Las peores previsiones del año pasado se han hecho realidad. La pandemia financiera mundial de la que algunos habíamos avisado ya está aquí. Pero nos encontramos todavía en las primeras fases de esta crisis. Mis predicciones para el año que empieza, por desgracia, son todavía más pesimistas: las burbujas, y había muchas, no han hecho más que empezar a estallar.
La idea más extendida es que los precios de muchos activos financieros de riesgo han caído tanto que hemos tocado fondo. Aunque es verdad que han descendido enormemente respecto a sus máximos de finales de 2007, es probable que todavía lo sigan haciendo aún más. En los próximos meses, las noticias macroeconómicas en Estados Unidos y en todo el mundo serán mucho peores de lo que espera la mayoría. Los informes sobre las ganancias de las empresas asombrarán a cualquier analista de valores que aún pueda creerse que la contracción económica va a ser suave y breve.
Los mercados financieros siguen teniendo varios puntos vulnerables: una crisis crediticia que empeorará antes de empezar a mejorar; un desapalancamiento que seguirá adelante a medida que los fondos alternativos y otros actores con fondos ajenos se vean obligados a vender sus activos en mercados no líquidos y sin tensión, lo cual producirá caídas en cascada de los precios de los activos, exigencias de márgenes y más desapalancamiento; la quiebra de otras instituciones financieras; la entrada en una crisis financiera plena para algunas economías de mercado emergentes, y el peligro, para otras, de impago de su deuda soberana.
Desde luego, Estados Unidos va a experimentar su peor recesión en décadas. La idea tradicional de que la contracción estadounidense iba a ser breve y superficial –una recesión en V con una recuperación rápida, como las de 1990-1991 y 2001– está ya descartada. Por el contrario, la contracción en EE UU será en U: larga, profunda y de unos 24 meses de duración. Podría acabar incluso siendo más prolongada, un estancamiento de varios años en L, como el que sufrió Japón en los 90.
A medida que la economía estadounidense se contraiga, toda la economía mundial entrará en recesión. En Europa, Canadá, Japón y las demás economías avanzadas, será grave. Y las economías de mercado emergentes –vinculadas al mundo desarrollado por el comercio de bienes, finanzas y divisas– tampoco se escaparán.
Exactamente qué constituirá una recesión dependerá de cada país. Para China, una caída brusca sería que el crecimiento anual pasara del 12% al 6%. Pekín debe crecer a un 10% anual o más para llevar a entre 12 y 15 millones de agricultores pobres al mundo moderno. Para otros mercados emergentes, como Brasil o Corea del Sur, la caída brusca es un crecimiento por debajo del 3%. Los países más vulnerables, como Ecuador, Hungría, Letonia, Pakistán y Ucrania, quizá vivan una crisis financiera total y necesiten un gran volumen de financiación externa para evitar el colapso.
En los países más ricos, podría producirse una combinación debilitadora de estancamiento económico y deflación, a medida que los mercados de bienes se contraigan cuando la demanda acumulada disminuya. Dado el enorme crecimiento que ha tenido la capacidad productiva debido al exceso de inversiones en China y en otros mercados emergentes, esta caída de la demanda seguramente generaría una inflación más baja. Mientras tanto, las pérdidas de empleo se acumularían y las tasas de paro aumentarían, con la consiguiente presión a la baja sobre los salarios. Unos mercados de materias primas debilitados –en los que los precios ya han caído mucho desde su máximo del verano, y caerán todavía más en medio de una recesión mundial– producirían una inflación todavía más baja. En la primera parte de 2009, la inflación en las economías avanzadas podría caer hasta el 1%, más o menos, demasiado próximo a la deflación.
Esta situación es peligrosa por muchos motivos. Varios bancos centrales se aproximarán tanto a fijar tipos de interés cero que sus economías sufrirán un triple revés: una trampa de liquidez, una trampa de deflación y una deflación de la deuda. En una trampa de liquidez, los bancos pierden su capacidad de estimular la economía porque no pueden fijar tipos de interés nominales por debajo de cero. En una trampa de deflación, la caída de los precios hace que los tipos de interés reales sean relativamente altos, lo cual asfixia el consumo y la inversión. Eso desemboca en un círculo vicioso en el que las rentas y el empleo caen y la demanda cae todavía más. Por último, con la deflación de la deuda, el valor real de las deudas nominales sube a medida que caen los precios, y eso es malo para países como Estados Unidos y Japón, que tienen ratios elevadas entre deuda y PIB.
A medida que las herramientas monetarias ortodoxas pierdan eficacia, las autoridades tendrán que buscar métodos heterodoxos. Veremos políticas fiscales tradicionales, en forma de recortes de impuestos y aumentos del gasto, pero también veremos operaciones mundiales de rescate de acreedores, de inversores y de instituciones financieras, así como de los prestatarios. Los bancos centrales inyectarán enormes cantidades de dinero en los sistemas financieros para desbloquear la crisis de liquidez. Quizá sean también necesarias acciones más radicales, como compras de bonos corporativos y oficiales o la subvención de los tipos de interés, para que los mercados crediticios vuelvan a funcionar como es debido.
Esta crisis no es sólo resultado del estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense o de la caída del sector de las hipotecas basura en Estados Unidos. Los excesos crediticios que causaron este desastre eran mundiales. Había varias burbujas, que en muchos países iban más allá de la vivienda y se extendían a las hipotecas y a los préstamos sobre propiedades inmobiliarias de uso comercial, tarjetas de crédito, préstamos para la compra de coches y préstamos a estudiantes. Había burbujas para los productos convertidos en valores, que transformaron esos préstamos e hipotecas en instrumentos financieros complejos, tóxicos y destructivos. Y había burbujas, también, en los préstamos oficiales locales, compras con capital ajeno, fondos alternativos, préstamos comerciales e industriales, bonos corporativos, materias primas y permutas de riesgo de crédito; un peligroso mercado sin regular en el que se vendieron hasta sesenta billones de dólares (unos 60.000 millones de euros) de protección nominal contra una reserva pendiente de bonos corporativos de sólo 6 billones de dólares.
Estas burbujas formaron, en total, la mayor burbuja crediticia y de activos de la historia; con su estallido, las pérdidas totales de crédito podrían ser de hasta dos billones de dólares. Si los gobiernos no toman medidas más rápidas para recapitalizar los bancos y otras instituciones financieras, la crisis del crédito se agravará aún más. Las pérdidas aumentarán a mayor velocidad de lo que tardarán las compañías en reponer sus balances.
Gracias a las drásticas acciones del G-7 y otros, el riesgo de una crisis financiera estructural ha disminuido. Pero, por desgracia, lo peor no ha pasado todavía. Este año será difícil. Sólo una actuación muy agresiva, coordinada y eficaz por parte de las autoridades, garantizará que 2010 no sea aún peor de lo que seguramente va a ser 2009.
AUTOR :Por Nouriel Roubini
FUENTE:DDOOSS
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