El discurso de Ben Bernanke el pasado viernes [15 de octubre] en Boston podría muy bien ser la yesca del pajar. En efecto: hay muchas posibilidades de que el presidente de la Fed anuncie muy pronto cambios de política que dejarán estupefacto a Wall Street y lanzarán ondas sísmicas que provocarán temblores en el Congreso. Junto con otro billón de dólares, sobre poco más o menos, de flexibilización cuantitativa, es harto probable que Bernanke pida a los congresistas una segunda ronda de estímulos, esta vez en forma de suspensión por dos años de la fiscalidad sobre el trabajo asalariado. Eso, tal es su idea, es lo que se precisa para disparar el gasto y revigorizar una desmayada economía. Podría ser una intervención histórica.
Bernanke esbozó los detalles en una conferencia que dio en mayo de 2003 ante la Sociedad Japonesa de Economía Monetaria, en la que perfiló las políticas que, en su opinión, debería aplicar Japón para combatir la deflación. Eso es lo que entonces dijo:
“En vez de proponer el más común objetivo de inflación, lo que yo sugiero es que el Banco Central del Japón estudie la adopción de un objetivo de nivel de precios, lo que traería consigo un período de reflación capaz de desactivar los efectos que sobre los precios ha tenido el reciente período de deflación. En segundo lugar, yo estudiaría una importante cuestión institucional, cual es la relación entre la situación la balanza contable del Banco del Japón y su capacidad para emprender políticas monetarias más agresivas (…) Finalmente, y lo más importante, yo estudiaría una posible estrategia para poner fin a la deflación en Japón: una cooperación explícita, aun si temporal, entre las autoridades monetarias y las autoridades fiscales.”
Ahí lo tenemos. Bernanke está planeando una reflación de los precios de los activos, la compra de más bonos públicos y el apoyo del Congreso para inyectar liquidez en el conjunto de la economía. Es una estrategia ambiciosa que podría poner al dólar al borde del abismo, pero las alternativas son igualmente desesperadas. Bernanke sabe que. “en el mejor de los casos”, el PIB subirá entre un 1% y un 2% a lo largo de 2011, mientras crece la inquietud pública por el vuelo del desempleo. También sabe que cuando los tipos de interés son prácticamente cero, la única forma que tiene el banco central de volver a la vida a la economía es aumentando las expectativas de inflación. Eso quiere decir que la Fed tiene que convencer a las gentes de que “ha perdido” la batalla y se propone destruir la moneda recurriendo a la imprenta. Un sinsentido de cabo a rabo. La Fed no destruirá el dólar. Lo que desea es servirse del elemento sorpresa para dar una buena sacudida a la economía. Los especuladores con oro piensan que la Fed está conduciendo al país hacia la hiperinflación. Están muy equivocados. Todo es parte de un cálculo de largo alcance.
Puede que Bernanke sea un fanático guerrero de clase, pero no es un retrasado mental. Sus políticas están concebidas para elevar el tiro a fin de alterar las expectativas y sacar a los consumidores del pozo de miedo en que han caído. Casi lo dijo en su discurso japonés:
“Al fijar objetivos de niveles de precios, en vez de objetivos de inflación, podría resultarnos preocupante el que eso pueda generar una tasa de inflación a corto plazo mayor que el objetivo de inflación a largo plazo.”
El único modo de estimular la actividad económica pasa por convencer a la gente de que el dólar que ahora tienen en sus bolsillos valdrá menos mañana. Eso es lo que hace que los garcías del mundo pongan otra vez proa a los centros comerciales. Pero lo que parece gasto manirroto de la Fed (la flexibilización cuantitativa), no es realmente sino una forma de restaurar el nivel de precios anterior a la crisis. Llámese a eso, si se quiere, inflación de activos, pero lo cierto es que Bernanke no va a esperar sentado a que la desinflación troque en deflación, crezca el valor real de las deudas personales y sigan acumulándose quiebras, suspensiones de pagos y ejecuciones hipotecarias. Lo que busca ahora es la eliminación de todos los obstáculos bombardeando la economía con estímulos monetarios y fiscales. He aquí como presentaba Bernanke su tesis en la mencionada conferencia japonesa:
“Una posible vía para poner fin a la deflación en Japón pasaría por una mayor cooperación, por un período limitado de tiempo, entre las autoridades fiscales y monetarias. Específicamente, el Banco de Japón debería estudiar ulteriores aumentos en sus compras de deuda pública, preferiblemente como parte de un programa explícito de recortes de impuestos u otros estímulos fiscales.”
Bien. Así pues, Bernanke se percata de que no puede ir en solitario. Tiene que embarcar en eso al Congreso, si quiere salir triunfante. (Esa es probablemente la razón de que la reunión de la Fed se haya organizado para después de las elecciones de medio mandato.)
Oigamos de nuevo a Bernanke:
“Se puede, por ejemplo, estudiar una bajada de impuestos para las familias y las empresas que vaya explícitamente asociado con un aumento de compra de deuda pública por parte del Banco de Japón, de manera que los recortes de impuestos se vean efectivamente financiados por la creación de moneda. Si se supone, además, que el Banco de Japón se ha comprometido a reflacionar la economía anunciando un objetivo de nivel de precios, entonces buena parte, si no todo el incremento de la cantidad de dinero se verá como algo permanente.
Con un plan así, el la balanza contable del Banco de Japón quedará protegida por exprograma de conversión de bonos, y las preocupación del gobierno por su ingente volumen de deuda se verán mitigadas por la mayor cantidad de deuda pública comprada por el Banco de Japón, y no vendida al sector privado. Además, los consumidores y las empresas deberían estar dispuestas más al gasto que al ahorro de los ingresos dimanantes del recorte fiscal: tienen dinero en efectivo extra en las manos, pero, puesto que el Banco de Japón ha comprado deuda pública por un monto equivalente al recorte fiscal, no se habrá generado carga alguna, ni presente ni futura, de servicio de deuda, lo que exime de la necesidad de impuestos futuros. En substancia: la combinación de las políticas monetaria y fiscal habrán logrado incrementar la riqueza nominal de las familias, lo que incrementará el gasto nominal, y por lo mismo, los precios.”
La cosa es, desde luego, muy radical. Pero podría funcionar. Y la forma más expedita de poner en marcha una política de este tipo sería eliminar los impuestos a los salarios, lo cual, en efecto, conferiría a todo hombre y a toda mujer trabajadores del país, una mayor capacidad de pago.
Los comentarios de Bernanke constituyen también una tácita admisión de que el sistema bancario es ya disfuncional e incapaz de crear el crédito necesario para la próxima expansión. Por eso se propone prescindir totalmente de ese sistema de propiedad privada y transferir el dinero directamente a los consumidores. Ni que decir tiene, esto tendrá un efecto positivo en el gasto y en todas las perspectivas de recuperación.
El taimado Bernanke ha cocinado pergeñado incluso la racionalización para una campaña de relaciones públicas capaz de desactivar a los halcones del déficit, quienes, a no dudarlo, señalarán su plan como un modelo de gasto público despilfarrador.
Bernanke:
“¿No es irresponsable recomendar un recorte fiscal, dado el pobre estado de las finanzas públicas japonesas? Al contrario, desde una perspectiva fiscal, esta política resultaría con casi total certeza estabilizadora, en el sentido de que reducirá la proporción de la deuda enrelación con el PIB. Las compras de deuda pública por el Banco de Japón dejarían intacta la cantidad nominal de deuda en manos de la gente, mientras que el PIB nominal aumentaría permitiendo el incremento del gasto nominal. En realidad , nada ayudaría más a reducir los males fiscales del Japón que un crecimiento sano del PIB nominal, y por lo mismo, de la recaudación fiscal. (…) Más en general, al substituir deuda portadora de intereses por dinero, las compras de deuda pública por el Banco de Japón disminuirían los déficits corrientes y las cargas de los intereses, y así, las expectativas que tiene la gente de futuras obligaciones fiscales.”
Diríase que el plan de Bernanke es capaz de hacer todo, salvo del blanqueo dental. ¿No tendría acaso más sentido reestructurar el sistema bancario para que, limpios de activos tóxicos, los bancos pudieran volver a prestar libremente otra vez? ¿Y no sería mejor robustecer a los sindicatos, para que los salarios pudieran subir con la productividad y los trabajadores generaran una demanda efectiva suficiente para mantener la marcha de la economía sin necesidad de terroríficas inyecciones y perentorios estímulos de urgencia? Claro que eso significaría una tregua en la guerra de clases, y no complacería mucho a los plutócratas complacidos con los vientos de desempleo que azotan al país de costa a costa.
Ello es que el plan de Bernanke podría funcionar. El Congreso podría aprobar legislación de emergencia para suspender los impuestos al trabajo asalariado durante dos años, lo que significaría miles de millones de dólares en los bolsillos de los sufridos consumidores. La Fed podría enjugar la diferencia comprando un volumen equivalente de títulos del Tesoro manteniendo bajos sus rendimientos mientras se reconfigura la economía, crece el empleo, se disparan los precios de los activos y vuelan los mercados. A medida que la economía rebote, el dólar pederá continuamente pie, lo que disparará las materias primas e incrementará las exportaciones, lo que traerá consigo un choque con los socios comerciales extranjeros. ¿Y entonces, qué?
Sí, la “opción nuclear” de Bernanke podría ayudar a resucitar la economía, pero también podría erosionar la confianza en el dólar, llevando finalmente a su destronamiento como moneda de reserva del mundo. La suerte está echada, y el resultado, claro, es azariento.
FUENTE : SIN PERMISO
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