Por Sam Pizzigati
Cierras
los ojos en Washington estos días y casi se pueden oír los ecos de
1932. Hace ochenta años, al igual que hoy, una crisis fiscal dominaba
casi por completo la capital del país.
Entonces,
como ahora, los conservadores fiscales exigían actuar de inmediato para
poner remedio a un presupuesto federal repleto de números rojos. Y
entonces, como ahora, el norteamericano medio se preguntaba a qué venía
tanto alboroto por el déficit. La Depresión iba por su tercer año y
había millones de personas sin trabajo. ¿Por qué andaban los políticos
regateando para equilibrar el presupuesto?
¿Se
repite la historia simplemente? Si es el caso, que se repita, con el
mismo resultado final. Esa crisis fiscal de 1932 produjo un punto de
inflexión inesperado e imponente en la historia norteamericana, el
momento en que los ricos y poderosos de Norteamérica comenzaron a perder
su capacidad de bloquear el pulso político del país.
Hasta
el momento, los dirigentes electos habían aceptado en lo esencial la
perspectiva plutocrática. La Depresión, insistían quienes tenían a su
favor las finanzas, equivalía a un desastre natural. Debía permitirse
que la naturaleza siguiera su curso.