domingo, 15 de noviembre de 2009

Libertad para perder




Imaginen por un momento una historia de dos países. Ambos han sufrido una grave recesión y han perdido puestos de trabajo como consecuencia, pero no en igual medida. En el país A, el empleo ha caído más del 5% y la tasa de paro ha aumentado más del doble. En el país B, el empleo sólo ha caído medio punto y el paro sólo es ligeramente más alto de lo que era antes de la crisis.

¿No piensan que el país A podría tener algo que aprender del país B?

Esta historia no es hipotética. El país A es EE UU, donde la Bolsa ha subido y el PIB está aumentando, pero la terrible situación del empleo no hace más que empeorar. El país B es Alemania, cuyo PIB se llevó un varapalo cuando el comercio mundial se hundió, pero que ha tenido un éxito considerable a la hora de evitar pérdidas masivas de puestos de trabajo. En EE UU no se ha prestado mucha atención al milagro laboral de Alemania, pero es real, es sorprendente y plantea serios interrogantes acerca de si el Gobierno estadounidense está haciendo lo correcto para luchar contra el paro.

Aquí en EE UU, la filosofía que subyace tras la política laboral puede resumirse en "si creces, el trabajo llegará". Es decir, realmente no tenemos una política laboral: tenemos una política del PIB. La teoría es que estimulando el gasto general podemos hacer que el PIB crezca más deprisa, y esto inducirá a las empresas a dejar de despedir trabajadores y a volver a contratarlos.

La alternativa serían unas políticas que abordasen el problema del paro de forma más directa. Podríamos, por ejemplo, tener unos programas de empleo similares a los del New Deal. Puede que algo así sea políticamente imposible ahora (Glenn Beck describiría cualquier cosa parecida a la Administración para la Mejora del Trabajo como un plan para contratar a racistas violentos pro Obama), pero deberíamos mencionar, para que conste, que en su momento culminante la Administración para la Mejora del Trabajo y el Cuerpo Civil de Conservación dieron trabajo a millones de estadounidenses a un precio relativamente bajo para el presupuesto estatal.

En lugar de eso, o además, podríamos tener unas políticas que apoyasen el empleo en el sector privado. Dichas políticas podrían ir desde normas laborales que disuadan de despedir a gente hasta incentivos económicos para las empresas que contraten trabajadores o bien reduzcan la jornada para evitar despidos.

Y eso es lo que los alemanes han hecho. Alemania entró en la Gran Recesión con una rígida legislación para la protección del empleo. A esto se ha sumado un plan de trabajo de horario reducido que ofrece subvenciones a las empresas que reduzcan la jornada de los trabajadores en lugar de despedirlos. Estas medidas no han evitado una seria recesión, pero Alemania ha superado con una pérdida de empleo notablemente menor.

¿Debería EE UU probar algo que vaya en esta misma línea? En una entrevista reciente, Lawrence Summers, el economista de más rango de la Administración de Obama, se mostraba despectivo: "Puede que sea deseable que una cantidad determinada de trabajo sea compartida por más personas. Pero eso no es tan deseable como aumentar la cantidad total de trabajo". Cierto. Pero, en realidad, no estamos aumentando la cantidad total de trabajo (y el Congreso no parece dispuesto a gastar lo suficiente en estímulos económicos como para cambiar ese hecho desafortunado). Así que, ¿no deberíamos plantearnos otras medidas, aunque sólo sean una solución provisional?

Ahora bien, la objeción habitual a las políticas laborales de tipo europeo es que son malas para el crecimiento a largo plazo; que proteger el empleo e incentivar el reparto del trabajo hace que las empresas de los sectores en expansión tengan menos posibilidades de contratar personal y reduce los incentivos para que los trabajadores se pasen a ocupaciones más productivas. Y, en tiempos normales, es posible defender el mercado laboral de tipo estadounidense con "libertad para perder" empleo, en el que las empresas pueden despedir trabajadores a su antojo, pero también se encuentran con pocos obstáculos para contratar a otros.

Pero éstos no son tiempos normales. Ahora mismo, los trabajadores que pierden su empleo no se pasan a los trabajos del futuro, sino que pasan a las filas de los parados y se quedan ahí. El paro a largo plazo ya ha alcanzado sus niveles más altos desde los años treinta, y sigue subiendo.

Y el paro a largo plazo provoca daños a largo plazo. Los trabajadores que han estado desempleados durante demasiado tiempo suelen tener dificultades para volver al mercado laboral incluso cuando la situación mejora. Y también hay costes ocultos (nada menos que para los niños, que sufren física y emocionalmente cuando sus padres se pasan meses o años en paro).

Así que es hora de probar con algo diferente. Hablando claro, creo que un estímulo económico ordinario lo bastante grande lograría hacer el milagro. Pero como eso no parece factible, tenemos que hablar de alternativas más baratas que aborden el problema del empleo de forma directa. ¿Debemos introducir un crédito fiscal que favorezca el empleo, como el propuesto por el Instituto de Política Económica? ¿Debemos introducir la subvención de tipo alemán para el reparto del trabajo propuesta por el Centro para la Investigación en Política Económica? Ambas opciones merecen ser tenidas en cuenta.

El hecho es que tenemos que empezar a hacer algo más, y diferente de lo que ya estamos haciendo. Y la experiencia de otros países indica que ha llegado la hora de una política cuyo objetivo, explícito y directo, sea crear empleo. -


AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS

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