Por Manuel Freytas
La economía mundial atraviesa una fase en la que las inestabilidades y las incertidumbres aumentan. La crisis económica que afecta fundamentalmente al mundo desarrollado está lejos de resolverse y el camino que se está siguiendo para salir del atolladero en el que nos encontramos conduce inexorablemente a sociedades más desarticuladas en las que la polarización económica tiende a crecer. Los costes del ajuste son elevados, mientras la renta de los grupos más ricos tiende al aumento.
Todo lo cual está generando en algunos países fuertes conflictos sociales, como ha sido el caso de Grecia, Francia, Italia, Reino Unido e Irlanda. Ahora parece todo más en calma, pero nunca se sabe lo que puede suceder debido a que es fácil, tal como están las cosas, que cualquier hecho encienda la llama que se extienda rápidamente, pues el reguero de pólvora está puesto. Los líderes políticos actuales, sean del color que sean, así como los economistas que les asesoran e influyen con sus ideas en los poderes decisorios, parecen poco conscientes de las condiciones económicas y sociales que están creando. Se está profundizando todavía más en la economía neoliberal que nos ha conducido a este desastre, y el fundamentalismo de mercado se impone sobre las ventajas del Estado del bienestar.
Nuevos peligros acechan a la economía mundial en su conjunto, pero afectan sobre todo a los más pobres. La subida del precio de los alimentos y materias primas que se está dando actualmente perjudica notablemente a los pobres que viven en los países más pobres. La amenaza de posibles hambrunas está cada vez más próxima, y las revueltas populares que se puedan dar como consecuencia de ello es una probabilidad que va en aumento. El presidente de Francia, Sarkozy, que pasa a presidir el G-20, ha dado el aviso de ese posible peligro, y ha propuesto regular el mercado de los alimentos y materias primas. Esperemos que esto no se quede en meras palabras como tantas veces y que los líderes de la economía mundial tomen acciones eficaces que eviten hambrunas.
Tal vez sea ya un poco tarde para ello, pero no se puede seguir perdiendo el tiempo como hasta ahora ante lo que supone el agravamiento de las condiciones de vida para tanta gente. En los últimos tiempos, agobiados con la crisis, por un lado, y deslumbrados por los indicadores de crecimiento de los países emergentes, por otro, se está dejando marginado y prácticamente en el olvido a ese otro mundo que sigue padeciendo graves privaciones, y en donde la lucha por la supervivencia diaria resulta ser una verdadera odisea. El hambre, la pobreza y la falta de oportunidades sigue siendo una triste realidad que afecta a millones de personas de nuestro planeta.
No se dan pasos que remedien estas calamidades, y se confía en lo que se considera buena gobernanza para que los países salgan del subdesarrollo y avancen en el camino del desarrollo, como han hecho algunos de los países emergentes. Se propugna un orden económico internacional neoliberal en contra de las propuestas que se hicieron en la década de los setenta, que planteaban un Nuevo Orden Económico Internacional sustentado en una mayor regulación económica, con mecanismo de compensación hacia los países menos desarrollados y en el que la cooperación remediase los fallos del mercado, que entre otras cosas lleva consigo incrementos de la desigualdad. El orden neoliberal no es capaz de afrontar los graves problemas existentes de desigualdad, pobreza y hambre. El paso de los años lo corrobora.
Hay que tener en cuenta, además, que los países emergentes no han practicado los supuestos de los fundamentalistas del mercado para iniciar el despegue. Además, estos países con crecimientos económicos significativos, están plagados de problemas. En unos, no hay libertades democráticas, y en todos ellos se dan unos índices de desigualdad elevados y que tienden a crecer, si bien es cierto que han paliado graves privaciones como la disminución de la pobreza y el hambre. Un desarrollo desigual, como el que se está dando es generador de tensiones sociales, que se pueden materializar en disturbios y conflictos el día de mañana.
El Magreb está que arde. A la crisis de Túnez le están siguiendo graves conflictos en Egipto y Argelia. La inestabilidad aumenta en una zona ya de por sí conflictiva, y tan cercana a Europa. Toda África del Norte es víctima de un mal desarrollo y de gobiernos dictatoriales. Unos países que cuentan con una población joven, en algunos casos formada, como en Túnez, que no tiene oportunidades para encontrar trabajo y en los que los frutos del crecimiento se reparten muy desigualmente. Los gobernantes de los países desarrollados, con la hipocresía que les caracteriza, mientras denuncian insistentemente la falta de libertades y la violación de derechos humanos en algunos países, en otros hacen la vista gorda. En aquellos a los que se considera aliados, que no ponen en peligro los grandes intereses económicos y financieros y suponen un cierto freno al fundamentalismo islámico, se les disculpa. Las consecuencias, sin embargo, de esa actitud pueden ser fatales.
La ceguera está siendo tremenda ante un mundo cada vez más inseguro e inestable. A muchos les ha cogido por sorpresa la crisis de Túnez. Se hacían demasiados elogios sobre este país. Pocos habían vaticinado lo que se podía venir encima. No obstante, ha habido excepciones, como la de Juan Goytisolo, que en un artículo que se puede encontrar en su excelente libro “Pájaro que ensucia su propio nido” (Círculo de Lectores, 2001), ya nos pone sobre aviso acerca del régimen dictatorial que había en Túnez, a pesar de las apariencias. Y de esto hace ya diez años. Al final del artículo, hablando con la oposición, exigua y acosada, se le señala que si bien a corto plazo no había salida, a medio plazo la situación podía ser difícil, incluso explosiva. Entre otros argumentos se da este: “Un régimen tan autocrático y policial no responde desde luego a las exigencias de una sociedad moderna como la tunecina. La brecha abierta entre el Túnel oficial y el real aumentará inevitablemente de día en día”.
En suma, no podemos basarnos sólo en análisis que se sustentan en índices de crecimiento, y de ahí destacar los éxitos conseguidos. Hay que analizar también las estructuras económicas, que nos sirven para saber qué hay detrás de los aparentes éxitos de los crecimientos obtenidos y los fracasos en el desarrollo. Un análisis del sistema es necesario para tratar de entender lo que sucede. Hay que propugnar un desarrollo humano más allá de lo que nos dicen las grandes cifras macroeconómicas. Pero estamos lejos de ello, y así los economistas neoliberales, los grandes poderes económicos, y sus cada vez más subordinados políticos, nos conduce a un mundo que se asienta sobre un polvorín.
Nuevos peligros acechan a la economía mundial en su conjunto, pero afectan sobre todo a los más pobres. La subida del precio de los alimentos y materias primas que se está dando actualmente perjudica notablemente a los pobres que viven en los países más pobres. La amenaza de posibles hambrunas está cada vez más próxima, y las revueltas populares que se puedan dar como consecuencia de ello es una probabilidad que va en aumento. El presidente de Francia, Sarkozy, que pasa a presidir el G-20, ha dado el aviso de ese posible peligro, y ha propuesto regular el mercado de los alimentos y materias primas. Esperemos que esto no se quede en meras palabras como tantas veces y que los líderes de la economía mundial tomen acciones eficaces que eviten hambrunas.
Tal vez sea ya un poco tarde para ello, pero no se puede seguir perdiendo el tiempo como hasta ahora ante lo que supone el agravamiento de las condiciones de vida para tanta gente. En los últimos tiempos, agobiados con la crisis, por un lado, y deslumbrados por los indicadores de crecimiento de los países emergentes, por otro, se está dejando marginado y prácticamente en el olvido a ese otro mundo que sigue padeciendo graves privaciones, y en donde la lucha por la supervivencia diaria resulta ser una verdadera odisea. El hambre, la pobreza y la falta de oportunidades sigue siendo una triste realidad que afecta a millones de personas de nuestro planeta.
No se dan pasos que remedien estas calamidades, y se confía en lo que se considera buena gobernanza para que los países salgan del subdesarrollo y avancen en el camino del desarrollo, como han hecho algunos de los países emergentes. Se propugna un orden económico internacional neoliberal en contra de las propuestas que se hicieron en la década de los setenta, que planteaban un Nuevo Orden Económico Internacional sustentado en una mayor regulación económica, con mecanismo de compensación hacia los países menos desarrollados y en el que la cooperación remediase los fallos del mercado, que entre otras cosas lleva consigo incrementos de la desigualdad. El orden neoliberal no es capaz de afrontar los graves problemas existentes de desigualdad, pobreza y hambre. El paso de los años lo corrobora.
Hay que tener en cuenta, además, que los países emergentes no han practicado los supuestos de los fundamentalistas del mercado para iniciar el despegue. Además, estos países con crecimientos económicos significativos, están plagados de problemas. En unos, no hay libertades democráticas, y en todos ellos se dan unos índices de desigualdad elevados y que tienden a crecer, si bien es cierto que han paliado graves privaciones como la disminución de la pobreza y el hambre. Un desarrollo desigual, como el que se está dando es generador de tensiones sociales, que se pueden materializar en disturbios y conflictos el día de mañana.
El Magreb está que arde. A la crisis de Túnez le están siguiendo graves conflictos en Egipto y Argelia. La inestabilidad aumenta en una zona ya de por sí conflictiva, y tan cercana a Europa. Toda África del Norte es víctima de un mal desarrollo y de gobiernos dictatoriales. Unos países que cuentan con una población joven, en algunos casos formada, como en Túnez, que no tiene oportunidades para encontrar trabajo y en los que los frutos del crecimiento se reparten muy desigualmente. Los gobernantes de los países desarrollados, con la hipocresía que les caracteriza, mientras denuncian insistentemente la falta de libertades y la violación de derechos humanos en algunos países, en otros hacen la vista gorda. En aquellos a los que se considera aliados, que no ponen en peligro los grandes intereses económicos y financieros y suponen un cierto freno al fundamentalismo islámico, se les disculpa. Las consecuencias, sin embargo, de esa actitud pueden ser fatales.
La ceguera está siendo tremenda ante un mundo cada vez más inseguro e inestable. A muchos les ha cogido por sorpresa la crisis de Túnez. Se hacían demasiados elogios sobre este país. Pocos habían vaticinado lo que se podía venir encima. No obstante, ha habido excepciones, como la de Juan Goytisolo, que en un artículo que se puede encontrar en su excelente libro “Pájaro que ensucia su propio nido” (Círculo de Lectores, 2001), ya nos pone sobre aviso acerca del régimen dictatorial que había en Túnez, a pesar de las apariencias. Y de esto hace ya diez años. Al final del artículo, hablando con la oposición, exigua y acosada, se le señala que si bien a corto plazo no había salida, a medio plazo la situación podía ser difícil, incluso explosiva. Entre otros argumentos se da este: “Un régimen tan autocrático y policial no responde desde luego a las exigencias de una sociedad moderna como la tunecina. La brecha abierta entre el Túnel oficial y el real aumentará inevitablemente de día en día”.
En suma, no podemos basarnos sólo en análisis que se sustentan en índices de crecimiento, y de ahí destacar los éxitos conseguidos. Hay que analizar también las estructuras económicas, que nos sirven para saber qué hay detrás de los aparentes éxitos de los crecimientos obtenidos y los fracasos en el desarrollo. Un análisis del sistema es necesario para tratar de entender lo que sucede. Hay que propugnar un desarrollo humano más allá de lo que nos dicen las grandes cifras macroeconómicas. Pero estamos lejos de ello, y así los economistas neoliberales, los grandes poderes económicos, y sus cada vez más subordinados políticos, nos conduce a un mundo que se asienta sobre un polvorín.
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