Por Bernie sanders *
Los
manifestantes de "Ocupad Wall Street" encienden una luz que ilumina
uno de los problemas más graves a los que se enfrentan los Estados
Unidos, la codicia, la temeridad y el poder de Wall Street. Es hora ya
de que el presidente y el Congreso sigan esa luz...y actúen. El futuro
de nuestra economía está en juego.
Figura legendaria de la izquierda norteamericana, es el único senador socialista y el independiente más veterano de la alta cámara del Congreso estadounidense (a cuyo comité presupuestario pertenece) en representación por el estado de Vermont. *
El
movimiento de protesta conocido como "Ocupad Wall Street" ha tocado
una fibra sensible. Las metas de los manifestantes pueden parecer
vagas, pero sus agravios son bien reales. Si nuestro país quiere salir
de esta horrorosa recesión y crear los millones de puestos de trabajo
que necesita desesperadamente si vamos a crear un futuro estable
financieramente, debemos mirar de frente a Wall Street y exigir
reformas fundamentales. Espero que quienes protestan nos proporcionen la
chispa que encienda el proceso.
Lo
cierto es que millones de norteamericanos perdieron su empleo, su
vivienda y sus ahorros de toda una vida debido a la codicia, a la
temeridad y al proceder ilegal de Wall Street. Hasta el presidente de
la Reserva Federal, Ben Bernanke, reconoció cuando le interrogué esta
semana en una audiencia del comité económico conjunto que Wall Street
"corría demasiados riesgos". Bernanke declaró también que los
manifestantes consideran "con cierta justificación" responsable al
sector financiero de "embrollarnos en este desbarajuste", y añadió: "Y
no les culpo por ello".
Los
manifestantes y los millones de americanos que les
entienden comprenden que la cosa pinta a favor de Wall Street, debido
al extraordinario peso económico y político de los grandes bancos. Lo
creamos o no, las seis mayores instituciones financieras del país (Bank
of America, CitiGroup, JP Morgan Chase, Wells Fargo, Morgan Stanley y
Goldman Sachs) han acumulado activos equivalentes a más del 60% de
nuestro producto interior bruto. Los cuatro mayores bancos emiten dos
tercios de todas las tarjetas de crédito y la mitad de todas las
hipotecas, y guardan casi el 40% de todos los depósitos bancarios. Lo
que es increíble es que, después de que hayamos rescatado a los bancos
leviatanes que eran "demasiado grandes como para caer", tres de esos
cuatro son hoy mayores incluso de lo que eran antes de la crisis
financiera.
No
sólo gozan estas instituciones financieras de un inmenso poder sino
que su opulencia les convierte en una fuerza política extremadamente
potente. Entre 1998 y 2008, con el fin de alcanzar su meta de revocar
la Ley Glass-Steagall y otras formas de regulación financiera, gastaron
más de 5.000 millones de dólares en labores de cabildeo y aportaciones
a campañas electorales. También gastaron centenares de millones para
aguar el proyecto de ley de reforma Dodd-Frank del año pasado. Después
de que se aprobara la ley, se gastaron cientos de millones más en
revocar disposiciones y aligerar reglamentaciones. No cejan nunca jamás.
¿Qué hacemos a partir de ahora? ¿Cómo convertimos el entusiasmo de los que protestan en resultados concretos?
Para
empezar, deberíamos deshacer las instituciones financieras
mastodónticas. Dejadas a sus propios medios, los banqueros de Wall
Street seguirán jugándose el dinero de los demás. Tarde o temprano,
cuando se tuerzan sus envites, volverán al Congreso pidiendo ser
rescatados de nuevo. ¿Por qué no cortar esto de raíz? Existe, por ende,
un argumento económico sólido en contra de que haya demasiado pocos
que poseen más que demasiado. La idea de que las seis gigantescas
instituciones financieras puedan ejercer un control tan enorme sobre la
economía debería aterrorizar a cualquiera que crea en un sistema de
mercado libre y competitivo. Buenos presidentes republicanos como
William Howard Taft y Teddy Roosevelt deshicieron Standard Oil, los
"trusts" del ferrocarril y otros monopolios hace un siglo.
Es
hora de acabar ya con la oligarquía financiera que tan destructiva ha
sido para nuestra economía. Si un banco es demasiado grande como para
venirse abajo, es que es demasiado grande para existir.
La
reforma de Wall Street también debe enfrentarse a la poderosa y
hermética Reserva Federal. Una auditoría de la Oficina de
Responsabilidad del Gobierno (Government Accountability Office) que yo
solicité descubrió que el banco central proporcionó 16 billones de
dólares en préstamos rotativos a bajo interés a todas las instituciones
financieras de envergadura de este país, a corporaciones
multinacionales y a algunas de las personas más acaudaladas del
planeta. La Fed ayudó incluso a rescatar a otros bancos centrales del
mundo. Cuando Wall Street estaba a punto de derrumbarse, la Fed actuó
con audacia. Hoy, con la clase media cayendo en picado, la Fed debe
actuar con la misma energía.
El
desempleo real está por encima del 16%. La renta media familiar ha
caído en unos 3.600 dólares en la pasada década. 46 millones de
norteamericanos, cifra inédita, viven en la pobreza. El abismo entre
los muy ricos y todos los demás, el mayor registrado en ningún país,
sigue haciéndose más grande.
De
acuerdo con disposiciones de urgencia que ya están recogidas en ley,
la Reserva Federal tiene autoridad para suministrar préstamos a bajo
interés a pequeñas empresas privadas de capital, para que puedan crear
los millones de empleos que nuestra economía necesita, y debería actuar
en consecuencia. La Fed también tiene autoridad para conseguir que los
emisores de tarjetas de crédito dejen de estafar a los consumidores
con comisiones disparatadas y tipos de interés de hasta el 30% y más.
Durante una recesión, sobre todo, la gente trabajadora hace uso de sus
tarjetas de crédito para poder estirar sus nóminas con el fin de cubrir
sus necesidades básicas. .La usura ha sido de siempre considerada
pecado a los ojos de todas las grandes religiones. Debería constituir
delito. La Reserva Federal tiene autoridad para limitar tasas de
interés y comisiones, y es lo que debería hacer.
Figura legendaria de la izquierda norteamericana, es el único senador socialista y el independiente más veterano de la alta cámara del Congreso estadounidense (a cuyo comité presupuestario pertenece) en representación por el estado de Vermont. *
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