La situación del sector inmobiliario y de los bancos plantea nuevas amenazas en EE.UU. dice el Nobel. Mientras tanto, “vuelve el fetichismo del déficit” y el plan de regular los mercados se estanca.
Joseph Stiglitz está deprimido. Tras haber sido una de las pocas voces que alertaban cuando el capitalismo financiero estaba en un frenesí especulativo, aspiraría a que la crisis catalizara un nuevo pensamiento. Pero teme que eso no suceda: los banqueros se comportan como si nada hubiera cambiado desde agosto de 2007 y en la política estadounidense avanza el derechista Tea Party.
“Hubo un momento de fervor en el que todos éramos keynesianos”, dijo en una entrevista en ocasión de la publicación de su nuevo libro, cuyo título, traducido al castellano es En caída libre: el libre mercado y el hundimiento de la economía global. “Esas ideas funcionaban y todos los gobiernos las respaldaban. No se trataba sólo de la macreoeconomía keynesiana sino de la necesidad de regular y del reconocimiento de que la ciencia económica había fracasado.”
Desde aquellos días fervorosos de hace un año, cuando un estatismo sin precedentes sacó a la economía mundial del borde de una nueva Depresión, Stiglitz dice que dos cosas desviaron las perspectivas de cambio. “Los planes de volver a regular los mercados se empantanaron políticamente y retornó el fetichismo del déficit.”
Lo sorprende la velocidad con que las fuerzas a favor de la situación pre–2007 se reagruparon y considera que seguir como si nada pasara generará problemas para el futuro. “El optimista que hay en mí espera que no haga falta otra crisis para impulsar por fin el proceso político”, señala. “El pesimista que llevo dentro dice que puede ser necesario que eso pase.”
Stiglitz, de 67 años, ha criticado toda su carrera a la Escuela de Chicago y a su primo internacional, el consenso de Washington. Sus enérgicas objeciones a las políticas deflacionarias que el FMI impuso a los países asiáticos a fines de la década de 1990 provocaron su desplazamiento como economista jefe del Banco Mundial, para el que mucho activó el secretario del Tesoro de Bill Clinton, Larry Summers. (El archienemigo de Stiglitz ahora encabeza el Consejo Económico Nacional de Barack Obama.)
En los últimos años, se ha dedicado a escribir libros sobre las fallas de la globalización, el boom de los años 90, el costo de la guerra de Irak y ahora sobre la Gran Recesión, en los que ataca a todos sus habituales bestias negras: el FMI, el Tesoro de los EE.UU., la Reserva Federal, Wall Street, el discurso económico dominante y, por cierto, Larry Summers.
Es “muy partidario” de los planes que Obama anunció el mes pasado para que los bancos de Wall Street no especulen con el dinero de los clientes y le habría gustado que fueran más profundos. Significativamente, la iniciativa sólo se produjo cuando el presidente dejó de escuchar a Summers, al secretario del Tesoro Tim Geithner y al presidente de la Fed Ben Bernanke, y recurrió al veterano Paul Volcker.
“Soy muy pesimista en relación con los Estados Unidos. Pasará mucho tiempo antes de que el desempleo vuelva a un nivel normal.” Teme que el mercado inmobiliario, que sigue en problemas –el 25% de las viviendas vale menos de lo que debe por ellas– debilite uno de los tradicionales puntos fuertes de los EE.UU.: la posibilidad de los trabajadores de ir de un estado a otro en busca de empleo. Dice que los bancos estadounidenses están ocultando su exposición en inmuebles comerciales y teme que ése sea el próximo problema.
Otra desaceleración
Pese a que el crecimiento de la economía global aumentó en la segunda mitad de 2009, Stiglitz dice que eso no va a durar. “Las probabilidades de que el crecimiento se desacelere son casi del 100%. Desconocemos si en los EE.UU. va a haber un segundo estímulo y cómo son los balances de los bancos.”
En las tres últimas semanas, Stiglitz ha asesorado al gobierno griego respecto de cómo responder a la grave crisis financiera. Dice que los especuladores no basan sus decisiones en lo que piensan sino que apuestan a lo que creen que otros pensarán en relación con Grecia. “Apuestan a que el grado de irracionalidad aumente.”
Europa, sostiene, debe respaldar a los griegos y dar muestras de “solidaridad social”. El Banco Central Europeo proporciona liquidez a bancos solventes para ayudarlos a pasar el mal trance y debe tratar a Grecia de la misma forma. “Cuando los bancos no hicieron lo que debían, los estados tuvieron que acudir. Los mercados financieros ahora critican a los países por haber tratado de recomponer las cosas cuando los mercados fallaron. Exigen que baje el sueldo de los trabajadores pero que se sigan permitiendo las bonificaciones. Es una situación absurda.”
La crisis reveló una fisura en la moneda común. Desde el primer momento, señala Stiglitz, los que criticaban el euro sostuvieron que la prueba para el euro iba a llegar cuando los países más pobres, ante un shock, carecieran tanto de la capacidad de devaluar como de tener respaldo financiero de los países más ricos de la eurozona. “Barrieron el problema bajo la alfombra, pero ahora saltó.”
Hace mucho que Stiglitz apoya un impuesto a las transacciones financieras, una idea del estadounidense James Tobin. “Una Tasa Tobin es lo indicado para gravar una actividad muy habitual a la que es difícil atribuirle algún tipo de beneficio social”, según Stiglitz.
“La únicas preguntas en relación con una tasa así son: ¿se lo puede instrumentar de manera efectiva? y ¿se lo puede burlar? Existe un creciente consenso sobre su instrumentación, si no de manera perfecta, entonces con la eficacia suficiente como para que signifique una diferencia.”
Mercados imperfectos
Stiglitz ganó el Nobel por su trabajo sobre la información asimétrica, la idea de que los mercados no funcionan del modo perfecto que sugieren los manuales. “Es casi imposible conciliar la descripción de la economía que el discurso dominante proporcionaba con lo que en realidad pasaba. Actuaban como si la burbuja fuera eterna, cuando la verdad era que estaba cayendo el ingreso real de la mayor parte de los estadounidenses.”
Respecto de los británicos Tony Blair y Gordon Brown, señala: “No avanzaron lo suficiente en la reversión de la revolución thatcheriana. Trataron de no exagerar y terminaron quedándose cortos.”
George Osborne es exactamente el tipo de “fetichista del déficit” que Stiglitz tiene en la mira. No puede creer que los conservadores quieran bajar el gasto, cuando la economía apenas está saliendo de la recesión. “Si lo hicieran, la recesión se agravaría mucho. Si ganan las elecciones, pasarán de la retórica a la realidad.”
En los próximos años, dice Stiglitz, el gran tema va a ser el desafío de China e India a Occidente, algo que la crisis aceleró. En una época, las economías emergentes no tenían más opción que aceptar las políticas de libre mercado que imponía Washington. “Al Tesoro de los EE.UU. se le reirían en la cara si hoy fuera a China o a India a decir que deben desregular”.
ENTREVISTA AL PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001 JOSEPH STIGLITZ
AUTOR : Larry Elliott
FUENTE : EL GUARDIAN
Traducción de Joaquín Ibarburu