Una paradoja en la era de las privatizaciones: los fondos de inversión detentados por Estados y bancos centrales –denominados “fondos soberanos”– ingresaron con fuerza en el capital de las multinacionales, principalmente financieras. Éstas abandonan sus preceptos ideológicos y los aceptan sedientas de liquidez, pues la crisis de los créditos hipotecarios, nacida en Estados Unidos, pone en riesgo sus balances. “No nos aman, pero quieren nuestro dinero”, resumió la ministra de Finanzas de Noruega, Kristin Halvorsen. Los fondos soberanos han acudido al rescate; pero si la crisis financiera internacional se atenúa en la superficie, sigue latiendo en profundidad.
“¿Hay que aceptar que los comunistas o los terroristas se conviertan en banqueros?”, se pregunta Jim Cramer, analista estrella del canal de cable financiero CNBC. Respuesta del estruendoso comentarista: “No importa quién haga el negocio, porque estamos desesperados” (1). El ingreso casi simultáneo de varios “fondos soberanos” (en rigor, fondos gubernamentales, casi siempre de los llamados países emergentes), en el capital de entidades financieras en dificultades suscitó diversas reacciones. Si bien los bancos no dejaban de alabar las ventajas que ofrecían inversores “masivos, pasivos y pacientes” (2) de Asia y Medio Oriente, los medios de comunicación y los sectores políticos reaccionaron con un sentimiento de resignación teñido de preocupación.
La necesidad de liquidez acabó con muchas reticencias. Sólo los fondos soberanos –inversores hasta entonces muy discretos– estaban listos para sacar a flote a los gigantes de las finanzas a punto de quebrar. El 27 de noviembre de 2007, el fondo ADIA (Abu Dhabi Investment Authority) de los Emiratos Árabes Unidos adquiría el 4,9% de Citigroup, primer banco mundial, por 7.500 millones de dólares (5.000 millones de euros). Dos semanas más tarde, el fondo GIC (Government Investment Corporation) de Singapur inyectaba 10.000 millones de dólares en el grupo suizo UBS, décimo banco mundial. El 19 de diciembre, le tocaba al fondo soberano chino CIC (China Investment Corporation) adquirir el 9,9% del capital del gran banco de negocios Morgan Stanley por 10.000 millones de dólares.
Los anuncios simultáneos de pérdidas imprevistas y de financiamientos inéditos por fondos soberanos se volvieron habituales. A veces, las mismas instituciones que parecían a salvo del desastre debían nuevamente mendigar fondos. Así, cuando el 24 de diciembre el número uno mundial del negocio del corretaje Merrill Lynch anunció haber recibido 4.400 millones de dólares del fondo Temasek de Singapur, sus problemas de liquidez parecían resueltos. Sin embargo, el 15 de enero de 2008, otros fondos soberanos –como los de Kuwait y Corea del Sur– invertían allí otros 6.600 millones de dólares. El mismo día, Citigroup anunciaba que luego de obtener fondos adicionales por 12.500 millones de dólares, ingresaban en su capital el fondo GIC de Singapur y el Kuwait Investment Authority (KIA). En total, en pocas semanas, los fondos soberanos invertían más de 60.000 millones de dólares en el sector financiero occidental (3).
De la “corrección” al pánico
Era el mundo del revés. En la era de la globalización y del “triunfo de los mercados”, estos fondos se lanzaban al rescate de las más grandes instituciones financieras occidentales. Sin embargo, el año 2007 había comenzado con los mejores auspicios: los bancos gozaban entonces de buena salud y numerosos participantes como los fondos especulativos o de private equity, cuyas estrategias se basaban en el endeudamiento fácil, se preparaban para batir nuevos récords. Pero el año terminó de manera tormentosa. En la primavera, el llamado sector de los subprime (créditos hipotecarios de alto riesgo) sufrió sus primeras dificultades, sin por ello suscitar grandes temores.
Se hablaba de un suave aterrizaje, e incluso de una necesaria y saludable “corrección” en el mercado inmobiliario. La crisis sólo afectaba entonces a algunos establecimientos especializados, y el impacto en la actividad de los grandes bancos parecía insignificante. Pero durante el verano, las señales de alarma se multiplicaban: el mundo de las finanzas, que creía haber dominado el riesgo, descubría que los modelos ultrasofisticados eran en realidad fantasiosos; que productos derivados bien calificados por las agencias de calificación crediticia ya no encontraban compradores; e incluso que las instituciones más prestigiosas ya no estaban en condiciones de evaluar una parte importante de sus activos (4).
Por otro lado, las reglas de las finanzas desreguladas iniciaban un proceso con consecuencias incalculables. En efecto, las nuevas normas contables (5), que supuestamente aseguraban la estabilidad y la tranquilidad del sistema, contribuían a su volatilidad y falta de transparencia, creando por ende una crisis de liquidez además de una crisis de confianza.
Resultaba claro que los productos derivados que habían permitido a lo largo de los años acumular beneficios récord, estaban a punto de convertirse, retomando las palabras del inversor y primera fortuna del mundo Warren Buffett, en “armas de destrucción masiva” (6). El “riesgo sistémico” de un derrumbe del conjunto del sistema bancario tomaba forma, y la posibilidad de una crisis mundial similar a la de los años ’30 se mencionaba con insistencia.
Se entiende así mejor por qué, en un contexto de pánico generalizado, bancos centrales, organismos reguladores y gobiernos transgredían sus principios, sus reglas de funcionamiento y sus ideologías e iniciaban una cadena de “salvatajes”. El 17 de febrero, el ministro de Finanzas británico anunciaba la nacionalización del banco Northern Rock. El 16 de marzo, la Reserva Federal estadounidense organizaba el rescate de Bear Stearns, el quinto banco de negocios del país, suministrando al banco JPMorgan Chase los fondos necesarios para su recuperación (ver recuadro). Y, aunque hubiera reconocido el papel que la reducción de las tasas de interés tuvo durante los años 2001-2006 en la alimentación de la burbuja inmobiliaria, la Reserva Federal, abandonando su objetivo de lucha contra la inflación, decidía bajarlas masivamente.
En cuanto al Congreso, brindaba su total apoyo a una política de reactivación muy keynesiana, mientras el gobierno, aunque muy adepto a las “soluciones de mercado”, multiplicaba las intervenciones puntuales para aliviar a las instituciones y a los deudores más expuestos a la debacle inmobiliaria. Frente al fantasma de una recesión y los riesgos de un derrumbe del sistema financiero, había que resolver lo más urgente, aunque tuviera que invitarse a los fondos soberanos al seno de la “fortaleza financiera”.
Derrumbe ideológico
Antes de la crisis de los subprimes, la mayoría de estos fondos estaban lejos de ser bienvenidos. El sistema de “finanzas cerradas” se basaba en una exclusión de hecho: un poco como en esas ciudades donde los privilegiados deben protegerse de su entorno caótico, el club muy cerrado de las altas finanzas gozaba de una gran libertad que lindaba con una autorregulación de hecho. Pero al precio de una gran vigilancia frente al mundo exterior (7).
A pesar de los discursos sobre la libre empresa, algunos florones no podían cederse a cualquiera. En 2005, por ejemplo, la adquisición de la petrolera Unocal por parte del grupo chino Cnooc no pudo concretarse. Al año siguiente, la posibilidad de que Dubai Ports World asumiera el control de las terminales de transporte en seis puertos estadounidenses generó protestas. Pero las actitudes cambiaron con el agravamiento de la crisis financiera.
Los A pesar de todo, en las recientes adquisiciones financieras los fondos soberanos aceptaron algunas restricciones: carecer de representación en el seno del directorio; no superar algunos umbrales (10% por ejemplo) más allá de los cuales los organismos reguladores tienen derecho de control... Esto porque, tal como dijo Kristin Halvorsen, ministra de Finanzas de Noruega (cuyo fondo soberano, estimado en 322.000 millones de dólares, es el segundo del mundo después del de Abu Dhabi), en una frase que resume la ambivalencia que existe frente a este tipo de fondos: “No nos quieren, pero quieren nuestro dinero” (8).
Así pueden entenderse mejor los abruptos cambios de los dirigentes occidentales. El 10 de septiembre de 2007, luego de una reunión con la canciller alemana Angela Merkel, Nicolas Sarkozy deseaba que se concediera una “atención especial” a los ámbitos en los cuales la competencia se ve “distorsionada por fondos soberanos”. El 8 de enero de 2008, el Presidente francés se mostraba más firme aun: “Francia no debe permanecer impasible frente al creciente poder de fondos especulativos extremadamente agresivos y fondos soberanos que no obedecen a ninguna lógica económica”.
Sin embargo, menos de una semana más tarde, durante su viaje a Arabia Saudita, Sarkozy cambiaba de opinión: “Francia estará siempre abierta a los fondos soberanos cuyas intenciones no sean ambiguas, cuyo gobierno sea transparente y cuyos países de origen practiquen la misma apertura respecto de los capitales extranjeros”.
Un “arma nuclear financiera”
Pero, ¿quiénes son entonces y qué buscan estos fondos soberanos, cuya fuerza de choque financiera se estima en alrededor de 3 billones de dólares, una suma superior al PBI de Francia? ¿Son predadores, salvadores o víctimas? Más allá del hecho de que sus ingresos sean propiedad del Estado, estos fondos–a los que deberían agregarse algunas empresas públicas o semipúblicas– tienen características, objetivos y modos de funcionamiento diferentes. Si generan preocupación, es porque llevan consigo la posibilidad de mezcla de géneros, la de usar sus participaciones financieras con fines políticos y estratégicos, o la de pasar del estatuto de inversores pasivos al de tomadores de decisiones que podrían tener consecuencias.
Aunque sólo hayan figurado en la portada de los diarios estos últimos meses, existen desde hace más de cincuenta años. En 1953, Kuwait creaba su “Fondo de Reserva para las Futuras Generaciones”, el primero de lo que aún no se llamaba fondos soberanos. Rebautizado KIA (Kuwait Investment Authority), este fondo había invertido, con el correr de los años, en grandes empresas occidentales, entre ellas la alemana Daimler-Benz (en 1969) y la británica British Petroleum (en 1984). Al decir de sus dirigentes, el KIA siempre se comportó como un accionista “responsable”, deseoso ante todo de acumular dividendos sin cambiar de estrategia (9). En 1990, durante la invasión de Irak a Kuwait, el control del KIA logró escapar al régimen de Saddam Hussein. Hubo que esperar la reciente suba de precios del petróleo para que este fondo, ampliamente afectado además por malversaciones y malas colocaciones, se convirtiera en un actor consecuente de la economía mundial.
Es sobre el mismo modelo de “fondo para las futuras generaciones” que los demás fondos soberanos se constituyeron en el seno de los países exportadores de petróleo y otras materias primas: Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Omán, Dubai... Otros pertenecen a los países emergentes de Asia que, gracias a su fuerte crecimiento económico, generaron importantes excedentes comerciales que buscan hacer fructificar: Singapur, Corea, Malasia, Taiwán.
China constituye por sí sola una categoría aparte, debido a las consideraciones a la vez políticas y económicas. Con sus gigantescas reservas de divisas (aproximadamente 1,5 billones de dólares), el régimen de Pekín ya blandió, en más de una oportunidad, el “arma nuclear financiera” que representan estas reservas (10). En el duro conflicto que la enfrenta a Estados Unidos (sobre la moneda y las exportaciones, los derechos humanos, las falsificaciones, entre otras cuestiones), China es sin duda el único país que puede hacer uso de su fuerza de choque financiera con fines políticos (11).
El mundo de las finanzas es propenso a las pasiones y desde hace algunos meses los fondos soberanos son sin lugar a dudas sus grandes estrellas. Su creciente poder generó muchos emuladores. El 1 de febrero pasado se creó en Rusia un “Fondo para las Futuras Generaciones”. Japón, India y Arabia Saudita piensan también crear los suyos. Estos países dedicarían una parte de sus reservas de divisas y otros fondos públicos que privilegian las inversiones seguras –tales como los bonos del tesoro de Estados Unidos– a colocaciones con las que esperan obtener mayores ganancias. Al igual que con los países del Golfo durante los años ’70, y con Japón en los años ’80, analistas financieros y medios de comunicación generalizan alegremente para revelar que en 2015, los fondos soberanos dispondrán de 12 billones de dólares (12). Lo suficiente para alimentar varios escenarios de catástrofe... y despertar apetitos.
En su papel de nuevas estrellas de las finanzas, los dirigentes de los fondos soberanos más “agresivos” (es decir, aquellos que buscan los más altos rendimientos) se formaron en la misma escuela que los genios de las finanzas responsables de la actual debacle (13). Los fondos especulativos y de inversiones más temerarios los cortejan asidua y desvergonzadamente, ya sea para asociarlos a nuevas apuestas tan seductoras como arriesgadas, o (¿pero acaso no es lo mismo?) para que los ayuden a salir del callejón sin salida.
El gran escándalo mediático está sobre todo relacionado con los riesgos potenciales que corren los beneficiarios de inversiones más que con las consecuencias en los países de origen. Porque si bien estos “fondos para las futuras generaciones” tienen como objetivo proteger el ahorro y hacerlo fructificar, han sufrido sin embargo depreciaciones espectaculares, y en muy pocas semanas. Desde el ingreso del fondo GIC de Singapur en su capital, la Unión de Bancos Suizos perdió el 55% de su valor, mientras que el título Citigroup bajó un 40% desde el ingreso del fondo ADIA de Abu Dhabi en el suyo. Un alto precio para ingresar en la “fortaleza financiera” (14).
En cuanto a objetivos incumplidos, el caso de China es más revelador aun. En mayo de 2007, el régimen de Pekín adquiría, por 3.000 millones de dólares, el 10% del célebre fondo de inversión estadounidense Blackstone. Poco tiempo después de su creación oficial, el 29 de septiembre de 2007, el fondo soberano CIC (China Investment Corporation), se disponía a “salvar” al banco de negocios Morgan Stanley inyectándole 10.000 millones de dólares. Por su parte, el banco Citic, brazo armado del gobierno chino (y asimilado a un fondo soberano), había negociado inversiones cruzadas en acciones que ascienden a 1.000 millones de dólares, acompañadas de alianzas estratégicas con el banco de negocios Bear Stearns (15). Desde entonces, Blackstone perdió el 60% de su valor; Morgan Stanley, el 26%. En cuanto a Bear Stearns, readquirido por una módica suma por JPMorgan Chase, se convirtió en la víctima más espectacular de la crisis de los subprimes.♦
REFERENCIAS
(1) Peter S. Goodman y Louise Story, “Foreigners Buy Stakes in the U.S. at a Record Pace”, The New York Times, 20-1-08.
(2) Henny Sender, “Silence not golden for sovereign funds”, Financial Times, Londres, 17-1-08.
(3) Bob Davis, “Wanted: SWFs’ Money Sans Politics”, The Wall Street Journal, Nueva York, 20-12-07.
(4) Frédéric Lordon, “El eterno retorno de la crisis financiera”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2007; y “Crises financières, n’en tirer aucune leçon”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2008.
(5) Jacques Richard, “El nuevo capitalismo contable”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, noviembre de 2005.
(6) Simon English, “Apocalypse is nigh, Buffett tells Berkshire faithful”, The Daily Telegraph, Londres, 3-3-03.
(7) Ibrahim Warde, Propagande impériale et guerre financière contre le terrorisme, Agone-Le Monde diplomatique, París, 2007.
(8) Ashley Seager, “Sovereign funds defend themselves against calls for regulation”, The Guardian, Londres, 24-1-08.
(9) Ashley Seager, “State investors deny political motivations; Sovereign funds stabilise global economy; US deputy treasury chief calls for vigilance”, The Guardian, Londres, 25-1-08.
(10) Ambrose Evans-Pritchard, “China threatens nuclear option of dollar sales”, The Daily Telegraph, Londres, 10-8-07.
(11) I. Warde, “La suerte del dólar se juega en Pekín”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, marzo de 2005.
(12) Associated Press, “Sovereign funds under microscope in Davos, with calls for more transparency louder”, The International Herald Tribune, París, 24-1-08.
(13) Charles R. Morris, The Trillion Dollar Meltdown: Easy Money, High Rollers, and the Great Credit Crash, Public Affairs, Nueva York, 2008.
(14) “Les investissements des fonds souverains ont fondu en quelques semaines”, Les Échos, París, 18-3-08.
(15) Rick Carew, Laura Santini y James T. Areddy, “Great Wall Street of China: Morgan Deal Underlines the New Capital Flow; Who’s Playing Whom?”, The Wall Street Journal, Nueva York, 20-12-07.
IBRAIM WARDE*
LE MONDE DIPOMATIQUE, JULIO 2008
*PROFESOR ADJUNTO DE LA UNIVERSIDAD TUFTS (MEDFORD, MASSACHUSETTS, ESTADOS UNIDOS). AUTOR DE PROPAGANDE IMPÉRIALE & GUERRE FINANCIÈRE CONTRE LE TERRORISME, AGONE-LE MONDE DIPLOMATIQUE, MARSELLA-PARÍS, 2007.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario