En el mes de agosto del 2008, a casi todos los gurues de la economía neoclásica no les pasaba por la mente que el mundo estaba a punto de entrar en una nueva crisis. Salvo algunos analistas, mas bien de corte keynesiano, como Stiglitz, Krugman o Rodrik, que fueron advirtiendo sobre la inminencia de una crisis, el resto pensaba que los mercados harían su trabajo y procesarían la crisis casi de manera automática o endógena como se diría técnicamente.
Hoy, a inicios del 2009, el panorama es sombrío y, nuevamente, los gurues neoclásicos no saben si lo peor vendrá el primer o segundo semestre, o si la recuperación vendrá el 2010 o recién el 2011.
¿Cómo es posible que economistas calificados, con todo el arsenal teórico y econométrico con que cuentan, fueran incapaces de predecir lo que se vino y no pueden saber lo que se vendrá? ¿Será que los fenómenos económicos pueden ser predecibles sólo hasta cierto punto y el resto depende de factores no tomados en cuenta por la teoría económica?
No es fácil responder a estas preguntas. Sin embargo, planteamos como hipótesis que en general, cuando se incluye en el análisis los intereses económicos y políticos involucrados en la dinámica económica y los comportamientos psicológicos en situaciones de incertidumbre, es que uno se puede acercar a una mejor explicación de los fenómenos, a conocer las causas de la crisis y a intuir en qué momento se comienza a salir. Desde otro punto de vista, la teoría económica neoclásica, tal como se enseña en las universidades, no permite aquilatar todos los contornos de los fenómenos económicos, porque sólo ven los temas económicos sin relacionarlos con los políticos y los psicológicos. Esta parcelación y aislamiento del fenómeno económico está influenciada por una ideología específica.
El problema es que a menudo, los economistas nos consideramos técnicos neutros, sin revelar que en el fondo nos identificamos con intereses, generales o particulares, de algún grupo social, de alguna empresa o de algún sindicato, es decir, que tenemos una ideología que subyace a nuestras teorías económicas. Es decir, ningún análisis económico es totalmente aséptico de algún interés social y todo economista es tributario de alguna ideología.
Es por ello que cuando sobreviene una crisis económica o financiera, hay que tener cuidado de que la solución se base en el análisis antes que en la ideología y, sobre todo, es importante saber quien gana y quien pierde en una crisis, es decir qué intereses son afectados y qué otros favorecidos.
En consecuencia, se podría decir que la crisis habría provenido de una dinámica económica que por favorecer intereses de ciertos agentes económicos o grupos sociales, que bajo una débil regulación estatal de los mercados, habría llevado a una situación de desequilibrio duradero entre oferta y demanda, que es en realidad una crisis. Los economistas que “no la vieron”, en realidad estaban defendiendo negocios en marcha bajo la premisa de que la economía mundial se seguía expandiendo, sobre la base de nuevos países grandes y de crecimiento acelerado como la de China e India y algunos países de América Latina. Como los mercados se autorregulan según la ideología neoliberal, no había que preocuparse.
Pero, por otro lado, los mercados no siempre se autorregulan por que muchas empresas y a veces el propio estado genera asimetrías en la información, en algunos casos para no revelar a la competencia los datos propios o, en otros, para ocultar estrategias o resultados que no se desea que se conozcan. El caso extremo de esta situación fue la doble contabilidad que llevaba la Empresa ENRON, cuya información falsa dio lugar a malas decisiones de empresas y familias, generando gran desconfianza y pérdidas. En todos estos casos, en los que existe información asimétrica, comportamientos azarosos o falsos, se generan situaciones de incertidumbre, en las cuales las decisiones llevan a malas asignaciones de recursos y en general a resultados perversos.
Esto es lo que ha ido sucediendo progresivamente con la crisis actual, pues, por ejemplo el caso de los créditos hipotecarios conocidos como “sub prime”, sobre cuyos clientes no se tenía la información completa sobre sus posibilidades de pago, pues en muchos casos los que tomaron estos créditos lo hicieron para mejorar sus intereses, teniendo una segunda casa a un precio bajo, es decir actuaron para mejorar sus intereses sobre la base de información asimétrica. Así estos “free riders” fueron los principales agentes que inflaron la burbuja hipotecaria con información incompleta, tendenciosa o falsa, desencadenando una crisis cuyo desarrollo y término es una incógnita.
Lo cierto es que cuando los mercados fallan y no pueden autorregularse, el resultado simple es la bancarrota de aquellos que trasgredieron ciertas reglas económicas y contables. Su traducción real es el desempleo, pobreza y la quiebra de grandes empresas y bancos. Esto es lo que debería haber sucedido, de no existir estados que por causas de fuerza mayor – un probable colapso del sistema económico mundial- se vieron en la necesidad de intervenir, para lo cual se acordaron de las recetas keynesianas, es decir tuvieron que ayudar a que el sacro santo mercado no descarrilara totalmente, con la ayuda de políticas fiscales. Aquí reaparecen los intereses generales de todo el sistema, por encima de los intereses particulares promocionados por el neoliberalismo y la teoría neoclásica. Es decir, se vuelve a poner atención al Estado y su rol interventor y regulador. Es cuando se escucha nuevamente a los promotores de la economía mixta como Samuelson, Rodrik, Wade, que dejaron de tener predicamento durante la era neoliberal, para quienes el capitalismo debe funcionar con mercados supervisados y regulados por el Estado y, eventualmente, con intervenciones puntuales sobre todo en lo referente a bienes y servicios públicos, lo que mejora la información.
Sin embargo, a la hora del salvataje son los intereses particulares los que aparecen en primer lugar, pero con un cierto orden de prioridad. Este orden está dado por la estructura económica y social de una sociedad basada en los principios de la propiedad privada y los intereses propios que tienen una cierta prelación, dado por su lugar y rol en los mercados. Ocurre así que para que el sistema no se hunda hay que salvar a los bancos, los monopolios y a las grandes empresas, que son las que tienen millones de clientes, en lugar de salvar a los clientes. Esto es lo que sucedió en el caso del Banco Lehman Brothers, que habiendo quebrado no fue salvado, lo que es una natural corrección hecha por el mercado a un intermediario que no supo administrar su negocio. Sin embargo, le quiebra de Lehman Brothers es tomado como el mayor error del gobierno americano, pues al no salvarlo desencadenó la enorme crisis financiera y económica que está viviendo la economía americana y que contagia a todo el mundo. Existen pues nodos que son los que articulan intereses y que organizan el mercado en general de manera poco competitiva.
Visto así, el salvataje de las familias o pequeñas empresas que se endeudaron para comprar casas o hacer alguna inversión, si bien podría ser políticamente rentable, no tendría posibilidades de salvar al “sistema”. En consecuencia, estamos atrapados sin salida. El salvataje tiene que hacerse de arriba hacia abajo, del más grande al más pequeño, de lo contrario el sistema económico no tiene salida, o quizás tendría una salida distinta a la que conocemos de experiencias pasadas, como la crisis del 29.
Lo que viene en seguida es el desarrollo de la crisis. El problema es cómo se aumenta la demanda o como se disminuye la oferta, para ello hay políticas fiscales o la reducción de la inversión. En ambos casos se requiere de una recuperación de la credibilidad en el sistema, es decir se requiere que mejore la información sobre las empresas, las familias y el estado, lo que ha de obligar a redefinir los sistemas de regulación de los mercados, el incremento de la transparencia corporativa y del estado. En el fondo la crisis podrá tener solución si los códigos éticos se renuevan y las malas prácticas se castigan.
Finalmente, la crisis actual da punto final a la era del denominado neoliberalismo, es decir del dominio exacerbado de la ideología pro mercado y de la defensa de los intereses particulares en nombre del principio de la libertad, al punto de haberlo convertido en ideología. La lección es que cuando la ideología se antepone a la realidad y, sobre todo, se impone, los resultados tarde o temprano van a chocarse con ella, sea esta la del mercado o del sistema planificado, pues la realidad es como son las cosas y la ideología es como uno quisiera que sean.
Es probable que la crisis redefina la estructura económica y los intereses, pero es necesario aprender de la experiencia. Será necesario mayor regulación estatal, para tener mejor información, pero también será necesario replantear los intereses colectivos no como la suma de intereses particulares, sino como una combinatoria, lo que con toda seguridad llevará a redefinir el papel del estado a escala nacional y a escala mundial. Es obvio, que frente a una crisis global no hay un estado mundial para enfrentarla sino muchos estados particulares cuya coordinación es difícil y depende mucho de los intereses.
AUTOR : EFRAIN GONZALEZ DE OLARTE
FUENTE : ECONOMIA PERUANA
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