Imagínese que está comprando un auto de alto rendimiento, pero que todavía no puede mirar debajo del capó. Lo que hay adentro es un secreto. Es más, no puede averiguar cómo se desempeñaron otros vehículos similares, porque no hay ninguno. Finalmente, el auto no tiene garantía.
La misma lógica se aplica a los fondos de inversión: los inversores normalmente no pueden saber cómo funcionan y no se ofrecen garantías. Es más, los gestores de los fondos de inversión fácilmente pueden "falsear" un alto rendimiento sin que los descubran.
Para ver cómo se puede falsear un alto rendimiento, considere un acontecimiento bastante raro, como que el S&P 500 cayera más del 20% en el próximo año. Estos acontecimientos normalmente están cotizados en el mercado de derivados, que le pone un precio al episodio del S&P de diez centavos sobre cada dólar. Una opción cuesta diez centavos ahora y paga 1 dólar si el acontecimiento ocurre para fin de año, pero nada si nunca tiene lugar.
Introduzcamos a Oz, que tiene un doctorado en física. El no tiene ningún talento para las inversiones, pero sabe de probabilidades y está administrando un fondo de inversión por un monto de 100 millones de dólares. Decide vender opciones sobre el episodio del S&P. Para cumplir con sus obligaciones con los tenedores de la opción si ésta se produce, coloca los 100 millones de dólares en Letras del Tesoro de Estados Unidos a un año, con un rendimiento del 4%. Luego vende opciones cubiertas por 100 millones de dólares, que tienen un rendimiento de diez centavos sobre cada dólar y entonces recauda 10 millones de dólares. También coloca estos 10 millones en Letras del Tesoro y vende otros 10 millones en opciones. Esto le deja un neto de otro millón de dólares, que utiliza para cubrir los gastos.
Al final del año, la probabilidad de que el episodio no ocurra es del 90%, de modo que Oz no les debe nada a los tenedores de la opción. El fondo embolsa 11 millones de dólares de la venta de las opciones más el 4% sobre 110 millones de dólares en Letras del Tesoro, lo que representa un retorno saludable del 15,4% antes de los gastos.
Es más, el honorario de Oz es el estándar “dos y veinte”: 2% para los fondos bajo gestión más un bono por desempeño del 20% por los retornos que superan algún punto de referencia –digamos, el 4%-. Por lo tanto, recibe más de 3 millones de dólares después de los gastos. Oz está feliz de haber abandonado la física.
Como la probabilidad de que ocurra el episodio es de apenas el 10% en un año cualquiera, existe una posibilidad de casi el 60% de que pasen más de cinco años sin que se produzca el acontecimiento, en cuyo caso Oz gana más de 15 millones de dólares aunque no ingrese dinero fresco al fondo. Por supuesto, después de varios años de retornos así, el fondo de Oz puede crecer enormemente mientras nuevos inversores claman por una parte de la acción.
Pero los inversores no saben –y no pueden decirlo- que Oz no tiene talento. Ven lo que sucedió, no lo que podría haber sucedido. De manera que cuando el episodio finalmente sí se produce, los inversores que dejan su dinero en el fondo pierden todo, mientras que Oz recauda más de 3 millones de dólares por año antes de que el fondo se desmorone.
Es más, el resultado para los inversores es el mismo incluso si los gestores fueran honestos y simplemente pensaran que pueden vencer al mercado. Oz puede no ser un delincuente; tal vez sencillamente piense que la probabilidad de que el S&P se derrumbe sea mucho menos del 10%.
La moraleja es que los gestores de fondos de inversión ponen a sus inversores en riesgo, pero ellos no asumen ninguno. Si el fondo vuela en pedazos, los inversores no pueden decir si se debió a una mala gestión o simplemente a la mala suerte.
Esto plantea desafíos reales para los reguladores. El fraude es difícil de comprobar, porque los gestores siempre pueden decir que pensaban que las probabilidades eran mejores de lo que fueron. Tampoco un cambio de los incentivos –digamos, penalizar el mal desempeño así como recompensar el buen desempeño- es la solución del problema, porque cualquier estructura de honorarios que recompense a los verdaderos magos financieros también recompensa a los charlatanes.
Sin embargo, se pueden tomar medidas para proteger a los inversores. Se les debería exigir a todos los fondos de inversión que se registren inmediatamente y que informen sobre sus retornos de manera regular. Requerir que los gestores advirtieran a los inversores sobre una exposición riesgosa ayudaría aún más. Como alternativa, los gestores podrían garantizar límites sobre las pérdidas, algo similar a la garantía de un fabricante de automóviles.
Es por el bien de la industria de los fondos de inversión alentar una mayor regulación y transparencia, para que una ola creciente de fondos quebrados no haga colapsar la confianza de los inversores, dejando a los magos buenos y a los malos fuera del negocio.
AUTOR:Dean P. Foster es profesor de Estadística en la Wharton School, Universidad de Pensilvania. H. Peyton Young es profesor de Economía en la Universidad de Oxford y miembro de la Brookings Institution.
FUENTE:PROJECT SYNDICATE.
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