Mostrando las entradas con la etiqueta 12/19/2009. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta 12/19/2009. Mostrar todas las entradas
sábado, 19 de diciembre de 2009
Desastre y negación
Cuando empecé a escribir para The Times, era ingenuo respecto a muchas cosas. Pero mi mayor error era éste: yo creía realmente que la gente influyente podía reaccionar ante las pruebas, que cambiarían de opinión si los acontecimientos refutaban por completo sus creencias.
Y, a decir verdad, sucede alguna que otra vez. He sido enormemente crítico con Alan Greenspan a lo largo de los años (desde mucho antes de que se pusiese de moda serlo), pero hay que reconocer el mérito del ex presidente de la Reserva Federal: ha admitido que estaba equivocado en cuanto a la capacidad de los mercados financieros de vigilarse a sí mismos.
Pero es un caso raro. Hasta qué punto es raro queda demostrado por lo que sucedió el viernes pasado en la Cámara de Representantes, cuando -con la catástrofe que ha desatado un sistema financiero desbocado aún fresca en nuestras mentes y el paro masivo que esa catástrofe ha provocado todavía claramente perceptible- todos y cada uno de los republicanos y 27 demócratas votaron en contra de un intento bastante tímido de refrenar los excesos de Wall Street.
Recordemos cómo nos metimos en el lío en que estamos. Estados Unidos salió de la Gran Depresión con un sistema bancario estrictamente regulado. La regulación funcionaba: el país se ha librado de crisis financieras importantes durante casi cuatro décadas tras la Segunda Guerra Mundial. Pero, a medida que desaparecía el recuerdo de la Depresión, los banqueros empezaron a impacientarse por las restricciones a que se enfrentaban. Y los políticos, cada vez más influidos por la ideología del libre mercado, se mostraban cada vez más dispuestos a darles a los banqueros lo que querían.
La primera gran oleada de liberalización se produjo durante la presidencia de Ronald Reagan y rápidamente desembocó en desastre, en la forma de la crisis de las cajas de ahorro de los años ochenta. Los contribuyentes terminaron pagando más del 2% del PIB, el equivalente a unos 300.000 millones de dólares actuales, para arreglar el desastre.
Pero los defensores de la liberalización no se inmutaron, y en la década que precedió a la crisis actual, los políticos de ambos partidos se tragaron la idea de que las restricciones de la era del New Deal que afectaban a los banqueros no eran más que burocracia sin sentido. En un memorable incidente en el año 2003, los principales reguladores bancarios posaron para la prensa utilizando tijeras de podar y una motosierra para cortar pilas de papel que representaban las regulaciones.
Y los banqueros -liberados tanto por la legislación que eliminaba las antiguas restricciones como por la actitud no intervencionista de los reguladores que no creían en la regulación- respondieron flexibilizando enormemente las normas de otorgamiento de préstamos. Las consecuencias fueron un estallido del crédito y una burbuja inmobiliaria monstruosa, seguidos por la peor recesión económica desde la Gran Depresión. Lo irónico es que las iniciativas para frenar la crisis requirieron la intervención gubernamental a una escala mucho mayor de la que habría sido necesaria para evitarla desde el principio: rescates gubernamentales de instituciones con problemas, préstamos a gran escala de la Reserva Federal para el sector privado, y así sucesivamente.
Teniendo en cuenta esta historia, a lo mejor esperaban que surgiese un consenso nacional a favor de restaurar una regulación financiera más efectiva, a fin de evitar una repetición de la jugada. Pues se habrían equivocado.
Háblenles a los conservadores de la crisis financiera y entrarán en un extraño universo alternativo en el que los burócratas del Gobierno, no los banqueros avariciosos, son los que provocaron la catástrofe. Es un universo en el que los organismos de préstamo respaldados por el Gobierno desencadenaron la crisis, aun cuando las entidades crediticias privadas son los que realmente concedieron la inmensa mayoría de los préstamos subpreferenciales. Es un universo en el que los reguladores coaccionaron a los banqueros para conceder préstamos a prestatarios insolventes, aunque sólo una de las 25 entidades crediticias más importantes que concedieron préstamos subpreferenciales estaba sujeta a las regulaciones en cuestión.
Ah, y los conservadores omiten sin más la catástrofe del sector inmobiliario comercial: en su universo, los únicos préstamos malos fueron aquellos concedidos a la gente pobre y a los miembros de los grupos minoritarios, porque los malos préstamos para promotores de centros comerciales y torres de oficinas no encajan en la historia.
En cierto sentido, el predominio de este relato es un reflejo del principio enunciado por Upton Sinclair: "Es difícil conseguir que un hombre comprenda algo cuando su salario depende de que no lo comprenda". Como han señalado los demócratas, tres días antes de que la Cámara votase sobre la reforma bancaria los dirigentes republicanos se reunían con más de cien cabilderos del sector financiero para coordinar estrategias. Pero también es un reflejo de hasta qué punto el Partido Republicano moderno está comprometido con una ideología insolvente, una que no le permite afrontar la realidad de lo que le ha sucedido a la economía estadounidense.
Así que está en manos de los demócratas y, más concretamente, puesto que la Cámara ha aprobado el proyecto de ley, en manos de los demócratas "centristas" del Senado. ¿Están dispuestos a aprender algo del desastre que se ha adueñado de la economía estadounidense, y a respaldar la reforma financiera?
Esperemos que sí. Porque una cosa está clara: si los políticos se niegan a aprender de la historia de la reciente crisis financiera, nos condenarán a todos a repetirla. -
AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS
Crepúsculo del capitalismo, nostalgias, herencias, barbaries y esperanzas a comienzos del siglo XXI
Desde el inicio de 2009 Ben Bernanke señalaba que antes del fin de ese año comenzarían a verse síntomas claros de superación de la crisis y hacia el mes de agosto anunció que "lo peor de la recesión ha quedado atrás". Antes de que estallara la bomba financiera en septiembre de 2008 Bernanke pronosticaba que dicho estallido nunca iba a ocurrir, y cuando finalmente ocurrió su nuevo pronóstico era que en poco tiempo llegaría la recuperación, ahora el Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos ha decidido no esperar más y le anuncia al mundo el comienzo del fin de la pesadilla.
No ha sido el único en hacerlo, una apabullante campaña mediática ha venido utilizando algunas señales aisladas para imponer esa idea. Así fue como el renacimiento de la burbuja bursátil global desde mediados de marzo fue presentada como un síntoma de mejoría económica general, una nube de "expertos" nos explicó que la euforia de la Bolsa estaba anticipando el fin de la recesión.
En realidad las inyecciones masivas de dinero de los gobiernos de las grandes potencias económicas beneficiando principalmente al sistema financiero generaron enormes excedentes de fondos que, en condiciones de enfriamiento generalizado de la producción y el consumo, encontraron en los negocios bursátiles un espacio favorable para rentabilizar sus capitales.
Jugando al alza de los valores de las acciones empujaban hacia arriba sus precios lo que a su vez incitaba a invertir más y más dinero en la Bolsa. A esto debemos agregar que el motor de la euforia bursátil mundial, la bolsa de los Estados Unidos, además del dinero derivado de los salvatajes locales ha estado recibiendo importantes flujos de fondos especulativos externos que aprovechando la persistente caída del dólar se precipitaron a comprar acciones baratas y en alza.
Se repitió así la secuencia especulativa de fines de los años 1990 y de 2007 pero con una diferencia decisiva: el contexto de la burbuja actual no es el crecimiento de la economía sino la recesión (o en el mejor de los casos el estancamiento). Las burbujas anteriores (bursátiles, inmobiliarias, comerciales, etc.) interactuaban "positivamente" con el resto de las actividades económicas; la subas en los precios de las acciones o de las viviendas alentaban el consumo y la producción y a su vez estos crecimientos generaban fondos que en buena medida se volcaban hacia los negocios especulativos produciéndose así una suerte de circulo virtuoso especulativo-consumista-productivo de carácter global en última instancia perverso, destinado a mediano plazo al desastre pero que causaba prosperidad en el corto plazo.
Por el contrario la burbuja bursátil de 2009 contrasta con bajos niveles de consumo e inversiones productivas y altos niveles de desocupación.
Los excedentes de capitales bloqueados por una economía productiva declinante consiguen beneficios en la especulación financiera, lo que se produce entonces gracias a los fabulosos salvatajes financieros de los gobiernos es un circulo vicioso basado en la especulación financiera y el crecimiento débil o negativo.
En el caso del gobierno norteamericano este efecto negativo fue suavizado a través de enormes subsidios que consiguieron apuntalar algunos consumos y de ese modo desacelerar primero y más adelante revertir la curva descendente del Producto Bruto Interno. A las fuertes caídas del último trimestre de 2008 y del primero de 2009 le sucedió un descenso suave en el segundo trimestre y un crecimiento en el tercero empujado por los subsidios gubernamentales para la compra de automóviles y viviendas más los gastos militares, pero detrás de esa efímera recuperación aparece la expansión desenfrenada del déficit fiscal y del endeudamiento público.
Es evidente que la economía norteamericana no sale de la trampa de la decadencia, los alivios transitorios, las tentativas de recuperación, los crecimientos drogados fortalecen, recomponen los mecanismos parasitarios que la han llevado al desastre actual. Y el hundimiento del imperio (del centro articulador del mundo capitalista) arrastra al conjunto del sistema mundial.
Ahora, hacia fines de 2009, nos encontramos a la espera de una próxima segunda caída recesiva (el año 2010 podría ser el período de dicha catástrofe) seguramente mucho más fuerte que la desatada en el último trimestre de 2008. Los salvatajes financieros globales de 2008-2009 desaceleraron la caída económica pero generando enormes déficits fiscales en las potencias centrales que las coloca ante graves amenazas inflacionarias y de debilitamiento extremo en la capacidad de pago de sus Estados, cuya generosidad fiscal (hacia las grandes empresas y las instituciones financieras) no consiguió generar el ansiado despegue de la inversión y el consumo que anunciaban sus dirigentes.
Según ellos ese prometido golpe de demanda debería producir la reactivación durable de la economía mundial y en consecuencia la reducción de los déficits, la anulación del peligro hiper-inflacionario, etc. Apenas lograron modestas reactivaciones de ciertos consumos, algunas ilusiones estadísticas (crecimientos del PBI, etc.) y más parasitismo. El fracaso es evidente, lo que no impide que vuelvan una y otra vez a aplicar sus inútiles medicinas intervencionistas (en una curiosa combinación ideológica de neoliberalismo y neokeynesiamo financiero), lo harán hasta que se les agoten los recursos, prisioneros de la locura general del sistema. En sus cerebros no entra la realidad del violento cambio de época que ha convertido en obsoletos sus viejos instrumentos.
Peor aún, no se trata solo de una "crisis económica", otras "crisis" están a la vista y en cualquier momento podrían golpear con fuerza a un sistema global muy frágil, entre ellas debemos destacar a las crisis energética y alimentaria (que se hicieron presentes durante el año 2008). O a la degradación del complejo militar-industrial de los Estados Unidos involucrando al conjunto de aparatos militares de la OTAN empantanados en las guerras de Irak y Afganistán-Pakistán, sumergido en una catastrófica crisis de percepción: la sorprendente resistencia de esos pueblos periféricos desborda su capacidad de comprensión de la realidad, se repite a niveles mucho más elevados el "efecto Vietnam" o el desconcierto de Hitler ante la avalancha soviética.
También es necesario mencionar a las crisis urbana y ambiental que junto a la declinación de valores morales y culturales, de creencias sociales, van ahogando gradualmente a los paradigmas decisivos del mundo burgués, desordenando, deteriorando a los sistemas políticos, a las estructuras de innovación productiva, a los mecanismos de manipulación mediática.
En suma, nos encontramos ante la apariencia de una convergencia de numerosas "crisis", en realidad se trata de una única crisis gigantesca, con diversos rostros, de dimensión (planetaria) nunca antes vista en la historia, su aspecto es el de un gran crepúsculo que amenaza prolongarse durante un largo período.
AUTOR : JORGE BEINSTEIN
FUENTE : EL ECONOMISTA
Suscribirse a:
Entradas (Atom)