sábado, 24 de octubre de 2009
Los bancos no están bien
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Vale, quizá no exactamente el peor, pero, sin duda, malo. Y el contraste entre la inmensa buena suerte de unos pocos y el continuo sufrimiento de demasiados presagiaba un futuro muy negro. Estoy hablando, claro está, de la situación de los bancos.
Los pocos afortunados han acaparado la mayoría de los titulares, ya que son muchos los que han reaccionado con indignación ante el espectáculo de Goldman Sachs obteniendo beneficios récord y pagando primas enormes, mientras el resto de EE UU, víctima de una depresión desencadenada por Wall Street, sigue desangrándose por la hemorragia de empleos.
Pero no es un simple caso de bancos que florecen frente a trabajadores que padecen: los bancos que realmente están en el negocio de los préstamos, a diferencia de los que se dedican al comercio, siguen en apuros. En particular, Citigroup y Bank of America, que hace unos meses silenciaron los rumores de nacionalización afirmando que habían vuelto a ser rentables, ahora (sí, lo han adivinado) han vuelto a informar de que pierden dinero.
Pregunten a la gente de Goldman y les dirán que lo que ellos ganan no es asunto de nadie, salvo de ellos mismos. Pero, como decía hace poco un escéptico, "no hay ninguna institución financiera de las que existen actualmente que no se haya beneficiado directa o indirectamente de los miles de millones de dólares de los contribuyentes con que se ha ayudado al sistema financiero". Más aún: Goldman ha ganado mucho dinero con sus operaciones en Bolsa, pero sólo ha podido mantenerse en ese juego gracias a las políticas que han arriesgado enormes cantidades de dinero público, desde el rescate económico de AIG hasta las garantías que han cubierto muchas de las obligaciones de Goldman.
¿Y quién era este gran detractor de los bancos? Pues no era otro que Lawrence Summers, jefe económico de la Administración de Obama (y uno de los arquitectos de la política bancaria del Gobierno, que hasta ahora ha sido hacer la vista gorda con las instituciones financieras y esperar que enmienden la plana).
¿A qué se debe el cambio de tono? Los funcionarios de la Administración están furiosos por el modo en que el sector financiero está ejerciendo presiones enérgicas en contra de una reforma a fondo, tan sólo unos meses después de haber recibido una gigantesca ayuda con el dinero de los contribuyentes. Pero hay que preguntarse qué esperaban que sucediese. Siguieron una política de mano blanda, ofreciendo ayuda sin demasiadas exigencias en un momento en que Wall Street estaba contra las cuerdas; esto les ha dejado con muy pocas posibilidades de ejercer influencia sobre empresas como Goldman, que ahora, una vez más, están ganando mucho dinero.
Pero hay un problema todavía mayor: Mientras el lado chanchullero del sector financiero -también conocido como operaciones bursátiles- vuelve a ser enormemente lucrativo, la parte de la banca que realmente importa -los préstamos, que alimentan las inversiones y la creación de empleo- sigue estancada. Los bancos clave siguen estando débiles desde el punto de vista financiero, y su debilidad está perjudicando a la economía en su conjunto.
Puede que recuerden que este año, hace unos meses, hubo un gran debate sobre cómo lograr que los bancos volviesen a prestar dinero. Algunos analistas, incluido yo mismo, sosteníamos que al menos algunos bancos importantes necesitaban una gran inyección de capital público, y que la única forma de conseguir esto era nacionalizar temporalmente los bancos con más problemas. Sin embargo, el debate perdió fuerza después de que Citigroup y Bank of America, los eslabones más débiles del sistema bancario, anunciaran unos beneficios que llegaron por sorpresa. Todo va bien, nos dijeron, ahora que los bancos vuelven a obtener beneficios.
Pero pasó algo curioso durante el camino de vuelta a la solidez bancaria: la semana pasada, tanto Citigroup como Bank of America anunciaron pérdidas en el tercer trimestre. ¿Qué ha pasado?
Parte de la respuesta es que esos beneficios iniciales eran, en parte, un producto de la imaginación de los contables. Sin embargo, en líneas más generales, estamos viendo lo que nos devuelve la economía real. Durante la primera fase de la crisis, el ciudadano de a pie fue castigado por las fechorías de Wall Street; ahora, el sufrimiento económico generalizado, especialmente el persistente paro elevado, está provocando grandes pérdidas en los préstamos hipotecarios y las tarjetas de crédito.
Y ésta es la pega: la debilidad continua de muchos bancos está contribuyendo a prolongar el sufrimiento económico. Los bancos siguen resistiéndose a prestar dinero y la contracción del crédito, especialmente para las pequeñas empresas, supone un obstáculo en el camino hacia la recuperación sólida que necesitamos.
¿Y ahora qué? Summers sigue insistiendo en que la Administración hizo lo correcto: que el Gobierno hubiera suministrado más capital, dice, no "habría sido una estrategia útil para resolver los problemas". Vale. En cualquier caso, desde el punto de vista político, el momento de tomar medidas radicales respecto a los bancos ha pasado claramente.
Por el momento, lo más importante probablemente sea hacer todo lo posible por contribuir al crecimiento del empleo. Con suerte, esto generará un círculo virtuoso en el que la mejora de la economía reforzará los bancos, que a su vez volverán a estar más dispuestos a prestar dinero.
Aparte de eso, necesitamos desesperadamente aprobar una reforma financiera eficaz porque, si no lo hacemos, los banqueros pronto empezarán a correr riesgos aún más grandes que los que corrieron en el periodo previo a la crisis. Después de todo, la lección de los últimos meses ha sido muy clara: cuando los banqueros juegan con el dinero de otros, ellos siempre salen ganando, a expensas del resto de nosotros.
AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS
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