Las desgracias que golpean a los grandes especuladores globales han hecho desaparecer provisoriamente en los medios de comunicación las desgracias muchos más graves que sufren las poblaciones del Sur. Mientras que los gobiernos occidentales movilizan todas sus capacidades disponibles para salvar los fondos de esta gente financiera sumamente privilegiada, el investigador Eric Toussaint nos recuerda la necesidad de concebir respuestas sistemáticas que permitirán de resolver a la misma vez las crisis financiera y alimentaria, a las cuales se añaden los desafíos de la crisis climática.
La explosión de las crisis alimentaria, económica y financiera en 2007-2008 demuestra hasta qué punto están interconectadas las economías del planeta. Para resolver estas crisis, es necesario tratar el mal en la raíz.
La crisis alimentaria
En 2007-2008, más de la mitad de la población mundial ha visto degradarse fuertemente sus condiciones de vida porque ha tenido que enfrentarse a una gran subida de los precios de los alimentos. Esto ha originado protestas masivas, por lo menos en una quincena de países, en la primera mitad de 2008. El número de personas afectadas por el hambre aumento de varias decenas de millones, y cientos de millones más han visto restringido su acceso a los alimentos (y, en consecuencia, a otros bienes y servicios vitales [1].
Todo esto como consecuencia de las decisiones tomadas por un puñado de empresas del sector del «agronegocio» (productoras de biocombustibles) y del sector de las finanzas (los inversores institucionales que contribuyen a la manipulación de los precios de los productos agrícolas), que se han beneficiado del apoyo del gobierno de Washington y de la Comisión Europea [2].
Pero la parte correspondiente a las exportaciones de la producción mundial de alimentos sigue siendo escasa. Sólo una parte marginal del arroz, el trigo o el maíz producidos en el mundo se exporta, una porción aplastante de la producción se consume en el lugar de origen. Sin embargo, los precios de los mercados de exportación son los que determinan el precio en los mercados locales. Es decir, los precios de los mercados de exportación se fijan en Estados Unidos, principalmente en tres Bolsas (Chicago, Minneapolis y Kansas City). En consecuencia, el precio del arroz, el trigo o el maíz en Tombuctú, México, Nairobi o Islamabad está influido directamente por la evolución del precio de dichos productos en los mercados bursátiles de Estados Unidos.
En 2008, con urgencia y por el peligro de que las derribasen los motines, en los cuatro puntos cardinales del planeta, las autoridades de los países en desarrollo tuvieron que tomar medidas para garantizar el acceso de los ciudadanos a los alimentos básicos.
Si se llegó a esa situación es porque durante varios decenios los gobiernos renunciaron progresivamente al sostenimiento de los productores locales de granos –en su mayoría pequeños productores- y siguieron las recetas neoliberales dictadas por instituciones como el Banco mundial y el FMI en el marco de los planes de ajuste estructural y los programas de reducción de la pobreza. En nombre de la lucha contra la pobreza, estas instituciones convencieron los gobiernos para establecer políticas que reprodujeron, incluso reforzada, la pobreza. Además, durante los últimos años, numerosos gobiernos han firmado tratados bilaterales (en particular los tratados de libre comercio) que han empeorado todavía más la situación. Las negociaciones comerciales en el marco del ciclo de Doha de la OMC también han acarreado consecuencias funestas.
¿Qué ha pasado?
Acto primero:
Los países en desarrollo renunciaron a las protecciones aduaneras que permitían proteger a los campesinos locales de la competencia de los productores agrícolas extranjeros, principalmente de las grandes empresas «agroexportadoras» estadounidenses y europeas. Éstas invadieron los mercados locales con productos agrícolas vendidos por debajo del coste de producción de los agricultores y ganaderos locales, lo que originó su quiebra (muchos de ellos emigraron a las grandes ciudades de sus países o a países más industrializados).
Según la OMC, los subsidios que pagan los gobiernos del norte a sus grandes empresas agrícolas en el mercado interior no constituyen una infracción de las reglas contra el dumping. Como ha escrito Jacques Berthelot: «Mientras que para el hombre de la calle existe dumping si se exporta a un precio inferior al coste medio de producción del país exportador, para la OMC no hay dumping en tanto que se exporta al precio interior, incluso si es inferior al coste medio de producción» [3].
En resumen, los países de la Unión Europea, Estados Unidos u otros países exportadores pueden invadir los mercados de los demás con productos agrícolas que se benefician de cuantiosas subvenciones internas.
El maíz exportado a México por Estados Unidos es un caso emblemático. A causa del tratado de libre comercio (TLC) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, este último abandonó sus protecciones aduaneras frente a sus vecinos del norte. Las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México se han multiplicado por nueve entre 1993 (último año antes de la entrada en vigor del TLC) y 2006. Cientos de miles de familias mexicanas tuvieron que renunciar a producir maíz porque éste costaba más caro que el maíz procedente de Estados Unidos (producido con tecnología industrial y fuertemente subvencionado). Esto no sólo constituyó un drama económico, sino que además acarreó una pérdida de identidad porque el maíz es el símbolo de la vida en la cultura mexicana, especialmente en los pueblos de origen maya. Una gran parte de los cultivadores de maíz abandonaron sus campos y salieron a buscar trabajo en las ciudades industriales de México o en Estados Unidos.
Acto segundo
México, que para alimentar a su población depende del maíz de Estados Unidos, se enfrenta a una subida brutal del precio de este cereal originada, por una parte, por la especulación en las Bolsas de Chicago, Kansas City o Minneapolis y, por otro lado, por la producción, en casa de su vecino del norte, de etanol de maíz.
Los productores mexicanos de maíz ya no tienen capacidad para satisfacer la demanda interna y los consumidores mexicanos se enfrentan a un estallido del precio de su alimento de base, la tortilla, esa tortita de maíz que sustituye al pan o al tazón de arroz consumido en otras latitudes. En 2007, enormes protestas populares sacudieron México.
En condiciones específicas, las mismas causas produjeron, grosso modo, los mismos efectos. La interconexión de los mercados alimentarios a escala mundial está establecida a un nivel jamás conocido anteriormente.
La crisis alimentaria mundial pone al descubierto el motor de la sociedad capitalista: la búsqueda del máximo beneficio privado a corto plazo. Para los capitalistas, los alimentos sólo son una mercancía que hay que vender con el mayor beneficio posible. El alimento, elemento esencial de la conservación de la vida de los seres humanos, se ha transformado en un simple instrumento de beneficio. Hay que poner fin a esta lógica mortífera. Hay que abolir el control del capital sobre los grandes medios de producción y comercialización y dar la prioridad a una política de soberanía alimentaria.
La crisis económica y financiera
También en 2007- 2008 ha estallado la mayor crisis internacional económica y financiera desde 1929. Si no existiera la intervención masiva y concertada de los poderes públicos que se han lanzado al auxilio de los banqueros ladrones, la crisis actual ya habría adquirido mayores proporciones. También en este terreno la interconexión es sorprendente. Entre el 31 de diciembre de 2007 y finales de septiembre de 2008, todas las Bolsas del planeta conocieron unas bajadas muy importantes, que han ido del 25 al 35% en las Bolsas de los países más industrializados hasta el 60% en China pasando por el 50% en Rusia y Turquía.
El montaje colosal de deudas privadas, pura creación de capital ficticio, acabó por estallar en los países más industrializados empezando por Estados Unidos, la economía más endeudada del planeta. En efecto, la suma de la deuda pública y privada de Estados Unidos asciende, en 2008, a 50 millones de millones de dólares (contando las deudas del Estado, los hogares y las empresas, N. de T.), es decir el 350% del PIB. Esta crisis económica y financiera, que ya ha golpeado a todo el planeta, afectará cada vez más a los países en desarrollo de los que algunos todavía se creen a salvo. La globalización capitalista no desconectó unas economías de otras. Al contrario, países como China, Brasil, la India o Rusia tampoco han podido librarse de esta crisis. Y estamos empezando.
La crisis climática
Los efectos del cambio climático, de momento, han desaparecido del primer plano de la actualidad, sustituidos por la crisis financiera. Sin embargo el proceso está en marcha a escala planetaria, y también en este asunto la interconexión es evidente. Ciertamente las poblaciones de los países «pobres» resultarán más afectadas que las de los países «ricos», pero nadie saldrá indemne.
La conjunción de estas tres crisis muestra a los pueblos la necesidad de liberarse de la sociedad capitalista y de su modelo de producción. La interconexión de las crisis capitalistas pone por delante la necesidad de un programa anticapitalista y revolucionario a escala mundial. Las soluciones, para que sean favorables para los pueblos y para la naturaleza, deben ser internacionales y sistémicas. La humanidad no podrá conformarse con parches.
AUTOR : Eric Toussaint es presidente del CADTM-Bélgica (Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo).
FUENTE : VOLTAIRE.ORG
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