Por Joseph Stiglitz.
La reunión anual del Fondo Monetario Internacional dejó claro este año que Europa y la comunidad internacional continúan sin timón en términos de política económica. Los líderes financieros, desde los ministros de economía y finanzas hasta los líderes de instituciones financieras privadas, repitieron el mantra actual: los países en crisis deben poner en orden sus asuntos, reducir sus déficits y deudas públicas, adoptar reformas estructurales, y promover el crecimiento. La confianza, reiteraron numerosas veces, debe ser restaurada.
La reunión anual del Fondo Monetario Internacional dejó claro este año que Europa y la comunidad internacional continúan sin timón en términos de política económica. Los líderes financieros, desde los ministros de economía y finanzas hasta los líderes de instituciones financieras privadas, repitieron el mantra actual: los países en crisis deben poner en orden sus asuntos, reducir sus déficits y deudas públicas, adoptar reformas estructurales, y promover el crecimiento. La confianza, reiteraron numerosas veces, debe ser restaurada.
Ese tipo
de pontificación suena un tanto afectada cuando proviene de quienes, al
mando de bancos centrales, ministerios de hacienda y finanzas, y bancos
privados llevaron al sistema financiero mundial al borde de la ruina y
fueron artífices del desastre actual. Lo que resulta aún peor, poco se
explica sobre cómo lograr la cuadratura del círculo. ¿Cómo puede
recuperarse la confianza mientras las economías en crisis caen en
recesión? ¿Cómo puede revivirse el crecimiento cuando la austeridad
probablemente signifique una mayor disminución de la demanda agregada,
lo que reducirá aún más la producción y el empleo?
A
estas alturas algo tendría que resultar claro: los mercados no son
estables por sí mismos. No solo generan reiteradamente
desestabilizadoras burbujas de activos, además, cuando la demanda se
debilita, entran en juego fuerzas que exacerban la caída. El desempleo, y
el miedo a su propagación, empujan los salarios, los ingresos y el
consumo a la baja, y con ello a la demanda total. Las menores tasas de
formación de hogares –los jóvenes estadounidenses, por ejemplo, vuelven
cada vez más a vivir a casa de sus padres– deprimen los precios de la
vivienda, conduciendo a aún más ejecuciones hipotecarias. Los estados
con esquemas de presupuesto equilibrado se ven forzados a reducir el
gasto a medida que caen los ingresos fiscales: un desestabilizador automático que Europa parece decidida a adoptar ciegamente.
Existen
estrategias alternativas. Algunos países, como Alemania, tienen margen
para maniobras fiscales. Aprovecharlo para invertir mejoraría el
crecimiento de largo plazo, creando derrames positivos en el resto de
Europa. Un principio reconocido desde hace mucho tiempo es que el
aumento equilibrado de los impuestos y el gasto estimula la economía; si
el programa está bien diseñado (impuestos a los niveles más altos
combinados con gasto en educación) el aumento en el PBI y el empleo
puede ser significativo.
Europa
en su conjunto no se encuentra en mala situación fiscal; la relación
entre su deuda y PBI se compara favorablemente con la de Estados Unidos.
Si cada estado en EE. UU. fuese completamente responsable por su propio
presupuesto, incluido el pago de todos los beneficios por desempleo,
también EE. UU. caería en una crisis fiscal. La lección es obvia: el
todo es más que la suma de sus partes. Si Europa –en especial el Banco
Central Europeo– pidiese prestado y otorgase créditos con lo obtenido,
los costos de la deuda europea caerían, generando espacio para los tipos
de gasto que promoverían el crecimiento y el empleo.
Ya
existen instituciones en Europa, como el Banco Europeo de Inversiones,
que podrían ayudar a financiar las inversiones necesarias en las
economías sedientas de liquidez. El BEI debería ampliar sus créditos. Es
necesaria una mayor disponibilidad de fondos para apoyar a las pequeñas
y medianas empresas –la principal fuente de empleo en todas las
economías– que son particularmente importantes, dado que la contracción
bancaria las golpea especialmente fuerte.
El
obstinado foco que hace Europa en la austeridad es resultado de un mal
diagnóstico de sus problemas. Grecia gastó de más, pero España e Irlanda
tenían superávits fiscales y bajos índices de deuda respecto de sus
PBI. Dar conferencias sobre prudencia fiscal no tiene sentido. Tomar las
conferencias en serio –incluso adoptar esquemas presupuestarios
restrictivos– puede ser contraproducente. Sin importar si los problemas
europeos son coyunturales o estructurales –la zona del euro, por
ejemplo, dista de ser una zona monetaria «óptima», y la competencia
fiscal en una zona de libre comercio y migración puede erosionar una
situación viable– la austeridad solo empeorará las cosas.
Las
consecuencias de la fiebre europea por la austeridad serán de largo
plazo y probablemente graves. Si el euro sobrevive, lo hará al precio de
alto desempleo y enorme sufrimiento, particularmente en los países en
crisis. Y la propia crisis casi seguramente se extenderá. Las medidas
antiincendios no funcionarán si simultáneamente se tira combustible
sobre las llamas, una tarea con la que Europa parece comprometida. No
hay ejemplos de grandes economías –y Europa es la mayor en el mundo– que
se hayan recuperado con austeridad.
Como
resultado, el activo más valioso de la sociedad, su capital humano,
está siendo desperdiciado, e incluso destruido. Los jóvenes a quienes se
les priva de un empleo digno –el desempleo juvenil en algunos países se
acerca o sobrepasa al 50% y es inaceptablemente elevado desde 2008– se
alienan. Cuando eventualmente encuentren empleo, lo harán con salarios
mucho menores. Normalmente la juventud es un período de construcción de
habilidades, pero se ha convertido en una época durante la cual se
atrofian.
Hay tantas
economías vulnerables a desastres naturales –terremotos, inundaciones,
tifones, huracanes, tsunamis– que agregar desastres de manufactura
humana resulta aún más trágico. Pero Europa lo está haciendo. De hecho,
la ignorancia voluntaria de las lecciones del pasado por sus líderes es
criminal.
El dolor que
sufre Europa, especialmente el de sus pobres y jóvenes, es innecesario.
Afortunadamente, existe una alternativa. Pero las demoras para
aprovecharla serán muy costosas, y Europa se está quedando sin tiempo.
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