porcentaje del estímulo es que sólo una parte pequeña de este estímulo se ha dedicado directamente a crear empleo. Los 8.000 millones de euros destinados a las administraciones locales han sido una inversión en la creación de empleo (se han creado directa e indirectamente 421.000 puestos de trabajo), lo cual es positivo, pero insuficiente. Se deberían gastar unos porcentajes mucho mayores del PIB en este tipo de inversiones, incluso a costa de incrementar el déficit. Se está dando excesiva importancia al objetivo de reducir el déficit. Tal reducción retrasará enormemente la recuperación económica. Intentar que los déficits se reduzcan al 3% del PIB en tres o cuatro años es una receta de suicidio económico. En este momento de enorme crisis hay que aumentar el gasto público en crear empleo y corregir el enorme déficit social de España, invirtiendo en su protección social, incluyendo servicios públicos al estado del bienestar.
La famosa flexiguridad de los países nórdicos (de clara tradición socialdemócrata) se basa precisamente en una extensa protección social –transferencias y servicios públicos- que da seguridad al trabajador. El promedio de gasto en protección social en aquellos países es un 32% del PIB. En España es sólo un 20% del PIB. La flexibilidad laboral necesaria para la eficiencia económica no se conseguirá, como la patronal y la banca (incluyendo el gobernador del Banco de España) están reclamando mediante la desregulación de los mercados de trabajo que se caracterizan por su escasa protección social. Inseguridad no crea flexibilidad. Crea miedo y resistencia. De ahí que, para conseguir flexibilidad, se requiera una mayor inversión en protección social, alternativa no considerada por aquellos agentes e instituciones. Se está ignorando, en los círculos económicos del país, que la productividad en un país y su eficiencia económica dependen en gran manera de su cohesión social. Incluso el informe Davos (el Vaticano del pensamiento liberal) sobre la competitividad señala a los países nórdicos como unos de los países más eficientes y competitivos en Europa, pero sus seguidores en España parecen todavía no entenderlo. Considero sorprendente que en la reciente reunión de los ex Ministros de Economía y Hacienda, para discutir como salir de la crisis, ninguno de ellos acentuó este aspecto clave, viendo el gasto social más como un consumo que como lo que es, una inversión.
AUTOR : Vicenç Navarro
FUENTE : EL PLURAL
¿Llegó la hora de poner fin a la globalización?
El actual desplome global, el peor desde la Gran Depresión de hace 70 años, vino a remachar el último clavo en el ataúd de la globalización. Ya asediada por unos hechos que mostraban el incremento de la pobreza y de la desigualdad cuando los países más pobres experimentaron poco o ningún crecimiento económico, la globalización se ha visto terminalmente desacreditada en los dos últimos años, cuando el proceso, anunciado a bombo y platillo, de la interdependencia financiera y comercial invirtió su marcha para convertirse en correa de transmisión, no de prosperidad, sino de crisis y colapso económicos.
Fin de una era
En sus respuestas a la actual crisis económica, los gobiernos hablan con la boca pequeña de coordinación global, pero impulsan programas separados de estímulo económico para revitalizar sus mercados nacionales. Al hacerlo, los gobiernos pospusieron el crecimiento orientado a la exportación, motor principal de tantas economías, aun rindiendo el tributo de rigor a la promoción de la liberalización comercial como medio de contrarrestar el desplome global concluyendo la Ronda Doha de negociaciones comerciales bajo los auspicios de la Organización Mundial de Comercio.
Se reconoce cada vez más que no hay posibilidad de regresar a un mundo centralmente dependiente del gasto ilimitado de los consumidores norteamericanos, puesto que éstos se hallan en la bancarrota y nadie se apresta a ocupar su lugar.
Además, ya sea mediante acuerdos internacionales o unilateralmente ejecutadas por gobiernos nacionales, es lo más seguro que se imponga un rimero de restricciones al capital financiero, la desembridad movilidad del cual ha sido el percutor de la presente crisis.
Sin embargo, el discurso intelectual todavía no ha mostrado demasiados signos de ruptura con la ortodoxia. El neoliberalismo, con su énfasis en el libre comercio, la primacía de la empresa privada y un papel minimalista del Estado, sigue siendo la lengua franca de los fabricantes de políticas.
Los críticos del fundamentalismo de mercado que pertenecen al establishment, incluidas luminarias como los Premios Nobel Joseph Stigitz y Paul Krugman, se han enmarañado en interminables debates sobre el grado de duración que deben tener los programas de estímulos y sobre si el Estado debería mantener su presencia intervencionista en la industria automotriz y en el sector financiero, o, si, una vez lograda la estabilización, debería devolver las compañías y los bancos al sector privado. Además, algunos, como el propio Stiglitz, siguen creyendo en lo que lo que ellos perciben como beneficios económicos de la globalización, a condición de mitigar sus costes sociales.
Pero las tendencias en curso están desbordando a toda velocidad tanto a los ideólogos de la globalización neoliberal como a muchos de sus críticos, y desarrollos impensables hace unos pocos años van cobrando vida. "La integración de la economía mundial se halla en práctico retroceso por doquiera", escribe The Economist. Aunque la revista observa que las corporaciones empresariales siguen creyendo en la eficacia de las cadenas de oferta global, "como cualquier cadena, éstas son tan fuertes como su eslabón más débil. El momento peligroso llegará cuando las empresas decidan que este modo de organizar la producción ha llegado a su fin".
La "desglobalización", un término que The Economist me atribuye, es un desarrollo que la revista, el primer bastión mundial de la ideología del libre mercado, contempla como negativo. Sin embargo, yo creo que la desglobalización es una oportunidad. En efecto, mis colegas de Focus on the Global South y yo fuimos los primeros en proponer la desglobalización como un paradigma general para reemplazar a la globalización neoliberal. Y lo hicimos hace una década, cuando las tensiones, las presiones y las contradicciones que ésta ha traído consigo se hicieron dolorosamente evidentes.
Elaborado como una alternativa sobre todo para los países en desarrollo, el paradigma de la desglobalización no deja de ser pertinente para las economías capitalistas centrales.
Los 11 pilares de la alternativa
El paradigma de la desglobalización tiene 11 puntos clave:
1. La producción para el mercado interior tiene que volver a ser el centro de gravedad de la economía, antes que la producción para los mercados de exportación.
2. El principio de subsidiariedad debería respetarse como un tesoro en la vida económica promoviendo la producción de bienes a escala comunitaria y a escala nacional, si ello puede hacerse a coste razonable, a fin de preservar la comunidad.
3. La política comercial -es decir, cupos y aranceles- tiene que servir para proteger a la economía local de la destrucción inducida por mercancías subsidiadas por grandes las corporaciones con precios artificialmente bajos.
4. La política industrial -incluidos subsidios, aranceles y comercio- tendría que servir para revitalizar y robustecer al sector manufacturero.
5. Unas medidas, inveteradamente pospuestas, de redistribución equitativa del ingreso y de redistribución de la tierra (incluida una reforma del suelo urbano) podrían crear un mercado interno vigoroso que serviría de ancla de la economía y generaría los recursos financieros locales para la inversión.
6. Restar importancia al crecimiento, dar importancia a la mejora de la calidad de vida y maximizar la equidad reducirá el desequilibrio medioambiental.
7. Hay que propiciar el desarrollo y la difusión de tecnología que se compadezca bien con el medio ambiente, tanto en la agricultura como en la industria.
8. Las decisiones económicas estratégicas no pueden abandonarse ni al mercado ni a los tecnócratas. En cambio, hay que aumentar el radio de alcance de la toma democrática de decisiones en la vida económica, hasta que todas las cuestiones vitales (como qué industrias desarrollar o condenar, qué proporción del presupuesto público hay que dedicar a la agricultura, etc.) estén sujetas a la discusión y a la elección democráticas.
9. La sociedad civil tiene que controlar y supervisar constantemente al sector privado y al Estado, un proceso que debería institucionalizarse.
10. El complejo institucional de la propiedad debería transformarse en una "economía mixta" que incluyera cooperativas comunitarias, empresas privadas y empresas estatales y excluyera a las corporaciones transnacionales.
11. Las instituciones globales centralizadas, como el FMI y el Banco Mundial, deberían ser substituidas por instituciones regionales fundadas, no en el libre comercio y la libre movilidad de capitales, sino en principios de cooperación que, para usar las palabras de Hugo Chávez en su descripción de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), "transcienda la lógica del capitalismo".
Del culto a la eficiencia a la economía eficaz
El propósito del paradigma de la desglobalización es superar la economía de la eficiencia estrecha, cuyo único criterio clave es la reducción del coste por unidad, por no hablar de la desestabilización social y ecológica que el proceso inducido por el respecto supersticioso de ese criterio trtae consigo. Es superar un sistema de cálculo económico que, por decirlo con palabras de John Maynard Keynes, "convierte todo el comportamiento vital ... en una suerte de paradójica pesadilla de contables". Una economía eficaz, en cambio, robustece la solidaridad social subordinando las operaciones del mercado a los valores de equidad, justicia y comunidad y ensanchando la esfera del proceso de toma democrática de decisiones. Para servirnos del lenguaje del gran pensador húngaro Karl Polanyi en su libro La gran transformación, la desglobalización monta tanto como "reincrustar" la economía en la sociedad, en vez de dejar a la sociedad abandonada al control de la economía.
El paradigma de la desglobalización sostiene también que un modelo extremistamente unidimensional, como el neoliberalismo o como el socialismo burocrático centralizado, es disfuncional y desestabilizador. En cambio, habría que esperar e incentivar la diversidad, como en la naturaleza. La teoría económica alternativa tiene principios compartidos, y esos principios han aparecido ya substancialmente en la lucha contra y en la reflexión crítica sobre el fracaso del capitalismo y del socialismo centralizados.
Sin embargo, la articulación concreta de esos principios -los más importantes de los cuales acaban de ser mencionados- dependerá de los valores, de los ritmos y de las elecciones estratégicas de cada sociedad.
El pedigrí de la desglobalización
Aunque pueda sonar radical, lo cierto es que la desglobalización no es ninguna novedad. Su pedigrí incluye los escritos del eminente economista británico Keynes, quien, en el momento culminante de la Gran Depresión, se avilantó a dejar esto dicho: "No deseamos... estar a merced de fuerzas mundiales que generan, o tratan de generar, algún equilibrio uniforme, de acuerdo con principios de capitalismo de laissez faire". En efecto, proseguía, para "un abanico crecientemente extendido de productos industriales, y tal vez también agrícolas, se me ha hecho dudoso que el coste económico de la autosuficiencia sea lo bastante grande como para contrarrestar las otras ventajas dimanantes de reunir gradualmente al productor y al consumidor en el ámbito de la misma organización nacional, económica y financiera. Se acumula la experiencia probatoria de que el grueso de los procesos de la moderna producción en masa pueden ejecutarse en la mayoría de los países y en la mayoría de los climas con una eficiencia prácticamente idéntica".
Y con palabras que suenan muy contemporáneas, concluía Keynes: "Yo simpatizo... más con quienes querrían minimizar que con quienes querrían maximizar la urdimbre de imbricación económica entre las naciones. Las ideas, el saber, el arte, la hospitalidad, los viajes; todas esas cosas deberían, por su propia naturaleza, ser internacionales. Pero dejemos que los bienes se hagan en casa cuando ello sea razonable y convenientemente posible; y sobre todo, dejemos que las finanzas sean prioritariamente nacionales."
AUTOR : WALDEN BELLO; profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.
FUENTE :SIN PERMISO
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