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miércoles, 25 de noviembre de 2009
Los fiscales contra Wall Street. Una bochornosa sentencia
Desafortunadamente, los legisladores tampoco lo están haciendo bien –la limitación a los bonus para los ejecutivos de la gran banca ya no funcionan y están a plena máquina de nuevo
Los banqueros de Goldman Sachs, como afirmó el director ejecutivo de esa compañía la semana pasada, están haciendo el “trabajo de dios”. Por estos días, dios debe de estar trabajando de extrañas maneras. Consideremos lo que sucedió unos pocos años atrás, justo antes de que explotase la burbuja en el mercado de los bonos garantizados con hipotecas subprime.
Los poderosos de Goldman Sachs vieron venir el estallido. A fines de 2006, esperando lo peor, comenzaron a “liquidar” su propio stock de activos subprime y, como detallaron los periódicos del grupo McClatchy este mes, apostaron secretamente contra los activos subprime en el mercado de swaps (N. de la T.: específicamente “credit default swaps”, un contrato en el que el comprador paga una prima al vendedor y a cambio recibe un pago si el activo financiero, en este caso -activos garantizados con hipotecas subprime- cae en mora).
Simultáneamente, los agentes de Goldman Sachs continuaban cobrando suculentas tarifas ayudando a sus clientes a comprar los mismos activos subprime que sabían que no tenían ningún futuro.
El catedrático del departamento de teología de tu universidad local puede no considerar este tipo de comportamiento de doble rasero como “el trabajo de dios”. Los profesores de tu escuela local podrían incluso cuestionarse si un comportamiento tan descarado podría ser considerado criminal.
La semana pasada, en una corte federal en Brooklyn, los jurados les dieron muy buenas noticias a los agentes de Wall Street preocupados por su responsabilidad criminal. Ellos absolvieron a dos administradores de fondos del fallido imperio bancario de Lehman Brothers de la demanda de haber estafado a sus clientes –por haberlos instado a mantener su dinero en fondos de inversión cuyas garantías sabían que estaban infestadas de hipotecas basura. (N. de la T.: de los cinco grandes bancos de inversión norteamericanos, Goldman Sachs y Morgan Stanley salieron bien parados, Merryll Lynch y Bear Stern pasaron a manos de bancos comerciales, mientras que Lehman Brothers quebró).
Esos clientes perdieron alrededor de 1,6 mil millones de dólares. De los dos acusados de Lehman Brothers, el de mayor rango en la institución, Ralph Cioffi, se llevó a casa la suma de 32 millones de dólares por administrar este dinero.
Con ese dinero, Cioffi, de 53 años, pudo contratar el mejor abogado que el dinero puede comprar, que hizo bien su trabajo. Pintaron una vívida imagen de los acusados como “chivos expiatorios” de la caída en picada de Wall Street. Al finalizar el juicio, los jurados terminaron viendo a Cioffi más como el “valiente capitán” de un barco naufragando que como un simple estafador.
Una mujer del jurado, en una entrevista después de la absolución, incluso llegó a decir que hubiera estado feliz de haber invertido dinero con los demandados –si lo hubiese tenido-.
Los jurados no sólo absolvieron a los acusados.
Lograron un veredicto a la velocidad de la luz: solo nueve horas. En un complicado caso de cuello blanco, los jurados normalmente deben tomarse cuatro o cinco días para examinar las pruebas.
A los fiscales federales les llevará bastante más tiempo curarse las heridas. En efecto, el sorpresivo desenlace del juicio –el primero contra altos ejecutivos de Wall Street desde la última crisis– podría significar que nadie irá a juicio jamás por haber cocinado los negocios que llevaron al desplome de la economía mundial.
Los fiscales federales, según coincidieron los noticieros la pasada semana, serán ahora “menos capaces de interponer cargos criminales contra los ejecutivos de Wall Street por su papel en la crisis financiera”.
En otras palabras, los estadounidenses ya no podrán contar con la amenaza de acusaciones criminales para amedrentar directamente a Wall Street.
Desafortunadamente, los estadounidenses tampoco parecen contar con la acción del parlamento.
La semana pasada, el presidente del comité de bancos del Senado, Chris Dodd, introdujo una reforma de la legislación financiera “radical y largamente demorada” por la que prometía proteger a “los consumidores y a nuestra economía como un todo de otra crisis como la que estamos padeciendo”.
La enmienda de Dodd producirá ciertamente algunos cambios “largamente demorados”. Un ejemplo: la legislación le quitará a los grandes bancos privados la autoridad para nombrar a dedo a los funcionarios que irán a los bancos regionales de la Reserva Federal.
“Es una locura”, afirmó Noam Scheiber de New Republic la semana pasada, “que las grandes firmas de Wall Street elijan a los directores de la Reserva Federal de Nueva York, que es a menudo su principal regulador”.
Pero la enmienda de Dodd toma una línea más dura sobre Wall Street que la legislación “admitida por la Casa Blanca” que ha surgido de la misma, y que deja cualquier intento de nueva regulación “radical” sobre Wall Street fuera de la agenda de este año.
Y la enmienda de Dodd, aun si fuese sancionada este año, no haría nada por limitar las enormes recompensas caídas del cielo que a modo de incentivos se les han dado a los miembros de Wall Street para comportarse temerariamente. Estas recompensas, como señaló la semana pasada el analista de Forbes Matthew Goldstein, condujeron a que los dos administradores de fondos de Bearn Stearns absueltos la semana pasada tuvieran esta conducta execrable.
Estos dos, dice Goldstein, no se han comportado nada diferente de lo que sus contrapartes de Wall Street. Todos ellos “son codiciosos por el dinero fácil que se extraía de la deuda garantizada, y otros activos, relacionados con las hipotecas subprime”.
Medio siglo atrás, los altos impuestos sobre las grandes rentas –la mayor tasa impositiva, aplicada a las rentas superiores a los 400.000 dólares, se mantuvo en el 91% por más de 20 años tras la segunda guerra mundial- efectivamente mantuvo la codicia por el “dinero fácil” bajo control. ¿Por qué molestarse especulando para hacer “dinero fácil” si, después de todo, los agentes impositivos no te permitirían conservarlo?
Durante un breve momento durante la pasada primavera, el Congreso pareció ansioso por analizar un tope similar para el “dinero fácil”. En marzo, como nos recuerda un informe reciente del Institute for Policy Studies, la Casa de Representantes propuso una enmienda que ponía un impuesto del 90% sobre los bonus para los ejecutivos de los bancos rescatados.
Esa enmienda ha desaparecido sin rastro –y los bonus bancarios han regresado rápidamente a los niveles previos a la recesión-. De hecho, como dice una recientemente publicada investigación del Financial News and Wealth Bulletin, los principales 20 bancos de los Estados Unidos y de Europa han reservado 224 mil millones de dólares para los pagos y bonus de 2009.
A esta tasa, Goldman Sachs, JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Citigroup, y las restantes 16 instituciones financieras que examinó esta investigación van a llenar los bolsillos de sus brillantes líderes con más de 300 mil millones de dólares en 2009; lo suficiente como para superar sus remuneraciones récord de toda su existencia.
“El trabajo de dios” nunca ha sido tan bien pagado.
AUTOR :Sam Pizzigatti
TRADUCCION Camila Vollenweider
FUENTE : SIN PERMISO
10 años después del fin de la Ley Glass-Steagall. Desregulación maníaca
Se cumplen hoy diez años desde que se aprobó la revocación de la Ley Glass-Steagall de 1933 y la legislación aneja. Es un aniversario que vale la pena reseñar por lo que nos enseña sobre la prevención de las crisis financieras, las consecuencias de la manía desregulatoria y el poder político sin control de las instituciones financieras.
La revocación de la Glass-Steagall eliminó la prohibición legal de combinación entre bancos comerciales, por una parte, y bancos de inversión y otros servicios financieros por otra. Las estrictas reglas de la Glass-Steagall tuvieron su origen en la respuesta del gobierno norteamericano a la Depresión, y reflejaban la experiencia aprendida de los graves peligros que suponía para los consumidores y el sistema financiero en su conjunto el permitir que gigantescas instituciones financieras combinasen la banca comercial con otras operaciones financieras.
La Glass-Steagall protegía a los depositantes e impedía que el sistema bancario corriera demasiados riesgos, definiendo la estructura del sector. Los bancos comerciales no podían mantener banca de inversión o filiales de seguros (ni filiales en actividades comerciales no financieras). No obstante, a medida que los bancos avizoraban los acrecentados beneficios de las actividades con mayores riesgos, comenzaron a romper en la década de 1970 los muros reguladores que se levantaban entre la banca comercial y otros servicios financieros. A partir de la década de 1980, y en respuesta al insistente martilleo de peticiones, los reguladores comenzaron a debilitar la estricta prohibición de la titularidad mixta.
Pese a los hercúleos esfuerzos de Wall Street a lo largo de los años 90, la Glass-Steagall siguió en vigor debido a las discrepancias entre los organismos intrasectoriales e intrarreguladores.
Posteriormente, en 1998, en un acto de desobediencia civil empresarial, Citicorp y Travelers Group anunciaron su fusión. Dicha combinación de empresas bancarias y de seguros era ilegal de acuerdo con la Ley de Conglomerados Bancarios (Bank Holding Company Act), pero quedó excusada debido a un vacío legal que dejaba un periodo de revisión de dos años para las propuestas de fusión. La fusión se estableció con la previsión de que se revocaría la Glass Steagall.
Los presidentes conjuntos de Citigroup, Sandy Weill dirigieron a un tropel de ejecutivos y cabilderos del sector que asolaron los pasillos del Congreso hasta llegar a un acuerdo. Pero a medida que la negociación del acuerdo sobre la ley llegaba a su fase final en otoño de 1999, había grandes temores de que toda la maniobra se viniera abajo (Reed afirma ahora que la revocación de la Glass-Steagall fue un error).
Robert Rubin se sumó a la brecha abierta. Tras haber dejado hacía poco su cargo de Secretario del Tesoro, Rubin se encontraba negociando en aquel entonces las condiciones de su siguiente empleo como ejecutivo sin cartera en el Citigroup, lo cual no era de dominio público. Haciendo alarde de la credibilidad ganada como parte de lo que los medios habían bautizado como "Comité para salvar al mundo" (formado por Rubin, el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y el Vicesecretario del Tesoro, Lawrence Summers, y así llamado por sus intervenciones para enfrentarse a la crisis financiera asiática de 1997), Rubin ayudó a cerrar el acuerdo final.
La Ley de Modernización de Servicios Financieros (Financial Services Modernization Act), también conocida como Ley Gramm-Leach-Bliley de 1999, revocó formalmente la Ley Glass-Steagall. En una larga lista de medidas desreguladoras grandes y pequeñas, la Gramm-Leach-Bliley fue la pieza que señalizaba la desregulación financiera.
La revocación de la Glass-Steagall tuvo muchos efectos directos importantes, pero el más importante consistió en cambiar la cultura de la banca comercial para emular el método de apuestas especulativas de alto riesgo propio de Wall Street.
"Se supone que los bancos comerciales no han de ser empresas de alto riesgo; se supone que han de gestionar de forma muy conservadora el dinero de otras personas", escribe el economista y Premio Nobel Joseph Stiglitz. "Una vez bien entendido esto es cuando el gobierno puede avenirse a pagar los platos rotos en caso de que fracasen. Los bancos de inversión, por otro lado, se han dedicado tradicionalmente a la gestión del dinero de los ricos, gente que puede correr riesgos mayores a fin de conseguir mayores rendimientos. Al revocar la Glass-Steagall, uniendo bancos de inversión y comerciales, la cultura de la banca de inversión llegó a lo más alto. Se produjo una exigencia de altos rendimientos del género de aquellos que sólo podían obtenerse mediante un elevado apalancamiento y corriendo grandes riesgos".
Esto constituye una parte muy importante de la historia que provocó la crisis financiera.
¿Qué lecciones cabría sacar del desastre de una década?
En primer lugar, la intuición clave de la Glass-Steagall residía en la necesidad de tratar la regulación desde el punto de vista de la estructura del sector. Los autores de la Glass-Steagall no se proponían establecer un sistema regulador que supervisara las empresas que combinaban la banca comercial y de inversión. Sencillamente prohibieron la combinación de dichas empresas. Para hacer limpieza del estropicio, precisamos estrategias que se centren en la estructura del sector -entendiendo por ello, sobre todo, que debemos disolver los grandes bancos-, así como una regulación más tradicional.
En segundo lugar, nos hace falta volver a algo más preciso que comprendió la Glass-Steagall: las instituciones depositarias respaldadas por el seguro de la protección federal no pueden participar en las arriesgadas apuestas especulativas del mundo de la banca de inversión (en particular, el problema de la Glass-Steagall es hoy peor de lo que era antes de la crisis financiera, tras la adquisición por parte de JP Morgan de Bear Stearns y después de que el Bank of America se hiciera con Merrill Lynch). Además, no sólo necesitamos restablecer la Glass-Steagall sino inculcar sus principios subyacentes a todo el programa de regulación financiera. Los bancos comerciales no deberían dedicarse al negocio de la especulación. Tienen ya trabajo concediendo créditos a la economía real y a eso es a lo que deberían dedicarse. Su labor no consiste en apostar con derivados y otros exóticos instrumentos financieros.
En tercer lugar, las gigantescas instituciones financieras ejercen demasiado, y ya sólo por esa razón es necesario desguazarlas.
En cuarto, nos hace falta una amplia reforma en el terreno del dinero y la política. Precisamos de financiación pública para las regulaciones del Congreso, en formas aún más contundentes respecto al cabildeo, y estrictas restricciones que cierren las puertas giratorias por las que se mueven quienes pasan de puestos de la administración a otros del sector.
Un año atrás, conforme se desarrollaba la crisis, parecía muy verosímil que se debatieran estas reformas en el Congreso. Hace tres meses, daba la impresión de que Wall Street había maniobrado con éxito para dejarlas fuera de juego. Pero se va asentando en el Congreso el reconocimiento de que las reformas reguladoras puestas sobre el tapete no consiguen enfrentarse a los problemas de tamaño y estructura del sector, y que puede que haya que pagar un precio político oneroso a causa de esa incapacidad. De repente, parece que el sentido común puede ser de nuevo políticamente viable.
AUTOR : Robert Weissman, abogado formado en Harvard, es presidente de Public Citizen, organización cívica fundada por Ralph Nader en 1971, y que bajo el lema "proteger la salud, la seguridad y la democracia", ejerce una labor de vigilancia crítica sobre los poderes públicos y los grupos de presión norteamericanos.
Traducción Lucas Antón
FUENTE : SIN PERMISO
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