Por Leigh Phillips
En toda la Eurozona, sea el que sea el aroma de la receta de gobierno -izquierda, derecha, liberal o una pizca de verde- sólo oímos una respuesta a la crisis económica: la austeridad. La vieja muletilla ‘no hay alternativa’, TINA por sus siglas en inglés, se regurgita una y otra vez en Bruselas y por parte del FMI y el Banco Central Europeo. Y cuando no funciona la austeridad y los gobiernos, a pesar de todos los recortes, no reciben el respaldo de los mercados de capital, ¿cuál es la respuesta? La respuesta es TINA. La austeridad debe ser más ‘osada’, más ‘profunda’, más radical para permitir a los países despojarse de la deuda.
Pero por muy inexpugnable que sea el consenso oficial, el peaje de esta respuesta a la crisis de la deuda para el sector público y el pueblo llano será inmenso, de forma que el discurso debe cuestionarse. Y cuando lo hacemos, lo que descubrimos es que las cuentas del sector público no estaban en rojo debido al despilfarro, sino por la transferencia al por mayor de la deuda privada especulativa por parte de banqueros e inmobiliarias al monedero público.
Hay que tener cuidado de no caer en la germanofobia, pero aunque sea muy agradable coger el InterRail desde Amsterdam a Atenas sin cambiar de moneda, la construcción del euro benefició a las elites industriales y financieras alemanas a costa de las economías periféricas.
La raíz de la crisis del euro reside en que una única política monetaria, con un tipo fijo de cambio para todos, es peligrosa para un grupo de países en etapas diferentes de desarrollo. Una economía menos desarrollada atada por el mismo tipo de cambio a otra economía tan desarrollada como la de Alemania lleva las de perder inevitablemente. Los productos más débiles de la economía menos desarrollada, con mayores costes por unidad en mano de obra, serán muy caros. Mientras tanto, los productos de la Alemania exportadora se ven como tremendamente competitivos en toda la Unión Europea (UE).
Esto tiene un doble efecto. Primero, menoscaba el desarrollo en la periferia al echar del mercado a los competidores menos productivos. Por otra parte, permite que el superávit de exportación del país más industrializado remonte, lo que induce a los políticos alemanes a pensar que no hay necesidad de desarrollar la demanda interna y así absorber las exportaciones procedentes de la periferia.
En situaciones normales, esto podría rectificarse mediante la devaluación de la moneda, pero esta opción ya no está disponible con la moneda única.
En los años 90, durante la etapa previa a la moneda única y durante la década de 2000 a 2010, todos los países europeos ‘liberalizaron sus mercados laborales’ (lo que significa que rebajaron los salarios y relajaron los controles sobre las compañías). Pero fue Alemania quien ganó la carrera de fondo. Berlín tuvo acceso a las condiciones inferiores de la ex RDA y los estados del este, lo que elevó drásticamente la ventaja competitiva de Alemania.
La sólida brecha de competitividad dio como resultado un gran déficit estructural en cuenta corriente que se tornó en permanente en las economías periféricas. En esencia, tuvieron que comprar más de lo que pudieron vender. Pidieron prestado para compensar la diferencia.
Es el equivalente europeo del déficit comercial de Estados Unidos con China, donde Estados Unidos importa más de lo que exporta y China le presta el dinero para hacerlo. Alemania, en palabras del economista conservador estadounidense Irwin Stelzer, es la China de Europa.
Las familias de los países periféricos de la Eurozona compensaron esta brecha mediante las tarjetas de crédito y con el aval de sus casas. La deuda de las familias en España, Grecia y Portugal aumentó entre 2002 y 2007 una media anual de 5,34%, 4,48% y 3,1% del PNB respectivamente, mientras que en Francia la tasa fue de 1,77% y en Alemania hasta descendió en 0,71%.
Igual que en Estados Unidos, donde los préstamos depredadores a aquellas personas y entidades con poco crédito dieron lugar a grandes retornos para los prestamistas bajo la pretensión que dichas personas y entidades gozaban de una calificación triple A, los préstamos concedidos por los países más industrializados de la UE a empresas, bancos y familias de los países periféricos de la UE también reportaron grandes retornos. Estos prestamistas imaginaron que, ahora que los deudores periféricos están en la Eurozona, serían tan dignos de confianza como en Alemania. Fingieron que eran, en realidad, mini Alemanias.
Como con China y Estados Unidos, los bancos alemanes y los de otras naciones más industrializadas prestaron -exponiéndose significativamente al riesgo- a España, Grecia, Portugal, Irlanda e Italia, países menos competitivos que de esta manera pagaban sus importaciones a las naciones más industrializadas. Mientras los rescates por parte de la Eurozona a Grecia e Irlanda -y quizá con el tiempo a Portugal y España- se han vendido como rescates financieros de estos países, en realidad son un segundo rescate de los principales bancos europeos.
Atados así al euro, estos países no pueden devaluar para recobrar la competitividad con Alemania. La única política que les queda es lo que se llama la ‘devaluación interna’ - conocida por lo demás como austeridad. Los recortes en salarios y el sector público, dejándolo en los huesos, reducen significativamente la demanda interna. Se restaura una especie de equilibrio y los productos se abaratan – pero a un coste humano enorme.
La publicación de Lord Robert Skidelsky, historiador, autor y ex miembro de los partidos laborista, socialdemócrata y conservador sucesivamente, se encuentra actualmente entre las más vendidas; Keynes: TheReturn of the Master explica la crisis económica al profano dentro de un marco keynsiano; fustiga la estrategia siempre empobrecedora escogida por Bruselas.
Como principio general, si se impone la austeridad sobre una economía ya de por sí débil, una economía que ya ha sufrido varias conmociones, entonces se destruye el mecanismo de recuperación a medida que disminuye la demanda total. ‘En Irlanda, el gobierno sacará otros cinco mil millones de libras de la economía, y no veo de dónde se saca el crecimiento.’ El crecimiento en estos países probablemente se detendrá, sumiendo el país en la deuda al no poder pagar los intereses, tensando cada vez más la Eurozona y quizá haciendo que la suspensión de pagos sea inevitable.
A Skidelsky le preocupa que la UE sea sinónima de una austeridad brutal para sus ciudadanos. ‘Es un inmenso riesgo político asociar el proyecto europeo con los años de austeridad. En mi opinión, este camino reducirá sustancialmente el apoyo político de la moneda única y de todo el proyecto europeo’.
Aunque no cree que suceda inmediatamente, sí cree que ‘la salida más probable será que algunos países tendrán que devaluar, lo que significa dejar la Eurozona. La política interna de Alemania no permite otra opción. Lo que no sé es si el ímpetu inicial para esto procederá de Alemania donde la gente está cansada de rescates o desde los estados periféricos donde están cansados de la austeridad’.
Más que desintegrarse totalmente, Skidelsky piensa que la Eurozona puede astillarse, con Alemania y otros miembros que gozan de superávit -tales como Holanda, Austria y posiblemente Finlandia- por un lado y los estados periféricos por otro. Lo que no está tan claro pero importante es en qué lado se encuadran Francia, Bélgica y los restantes países.
Costas Lapavitsas, economista radical griego de la Universidad de Londres, es de la misma opinión: ‘Estar en la Eurozona con la estructura actual es una trampa. No ofrece ninguna opción que no sea la austeridad. La respuesta tiene que ser radical, tanto en Grecia como Irlanda, y probablemente en los demás países periféricos también. Sencillamente no pueden gestionar las deudas actuales, lo que ocasionará ineludiblemente la suspensión de pagos.
Yendo más allá que Skidelsky, Lapavitsas alberga la esperanza de que la ruptura proceda desde dentro de los estados periféricos, permitiendo que las condiciones para ello sean determinadas por los deudores y no los acreedores. Si la suspensión de pagos es gestionada por los acreedores, según él, la reducción requerida de la deuda sería altamente improbable porque los acreedores asegurarían que sus pérdidas fueran mínimas.
Tal opción es una anatema para Alemania y otros países más industrializados a causa de las asombrosas pérdidas que supondría para los bancos, además de las profundas ramificaciones políticas implícitas. Según Lapavitsas, ‘Es natural que haya que reconsiderar la adhesión al euro’.
Sin embargo, para las elites europeas, el euro ya no es parte opcional del proyecto europeo: forma parte del tejido de la UE. ¿Si no hay Eurozona, puede haber todavía una UE?
Esto puede constituir una preocupación ilegítima, ya que tal conmoción al sistema podría forzar a la UE a afrontar su construcción malformada. ‘Podría representar una oportunidad para realizar un profundo giro desde el camino desastroso del pasado hacia el desarrollo económico.
Señala que Argentina se enfrentó a una situación similar con respecto a la deuda soberana cuando asoció el peso al dólar en 2001. No se desmoronó el país cuando decidió suspender pagos contra los 144 mil millones de deuda pública y abandonar la asociación con el dólar. Inicialmente, el desastre fue severo -el PNB descendió 11% en 2002- pero la economía rebotó rápidamente. Desde 2003 a 2007, el PNB per capita creció 8-9% anualmente. El Coco tampoco se materializó debido a la separación de los mercados de capitales. En 2006, cuando se reabrieron los mercados internacionales de deuda, Argentina vendió 500 millones de dólares en bonos. En 1999, en una situación similar, Rusia declaró suspensión de pagos contra su deuda externa, acompañada de una devaluación rápida del rublo, pero la economía sólo tardó algunos meses en recuperar el crecimiento.
Costas Lapavitsas no aconseja esta opción con ligereza, indicando que habría ‘implicaciones graves’: durante un tiempo, los resultados económicos probablemente descenderían y el desempleo aumentaría. Adicionalmente, las familias con hipotecas procedentes de bancos extranjeros verían sus deudas elevarse considerablemente. Habría que tomar medidas dirigidas a la protección de estas familias.
‘Es esencial un abierto debate público’ sobre los costes y beneficios de tomar una medida de este tipo, señala Lapavitsas. Los ciudadanos tendrían que escoger conscientemente este camino, plenamente conocedores de los días difíciles que les aguardarían. La clave, no obstante, es que en vez de la austeridad impuesta sobre los ciudadanos europeos, éstos impondrían la austeridad sobre los bancos.
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