Por Daniel Raventós
En el mundo de los negocios y bastante
más allá, es bien conocido el ya jubilado Jack Welsh, el que fue director
ejecutivo de General Electric entre 1981 y 2001. En el año 2000 Welsh se
embolsó por el desempeño de tan alto cargo nada más y nada menos que
144.500.000 dólares. Esta cantidad es inmensa, por supuesto, y más si la comparamos
con los ingresos medios de una familia del mismo país, EEUU. Los ingresos de
Welsh equivalen a unas 3.500 veces a los que percibieron en el mismo año una
familia media. Esta proporción, sin consideraciones adicionales, ya debería ser
un indicador para humanos normalmente constituidos de que algo no está
funcionando bien para la gran mayoría de la población.
¿Cuáles pueden ser las justificaciones
de una remuneración tan grotescamente elevada? Una de las más habituales es que
lo que reporta a la compañía un director ejecutivo es tanto, que bien merece
una recompensa tan alta. Incluso se argumenta que la diferencia entre el número
uno y, pongamos por caso, el número cinco de entre los mejores pude ser muy
grande. Obsérvese que este es el razonamiento que la teoría económica estándar
aplica a las supermodelos de alta costura (los supermodelos masculinos, mucho
menos conocidos que sus colegas femeninas, tienen un mercado más reducido
porque se gasta menos de la mitad en ropa masculina que en femenina), y que
explica que la diferencia de ingresos entre la modelo número 1 y la cotizada en
el número 4, 6 ó 9, sea muy grande. Lo que la supermodelo número 1 y la número
6 hacen ganar a sus respectivos patrocinadores también varía mucho, de ahí las
grandes diferencias. Razonamiento que se aplica también, como último ejemplo, a
los tenistas de élite en que la diferencia de ingresos entre el primero de la
Asociación de Tenistas Profesionales y el, pongamos por caso, 5, 7 ó 10 puede
ser de muchos millones de diferencia. Así que, de entrada, lo de la gran
aportación a la empresa parece una explicación razonable. La crisis sirvió para
que mucha más gente de la que suele interesarse por estas cuestiones, conociera
las formas de estafa mediante las que tantos ejecutivos engañaron a
accionistas, clientes y trabajadores de la propia empresa. Pero hagamos el
esfuerzo de olvidar esta gran estafa sólo por un momento. Vamos a suponer que
este embeleco, cuyas consecuencias está padeciendo un número cada vez mayor de
personas desde que estalló la actual crisis, no se hubiera producido.
Supongamos que los ingresos de estos altos ejecutivos, asesores financieros y
demás “magos” de las finanzas se debieran al mérito o a la compensación por las
altas ganancias obtenidas por la empresa. Supongámoslo aunque sea por unos
breves instantes.
Veamos entonces si la mencionada
justificación del mérito para una remuneración tan elevada tiene algún sentido.
El que fue Nobel de Economía en el año 2002, el psicólogo cognitivo Daniel
Kahneman, realizó un estudio hace unos años sobre qué parte era debida a la aptitud
y qué parte a la suerte en los resultados obtenidos por 25 asesores financieros
a lo largo de ocho años. Disponía de un listado con muy detallados datos por
asesor y por año. Los resultados de esta investigación fueron sorprendentes
para el propio autor y demoledores para la justificación que discutimos. En
palabras de Kahneman, se concluía que “los resultados se asemejaban a lo que se
esperaría de un juego de dados, no de un juego de inteligencia”. En ningún
caso, mediante el conocido instrumento estadístico de la correlación (en donde
el coeficiente de la misma puede estar entre 0, en este caso ninguna
correlación, y 1, correlación “perfecta” en ese extremo) se observó nada, que
no fuera el puro azar, que tuviera una correlación significativamente superior
a 0 entre la gestión de los asesores financieros con los resultados de las
empresas. Es decir, que tratándose de la gestión del mercado financiero, la
“firma recompensaba la suerte como si fuese una aptitud”. Tirar los dados
conllevaría los mismos resultados. Si bien resultaría mucho más barato. Así que
no se trata de mérito.
Aunque el problema que abordó Kahneman
era más general, que él mismo y Amos Tversky llamaron “ilusión de validez” hace
ya cuatro décadas, su estudio es muy significativo para lo que aquí interesa.
Resulta que, supuesta la honradez de los altos ejecutivos, sus resultados
económicos para la empresa respectiva son equivalentes a tirar los dados:
aptitud cero y azar total. Pero cuando Kahneman realizó el mencionado estudio,
no habían sucedido los hechos que con la crisis económica se han ido conociendo
y que permiten afirmar que, para una buena parte de altos ejecutivos de grandes
bancos y determinadas grandes empresas, la honradez no es algo que en ningún
caso deba suponerse. En palabras escritas hace poco más de 4 años por el que
fue candidato a presidente de los EEUU, Ralph Nader: “Olvidaos de Las Vegas. Los jugadores empecinados se hallan
en Wall Street, y están jugando con vuestro dinero, con vuestras pensiones y
con vuestros medios de vida.”
Y quedan muchas preguntas interesantes
que quien se obstine en defender la tesis del “mérito” o algo remotamente
parecido para justificar las grandes remuneraciones de los altos ejecutivos,
tendría muchas dificultades en responder de forma satisfactoria. Por ejemplo,
¿por qué cuando la empresa incurre en pérdidas que en algunos casos son
astronómicas, siguen ganando estos ejecutivos cifras tan depravadamente
elevadas? Ese es el caso, entre muchos, de Richard S. Fuld, ejecutivo de Lehman
Brothers que a mediados de la década anterior se embolsó 40 millones de
dólares, cuando las pérdidas reconocidas de la empresa eran de 2.800 millones.
Casi nada. Pero volviendo a Jack Welsh, ¿por qué este ejecutivo se llevó a casa
en el año 2000 estos 144,5 millones de dólares y su antecesor en el cargo, el
legendario para muchos y que fue definido como el “más influyente hombre de
negocios en los EEUU”, Reginald Jones, solamente se embolsó 500.000 dólares en
1975? Si el primero, como queda dicho, se agenció una cantidad que equivalía a 3.500
veces los ingresos de una
familia media estadounidense, el segundo lo hizo en una proporción no tan
insultante, unas 36 veces. La respuesta está en las muchas normas que cambiaron
en la configuración política de los mercados desde 1975 al 2000 para beneficio
de los ricos y para la desgracia de la mayoría de la población. Y no digamos
desde 2000 hasta hoy.
Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía
y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité
científico de ATTAC. Su último libro es ¿Qué es la Renta Básica? Preguntas (y respuestas) más
frecuentes (El Viejo Topo, 2012).