Mostrando las entradas con la etiqueta 10/24/2009. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta 10/24/2009. Mostrar todas las entradas

sábado, 24 de octubre de 2009

Elinor Ostrom: un Nobel de Economía bien ganado


Felicitaciones a los señores directores del Banco de Suecia y de la Academia Sueca de Ciencias. Esta vez acertaron al darle el premio 2009 a Elinor Ostrom. Ya era tiempo que se lo dieran a una socioeconomista progresista, en lugar de regalárselo a algún ideólogo cavernícola, como han acostumbrado hacerlo.

También era tiempo de que galardonaran a una mujer, la primera desde 1982, año en que premiaron a la socióloga Alva Myrdal, esposa y colaboradora de Gunnar Myrdal, premiado en 1974, y uno de los arquitectos del Estado sueco moderno.

¿Cuál es el principal mérito académico de la doctora Ostrom, profesora en Indiana University? Que estudió y propició la autogestión del bien común, tal como lo viene haciendo todos los jueves a mediodía el Tribunal de Aguas de Valencia, desde que lo instalaron los moros en el año 960.

¿Por qué importa este aspecto de la obra de Ostrom? Porque ha sido ignorado por casi todos los economistas políticos, no sólo los viejos conocidos de la derecha, sino también los marxistas, siempre enemigos de las cooperativas.

En efecto, casi todos los economistas reconocen sólo dos regímenes de propiedad: la privada y la estatal. No les interesa el tertium quid , la propiedad colectiva autogestionada, la que escapa tanto a la garra del gran capital como a la del Estado autoritario.

La economía política estándar propone los postulados siguientes:

1- Todos los bienes deberían ser de propiedad de particulares o corporaciones. (¿Por qué? Porque lo digo yo.)

2- El ojo del amo engorda al ganado: la propiedad sin dueño se deteriora, como lo demuestra la tragedia del bien común, tal como el ejido o el pastizal de la aldea. (¿Por qué? Porque lo dijo Garrett Hardin.)

3- El Estado debería ser mínimo: su única función debería ser garantizar el funcionamiento del mercado libre, o sea, el capitalismo sin reglas (Friedrich Hayek, premio Nobel 1974 y Milton Friedman, premio Nobel 1976).

Si hubiera popperianos de izquierda, acaso dirían que la contribución de Ostrom fue refutar el segundo postulado. Pero cualquiera podría argüir que refutar una proposición es lo mismo que confirmar su negación. No importa, sigamos.

En 1968 la prestigiosa revista Science publicó el artículo The tragedy of the commons , o sea, "La tragedia del bien común". Este hizo famoso a su autor, el ecólogo tejano Garrett Hardin, quien ya se había destacado por su defensa del principio sistémico "no puedes hacer una sola cosa" y su principio de exclusión competitiva (que discutimos en mi seminario de filosofía de la biología, en 1962, en la Universidad de Buenos Aires).

¿En qué consiste la tragedia de marras? Si todos los habitantes de una aldea tienen libre acceso a un pastizal común, todos pondrán a pastar tantos animales como puedan. De esta manera, el pasto no tendrá tiempo de volver a crecer, y el pastizal se acabará para mal de todos. La moraleja que sacó Hardin es que la propiedad sin propietario se deteriora hasta destruirse.

En su libro Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action (1990), Elinor Ostrom refuta a Hardin. Lo hace recurriendo a ejemplos históricos de autogobierno de bienes comunes, tales como tierras comunales (como los ejidos mexicanos), bosques (como muchos en la India), acequias (como las del río Turia), pesquerías (como la del Maine) y tambos (como los del Gujurat).

El resultado neto es que lo que importa para preservar un bien no es la propiedad sino la administración. Tanto es así, que una empresa privada mal administrada no beneficia siquiera a sus propietarios. La economía experimental y la psicología social contemporáneas nos dan datos para explicar por qué tiene razón Elinor Ostrom y, por el mismo motivo, por qué no la tuvo Garrett Hardin.

En efecto, esas ciencias han demostrado que solamente una minoría procura siempre maximizar sus utilidades esperadas, sin importarle si perjudica al prójimo. La mayoría de los seres humanos somos considerados y cooperativos. Basta consultar el volumen colectivo Moral Sentiments and Material Interests: The Foundations of Cooperation in Economic Life , publicado en 2005 por los economistas Herbert Gintis, Robert Boyd, y Ernst Fehr.

En mi libro Filosofía política (2009) cito muchas veces la obra de Ostrom, que sintoniza con una parva de documentos sobre el funcionamiento de cooperativas de todo tipo dispersas por el mundo, en particular, los anuarios de la Alianza Internacional de Cooperativas y de la Oficina Internacional del Trabajo, que mantiene la ONU en Ginebra.

En resumen, profesora Ostrom: enhorabuena por haber contribuido a resaltar el lado angélico de la bestia humana, y por haber desprestigiado a la economía y la filosofía políticas que dan por sentado que todos somos rapiñadores y carroñeros. Era tiempo de que el Premio Nobel lo ganase quien cree que la economía y la política pueden ser beneficiosas para la mayoría si reemplazan el pesimismo de Hobbes por el optimismo de Rousseau, y la incompetencia del asesor financiero por la competencia del almacenero de la otra cuadra.

AUTOR : Mario Bunge es el más importante e internacionalmente reconocido filósofo hispanoamericano del siglo XX. Físico y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente comprometido con los valores del laicismo republicano, el socialismo democrático y los derechos humanos, son memorables sus devastadoras críticas de las pretensiones pseudocientíficas de la teoría económica neoclásica ortodoxa y del psicoanálisis “charlacanista”.

FUENTE : SIN PERMISO

Los bancos no están bien




Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Vale, quizá no exactamente el peor, pero, sin duda, malo. Y el contraste entre la inmensa buena suerte de unos pocos y el continuo sufrimiento de demasiados presagiaba un futuro muy negro. Estoy hablando, claro está, de la situación de los bancos.

Los pocos afortunados han acaparado la mayoría de los titulares, ya que son muchos los que han reaccionado con indignación ante el espectáculo de Goldman Sachs obteniendo beneficios récord y pagando primas enormes, mientras el resto de EE UU, víctima de una depresión desencadenada por Wall Street, sigue desangrándose por la hemorragia de empleos.

Pero no es un simple caso de bancos que florecen frente a trabajadores que padecen: los bancos que realmente están en el negocio de los préstamos, a diferencia de los que se dedican al comercio, siguen en apuros. En particular, Citigroup y Bank of America, que hace unos meses silenciaron los rumores de nacionalización afirmando que habían vuelto a ser rentables, ahora (sí, lo han adivinado) han vuelto a informar de que pierden dinero.

Pregunten a la gente de Goldman y les dirán que lo que ellos ganan no es asunto de nadie, salvo de ellos mismos. Pero, como decía hace poco un escéptico, "no hay ninguna institución financiera de las que existen actualmente que no se haya beneficiado directa o indirectamente de los miles de millones de dólares de los contribuyentes con que se ha ayudado al sistema financiero". Más aún: Goldman ha ganado mucho dinero con sus operaciones en Bolsa, pero sólo ha podido mantenerse en ese juego gracias a las políticas que han arriesgado enormes cantidades de dinero público, desde el rescate económico de AIG hasta las garantías que han cubierto muchas de las obligaciones de Goldman.

¿Y quién era este gran detractor de los bancos? Pues no era otro que Lawrence Summers, jefe económico de la Administración de Obama (y uno de los arquitectos de la política bancaria del Gobierno, que hasta ahora ha sido hacer la vista gorda con las instituciones financieras y esperar que enmienden la plana).

¿A qué se debe el cambio de tono? Los funcionarios de la Administración están furiosos por el modo en que el sector financiero está ejerciendo presiones enérgicas en contra de una reforma a fondo, tan sólo unos meses después de haber recibido una gigantesca ayuda con el dinero de los contribuyentes. Pero hay que preguntarse qué esperaban que sucediese. Siguieron una política de mano blanda, ofreciendo ayuda sin demasiadas exigencias en un momento en que Wall Street estaba contra las cuerdas; esto les ha dejado con muy pocas posibilidades de ejercer influencia sobre empresas como Goldman, que ahora, una vez más, están ganando mucho dinero.

Pero hay un problema todavía mayor: Mientras el lado chanchullero del sector financiero -también conocido como operaciones bursátiles- vuelve a ser enormemente lucrativo, la parte de la banca que realmente importa -los préstamos, que alimentan las inversiones y la creación de empleo- sigue estancada. Los bancos clave siguen estando débiles desde el punto de vista financiero, y su debilidad está perjudicando a la economía en su conjunto.

Puede que recuerden que este año, hace unos meses, hubo un gran debate sobre cómo lograr que los bancos volviesen a prestar dinero. Algunos analistas, incluido yo mismo, sosteníamos que al menos algunos bancos importantes necesitaban una gran inyección de capital público, y que la única forma de conseguir esto era nacionalizar temporalmente los bancos con más problemas. Sin embargo, el debate perdió fuerza después de que Citigroup y Bank of America, los eslabones más débiles del sistema bancario, anunciaran unos beneficios que llegaron por sorpresa. Todo va bien, nos dijeron, ahora que los bancos vuelven a obtener beneficios.

Pero pasó algo curioso durante el camino de vuelta a la solidez bancaria: la semana pasada, tanto Citigroup como Bank of America anunciaron pérdidas en el tercer trimestre. ¿Qué ha pasado?

Parte de la respuesta es que esos beneficios iniciales eran, en parte, un producto de la imaginación de los contables. Sin embargo, en líneas más generales, estamos viendo lo que nos devuelve la economía real. Durante la primera fase de la crisis, el ciudadano de a pie fue castigado por las fechorías de Wall Street; ahora, el sufrimiento económico generalizado, especialmente el persistente paro elevado, está provocando grandes pérdidas en los préstamos hipotecarios y las tarjetas de crédito.

Y ésta es la pega: la debilidad continua de muchos bancos está contribuyendo a prolongar el sufrimiento económico. Los bancos siguen resistiéndose a prestar dinero y la contracción del crédito, especialmente para las pequeñas empresas, supone un obstáculo en el camino hacia la recuperación sólida que necesitamos.

¿Y ahora qué? Summers sigue insistiendo en que la Administración hizo lo correcto: que el Gobierno hubiera suministrado más capital, dice, no "habría sido una estrategia útil para resolver los problemas". Vale. En cualquier caso, desde el punto de vista político, el momento de tomar medidas radicales respecto a los bancos ha pasado claramente.

Por el momento, lo más importante probablemente sea hacer todo lo posible por contribuir al crecimiento del empleo. Con suerte, esto generará un círculo virtuoso en el que la mejora de la economía reforzará los bancos, que a su vez volverán a estar más dispuestos a prestar dinero.

Aparte de eso, necesitamos desesperadamente aprobar una reforma financiera eficaz porque, si no lo hacemos, los banqueros pronto empezarán a correr riesgos aún más grandes que los que corrieron en el periodo previo a la crisis. Después de todo, la lección de los últimos meses ha sido muy clara: cuando los banqueros juegan con el dinero de otros, ellos siempre salen ganando, a expensas del resto de nosotros.


AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS