Por Michael Spence.*
Me ha sorprendido la reciente cobertura en la prensa estadounidense de los precios de la gasolina y sus efectos en la política. Los analistas políticos están de acuerdo con que los índices de aprobación presidenciales están muy relacionados con los precios del combustible: cuando los precios suben, los índices de un presidente en las encuestas bajan. Pero, en vista de la larga historia de los Estados Unidos de abandono de la seguridad y la capacidad de resistencia energética, la idea de que la administración de Barack Obama es responsable del aumento de precios de la gasolina tiene poco sentido.
Han pasado cuatro décadas desde la crisis del precio del petróleo de los 70. Hemos aprendido mucho de esa experiencia. El impacto a corto plazo -como siempre ocurre cuando los precios del petróleo suben rápidamente- fue reducir el crecimiento al reducir el consumo de otros bienes, porque el consumo de petróleo no se ajusta tan más rápido como el de otros bienes y servicios.
Me ha sorprendido la reciente cobertura en la prensa estadounidense de los precios de la gasolina y sus efectos en la política. Los analistas políticos están de acuerdo con que los índices de aprobación presidenciales están muy relacionados con los precios del combustible: cuando los precios suben, los índices de un presidente en las encuestas bajan. Pero, en vista de la larga historia de los Estados Unidos de abandono de la seguridad y la capacidad de resistencia energética, la idea de que la administración de Barack Obama es responsable del aumento de precios de la gasolina tiene poco sentido.
Han pasado cuatro décadas desde la crisis del precio del petróleo de los 70. Hemos aprendido mucho de esa experiencia. El impacto a corto plazo -como siempre ocurre cuando los precios del petróleo suben rápidamente- fue reducir el crecimiento al reducir el consumo de otros bienes, porque el consumo de petróleo no se ajusta tan más rápido como el de otros bienes y servicios.
Pero,
con el tiempo, las personas pueden responder, y de hecho lo hacen,
reduciendo su consumo de petróleo. Compran automóviles y
electrodomésticos que hacen un uso más eficientes del combustible ,
aíslan térmicamente sus hogares, y a veces hasta usan el transporte
público. El impacto a largo plazo es, pues, diferente y mucho menos
negativo. Mientras mayor sea la propia eficiencia energética, menor es
nuestra vulnerabilidad a la volatilidad de los precios.
Por
el lado de la oferta, hay una diferencia similar entre los efectos a
corto plazo y a más largo plazo. A corto plazo, la oferta puede ser
capaz de responder en la medida que haya capacidad de reserva (no hay
mucha ahora). Sin embargo, el efecto mucho mayor y más largo plazo
proviene del aumento de la exploración y la extracción petroleras,
debido al incentivo de los mayores precios.
Todo
esto toma tiempo, pero, a medida que ocurre, reduce el impacto
negativo: las curvas de demanda y oferta cambian en respuesta a precios
más altos (o en previsión del aumento de los precios).
En
términos de política, hubo una iniciativa prometedora a fines la década
de 1970. Se legisló sobre los estándares de eficiencia de uso de
combustible para automóviles y los fabricantes los implementaron. De una
manera más fragmentada, los estados establecieron incentivos para la
eficiencia energética en edificios residenciales y comerciales.
Pero
entonces los precios del petróleo y el gas (ajustados por inflación)
entraron en un período de declive que duró varias décadas. Las políticas
destinadas a la eficiencia y la seguridad energéticas quedaron en gran
medida sin efecto. Dos generaciones llegaron a pensar en la disminución
de los precios del petróleo como algo normal, lo que explica la
sensación actual de que se trata de un derecho, la indignación ante la
subida de los precios, y la búsqueda de villanos: los políticos, los
países productores de petróleo y las compañías petroleras son blanco de
desprecio en las encuestas de opinión pública.
En
el trasfondo de la opinión pública actual existe un fallo importante de
la educación sobre los recursos naturales no-renovables. Y ahora,
habiendo sub-invertido en eficiencia y seguridad energéticas cuando los
costos de hacerlo eran más bajos, Estados Unidos está mal preparado para
enfrentar la posibilidad de un aumento de los precios reales. La
política energética ha sido "pro-cíclica", lo opuesto de ahorrar para
los malos tiempos. Dada la presión al alza sobre los precios por el
aumento de la demanda de los mercados emergentes y el rápido incremento
en tamaño de la economía mundial , esos tiempos han llegado.
La
actitud contra-cíclica es una actitud útil para las personas y los
gobiernos. La historia reciente, en particular la acumulación excesiva
de deuda pública y privada, sugiere que no la hemos adquirido. La
política energética o su ausencia parece otro claro ejemplo. En lugar de
anticipar y prepararse para el cambio, Estados Unidos ha esperado a que
el cambio le resulte forzoso.
La
miopía de la política energética no se ha limitado a EE.UU.. Los países
en desarrollo, por ejemplo, han funcionado por muchos años con
subsidios a los combustibles fósiles, que han llegado a ser ampliamente
reconocidos como una mala manera de gastar sus limitados recursos. Ahora
hay que cambiar estas políticas, lo que implica desafíos políticos y
costes similares.
Europa
Occidental y Japón, que dependen casi totalmente de los suministros
externos de petróleo y gas, lo han hecho un poco mejor. Por razones de
seguridad y ambientales, su eficiencia energética aumentó a través de
una combinación de impuestos, mayores precios al consumidor y educación
pública.
El gobierno de
Obama está trabajando para iniciar una enfoque energético prudente de
largo plazo, con nuevos estándares de eficiencia de combustible para
vehículos de motor, inversiones en tecnología, programas de eficiencia
energética para viviendas, y la exploración ambientalmente racional de
los recursos adicionales. Hacer esto en medio de un arduo proceso de
desapalancamiento posterior a la crisis, una recuperación obstinadamente
lenta y el proceso de construcción de un nuevo modelo de crecimiento
más sostenible, es más difícil -política y económicamente- de lo que
podría haber sido si EE.UU. hubiera comenzado antes.
Aún
así, más vale tarde que nunca. Obama está en lo correcto al tratar de
explicar que una política energética eficaz, por su propia naturaleza,
requiere objetivos de largo plazo y el avance constante hacia su logro.
Es
frecuente oír la afirmación de que los ciclos electorales de las
democracias no son muy adecuados para la aplicación de políticas señeras
y de largo plazo. El contrapeso es el liderazgo que explica los
beneficios y los costes de las diferentes opciones, y une a la gente en
torno a objetivos comunes y enfoques sensibles. Por ello, el esfuerzo de
la administración Obama para poner el crecimiento a largo plazo y la
seguridad por encima de ventajas políticas merece admiración y respeto.
Si
la crítica de la gobernabilidad democrática sobre la base de su
"inevitable horizonte de brevedad" fuera correcta, sería difícil
explicar cómo la India, una democracia poblada, compleja, y todavía
pobre, pudo sostener inversiones y políticas de largo plazo necesarias
para apoyar un crecimiento y desarrollo veloces. Allí, también, la
visión, el liderazgo y la creación de consenso han jugado un papel
fundamental.
La buena
noticia para la seguridad energética estadounidense es que en el año
2011, el país se convirtió en un nuevo exportador neto de productos
derivados del petróleo. Sin embargo es probable que el precio de los
combustibles fósiles continúe su tendencia al alza.
La
disminución de la dependencia de fuentes externas, debidamente llevada a
cabo, es un avance importante. Pero no es un sustituto para una mayor
eficiencia energética, que es esencial para hacer el cambio a un nuevo y
resistente camino hacia el crecimiento económico y el empleo. Un
beneficio adicional sería abrir una enorme agenda internacional para la
energía, el medio ambiente y la sostenibilidad, donde se requiere el
liderazgo estadounidense.
Este
esfuerzo requiere persistencia y un largo periodo de atención oficial,
lo que supone a su vez apoyo de ambos partidos. ¿Es eso posible en
Estados Unidos hoy en día?
Los
persistentes bajos índices de aprobación del sistema político de EE.UU.
derivan en parte del hecho de que parece recompensar el obstruccionismo
en lugar del trabajo bipartidista constructivo. En algún momento, los
votantes van a reaccionar contra un sistema que amplifica las
diferencias y suprime las metas compartidas, y la formación de políticas
volverá a su modo pragmático más eficaz. La pregunta es cuándo.
Laureado premio Nobel de Economia *
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