Corría el año 1974. El precio del barril del petróleo se cuadruplicó, golpeando a las economías oro-negro-dependientes, incluida la norteamericana donde la situación venía agravada por los gastos de la guerra de Vietnam (1963-1973) y, aunque usted no lo crea, por el aumento del precio de la harina de pescado peruana. Con lo que se desató una ‘estancflación’: Después de crecer al 5,8% en 1973, llegó la recesión de 1974 (-0,5%) y de 1975 (-0,2%), renuncia de Nixon incluida, paralelamente a la cual la inflación se disparó del 3,3% en 1973 al 11% en 1974 y al 9,1% en 1975. Los desempleados aumentaron de 4,4 millones a 5,2' en 1974 y a 7,9' en 1975. Quienes hacíamos nuestros pininos en el doctorado, con beca en dólares -que debían cambiarse a francos suizos- veíamos que nuestro presupuesto se deshacía como la nieve primaveral sobre la que esquiábamos los fines de semana en las estribaciones alpinas.
A la sazón estudiábamos fascinados a Milton Friedman y Friedrich von Hayek, quienes de alguna manera tenían una explicación para esa curiosa combinación de inflación con recesión que campeaba a escala mundial y que no cuadraba con el paradigma keynesiano, ni para explicarla, ni para enfrentarla.
Sorprendentemente, sin embargo, unas aulas más allá y también en los demás países de habla alemana (y en Francia seguramente también) los empresarios se aglomeraban en seminarios, talleres y coloquios para estudiar nada menos que “Das Kapital”, cuyos voluminosos tres tomos se vendían como pan caliente. Querían entender cómo funcionaba el capitalismo, tratándose de uno de los pocos autores que lo entendía realmente. Recordemos que Marx había escrito himnos en homenaje a los empresarios capitalistas, como en el famoso “Manifiesto” (1848) que redactó al alimón con su colega empresario Friedrich Engels, en el que se lee nada menos que:
“En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo. ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?”
Así se entiende también porqué ese fenómeno se viene repitiendo en Europa y los EEUU desde que reventara la burbuja hipotecaria el año pasado. Las ventas de las obras de Marx se han triplicado (ciertamente a escala infinitesimal respecto a los 900.000 ejemplares que se vendieron en Alemania el año pasado de Harry Potter 7), porque muchos buscan entender las peripecias de este chúcaro sistema capitalista que nadie sabe bien de donde viene, adonde va, ni cómo, ni cuándo.
Por cierto, gracias a la caída de los muros europaorientales, ya no es pecaminoso nombrar a Marx, al que leen incluso inversionistas y banqueros de cuello blanco. Más asombrosa aún es la reciente declaración de Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC): “Actualmente, si se quiere analizar el capitalismo de mercado mundializado lo esencial de la caja de herramientas reside en lo que Marx y algunos de sus inspiradores escribieron”. Por si fuera poco, un senador norteamericano ha propuesto convertir en curso universitario obligatorio la “Crítica a la Economía Política”. Finalmente, hasta el archiconservador Ministro de Economía alemán, en entrevista concedida al semanario ‘Der Spiegel’, ha declarado que “en general, hay que admitir que ciertas partes de la teoría de Marx no son nada despreciables”.
De manera que, como van las cosas, estamos convencidos que la CADE del próximo año versará precisamente sobre las lecciones de Marx, aderezadas quizás con las de Schumpeter, dado que ambos tenían un conocimiento profundo del sistema y que, además, consideraban que fuerzas endógenas a su propio funcionamiento acabarían con él, dadas ciertas condiciones, si bien por razones muy distintas. De manera que con esos conocimientos el joven e innovador empresariado peruano estaría en condiciones de establecer las bases para el desarrollo de una auténtica economía de mercado en el país, bastante distinta al chicha-capitalismo que siempre nos ha estado meciendo, llevándonos de tumbo en tumbo.
P.D.: Acabo de descubrir que no hace mucho se había escrito un artículo con el mismo título que yo usé hoy, aparte de que es mucho más ilustrativo, informado e interesante que el mío. Véase:
Emanuel L. Paparella, “Marx Redivivus: Socialism for the Rich and Capitalism for the Poor”, setiembre 29 , 2008 (www.ovimagazine.com/art/3554).
AUTOR:Jürgen Schuldt
FUENTE:MEMORIAS DE GREGORIO SAMSA.
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