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domingo, 15 de noviembre de 2009

¿Terminó la crisis de los alimentos?




Es verdad que, al igual que con el petróleo, los precios de gran parte de los alimentos comercializados mundialmente se redujeron justamente debido a la crisis financiera, que forzó el retiro de capitales especulativos de las bolsas de mercancías de exportación y redujo al mismo tiempo la demanda de alimentos. Pero ¿qué significa esta reducción de la demanda? ¿Quién está consumiendo menos comida? La recesión o un menor crecimiento, el aumento del desempleo, la reducción de ingresos y de remesas de trabajadores migrantes a sus países de origen contribuyeron a elevar el número de seres humanos crónicamente hambrientos, por primera vez, a más de mil millones.

En los medios de comunicación, la crisis financiera global substituyó el espacio que antes ocupaba la crisis de los alimentos. Pero mientras los noticieros hacen alarde de lo que nos presentan como la tragedia de los millonarios, la crisis de los alimentos sigue en pie y sus bases, intactas.

Es verdad que, al igual que con el petróleo, los precios de gran parte de los alimentos comercializados mundialmente se redujeron justamente debido a la crisis financiera, que forzó el retiro de capitales especulativos de las bolsas de mercancías de exportación y redujo al mismo tiempo la demanda de alimentos. Pero ¿qué significa esta reducción de la demanda? ¿Quién está consumiendo menos comida?

Muchos análisis indican que la crisis financiera resolvió, o por lo menos postergó, la crisis de los alimentos. En entrevista con la revista Época, Luiz Otávio de Souza Leal, economista en jefe del Banco abc Brasil, afirma que el mundo pasó por este proceso en función de una cuestión de demanda:

“Se preveía un crecimiento muy grande de la economía y la incorporación al mercado de nuevos consumidores. Eso generaría presión sobre el precio de los alimentos. El elevado precio del petróleo aceleraría cada vez más la búsqueda de combustibles alternativos, llevando a una transferencia de tierras agrícolas para productos energéticos. Pero tras la caída de Lehman[1], ese debate quedó postergado.” [2]

Según el periodista español Javier Blas la realidad es muy diferente: “Un tsunami fue la imagen para describir el golpe de la crisis alimentaria el año pasado. La situación actual recuerda más el aumento lento y despiadado de una marea que gradualmente arrastra más y más gente a las filas de los malnutridos.” […] “Todavía no salimos de la crisis de los alimentos”, confirma Josette Sheeran, jefe del Programa Mundial de Alimentos de la onu. [3]

La crisis financiera no sólo desplazó de los noticieros el problema de los alimentos, sino que contribuyó a agravarlo. La recesión o un menor crecimiento, el aumento del desempleo, la reducción de ingresos y de remesas de trabajadores migrantes a sus países de origen contribuyeron a elevar el número de seres humanos crónicamente hambrientos, por primera vez, a más de mil millones.

A diferencia de lo que sucedió con el petróleo, los precios no cayeron de modo significativo a partir de esta última crisis. En abril de 2008, éstos eran en promedio 60% más altos que 18 meses antes. Luego de una fuerte caída, en el clímax de la crisis financiera, los precios de los principales productos agrícolas retomaron los niveles de mediados de 2007.

Un ejemplo es el precio actual del arroz tailandés, un referente mundial. Su precio actual es de 614 dólares por tonelada, pero cuesta más del doble del promedio de los últimos diez años (290 dólares por tonelada). Los precios domésticos de los alimentos en muchos países en desarrollo, sobre todo en África subsahariana, no cayeron ni un poco y, en algunos casos, están de nuevo en aumento debido al impacto de la mala cosecha y la falta de crédito para importaciones. Sheeran apunta: “Los precios locales están subiendo. El precio del maíz en Malaui subió 100% el año pasado, mientras los precios de trigo en Afganistán están 67% más altos que hace un año”.

También por la crisis financiera, los agricultores en todo el mundo están plantando menos. Al reducir la producción mundial, contribuyen al aumento general de los precios, pese a la menor demanda. En Estados Unidos, el mayor exportador mundial de productos agrícolas, se espera una reducción del área plantada de unos tres millones de hectáreas (equivalentes al territorio de Bélgica), lo que representa la mayor caída en los últimos veinte años.

En países menos desarrollados, un gran problema es la falta de recursos para financiar la producción. En ellos se prevé también una caída en la productividad por el menor uso de fertilizantes y de semillas de mejor calidad.

Impactos de los cambios climáticos


Para Javier Blas, el principal escenario de pesadilla para las autoridades de agricultura y de ayuda alimentaria —y para el sector de alimentos— es que una ola “inesperada” de mal tiempo perjudique la próxima cosecha. Con las reservas de mercancías agrícolas de exportación en baja por muchos años, esto podría causar un aumento en los precios, provocando otra crisis además de la económica.

Pero para quien ha acompañado las cosechas agrícolas los últimos años, los problemas climáticos no corresponden exactamente a esta “ola inesperada de mal tiempo”. Las sequías en diversos países, el exceso de lluvias en otros y los problemas climáticos de todo tipo que han estado ocurriendo son sin duda responsables de los perjuicios a la producción de alimentos. Lo que parece escapar a la percepción —o a los intereses— de mucha gente es el aumento constante de la frecuencia de los problemas climáticos que el mundo enfrenta y que depara obstáculos particularmente graves para la producción agrícola. Poco se habla de las relaciones entre la expansión de los modelos de monocultivo y de cría (extensiva o intensiva) de animales, de la deforestación, el calentamiento global y la pérdida de cosechas.

El aumento de la temperatura provocado por la alta concentración de gases con efecto de invernadero causará un impacto negativo en la agricultura de casi todo el planeta. El calentamiento traerá algunas ventajas sólo para los cultivos de las regiones de altas latitudes. Al volverse menos frías, esas áreas podrán albergar plantas que hoy no resisten al frío. Pero los daños previstos son mucho más significativos que los beneficios. La fao (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) afirma que la seguridad alimentaria puede verse perjudicada en la disponibilidad, el acceso y la estabilidad de suministro.

El derretimiento de los glaciares del Himalaya, por ejemplo, perjudicará el suministro de agua a China e India, comprometiendo su agricultura y agravando la inseguridad alimentaria en los dos países más poblados del mundo. Lo mismo ocurrirá en los países africanos que dependen de la agricultura irrigada por lluvia. En África la pérdida de la producción agrícola puede llegar a 50% en 2020, según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (picc).

Para estos científicos, con el calentamiento los trópicos sufrirán una reducción de lluvias y de tierras cultivables. Aun el aumento de la temperatura, de 1°C a 2°C, puede reducir la productividad de los cultivos, lo que aumentaría el riesgo de hambre.

El Informe de Desarrollo Humano 2007/2008 del pnud (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) calculó que, para 2080, habrá 600 millones más de personas desnutridas. Ya hoy se registra un mayor número de cosechas perdidas y la muerte de cabezas de ganado, destaca el Informe sobre el Desarrollo Mundial de 2008, del Banco Mundial. Para América Latina, el picc prevé una aridificación del llamado Semiárido y la “sabanización” del este de la Amazonia. El picc avizora una pérdida de la productividad de varios cultivos, con consecuencias preocupantes para la seguridad alimentaria. Algunas de estas proyecciones fueron confirmadas por un estudio de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) y la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp) en 2008: la mayor parte de los cultivos brasileños sufrirá con el aumento de la temperatura.

El caso de Brasil

Los grupos que tienen una forma muy arraigada de producir, que lo hacen así desde hace 50, 100 años, se verán obligados a cambiar. Eso no es fácil. Tiene que cambiar el modo de crear pastizales - importado de Europa y Estados Unidos, con el modelo de arrasar áreas enteras, sin árbol alguno en el pasto. (Eduardo D. Assad, Embrapa)

El calentamiento global puede poner en riesgo la seguridad alimentaria del Brasil en los próximos años. Según Embrapa y Unicamp, el aumento de las temperaturas puede provocar pérdidas en las cosechas de granos por 3700 millones de dólares para 2020 —una pérdida que puede saltar a 7 mil millones en 2070— y alterar profundamente la geografía de la producción agrícola en Brasil.

“El país está vulnerable. Si se mantienen las condiciones actuales, la producción de alimentos está amenazada. Algo se tiene que hacer, y pronto, en términos políticos”, alerta el ingeniero agrícola Eduardo Assad, de Embrapa Informática Agropecuaria, quien coordinó el estudio junto con Hilton Silveira Pinto, del Centro de Investigaciones Meteorológicas y Climáticas Aplicadas a la Agricultura de la Unicamp (Cepagri).

Se evaluaron los escenarios futuros para nueve cultivos (algodón, arroz, café, caña de azúcar, frijol, girasol, yuca, maíz y soja) frente al aumento de temperatura previsto por el picc. Las proyecciones indican que, con excepción de la caña de azúcar y la yuca, todos los cultivos sufrirán una disminución de las áreas favorables a su plantación. Si no se hace nada para mitigar los efectos de los cambios climáticos ni para adaptar los cultivos a la nueva situación, habrá una migración de cultivos a nuevas regiones en búsqueda de mejores condiciones climáticas. Áreas que hoy son las mayores productoras de granos pueden dejar de ser aptas para el cultivo mucho antes del fin del siglo. Una de las consecuencias más graves, afirma Pinto, es que la yuca puede desaparecer de la región semiárida. Aunque el cultivo se beneficie trasladándose a otros puntos del Brasil, desaparecerá de donde hoy es más necesario para la seguridad alimentaria.

El estudio muestra que las áreas cultivadas con maíz, arroz, frijol, algodón y girasol también sufrirán una fuerte reducción en la región Nordeste, con una pérdida significativa de la producción. Toda el área que corresponde al Agreste nordestino, responsable hoy de la mayor parte de la producción regional de maíz, y la región de los “Cerrados” nordestinos —el sur de Marañón, el sur de Piauí y el oeste de Bahía— serán las más afectadas. El café tendrá pocas condiciones de sobrevivencia en la región Sudeste.

En la región Sur, hoy más limitada en cuanto a cultivos adaptados al clima tropical por el alto riesgo de heladas, habrá reducciones de estas extremas eventualidades. La región se volverá propicia para plantar yuca, café y caña de azúcar, pero soja ya no. Este cultivo será el más afectado por el cambio climático. El estudio prevé una disminución de hasta 41% del área de bajo riesgo para la plantación de ese grano en todo el país en 2070, en el peor escenario, generando pérdidas de 3 800 millones de reales. Esto equivaldrá a la mitad de las pérdidas calculadas para la agricultura brasileña de aquí a sesenta años como resultado del calentamiento global.

La caña de azúcar será la mayor beneficiaria de los cambios climáticos en Brasil. El cultivo se adapta bien al calor y podrá extenderse en un área por lo menos dos veces mayor que la actual. Se espera que la caña, que hoy ocupa cerca de 7.8 millones de hectáreas, pueda extenderse en hasta 17 millones de hectáreas en 2020.

Calentamiento global: otra cara de la moneda. Las actividades económicas relacionadas directamente a las agroempresas están entre las principales responsables de la emisión de gases con efecto de invernadero en Brasil, sobre todo la deforestación, la ganadería y la agricultura.

La deforestación, en la que se destaca la Amazonia, es la principal responsable de las emisiones brasileñas, con 55% del total. La siguen ganadería y agricultura con 25% (más o menos la mitad de esto cada una). Así, 80% de las emisiones actuales en Brasil vienen de estos tres “sectores”.

Los estudios indican que, de no adoptarse ninguna medida, la participación del sector agropecuario en las emisiones de gases con efecto de invernadero (gei) aumentará de 25 a 29% entre 2005 y 2030. Hoy la participación de la ganadería es un poco mayor, pero la actividad agrícola tiende a crecer y superarla. En la ganadería, las emisiones de gas metano son el mayor problema.

Hay otros cálculos de la participación del ganado bovino en las emisiones de gei en Brasil. Según Paulo Barreto, del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon), no existe un estudio científico exacto sobre el volumen de los gei resultantes de la deforestación debida a la formación de pastizales. “Sin embargo es posible estimar una magnitud aproximada. Si de 75 a 80% de la deforestación en la Amazonia se debe a la creación de pastizales, entonces sólo ese proceso en la Amazonia es responsable por 41 a 48% de las emisiones de gei brasileñas.”

“Sumando a ese número las emisiones de la actividad del ganado de corte en sí —según estudios recientes, alrededor de 9% de las emisiones totales del país— podemos concluir que directa o indirectamente la carne bovina produce un 60% de los gei de Brasil: más del triple del promedio global, que la fao calcula en 18%4.”

Según Matheus de Almeida, de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz (esalq-usp), el sector productivo nacional teme boicots y barreras arancelarias ya que, según la fao, el promedio de las emisiones del ganado brasileño (45 kg de CO2 equivalente) es muy superior al del ganado europeo (entre 15 y 25 kilogramos de carbono) por 1 kilo de carne.

Un estudio reciente publicado por Cepea-esalq (Zen, 2009) indica que, además de la destrucción de los ecosistemas, la degradación del suelo y la contaminación de los recursos hídricos, la ganadería contribuye significativamente al calentamiento global. “Debido al gran número de animales en todo el mundo, los cálculos muestran que el ganado bovino emite cerca de 9% del total de esos gases generados por la acción humana. Esta participación es mayor que la de sectores vistos como contaminadores, como el sector de transportes.”

El texto de la esalq también apunta a la calidad de la alimentación del ganado como responsable por la cantidad de gas metano emitido. “El primer paso para tratar de disminuir la participación de la ganadería en el calentamiento global es el aumento de la productividad por medio de alimentos de mejor calidad. Pese al aumento de las emisiones diarias, esta acción disminuiría el tiempo de vida de los animales y, según los investigadores, podría disminuir 10% de la emisión de metano por kilo de carne producida”.

La esalq recomienda la adopción de sistemas más intensivos de producción: mejora de pasturas e implantación del sistema rotativo; semiconfinamiento y confinamiento, sistemas alternativos como la integración labranza-ganadería y sistemas silvipastorales (Zen, 2009).

La integración labranza-ganadería, a su vez, es preconizada también por la Abiove (Asociación Brasileña de las Industrias de Aceites Vegetales). Para aumentar la renta del productor rural se requiere “desarrollo de mecanismos que lleven a la diversificación y a la agregación de valor a la producción de granos. Esto se puede lograr transformando al productor de granos (soja y maíz), sobre todo en el Cerrado, en productor de carnes (avícolas y porcinas) para exportación. La posibilidad de agregar valor a la producción de granos mediante la producción de carnes para la exportación llevaría a generar los recursos necesarios para preservar el ambiente, realizando la conservación mediante el uso sustentable” (Abiove, 2007).

¿Qué podemos esperar? El ministerio de Agricultura también defiende esta propuesta. Afirma que en los próximos años, unos 30 millones de hectáreas de pastizal de baja productividad deberán ser liberados para la agricultura mediante el sistema de integración labranza-ganadería. En realidad lo que se propone es el mismo modelo de producción integrada ya vigente para la producción de pollo, puerco, tabaco, soja y otros productos agropecuarios, por medio del cual el mencionado valor agregado es apropiado por las grandes empresas del sector agroindustrial, en detrimento de la agricultura familiar. (Schlesinger, 2008)

Aunque la producción de agrocombustibles (al igual que la crisis de alimentos), no frecuenta los titulares en tiempos recientes, promete seguir creciendo y disputando el territorio brasileño, sea con la producción de alimentos, sea con su vegetación original. La caña de azúcar es el cultivo que deberá seguir creciendo de manera más acelerada. Aunque esto suceda sobre todo en áreas degradadas, como anuncia el gobierno, otros cultivos son desplazados o reducidos. En São Paulo, que ya produce casi 60% de la caña de azúcar del país, este cultivo ha ido ocupando el lugar del ganado. Se puede esperar que, de mantenerse las condiciones actuales, la Amazonia sea la región preferida para la expansión del ganado bovino en Brasil.

El gobierno brasileño tiene proyectos ambiciosos para la palma aceitera. Según Folha de São Paulo, la primera etapa del programa de cultivo de la palma en gran escala, que recibe ahora los últimos retoques del gobierno, deberá ocupar un área equivalente a casi siete veces la ciudad de São Paulo con plantaciones en la Amazonia. [5]

Según Reinhold Stephanes, ministro de Agricultura, el área total planeada para la expansión de la palma aceitera en la selva amazónica es diez veces mayor: equivale al tamaño del estado de Perna-mbuco. Según él, 10 millones de hectáreas podrán ser ocupadas por la “prima hermana de las palmáceas ama-zónicas”. Decir “prima hermana” es parte de la estrategia para lograr el cambio en el Código Forestal Brasileño que permitiría la recomposición de las áreas deforestadas de la Amazonia con especies exóticas a la selva, como es el caso de la plama aceitera, originaria de África.

Se calcula que el área plantada hoy es de 70 mil hectáreas, 7% de la meta inicial del gobierno. “Con un millón de hectáreas podemos dejar de importar y garantizamos la producción de biodiésel hasta la fase del B-5 (mezcla de 5% al diesel). Esto es económica, social y ambientalmente óptimo”, asevera el ministro. Es evidente que la deforestación esperada sería responsable de una emisión de gases con efecto de invernadero mucho mayor que la reducción obtenida con la substitución del diésel.

En materia de monocultivos para producir energéticos, se prevé un aumento considerable del área plantada con eucaliptos, y no sólo para expandir la producción de papel y celulosa. Los planes de la industria siderúrgica incluyen un fuerte aumento de la plantación con el objeto de abastecer sus hornos con carbón vegetal obtenido exclusivamente a partir de eucaliptos.

El secretario ejecutivo del ministerio de la Agricultura, Silas Brasileiro considera: “tenemos el clima, el suelo y las condiciones para abastecer todo el mercado, principalmente el siderúrgico. Si nos preocupamos por usar las áreas degradadas, sobre todo las de pastizal, para el cultivo de bosques, tendremos ingresos para el productor y abastecimiento para el mercado sin abrir nuevas áreas”. Todos estos proyectos prometen desarrollarse en áreas de antiguos pastizales degradados. En las negociaciones comerciales internacionales, el gobierno ha privilegiado la eliminación de las barreras externas a los productos de la actividad agropecuaria, sobre todo carnes y agrocombustibles, para aumentar aún más sus exportaciones. Si todo sucede como desea el gobierno brasileño, la ganadería y los monocultivos seguirán creciendo y, con ellos, la extensión de áreas degradadas. Y así (hay que reconocer) muy pronto no faltarán áreas degradadas. www.ecoportal.net

Sergio Schlesinger -Versión castellana de Alejandro Reyes/Alberto Villarreal

Fuente: Biodiversidad, sustento y culturas - Grain

Notas:

1- Lehman Brothers, banco estadunidense que cerró sus puertas en septiembre de 2008.

2- Época Negócios. “Retrospectiva 2008 —Crise financeira pauta o dia-a-dia no mundo”. 13/04/09.

3- Javier Blas. “Maré impiedosa de fome global atinge 1 bilhão”. Financial Times, 7 de junio de 09.

4- Igor Zolnerkevic, “Efeitos globais do bife brasileiro”. Scientific American Brasil, núm. 82, marzo de 2009. Disponible en http://www2.uol.com.br/sciam/reportagens/efeitos_globais_do_bife_brasileiro.html

5- Marta Salomon. “Governo expandirá dendê na Amazônia”. Folha de São Paulo, 5 de abril de 2009.

AUTOR : SERGIO SHELESINGER
FUENTE : ECOPORTAL NET

Libertad para perder




Imaginen por un momento una historia de dos países. Ambos han sufrido una grave recesión y han perdido puestos de trabajo como consecuencia, pero no en igual medida. En el país A, el empleo ha caído más del 5% y la tasa de paro ha aumentado más del doble. En el país B, el empleo sólo ha caído medio punto y el paro sólo es ligeramente más alto de lo que era antes de la crisis.

¿No piensan que el país A podría tener algo que aprender del país B?

Esta historia no es hipotética. El país A es EE UU, donde la Bolsa ha subido y el PIB está aumentando, pero la terrible situación del empleo no hace más que empeorar. El país B es Alemania, cuyo PIB se llevó un varapalo cuando el comercio mundial se hundió, pero que ha tenido un éxito considerable a la hora de evitar pérdidas masivas de puestos de trabajo. En EE UU no se ha prestado mucha atención al milagro laboral de Alemania, pero es real, es sorprendente y plantea serios interrogantes acerca de si el Gobierno estadounidense está haciendo lo correcto para luchar contra el paro.

Aquí en EE UU, la filosofía que subyace tras la política laboral puede resumirse en "si creces, el trabajo llegará". Es decir, realmente no tenemos una política laboral: tenemos una política del PIB. La teoría es que estimulando el gasto general podemos hacer que el PIB crezca más deprisa, y esto inducirá a las empresas a dejar de despedir trabajadores y a volver a contratarlos.

La alternativa serían unas políticas que abordasen el problema del paro de forma más directa. Podríamos, por ejemplo, tener unos programas de empleo similares a los del New Deal. Puede que algo así sea políticamente imposible ahora (Glenn Beck describiría cualquier cosa parecida a la Administración para la Mejora del Trabajo como un plan para contratar a racistas violentos pro Obama), pero deberíamos mencionar, para que conste, que en su momento culminante la Administración para la Mejora del Trabajo y el Cuerpo Civil de Conservación dieron trabajo a millones de estadounidenses a un precio relativamente bajo para el presupuesto estatal.

En lugar de eso, o además, podríamos tener unas políticas que apoyasen el empleo en el sector privado. Dichas políticas podrían ir desde normas laborales que disuadan de despedir a gente hasta incentivos económicos para las empresas que contraten trabajadores o bien reduzcan la jornada para evitar despidos.

Y eso es lo que los alemanes han hecho. Alemania entró en la Gran Recesión con una rígida legislación para la protección del empleo. A esto se ha sumado un plan de trabajo de horario reducido que ofrece subvenciones a las empresas que reduzcan la jornada de los trabajadores en lugar de despedirlos. Estas medidas no han evitado una seria recesión, pero Alemania ha superado con una pérdida de empleo notablemente menor.

¿Debería EE UU probar algo que vaya en esta misma línea? En una entrevista reciente, Lawrence Summers, el economista de más rango de la Administración de Obama, se mostraba despectivo: "Puede que sea deseable que una cantidad determinada de trabajo sea compartida por más personas. Pero eso no es tan deseable como aumentar la cantidad total de trabajo". Cierto. Pero, en realidad, no estamos aumentando la cantidad total de trabajo (y el Congreso no parece dispuesto a gastar lo suficiente en estímulos económicos como para cambiar ese hecho desafortunado). Así que, ¿no deberíamos plantearnos otras medidas, aunque sólo sean una solución provisional?

Ahora bien, la objeción habitual a las políticas laborales de tipo europeo es que son malas para el crecimiento a largo plazo; que proteger el empleo e incentivar el reparto del trabajo hace que las empresas de los sectores en expansión tengan menos posibilidades de contratar personal y reduce los incentivos para que los trabajadores se pasen a ocupaciones más productivas. Y, en tiempos normales, es posible defender el mercado laboral de tipo estadounidense con "libertad para perder" empleo, en el que las empresas pueden despedir trabajadores a su antojo, pero también se encuentran con pocos obstáculos para contratar a otros.

Pero éstos no son tiempos normales. Ahora mismo, los trabajadores que pierden su empleo no se pasan a los trabajos del futuro, sino que pasan a las filas de los parados y se quedan ahí. El paro a largo plazo ya ha alcanzado sus niveles más altos desde los años treinta, y sigue subiendo.

Y el paro a largo plazo provoca daños a largo plazo. Los trabajadores que han estado desempleados durante demasiado tiempo suelen tener dificultades para volver al mercado laboral incluso cuando la situación mejora. Y también hay costes ocultos (nada menos que para los niños, que sufren física y emocionalmente cuando sus padres se pasan meses o años en paro).

Así que es hora de probar con algo diferente. Hablando claro, creo que un estímulo económico ordinario lo bastante grande lograría hacer el milagro. Pero como eso no parece factible, tenemos que hablar de alternativas más baratas que aborden el problema del empleo de forma directa. ¿Debemos introducir un crédito fiscal que favorezca el empleo, como el propuesto por el Instituto de Política Económica? ¿Debemos introducir la subvención de tipo alemán para el reparto del trabajo propuesta por el Centro para la Investigación en Política Económica? Ambas opciones merecen ser tenidas en cuenta.

El hecho es que tenemos que empezar a hacer algo más, y diferente de lo que ya estamos haciendo. Y la experiencia de otros países indica que ha llegado la hora de una política cuyo objetivo, explícito y directo, sea crear empleo. -


AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS