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domingo, 22 de noviembre de 2009

Obama encadenado


Resulta difícil para los observadores internacionales de Estados Unidos entender la parálisis política que aqueja al país, y que amenaza seriamente la capacidad de Estados Unidos de resolver sus problemas internos y contribuir a la solución de los problemas internacionales. La crisis de gobernancia de Estados Unidos es la peor de la historia moderna. Es más, probablemente empeore en los próximos años.

Las dificultades que está teniendo el presidente Barack Obama a la hora de sancionar su programa básico, ya sea en atención sanitaria, cambio climático o reforma financiera, son difíciles de entender a primera vista. Después de todo, personalmente es popular, y su Partido Demócrata cuenta con mayorías abrumadoras en ambas cámaras del Congreso. Sin embargo, su agenda está estancada y las divisiones ideológicas del país se están volviendo cada más profundas.

Entre los demócratas, la tasa de aprobación de Obama a principios de noviembre era del 84%, comparado con apenas el 18% entre los republicanos. El 58% de los demócratas creía que el país estaba encaminado en la dirección correcta, comparado con el 9% de los republicanos. Sólo el 18% de los demócratas respaldaban el envío de 40.000 tropas adicionales a Afganistán, mientras que el 57% de los republicanos respaldaba un mayor envío de tropas. De hecho, una mayoría importante de los demócratas, el 60%, estaba a favor de una reducción de las tropas en Afganistán, comparado con apenas el 26% de los republicanos. En todas estas cuestiones, un grupo intermedio de independientes (ni demócratas ni republicanos) estaba dividido de manera más pareja.

Parte de la causa de estas enormes divergencias de opinión es que Estados Unidos es una sociedad cada vez más polarizada. Las divisiones políticas se han ampliado entre los ricos y los pobres, entre los grupos étnicos (blancos no hispanos versus norteamericanos negros e hispanos), en todas las afiliaciones religiosas, entre nativos e inmigrantes y a lo largo de otras líneas divisorias sociales. La política norteamericana se ha vuelto venenosa a medida que empezó a cundir la idea, especialmente en la elocuente extrema derecha, de que la política gubernamental es una lucha de "suma cero" entre los diferentes grupos sociales y la política.

Es más, el propio proceso político está quebrado. El Senado hoy opera en base a una regla informal de que los opositores intentarán matar una propuesta legislativa apelando al "filibusterismo" -una táctica procesal para impedir que la propuesta se someta a votación-. Para superar el filibusterismo, quienes respaldan la propuesta deben reunir 60 de 100 votos, en lugar de una simple mayoría. Esto ha resultado imposible en políticas controversiales -como las reducciones vinculantes de emisiones de carbono- aún cuando una mayoría simple respalda la legislación.

Una crisis igualmente profunda surge del papel que juega el dinero en la política. El lobby puertas adentro de las corporaciones poderosas hoy domina las negociaciones sobre determinación de políticas, de las cuales el público queda excluido. Los principales actores, entre ellos Wall Street, las compañías automovilísticas, la industria de la atención médica, la industria de armamentos y el sector inmobiliario, le han hecho un gran daño a Estados Unidos y a la economía mundial en la última década. Muchos observadores consideran el proceso de lobby como una suerte de corrupción legalizada, en la que enormes cantidades de dinero cambian de manos, muchas veces en la forma de financiación de campaña, a cambio de políticas específicas y votos.


Finalmente, la parálisis política en torno al presupuesto federal de Estados Unidos puede estar desempeñando el mayor papel de todos en la incipiente crisis de gobernancia de Estados Unidos. La población norteamericana se opone rabiosamente a pagar mayores impuestos; sin embargo, el nivel tributario (aproximadamente el 18% del ingreso nacional) no es suficiente para pagar las funciones medulares del gobierno. En consecuencia, el gobierno norteamericano hoy no puede ofrecer de manera adecuada servicios públicos básicos, como una infraestructura moderna (trenes rápidos, mejor tratamiento de los residuos, banda ancha), energía renovable para combatir el cambio climático, escuelas decentes y financiación de la atención sanitaria para quienes no pueden pagarla.


La poderosa resistencia a mayores impuestos, conjugada con una creciente lista de necesidades urgentes incumplidas, ha llevado a un mal desempeño crónico del gobierno de Estados Unidos y a un nivel cada vez más peligroso de déficits presupuestarios y deuda gubernamental. Este año, el déficit presupuestario se ubica en un récord de tiempos de paz de aproximadamente el 10% del PBI, muy superior al de otros países de altos ingresos.


Obama hasta el momento parece incapaz de quebrar este callejón sin salida fiscal. Para ganar la elección de 2008, prometió que no aumentaría los impuestos a ningún hogar con ingresos inferiores a 250.000 dólares anuales. Esa promesa de no aumentar los impuestos, y las actitudes públicas que llevaron a Obama a formularla, obstaculizan toda política razonable.

Existe escaso "despilfarro" que se pueda recortar del gasto doméstico y, en cambio, muchas áreas en las que se necesita aumentar el gasto público. Un mayor gravamen a los ricos, si bien justificado, no está ni cerca de solucionar la crisis de déficit. Estados Unidos, por cierto, necesita un impuesto al valor agregado, que se aplica ampliamente en Europa, pero el propio Obama descartó por completo ese tipo de aumento impositivo durante la campaña electoral.

Estos factores paralizantes podrían intensificarse en los próximos años. Los déficits presupuestarios podrían seguir impidiendo toda acción positiva en áreas de necesidad crítica. Las divisiones respecto de las guerras en Irak y Afganistán podrían seguir obstaculizando un cambio de política decisivo, como un retiro de fuerzas. El deseo de los republicanos de derrotar a los demócratas podría llevarlos a utilizar toda maniobra a su alcance para bloquear votos y demorar las reformas legislativas.

Para quebrar esta dinámica hará falta un cambio importante de rumbo. Estados Unidos debe marcharse de Irak y Afganistán, lo que permitiría ahorrar 150.000 millones de dólares por año para otros propósitos y reducir las tensiones causadas por la ocupación militar. Estados Unidos tendrá que aumentar los impuestos para solventar nuevas iniciativas de gasto, especialmente en las áreas de la energía sustentable, el cambio climático, la educación y la asistencia a los pobres.

Para evitar una mayor polarización y parálisis de la política norteamericana, Obama debe hacer algo más para asegurar que todos los norteamericanos entiendan mejor la urgencia de los cambios que prometió. Sólo esos cambios -inclusive las reformas de las prácticas de lobby- pueden restablecer una gobernancia efectiva.

AUTOR : Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia.

Traducción de Claudia Martínez

FUENTE : Project Syndicate, 2009.
www.project-syndicate.org

Mundo desequilibrado




El objetivo principal de los viajes de los líderes del mundo por los distintos países es hacer gestos simbólicos. Nadie esperaba que el presidente Obama volviera de China con acuerdos importantes, sobre política económica o sobre cualquier otra cosa.

Pero es de esperar que cuando las cámaras no estaban rodando Obama y sus anfitriones tuvieran conversaciones francas sobre la actual política monetaria. Porque el problema de los desequilibrios en el comercio internacional está a punto de volverse considerablemente peor. Y se avecina un enfrentamiento posiblemente desagradable a menos que China enmiende la plana.

Más antecedentes: la mayoría de las divisas más importantes del mundo flotan unas respecto a otras. Es decir, sus valores relativos suben o bajan dependiendo de las fuerzas del mercado. Eso no significa necesariamente que los gobiernos sigan una política estricta de no intervención: los países a veces limitan las salidas de capital cuando se produce un ataque contra su divisa (como hizo Islandia el año pasado) o toman medidas para desincentivar las entradas de dinero caliente cuando temen que los especuladores amen sus economías demasiado y no sabiamente (que es lo que Brasil está haciendo ahora mismo). Pero en los tiempos que corren, la mayoría de los países tratan de mantener el valor de su moneda en consonancia con los fundamentos económicos a largo plazo.

China es la gran excepción. A pesar de los enormes superávit comerciales y el deseo de muchos inversores de colocar su dinero en esta economía en rápida expansión -fuerzas que deberían haber revalorizado el renminbi, la divisa china-, las autoridades chinas han mantenido su moneda persistentemente débil. Y básicamente lo han hecho intercambiando renminbis por dólares, que han acumulado en cantidades ingentes.

Y en los últimos meses, China ha llevado a cabo el equivalente de una devaluación para empobrecer al vecino, manteniendo fijo el tipo de cambio yuan-dólar a pesar de que el dólar ha caído drásticamente frente a otras divisas importantes. Esto ha dado a los exportadores chinos una ventaja competitiva cada vez mayor frente a sus rivales, especialmente respecto a los productores de otros países en vías de desarrollo.

Lo que hace que la política monetaria china sea especialmente problemática es la deprimida situación de la economía mundial. El dinero barato y el estímulo fiscal han evitado al parecer una segunda Gran Depresión. Pero los estrategas políticos no han sido capaces de generar suficiente gasto, público o privado, para mejorar el desempleo masivo. Y la política de China de mantener débil su moneda agrava el problema, ya que de hecho arrebata una muy necesaria demanda al resto del mundo y la desvía hacia los bolsillos de exportadores chinos artificialmente competitivos.

Pero, ¿por qué digo que la situación está a punto de volverse mucho peor? Porque a lo largo del año pasado la verdadera magnitud del problema chino ha quedado enmascarada por factores temporales. Mirando al futuro, podemos esperar un repentino aumento del superávit comercial chino y del déficit comercial de EE UU.

Ése es en todo caso el razonamiento que exponen en un informe Richard Baldwin y Daria Taglioni, del Graduate Institute de Ginebra. Señalan que los desequilibrios comerciales, tanto el superávit chino como el déficit estadounidense, han sido últimamente mucho menores de lo que eran hace unos años. Pero, sostienen que "estas mejoras de los desequilibrios mundiales son fundamentalmente ilusorias, un efecto secundario transitorio del mayor desplome del comercio que el mundo ha experimentado jamás".

En efecto, la caída en picado del comercio mundial pasará a los libros de los récords. Básicamente ha sido un reflejo del hecho de que el comercio moderno está dominado por las ventas de bienes manufacturados duraderos, y ante una severa crisis financiera y la incertidumbre asociada a ella, tanto los consumidores como las empresas han pospuesto la compra de todo lo que no fuera urgentemente necesario. ¿De qué manera ha reducido esto el déficit comercial estadounidense? Las importaciones de bienes como los automóviles cayeron en picado; pero como llegamos a la crisis importando mucho más de lo que exportábamos, el efecto neto ha sido un desfase comercial más reducido.

Pero ahora que la crisis financiera está amainando, se va invertir el proceso. El informe sobre el comercio estadounidense de la semana pasada mostraba un fuerte aumento del déficit comercial entre agosto y septiembre. Y habrá muchos más informes en esa misma línea.

Imagínense: un mes tras otro de titulares que yuxtaponen un repentino aumento de los déficit comerciales estadounidenses y de los superávit comerciales chinos con el sufrimiento de los trabajadores estadounidenses en paro. Si yo fuera el Gobierno chino, estaría muy preocupado ante esa perspectiva.

Por desgracia, los chinos no parecen enterarse; en lugar de enfrentarse a la necesidad de cambiar su política monetaria, le han tomado el gusto a sermonear a EE UU, diciéndole que suba los tipos de interés y reduzca los déficit fiscales, es decir, que empeore todavía más el problema del empleo.

Y tampoco estoy seguro de que la Administración de Obama se entere. Las declaraciones del Gobierno sobre la política monetaria china parecen pro forma, y no dan ninguna sensación de perentoriedad.

Eso tiene que cambiar. No estoy echándole en cara a Obama los banquetes ni las sesiones fotográficas; son parte de su trabajo. Pero más vale que entre bastidores esté advirtiendo a los chinos de que están jugando a un juego peligroso.

AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS