Di, quibus imperium est animarum, umbraeque silentes
et Chaos et Phlegenton, loca nocte tacentia late,
sit mihi fas audita loqui, sit numine vestro
pandere res alta terra et caligene mersas Virgilio, Eneida, VI, 264-267**
I
¡Qué lejanas pueden resultar hoy para los observadores de la coyuntura
económica mundial ciertas declaraciones de Alan Greenspan, pronunciadas
meses antes del segundo conflicto con Irak, para advertir al Mundo sobre los
peligros de una inminente deflación! Aun más extrañas resultan las reaccio
Fórmula ritual que invoca a los dioses del inframundo y solicita su permiso para revelar los
misterios del mundo de las sombras. Equivalente en castellano de los versos a continuación:
¡Dioses que tenéis el imperio de las almas!
¡Sombras silenciosas!
¡Caos y Flegetonte! ¡Vastas moradas silenciosas de la noche!
Séame lícito narrar lo que he oído, séame dado revelar con vuestro permiso,
las cosas en las profundidades de la tierra y en la oscuridad.**
nes de las personas enteradas, los economistas reputados, las instituciones
internacionales y la prensa en general, que por semanas discutió y concedió
cierta plausibilidad a esta oportuna advertencia. Después de todo, era fácil
comprobar cómo el fenómeno derrumbaba la otrora brillante economía japonesa
para colocar a la segunda economía del mundo en una prolongada recesión.
¿No habían caído uno tras otro en rápida sucesión todos los castillos financieros
ligados a la nueva economía de la información, y con ellos muchas
fortunas y esperanzas sin sustento? ¿No imitaban, como siempre, los participantes
de esta acalorada discusión, las costumbres aprendidas de los hombres
maduros y prudentes que tienden a evitar todo riesgo innecesario, cuando
en el fondo ya conocían que las cosas habían dejado de ser como antes
porque quizás aún no existían en el ambiente y el comportamiento general
signos suficientes para dar inicio a un nuevo comportamiento consistente
con el cambio? Parecía imposible imaginar que, justo en esos momentos, el
presidente del país mas poderoso de la Tierra, encerrado con sus asesores, ya
planeaba la segunda invasión de Irak para solucionar el obvio problema estructural
de la economía americana: el severo desempleo, las burbujas en los
mercados de activos financieros –acciones, bonos e hipotecas-, la manipulación
de los precios del petróleo, la sobre inversión en las industrias de alta
tecnología, y el arriesgado juego financiero, ligados a la “irracional exuberancia”
de la década de los noventa.
¿Quién, al prender la televisión los días previos al estallido de la guerra,
fue capaz de encontrar algún propósito a lo que veía y escuchaba? Las imágenes
de Bagdad transmitían una transparente sensación de irrealidad, como si
un maestro fabricante de ilusiones hubiese lanzado una masiva campaña publicitaria
para promocionar un nuevo juego que permitía la destrucción selectiva
de ciudades sin afectar la vida de los habitantes y solo la de los enemigos.
Confuso fue el desarrollo mismo del conflicto, expuesto con sesgos tan
evidentes por las grandes cadenas de noticias, que permitía confirmar la sospecha,
hasta ahora atribuida a los excéntricos creyentes en misteriosas y universales
conspiraciones. Fue la opinión de muchos hombres sensatos, en esos
curiosos días, que quizás, después de todo, los illuminati y otras oscuras hermandades
secretas dominaban el flujo internacional de información. ¿Estarían,
acaso, perdiendo el juicio, o habría que aceptar que, después de todo, los
excéntricos tenían algo de razón? Y, finalmente, ¿no anunciaban las protestas
en las principales capitales del planeta y la guerra verbal entre Europa y
Estados Unidos, el epitafio sobre la tumba del siglo veinte y el inicio de nuevos
tiempos, eventos por venir, impredecibles consecuencias, movimiento,
desconcierto, confusión, y, en el fondo, la evidencia más profunda de que la
historia aún no había terminado, a pesar de los rumores que, hasta entonces,
continuaban circulando?
Y cuando todo hubo concluido con el resultado predecible, todavía hubo
varios que se fueron a dormir, abrigando una esperanza vana de que todo podía
retornar a la normalidad. Sin embargo, eventos subsecuentes les demostraron
cuán equivocados estaban. Al principio, el rumor comenzó a aparecer
en los principales servidores de noticias de Internet: algo extraño ocurría en
China. Una misteriosa enfermedad, imposible de curar, provocaba la muerte
repentina de las primeras victimas humanas. Contagiosa en extremo, amenazando
en convertirse en una nueva universal y fatídica pandemia. ¿Quién no
pudo, cuando menos, sentir un instintivo pavor al comprobar cómo los habitantes
de las grandes urbes chinas comenzaban a realizar sus actividades diarias
refugiados bajo mascaras, en vano intento de evitar el contagio ineludible?
¿Y no se hizo aún más intenso este temor cuando, en los días siguientes,
imágenes semejantes se replicaron en las ciudades canadienses? Y cuando las
cosas parecían haber retornado a la tan anhelada normalidad, nos enteramos
de que las vacas y los pollos transmitían también peligrosas y aterradoras enfermedades
con nombres aún ignotos, como la encefalopatía espongiforme
bovina, y una curiosa mutación de la familia Orthomyxoviridae, que a falta de
un buen nombre, fue denominada por los científicos como influenza aviana
tipo A. ¡Y quien podría imaginar que la historia narrada en Terminator III pudiese
replicarse en una pequeña villa italiana, donde, como lo indican las noticias
aparecidas en varios diarios europeos, se ha presenciado la primera batalla
entre los hombres y las maquinas! En efecto, en Canneto di Caronia, pequeño
poblado de la isla mediterránea, desde mediados de enero, decenas de
aparatos eléctricos, cuyos cables se encontraban desenchufados, y piezas de
mobiliario arden espontáneamente sin explicación científica aparente. Aterrorizados
italianos se han visto obligados a recurrir a la ayuda de exorcistas,
que atribuyen dicho fenómeno a la posesión demoníaca de los aparatos electrodomésticos.
Incluso los platillos voladores parecen haber abandonado la
forma que les dio su nombre, para convertirse en huevos, cigarros, triángulos
y extrañas criaturas ameboidales. Y, para terminar, los últimos reportes científicos
anuncian una eminente catástrofe, debido a la influencia que las sociedades
industriales poseen sobre la atmósfera: en los próximos cincuenta
años, como lo demuestran las fotos de los satélites, se fundirán los polos
cuando las grandes masas de hielo se conviertan en gigantescos iceberg ,y
luego provoquen una elevación general del nivel del mar, la alteración de las
corrientes submarinas en el Atlántico norte, el desplazamiento de tornados y
huracanes, y la desertificación de las principales tierras agrícolas del planeta.
Lo más dramático es que el cambio, hasta hace poco entendido como de lenta
operación, parece haberse convertido en abrupto, y, quizás, irreversible. Un
enigmático informe del Pentágono lo considera como la peor amenaza que
debe enfrentar la humanidad desde las grandes inundaciones que se produjeron
hace quince mil años, cuando terminó la era glacial, y que asocian comúnmente
las leyendas como las historias del diluvio. En suma, tiempos revueltos,
confusión, caos, anomia.
Extraña sensación, aplastante presentimiento: estar en el mismo centro de
un gigantesco laberinto. Quizás se metieron en él sin saberlo siquiera: caminaban
por la calle, y justo cuando torcían por la esquina para regresar a su
casa, tomaron la dirección equivocada. ¿Quién puede sentirse a gusto en medio
de la más absoluta confusión? ¿Quién puede moverse con soltura cuando
la Razón abandona este mundo en que vivimos para ser sustituida por un
multiforme no se qué? Es desconcertante detenerse para reconocer que quizás
lo que vemos ahora es solo un anticipo, impreciso y brutal, de lo que veremos
en el poco tiempo que nos ha sido concedido.
Es, sin embargo, difícil para el espíritu humano asimilar con tanta rapidez
el cambio abrupto y repentino, sin propósito ni dirección, ya que, en el fondo,
queremos evitar perdernos. Por esta razón, aunque ya reconocemos haber
traspasado los imperceptibles linderos del laberinto donde vive el minotauro,
nos negamos a admitirlo.
¿Cómo salir entonces, cuando finalmente reconocemos que no sabemos
donde estamos? ¿Es que recién logramos detenernos para encontrar un nuevo
patrón que nos oriente y sosiegue nuestro ánimo? Para ello, intentamos
ordenar la confusión y encontrar, nuevamente, las huellas que nos permiten
retornar al curso principal.
Pero, ¿qué criterio seguir para ordenar esta confusión, para eliminar el detalle
innecesario y descubrir los puntos esenciales? ¿Cuáles son los fenómenos
culturales, sociales y económicos que están empezando a afectar nuestras
vidas y determinarán nuestro futuro? Actualmente, se pueden identificar
tres puntos esenciales que sirven para entender la dinámica que seguirá
la historia humana dentro de los próximos cien años. El primero de ellos es la
tercera revolución industrial: la inclusión China y de la India, economías que
se encuentran en tránsito de un sistema agrario a uno industrial, en la economía
mundial está generando la reestructuración masiva del aparato productivo mundial, y alterando los flujos de comercio internacional. Un segundo fenómeno,
íntimamente relacionado con el anterior, aunque en un nivel más
abstracto, es el cambio en el proceso de circulación de los excedentes financieros
globales, cuyo desempeño parece sugerir el fortalecimiento de un sistema
parecido a Bretton Woods. Dada la complicación de la competencia implícita
entre los dos principales centros de la cultura occidental –Estados Unidos
y la Unión Europea-, y dados los conflictos que se han manifestado luego
de la crisis asiática, que en vez de mitigarse se intensificarán en el tiempo, el
mencionado proceso de circulación influirá de manera más o menos decisiva
en la dinámica de corto plazo de los mercados. El tercero se refiere al fuerte
impacto cultural de la red de comunicaciones mundiales establecida en la década
de los noventa. Si bien los efectos comúnmente atribuidos a la consolidación
de dicha red son la difusión de contenidos y noticias, y la facilitación
del comercio a distancia por vías electrónicas, gradualmente se está comenzando
a emplear como un elemento eficaz para coordinar acciones humanas
colectivas en los diferentes lugares del mundo. Muestra de ello son las manifestaciones
que tuvieron lugar durante el desarrollo de la guerra contra Irak.
En este sentido, constituye un instrumento ideal para alterar el funcionamiento
de los tradicionales métodos de control del flujo de información, basados
en la monopolización de las vías de comunicación, pues permite el acceso
fácil y rápido a los grupos excluidos del proceso.
II
Confusos y extraviados parecen los sentimientos más íntimos de los comentaristas
occidentales cuando tienen que referirse a China. ¡Qué curiosa y
multiforme colección! ¿Cómo encontrar una palabra para denotar el juvenil
entusiasmo de los especuladores, la euforia de las grandes empresas que efectúan
enormes proyectos de inversión en el mismo país de las maravillas, la
fingida indiferencia de los informes producidos por las agencias financieras
internacionales, y ese escondido horror de los analistas de inteligencia?
Los cambios económicos en Asia, particularmente los ocurridos en el este
del continente, fueron unos de los acontecimientos más importantes ocurridos
en el mundo en la segunda mitad del siglo veinte. Este proceso comenzó
en Japón en los años cincuenta, y, durante mucho tiempo, se tomó a esta sociedad
como el ejemplo que debían imitar los otros países, ya que se trataba
del primer país no occidental que había logrado ejecutar con un proceso exitoso de modernización. Sin embargo, el proceso se extendió en la década de
los ochenta a los cuatro “tigres asiáticos”: Hong-Kong, Taiwan, Corea del Sur
y Singapur, y, posteriormente, a China continental, Malasia, Tailandia e Indonesia.
Por esta razón, el interés por Japón disminuyó y aumentó en compensación
el interés por Asia en general. En efecto, todos estos países han mantenido
durante varias décadas tasas medias de crecimiento entre 8% y 10%.
Conjuntamente, ha tenido lugar una expansión espectacular de comercio, en
primer lugar, entre Asia y el resto del mundo, y, en segundo, al interior mismo
de Asia. En la actualidad, la segunda y la tercera economía del mundo son
asiáticas, y el éxito de la economía china causa asombro y consternación entre
los principales comentaristas económicos.
En los años noventa, este desarrollo económico generó un sentimiento de
euforia entre muchos observadores que veían a toda la costa del Pacífico unida
mediante redes comerciales en constante expansión y a una nueva economía
mundial cuyo núcleo dinámico se trasladaba desde el Atlántico hacia el
Pacífico. Aquella fue la época en que los expertos en administración de todas
las fábricas del mundo decidieron emular las técnicas de gestión japonesa y a
criticar fuertemente las americanas. Con tal devoción asumieron los peruanos
estas nuevas pautas orientales, que, para inaugurar la última década del
siglo veinte, decidieron conceder la gestión del país al entonces desconocido
Fujimori, anhelando que el país lograse finalmente salir del subdesarrollo y
creciera, como los japoneses, al estilo nipón. Sin embargo, en 1997, la crisis
asiática demostró cuán frágiles habían sido estas esperanzas. Los observadores,
ante este desencanto, intentaron encontrar las causas del colapso de la
otrora maravilla oriental. No tardaron los expertos en identificar que, principalmente,
se debió a un conjunto de factores, tales como el subdesarrollo y la
poca transparencia de las instituciones financieras, la asignación ineficiente
de recursos resultante de las políticas industriales aplicadas, y el obsesivo
“ethos” colectivista de la civilización asiática que le impedía emular propiamente
a las sabias instituciones occidentales. No obstante estas críticas, la
fortaleza económica de Asia era mayor de lo que a primera vista se creyó. En
efecto, el continente inició, a partir de 1997, un sólido proceso de reestructuración,
guiado por dos características básicas. En primer lugar, si bien anteriormente
la mayor parte del comercio de la región estaba dirigida hacia
afuera del continente, luego de la crisis, cambió de dirección y comenzó a
concentrarse al interior de la misma, con lo cual disminuyó la dependencia
respecto de la economía americana. En segundo lugar, el papel de economía
dominante, antes desempeñado por Japón, se trasladó, pasada la crisis, hacia
China continental, país de proporciones gigantescas -a diferencia del primero-,
que cuenta con los potenciales humano y económico suficientes como
para oponerse, en el largo plazo, a la potencia dominante. En efecto, el crecimiento
de la economía china durante los últimos años ha sido sorprendente,
y ha concentrado los principales flujos de inversión extranjera en el mundo.
El sobrio y frío análisis del World Economic Outlook 2004, publicado por el
Fondo Monetario Internacional, concluye la información transcrita a continuación:
“En los últimos veinte años, después de un largo período de aislamiento, el
rol de China en la economía global se ha incrementado drásticamente. Actualmente,
una tasa de crecimiento promedio anual mayor al nueve por ciento
sitúa a China como la sexta economía más grande del mundo. Por otro
lado, el incremento de su participación en el comercio mundial desde menos
del uno por ciento hasta cerca del seis por ciento la ubica en el cuarto lugar
en el ranking de los países con mayor comercio en el nivel mundial. No solo
sus exportaciones han ganado una mayor porción de los mercados internacionales,
sino que también la rápida tasa de crecimiento de sus importaciones
ha apoyado el fuerte desempeño de las economías vecinas y ha contribuido al
reciente dinamismo de los precios mundiales de las materias primas.
Es probable que la importancia económica de China y su integración en la
economía mundial continúen creciendo con rapidez, siempre y cuando las
reformas estructurales necesarias –inclusión de los sectores financieros y
empresariales, mercados laborales, y redes de seguridad social- sean implementadas.
Si bien es probable que los efectos sobre el mundo en general sean
positivos, el impacto podría ocurrir de manera diferenciada sobre los diferentes
países, sectores industriales, y grupos socioeconómicos. Por ejemplo,
mientras que las exportaciones de países industrializados, particularmente
las de aquellos bienes que son intensivos en mano de obra calificada y tecnología,
continuarían aumentando, ciertos sectores podrían experimentar pérdidas
de empleo a medida que se incrementa la cuota de mercado de las empresas
chinas. De modo similar, los países en desarrollo que enfrentan la expansión
de las competencia podrían experimentar una erosión es su participación
en el mercado de manufacturas intensivas en mano de obra calificada.
Además, el rápido crecimiento de China podría incrementar significativamente
los precios mundiales de la producción agrícola y los productos energéticos.
Resulta importante identificar quién se verá beneficiado y sobre quién recaerán
los costos de la emergencia china, con el fin de discutir qué políticas
deberán adoptarse para maximizar los beneficios y minimizar los costos de
ajuste. Para ello, es relevante plantearse las siguientes interrogantes
- ¿Cómo se comparan el crecimiento y la integración de China a la economía
mundial con episodios históricos previos de carácter semejante?
- ¿Cómo afectará la integración de China al resto del mundo? ¿Qué características
estructurales determinan que un país se beneficie o perjudique con
el crecimiento de China?
- ¿Cómo puede cada país maximizar sus propias ganancias de la expansión
china? ¿Qué acciones podría emprender la comunidad internacional para
ayudar a los perjudicados?”
El rápido crecimiento de China afectará a todos los países del mundo a través
de dos canales: comerciales y financieros. En efecto, el incremento en la
oferta china de manufacturas intensivas en mano de obra producirá una reducción
de su precio relativo en los mercados mundiales, en beneficio de
aquellos países que son importadores netos de los mismos. Además, el crecimiento
en China permitirá a aquellos países que exportan bienes y servicios
complementarios, tales como alimentos, energía, bienes intermedios y servicios,
verán sus precios incrementados. Sin embargo, la expansión puede perjudicar
a todos aquellos países en vías de desarrollo que, al igual que China,
poseen una oferta relativamente abundante de trabajo no calificado, pues
tendrán que competir con ella en mercados que experimentarán una coyuntura
de precios bajos. Asimismo, todos aquellos países que importan las mismas
materias primas de las que requiere China pueden también experimentar
pérdidas significativas. Por estos motivos, los cambios descritos en los
precios relativos pueden tener un profundo impacto sobre la composición de
la producción y la distribución del ingreso en muchos países, ya que es probable
que ocurra un fuerte incremento en las tasas de retorno del capital y
del trabajo calificado, así como una disminución en las remuneraciones percibidas
por el trabajo no calificado. Así, estas tendencias pueden sugerir que
estrategias de desarrollo basadas en la exportación de bienes intensivos en
mano de obra quizás dejen de ser una alternativa óptima en la integración a
la nueva economía mundial.
Por otro lado, la emergencia de China puede también afectar a otros países
a través de canales financieros. En efecto, algunos países en vías de desarrollo
tendrán que competir en el futuro con China para atraer a los flujos internacionales
de capitales, y, quizás, experimentar una reducción de los mismos.
Sin embargo, la magnitud de los flujos futuros hacia y desde China es bastante
difícil de predecir. Por un lado, la participación de este país en los mismos
puede continuar incrementándose, pero cuando las tasas de formación de capital
chinas retornen a un nivel normal, esta podría disminuir. Además, las
empresas chinas naturalmente tenderán a expandir su portafolio y efectuarán
inversiones directas afuera. La rapidez y fuerza de estos efectos dependerá
de la forma precisa de la estrategia de las autoridades chinas para avanzar
en el proceso de liberalización de su cuenta de capitales. Por otro lado, la
emergencia de China podría tener efectos adicionales que, aunque no fácilmente
cuantificables, pueden llegar a cobrar importancia. De este modo, el
crecimiento chino afectará los incentivos a la inversión y las tasas de productividad
en varios países, reforzando así su impacto directo. Además, el incremento
en la participación porcentual de China en la economía mundial y la
escasa correlación que muestra esta con otras economías industriales del
mundo pueden ayudar a amortiguar las frecuentes ondas cíclicas que afectan
a la economía del planeta.
III
La economía de los Estados Unidos experimentó, durante toda la década
de los noventa, una notable expansión. Fueron tres los factores que posibilitaron
este proceso: en primer lugar, la brillante política monetaria ejecutada
por Alan Greenspan; en segundo, la expansión del Internet y el dinamismo de
las industrias de alta tecnología; y, por último, el boom financiero generado
por la globalización y los cambios en la tecnología financiera. En efecto, el dinamismo
económico impulsó el empleo y los salarios reales; el boom financiero
posibilitó un incremento en la riqueza y el patrimonio personal de la
mayor parte de las familias norteamericanas; la aparición continua de nuevos
artículos de consumo y la difusión masiva del Internet facilitó la mejora en la
calidad de vida.
A finales del siglo XX, los Estados Unidos proclamaron en viva voz su victoria
militar sobre Rusia y el comunismo. Sin embargo, pocos fueron aquellos
que supieron leer entre líneas que, además, había logrado también imponerse
sobre las naciones capitalistas que amenazaban su predominio económico:
Japón y Alemania. Las élites se sintieron, finalmente, triunfadoras y, repitiendo
el ejemplo de otros intelectuales de imperios ya desaparecidos, proclamaron
el Fin de la Historia. Acompañó, por esta razón, a la prosperidad, una in22
tensa campaña ideológica cuyo objetivo fundamental fue difundir a todos los
pueblos del mundo las virtudes de la sociedad abierta y la libre competencia:
un nuevo orden mundial basado en estos principios, un programa concreto
de acción, y una ejecución efectiva en la mayor parte de las regiones del
Mundo.
No obstante, la Historia, como descubrieron atónitos y estupefactos los
habitantes de Nueva York, no terminó. En realidad, siguió siempre su curso
acostumbrado y, lentamente, fue alumbrado nuevas posibilidades e insinuando,
a pesar del vano afán de los intelectuales americanos, inescrutables caminos.
Gradualmente, en distintas regiones del Mundo y el mismo Estados Unidos,
aparecieron contradicciones evidentes: guerras de pequeña intensidad,
epidemias sin control, conflictos tribales, quiebras, crisis económicas, y síntomas
evidentes de anomia social.
Un temprano reflejo de la fuerza de la historia fue el fin de la prosperidad
económica del Japón. La economía más exitosa del planeta, la misma que creció
por 30 años jamás interrumpidos a ritmos que fueron la envidia del Mundo
Industrial, sufrió, a inicios de la década de los 90, una catástrofe financiera
al derrumbarse el índice Nikkei, y , con él, todo el sistema financiero del Japón.
Desde entonces, Japón entró a un estado de parálisis que todavía no logra
superar. Sus millonarios, por supuesto, han dejado de aparecer en los listados
que todos los años confeccionan las revistas de negocios editadas por
las Casas Editoriales de los Estados Unidos, y han sido sustituidos con alivio y
beneplácito por nuevas fortunas ligadas a los sectores que conforman la Nueva
Economía; es decir, industrias ligadas a la informática, el Internet y el procesamiento
de la información. El segundo evento ocurrió cuando Méjico, el
socio predilecto de los Estados Unidos y la primera nación latinoamericana
admitida al su exclusivo Club Comercial, descubrió que, a pesar de todos sus
esfuerzos, todavía era parte del Extremo Occidente (léase América Latina).
Los campesinos de Chiapas habían decido que el proyecto globalizador americano
y el discurso de su clase dirigente, después de todo, sólo los empobrecía
y, por esta razón, sólo quedaba protestar. A los pocos meses, estalló la segunda
crisis mejicana, y con ella la secuencia usual de eventos: la devaluación
del peso, la recesión, y el paquete financiero salvador. La ocasión fue aprovechada
por muchos profesores norteamericanos para escribir profundos y meditados
ensayos sobre la influencia de la cultura en el desarrollo económico,
y programar conferencias en las principales capitales de América Latina para
exponer nuevamente los principios fundamentales de la sociedad abierta y
de libre competencia.
Tres años después de la crisis mejicana, se desató en el Extremo Oriente, la
región de mayor éxito económico en el mundo, una nueva crisis financiera
que, dada su magnitud, remeció la estructura fundamental del Nuevo Orden
Internacional. Tailandia, en un inicio, se vio forzada a devaluar su moneda, y
luego, en rápida sucesión, todas las nuevas economías emergentes. Después
de Asia siguió Rusia, y, finalmente, América Latina. Con la crisis asiática, terminó
la prosperidad de los nuevos mercados emergentes, y el Nuevo Orden
mostró con diáfana claridad sus problemas más importantes. Sin embargo, la
crisis no fue advertida por las Instituciones Multilaterales como el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial. Tampoco fue pronosticada por los
numerosos analistas económicos contratados por los principales centros de
investigación. Se discutió, por pocos meses, la coyuntura financiera y, finalmente,
se diseñaron y ejecutaron planes para combatir los principales efectos
de la misma. Como consecuencia, se fue introducido el concepto de fragilidad
financiera y se postuló la conexión esencial de todo el sistema económico
mundial. La discusión reveló después el grado de corrupción de los dirigentes
asiáticos y los principales problemas estructurales de las economías
del Extremo Oriente. Aunque los asiáticos han demostrado una mayor capacidad
que los latinoamericanos para asimilar los principios de la sociedad
abierta y de libre competencia, no han comprendido plenamente – según la
opinión de los principales intelectuales de la cultura occidental - sus principios,
y han cometido, guiados acaso por su excesiva vocación colectivista,
errores fáciles de solucionar y remediar. Un programa de reforma estructural
fue propuesto, entonces, con el objeto de consolidar y mantener el éxito económico
de estas sociedades.
Aunque la economía de los Estados Unidos asimiló con relativa facilidad
las consecuencias iniciales de la nueva crisis financiera, poco tiempo después
entro también en crisis cuando se produjo, finalmente, el derrumbe del índice
NASDAQ, que marca la cotización de las acciones tecnológicas, y con ello la
paralización de la inversión en el núcleo más dinámico de la economía americana.
Después de la caída del NASDAQ, se detuvo la tasa de expansión del Comercio
Electrónico, se interrumpieron las innovaciones en la industria de las
comunicaciones y de computadoras, se comprobaron las debilidades de las
nuevas empresas virtuales y, como consecuencia, se produjo una caída
abrupta en la tasa de formación de capital de los Estados Unidos. Nuevamente
aparecieron los despedidos, las quiebras y los problemas financieros. El ritmo
de crecimiento se redujo notablemente, y las regiones más integradas al
corazón económico de la potencia experimentaron retrocesos verdaderamente
espectaculares. La nación isla de Singapur, por ejemplo, sufrió reducciones
del 30 por ciento en sus importaciones y del 15 por ciento en los índices
económicos que miden el dinamismo de la actividad industrial. Taiwán,
otra nación asiática, estrechamente ligada al núcleo tecnológico de la economía
mundial, ha experimentado índices similares de contracción económica.
En agosto, un mes antes del atentado en Nueva York, la actividad industrial
en el mundo se encontraba prácticamente paralizada: las economías de las
naciones más avanzadas del planeta caían nuevamente en recesión. Es en
este contexto económico que se produce el atentado de Nueva York, que no
hizo sino proporcionar el golpe definitivo a todo el modelo de los años 90.
En suma, la nueva coyuntura denunció los problemas de la Nueva Economía:
su naturaleza frágil y volátil; y, sobre todo, demostró con claridad a qué
se refería Alan Greenspan cuando aludió a la “irracional exuberancia” de los
años noventa. En efecto, la euforia de los dorados años noventa engendró
muchas veces programas de inversión en sectores y activos de calidad bastante
dudosa, una excesiva confianza en los activos intangibles, y la aparición
de prácticas contables y financieras muy poco transparentes que derivaron
en escándalos financieros que pusieron en cuestión la credibilidad de las
principales instituciones y empresas de los Estados Unidos.
Para responder a las urgencias de esta coyuntura, el gobierno de George
Bush decidió recurrir a una receta bastante conocida: expandir el gasto militar,
reducir los impuestos pagados por las grandes corporaciones americanas,
y ejecutar una política monetaria expansiva, que ha producido las tasas de interés
más bajas de los últimos cincuenta años. Por el momento, el programa
parece funcionar, pues ha vuelto a iniciarse una nueva onda de expansión
económica: la economía americana ha vuelto a crecer a ritmos bastante altos,
seguida por la región asiática, liderada por China, y, finalmente, también lo
ha hecho Europa, aunque a un ritmo bastante menor.
La nueva política, empero, no parece poseer la solidez y fortaleza de las
políticas de los ochenta, ya que ha determinado la aparición de importantes
desequilibrios en el presupuesto americano y en las cuentas externas de la
mayor economía del mundo. En efecto, el déficit fiscal americano ya excede a
los cinco puntos porcentuales del producto; la razón deuda externa – PBI llega
ya al cincuenta por ciento del ingreso nacional; y la cuenta corriente continúa
con su proceso de deterioro. Ante tal evidencia, a los inversionistas más
prudentes no les queda otra opción que pronosticar una expansión bastante
transitoria, y la necesidad futura de solucionar los existentes desequilibrios.
Quizás la oportunidad llegue después de las elecciones americanas, cuando se
conozca, finalmente, quién será el futuro gobernante del país más poderoso
de la Tierra
.
AUTOR : BRUNO SEMINARIO, CARMEN ASTORNE FIGARI
PUBLICADO EN ACTUALIDAD ECONOMICA DEL PERU,JUNIO 2004
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