Mostrando las entradas con la etiqueta apuntes de economia.. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta apuntes de economia.. Mostrar todas las entradas

domingo, 22 de diciembre de 2013

Por qué la desigualdad es importante

  




Por Paul Krugman*
El Pais



El aumento de la desigualdad no es un problema nuevo. Wall Street, la película de Oliver Stone que retrata a una plutocracia en ascenso empeñada en que la codicia es buena, se estrenó en 1987. Pero los políticos, intimidados por los gritos de “lucha de clases”, han evitado dar más importancia a la brecha cada vez mayor entre los ricos y el resto.
Sin embargo, podría ser que las cosas estuviesen cambiando. Podemos hablar de la trascendencia de la victoria de Bill de Blasio en la carrera por la alcaldía de Nueva York o del respaldo de Elizabeth Warren a la ampliación de la Seguridad Social. También habrá que ver si la declaración de Barack Obama de que la desigualdad es “el desafío que caracteriza a nuestra era” se traduce en cambios en la política. En todo caso, el debate se ha animado lo bastante como para provocar una airada reacción de los expertos que afirman que la desigualdad no es para tanto.
Se equivocan.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Contabilizando el dinero escondido de los ricos






Por Sam Pizzigati*
SIN PERMISO 

Traducción: Marta Mestre



“El 0,01% más rico de Estados Unidos, tuvo 993 veces más ingresos en 2012 que los contribuyentes que forman parte del 90% de la parte más inferior”

Los americanos están consiguiendo -muy lentamente- disponer de una imagen más precisa que muestra hasta qué punto se ha extendido la brecha que separa a la parte de la sociedad increíblemente privilegiada del resto.

Los datos obtenidos mediante los formularios de nóminas y las declaraciones de la renta nos dicen mucho acerca de la magnitud de nuestra desigualdad. Pero el total del tema sigue sin concretarse.

¿A qué nivel de desigualdad han llegado los lugares de trabajo en los Estados Unidos? Nuestra mejor respuesta procede de un lugar inesperado: la Administración del Seguro Social.

Estadistas de la Seguridad Social cuentan cada año hasta qué punto se cumplen las compensaciones anuales de W-2, aquellos formularios que los empresarios tienen que presentar sobre todos sus empleados, desde los secretarios hasta los directores ejecutivos. La seguridad social informa de estos números una vez al año en relación al nivel de ingresos – y en el proceso pinta un retrato increíblemente detallado sobre qué suponen los salarios de los trabajadores de la sociedad estadounidense contemporánea.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una guerra contra los pobres






Por Paul Krugman



Las bases republicanas son conscientes de que su condición de blancos es cada vez más minoritaria

Últimamente, John Kasich, gobernador republicano de Ohio, ha hecho algunas cosas sorprendentes. En primer lugar, sorteó a la asamblea legislativa de su Estado —controlada por su propio partido— para llevar adelante el programa Medicaid, financiado con fondos federales y una pieza importante de la reforma sanitaria de Obama. Luego, en defensa de su actuación, disparó contra sus aliados diciendo: “Me preocupa el hecho de que, en apariencia, se está librando una guerra contra los pobres. O sea, que si eres pobre es que, de alguna manera, eres un incompetente y un vago”.

Evidentemente, Kasich no es el primero en hacer esta observación. Pero el hecho de que venga de un republicano bien considerado (aunque, a lo mejor, ya no tanto), precisamente de alguien que tenía fama de ser un agitador de ideas conservadoras, es revelador. La hostilidad republicana hacia los pobres y los desfavorecidos se ha exacerbado hasta tal punto que en realidad el partido ya no defiende otra cosa, y solo un observador obstinado en su ceguera puede ser incapaz de verlo.

La gran pregunta es: “¿Por qué?”. Pero antes vamos a hablar un poco de qué está corroyendo a la derecha.

A veces aún veo a algunos expertos declarar que lo que mueve al Tea Party es básicamente la preocupación por los déficits presupuestarios. Fantasías. Lean el chorrero de Rick Santelli, de la CNBC: no hay ni una sola mención a los déficits. En cambio, sí una andanada contra la posibilidad de que el Gobierno ayude a los “perdedores” a evitar la ejecución de sus hipotecas. O lean las transcripciones de Rush Limbaugh o de otros invitados radiofónicos de la derecha. No contienen mucho acerca de la responsabilidad fiscal, pero sí acerca de cómo el Gobierno recompensa a los vagos que no lo merecen.

Los líderes republicanos intentan moderar un tanto su lenguaje, pero es cuestión más bien de tono que de contenido. No cabe duda de que les sigue enardeciendo la idea de asegurarse de que los pobres y los desafortunados reciben la menor ayuda posible, y de que —tal como lo expresó el diputado Paul Ryan, presidente de la Comisión Presupuestaria de la Cámara de Representantes— el colchón de protección social se está convirtiendo en “una hamaca en la que se acuna a gente físicamente sana para que vivan de la dependencia y la complacencia”. Sus propuestas presupuestarias incluyen recortes salvajes de los programas de protección social como los cupones para alientos o el programa Medicaid.

Alan Greenspan le debe una disculpa a Norteamérica


  




Por Dean Baker
SIN PERMISO



Alan Greenspan pasará a la historia como la persona de mayor responsabilidad en el enorme perjuicio económico causado por la burbuja inmobiliaria y su posterior estallido. Los Estados Unidos siguen todavía con 9 millones de empleos menos respecto a su trayectoria tendencial. Estamos perdiendo cerca de 1 billón de dólares en rendimiento potencial, con pérdidas acumuladas que se aproximan hasta la fecha a 5 billones de dólares.

Esas cifras corresponden a millones de sueños arruinados. Familias que lucharon para ahorrar lo bastante como para poder comprar una casa lo perdieron cuando los precios inmobiliarios se vinieron abajo o se quedaron sin sus puestos de trabajo. Muchos trabajadores mayores pierden su empleo con pocas perspectivas de volver a encontrar otro, aunque estén mal preparados para su jubilación; la gente joven que termina sus estudios en el colegio se enfrenta al peor mercado laboral habido desde la Gran Depresión, y a la vez están endeudados hasta el cuello a causa de los préstamos. 

Esta historia de horror podría haberse fácilmente evitado de haber existido vida inteligente en la Junta de la Reserva Federal en los años en que la burbuja inmobiliaria iba creciendo hasta alcanzar proporciones cada vez más peligrosas (2002-2006). Pero la Fed no hizo nada por refrenar la burbuja. Se podría sostener incluso que actuó para promover su expansión con un Greenspan que fomentaba el desarrollo de hipotecas exóticas y dejaba completamente de lado sus responsabilidades regulatorias.

La mayoría de la gente, de tener que soportar esta increíble infamia vinculada a su nombre, tendría la decencia de buscarse una roca bien grande detrás de la que esconderse. Pero Alan Greenspan, no. Cree, al parecer, que no nos ha castigado lo bastante. Greenspan ha sacado un nuevo libro [1] que ahora se dedica a promocionar en programas de radio y televisión por doquier.

sábado, 12 de octubre de 2013

Estados Unidos: El mayor deudor del mundo

  




Por Julio C. Gambina
CADTM



El gobierno de EEUU está en problemas. Empezó el mes de octubre y su año fiscal sin presupuesto aprobado, lo que supuso mandar a sus casas, con vacaciones anticipadas a 800.000 trabajadores estatales. Aunque se decidió pagar esos salarios, la incertidumbre de la interna política en el poder gubernamental de EEUU se traslada a los trabajadores y su familia.
La discusión es por unos 40.000 millones de dólares de un presupuesto que reitera por cuatro años consecutivos un déficit fiscal de 1,5 billones de dólares, lo que explica una deuda pública estadounidense de 16,7 billones de dólares, sobrepasando el límite de endeudamiento permitido.
El Departamento del Tesoro de EEUU informó que el stock de deuda alcanza a 16.747.468.940.509, y el máximo autorizado por el Congreso eran 16.699.421.095.673 dólares. El gobierno ha tomado más de 48.000 millones de dólares de deuda pública que lo aprobado por el Congreso estadounidense.
Podemos afirmar que este es el problema financiero en EEUU. Siendo la primera potencia mundial del capitalismo es un Estado fallido, sin recursos propios y que necesita del financiamiento del mundo. El plazo para obtener la autorización parlamentaria de extensión de su capacidad de endeudamiento vence el 17 de octubre.
El gobierno de Obama cuenta con esa extensión y también en que el mundo seguirá confiando en el dólar y en el Tesoro de los EEUU y por lo tanto seguirán demandando bonos públicos con la garantía de cancelación “Made in USA”.
No en vano, la Reserva Federal de EEUU emite todos los meses 85.000 millones de dólares para el salvataje de su economía, el epicentro de la crisis mundial. Son dólares que inundan el mercado mundial y alimentan un nuevo ciclo de la burbuja financiera que siempre estalla para perjuicio de sectores subalternos, en EEUU y en el mundo.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cinco años en el limbo

  




Por Joseph Stiglitz *
Project Syndicate



Aparentemente, cuando el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers colapsó en 2008 y detonó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión, se formó un amplio consenso sobre la causa de la crisis.
Un sistema financiero inflado y disfuncional había asignado incorrectamente el capital y, en vez de gestionar el riesgo, lo creó.
 La desregulación financiera –junto con el dinero barato– contribuyó a una excesiva toma de riesgos. Y la política monetaria sería relativamente ineficaz para revivir la economía, incluso si se lograba evitar el colapso total del sistema financiero con dinero más barato aún. Por lo tanto, sería necesaria una mayor dependencia de la política fiscal (un mayor gasto gubernamental).
Cinco años más tarde, mientras algunos se felicitan a sí mismos por evitar otra depresión, nadie en Europa o Estados Unidos puede afirmar que la prosperidad ha regresado. La Unión Europea recién está emergiendo de la recaída en la recesión (y, en algunos casos, de una doble recaída), mientras que algunos estados miembros están en depresión. En muchos países de la UE, el PBI se mantiene por debajo, o insignificantemente por encima, de los niveles previos a la recesión. Casi 27 millones de europeos están desempleados.
Algo similar ocurre en Estados Unidos: 22 millones de personas que desean un empleo a tiempo completo no logran encontrarlo. La tasa de actividad en la fuerza de trabajo estadounidense ha caído a niveles que no se veían desde que las mujeres comenzaron a ingresar al mercado laboral en forma masiva. El ingreso y la riqueza de la mayoría de los estadounidenses se encuentran por debajo de niveles que habían registrado mucho antes de la crisis. De hecho, el ingreso típico de un trabajador masculino a tiempo completo es menor que hace más de cuatro décadas.
Sí, hemos hecho algunas cosas para mejorar los mercados financieros. Hubo algún aumento en los requisitos de capital, pero mucho menos de lo necesario. Algunas de las derivadas riesgosas –las armas financieras de destrucción masiva– han sido incluidas en bolsas de valores. Eso aumentó su transparencia y redujo el riesgo sistémico, pero aún se negocia un elevado volumen en opacos mercados no organizados, lo que significa que sabemos poco sobre la exposición al riesgo de algunas de nuestras mayores instituciones financieras.

domingo, 6 de octubre de 2013

Tres lecciones que deberíamos haber aprendido 5 años después de Lehman’s

  




Por Randall Wray



¿Hemos aprendido algo, 5 años después de la quiebra de Lehman’s? En una palabra: no.

O no mucho, al menos. Aunque sería agradable creer que Larry Summers tiene que retirarse de la carrera por llegar a ser el jefe de la Fed dado su fundamental papel en la creación del colapso financiero global, pienso yo que su retirada tiene más que ver con lo desmesurado del personaje. Ante de que empiecen ustedes a celebrar su derrota, recuerden que Goldman Sachs todavía tiene que dar el visto bueno a cualquier candidato y que el presidente Obama todavía puede elegir a alguno de los ungidos por Goldman, antes que Janet Yellin.

Para saber mucho más sobre Larry Summers y el asalto de Goldman Sachs a la administración Obama, véase el artículo de Greg Pallast publicado la semana pasada en SinPermiso.

La consigna en la Casa Blanca desde los días del presidente Clinton es: “¿Qué pensaría Goldman Sachs?”. Diaríase que toda política ha de pasar por la prueba del “examen Goldman”: ¿es buena para Goldman Sachs? Si no, se deja caer.

Lo que sigue a continuación son, pues, mis ideas sobre lo que deberíamos haber aprendido cuando se cumple el quinto aniversario del acontecimiento que disparó la crisis. Un entrevistador me pidió identificar las tres lecciones más importantes, cuestión para mí demasiado ambiciosa. Me conformaré con tres lecciones importantes.
Primera lección
La crisis reveló descarnadamente la peligrosa e ilegal cultura imperante en las instituciones financieras más grandes del mundo. Ahora sabemos, más allá de toda duda, que fue un fraude de abajo a arriba. Por ejemplo, todos y cada uno de los pasos en el negocio de títulos hipotecariamente respaldados eran fruadulentos. Los contratos hipotecarios originarios eran fraudulentos (los iniciadores del préstamo mintieron a los prestatarios respecto de los términos del contrato para trapichear, luego de que los prestatarios hubieran firmado, con el papeleo a fin de emperorar las condiciones del préstamo. Los evaluadores de la propiedad inmobiliaria falsearon los valores de las casas. Los bancos de inversión engañaron respecto de la calidad de las hipotecas a medida que estas eran titulizadas. Los directivos mintieron a los compradores de titulos acerca de la documentación en su poder. A instancias de la creación del propio sector que fueron los MERS [Mortage Electronic Registration Systems (Sistemas de Registro Hipotecario Electrónico)], los bancos extraviaron o destruyeron los registros de propiedad, haciendo imposible que nadie pudiera llegar a averiguar quién posee qué y quien debe a quién. Los servidores hipotecarios “perdieron” pagos hechos y deshauciaron ilegalmente basándose en documentos fabricados por “firmantes-robot”, echando equivocadamente de sus casas incluso a propietarios de vivienda que ni siquiera tenían una hipoteca. Ahora esos hogares se están vendiendo en grandes bloques a fondos buitre de cobertura a céntimos el dólar, de modo que puedan realquilarse a los antiguos propietarios que ahoran viven en la calle. No es exagerado decir que el deshaucio y la desposesión fueron el resultado deseado por lo que el presidente Bush llamaba la “sociedad de propietarios”: desplazar toda la riqueza hacia el 1% de la población en la cúspide. Y me he limitado a dar un ejemplo; pueden ustedes encontrar un nivel parecido de criminalidad en cualquier línea de negocios emprendida por los mayores bancos, desde la manipulación de los mercados de bonos hasta la fijación interesada de las tasas del LIBOR, desde la manipulación de los precios de las materias primas hasta  la inversión ventajista en acciones y la puesta en almoneda de información de acceso privilegiado.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Distribución, demanda y crecimiento

  




Por Ricardo Molero Simarro



La relevancia de los factores de demanda para explicar el crecimiento fue planteada en los años treinta de manera prácticamente simultánea por Michal Kalecki y John Maynard Keynes. La principal conclusión de la teoría de la demanda efectiva es que el gasto determina la renta de una economía. Keynes mostró que la propensión marginal al consumo decae cuando el ingreso total se incrementa. Por su parte, Kalecki consideró la existencia de diferentes propensiones a consumir por parte de los salarios y de los beneficios. Esto permitió plantear la posibilidad teórica de que la redistribución de la renta nacional entre los trabajadores y los capitalistas afecte al nivel de producción. Sin embargo, prácticamente nadie analizó las implicaciones que eso tiene para la teoría del crecimiento económico hasta que Amit Bhaduri y Stephen Marglin (1990) lo hicieron.

En su modelo estos autores partieron de considerar a los salarios reales como el coste de producción más relevante, pero también como el determinante más importante de la demanda agregada. Como coste, su incremento tiene un efecto negativo sobre la inversión, debido a que los márgenes de beneficios se reducen al crecer los salarios. Sin embargo, como fuente de ingresos, su incremento tiene un efecto positivo sobre el consumo, gracias a la mayor propensión a él que tienen los salarios en comparación con los beneficios.
De este modo, el aumento de los salarios reales y el de la participación de los salarios en la renta nacional, pueden tanto beneficiar como obstaculizar el crecimiento. Esto dependerá de cuál sea el componente dominante de la demanda agregada. Si es la inversión, un incremento de la participación salarial tendrá un efecto negativo sobre ella. La mejora del consumo no será suficiente para compensar la caída de la inversión. La participación salarial debilitará el crecimiento. Por el contrario, este será promovido si la participación de los beneficios en la renta nacional se incrementa, gracias a que, con ella, lo hará también la inversión.
Bhaduri  y Marglin denominaban regimen “exhiliracionista” a este patrón de crecimiento guiado por los beneficios. Este tipo de crecimiento no sólo beneficia a los capitalistas, sino que también beneficia a los trabajadores desempleados por medio de los nuevos empleos que genera. Sin embargo, la creación de puestos de trabajo se logra a expensas de los salarios reales medios de los trabajadores que ya tienen un empleo. Además, el consumo decreciente (consecuencia de los menores salarios) en un contexto de mayor capacidad productiva instalada generada, puede acabar ocasionando una crisis de sobre-acumulación/sub-consumo después de años de crecimiento guiado por los beneficios.
Por el contrario, si el consumo es el componente dominante de la demanda agregada, entonces un incremento de la participación de los salarios en la renta nacional tendrá un efecto global positivo sobre la demanda, a pesar de su negativo efecto sobre la inversión. Este regimen es denominado “estanacionista”. El crecimiento está guiado por los salarios. El efecto positivo del consumo sobre el grado de capacidad utilizada permite lograr un montante total de beneficios mayor (e incluso una tasa de ganancia más alta) en un contexto de menores márgenes y participación de los beneficios en la renta nacional.
Los autores llaman “capitalismo cooperativo” a este resultado, el cual les permite afirmar que “el capitalismo no es necesariamente un juego de suma cero” (op.cit.: 382). Sin embargo, los autores también tienen en cuenta los límites a los que se enfrenta la cooperación entre capital y trabajo cuando los mayores salarios generan una presión a la baja sobre los márgenes de beneficio, En el corto plazo esta comprensión de las ganancias puede dar lugar a un conflicto entre las diferentes facciones de la clase capitalista. En un plazo más largo puede generar una crisis de sub-acumulación. En conclusión, el crecimiento no se encuentra asegurado en ninguno de los regímenes considerados en el Modelo Bhaduri-Marglin.
Durante los últimos años este modelo ha sido aplicado al análisis de los modelos de crecimiento de diversos países. Teóricamente, en el contexto de una economía crecientemente abierta, como la economía mundial actual, los resultados obtenidos para el regimen estanacionista se pueden ver alterados, ya que el efecto negativo que la menor participación salarial tiene sobre el consumo puede ser compensado por el efecto positivo que los menores costes laborales tienen sobre las exportaciones. Sin embargo, la mayor parte de los estudios econométricos sugieren que, a pesar de ello, las economías desarrolladas (como Alemania, Estados Unidos, Francia, Japón o el Reino Unido) se encuentran predominantemente guiadas por los salarios. Aunque algunos de los estudios han alcanzado resultados contradictorios entre sí al aplicar el modelo a una misma economía (para un resumen de estos trabajos ver Stockhammer y Onaran, 2012).
Apenas se han llevado a cabo análisis de los modelos de crecimiento de las economías subdesarrolladas, excepto algunos trabajos tentativos que se han centrado en economías como las de China, México, Sudáfrica, Turquía o Tailandia. Estos pocos trabajos han llegado a la conclusión de que las economías analizadas se encuentran predominantemente guiadas por los beneficios, al menos cuando la apertura de cada una de ellas es tomada en consideración. Sin embargo, los análisis preliminares del efecto que las políticas de ajuste salarial puestas en marcha durante las últimas décadas han tenido sobre el desempeño de la economía mundial señalan que dichas políticas han afectado negativamente al crecimiento (Onaran y Galanis, 2012). Esto se debe a la imposibilidad teórica de que todos los países logren ganancias simultáneas de competitividad externa, una cuestión acerca de la cual Bhaduri y Marglin ya advirtieron.
Algunos desarrollos teóricos recientes han intentado endogenizar el comportamiento de las variables explicativas del modelo. La vía principal de hacerlo es considerar el efecto que tienen los rendimientos crecientes a escala (posibilitados por la mayor utilización de la capacidad productiva instalada) y el progreso técnico sobre las participaciones del trabajo y el capital en la renta nacional. En el contexto de un regimen estanacionista, el incremento de la productividad laboral puede dar lugar a una caída de la participación de los salarios, reduciendo el impacto positivo que los mayores salarios reales tienen sobre el crecimiento. De modo que, para ser compatible con un crecimiento estable, la productividad laboral debe aumentar a una tasa que permita mantener la participación salarial en un nivel relativamente constante a largo plazo.
En este modelo, el incremento tanto de los salarios, como de la productividad se encuentra determinado simultáneamente por la competencia inter-capitalista y el conflicto entre la clase capitalista y la clase trabajadora (Bhaduri, 2006). El progreso técnico es una consecuencia del intento de los capitalistas de compensar el crecimiento de los salarios reales a través de la mejora de la productividad laboral. Por lo tanto, las políticas de ajuste salarial tendrán como efecto una ralentización de las tasas de progreso técnico.
Por otro lado, en los dos regímenes de crecimiento planteados por el modelo se pueden dar resultados tanto de equilibrio, como de falta del mismo, es decir, tanto estables, como inestables (Bhaduri, 2008). La relación entre la producción y la distribución se puede explicar a partir de la combinación de análisis por el lado de la oferta y por el lado de la demanda. De este modo se elude la necesidad de depender, como la economía neoclásica, del efecto sustitución capital-trabajo para explicar el progreso técnico y de la productividad marginal para explicar la distribución de la renta entre capital y trabajo.
De hecho, la conclusión principal del modelo es que no existe una respuesta universal al problema del crecimiento económico. Tanto las políticas favorables al capital, como las políticas favorables al trabajo pueden promoverlo, dependiendo de cuál sea el componente dominante de la demanda agregada.
No obstante, una de las limitaciones del modelo es que no tiene en cuenta los límites históricos del proceso de acumulación analizados por economistas políticos anteriores. Como es habitual en economía, el modelo tampoco analiza los límites ecológicos del crecimiento, ni las desigualdades de género, debido a su falta de consideración de la dimensión física de los procesos económicos y de las actividades económicas externas al mercado. Aún así, el modelo es muy útil para evaluar las actuales políticas puestas en marcha frente a la crisis. Estas están profundizando el ya regresivo patrón de distribución de la renta al adoptar políticas favorables a los beneficios en economías que se encuentran guiadas por los salarios, obstaculizando, de esta manera, su recuperación.

Referencias:

- Bhaduri, A. and Marglin, S. (1990): “Unemployment and the Real Wage: The Economic Basis for Contesting Political Ideologies”, Cambridge Journal of Economics, 14 (4), 375-393.
- Stockhammer, E. and Onaran, Ö. (2012): “Wage-Led Growth: Theory, Evidence, Policy”, PERI Working Paper Series, 300.
- Onaran, Ö. and Galanis, G. (2012): “Is Aggregate Demand Wage-Led or Profit-Led? National and Global Effects”, ILO Conditions of Work and Employment Working Papers Series, 40.
- Bhaduri, Amit (2006): “Endogenous Economic Growth: A New Approach”, Cambridge Journal of Economics, 30, 69-83.
- Bhaduri, Amit (2008): “On the Dynamics of Profit-led and Wage-led Growth”, Cambridge Journal of Economics, 32, 147-160.

domingo, 8 de septiembre de 2013

La victoria de los buitres

  




Por Joseph Stiglitz *
PROJECT SYNDICATE



Una reciente decisión de un tribunal de apelaciones estadounidense amenaza con cambiar drásticamente a los mercados mundiales de deuda soberana. Puede incluso conducir a que ya no se considere a EE. UU. como un buen lugar para la emisión de deuda soberana. Como mínimo, torna inviables todas las reestructuraciones de deuda según los contratos estándar. En el proceso se anuló un principio básico del capitalismo moderno: cuando los deudores no pueden pagar a los acreedores, es necesario volver a empezar.
El problema comenzó hace una docena de años, cuando Argentina no tuvo otra opción que devaluar su moneda e incurrir en la cesación de pagos de su deuda. Bajo el gobierno existente, el país se había embarcado en una rápida espiral descendente, del tipo ahora familiar en Grecia y otros sitios de Europa. El desempleo se había disparado y la austeridad, en vez de recuperar el equilibrio fiscal, simplemente exacerbó la caída económica.
La devaluación y la reestructuración de la deuda funcionaron. En los años siguientes, hasta la erupción de la crisis financiera mundial en 2008, el crecimiento del PBI anual argentino fue del 8 %, uno de los más rápidos en el mundo.
Incluso los antiguos acreedores se beneficiaron con este rebote. En una jugada muy innovadora, Argentina cambió la deuda vieja por otra nueva –con un valor de aproximadamente 30 centavos por dólar, o un poco más– a la que agregó un bono indexado por el PBI. Cuanto más crecía Argentina, más pagaba a sus anteriores acreedores.
Los intereses de Argentina y los de sus acreedores estaban entonces alineados: ambos deseaban el crecimiento. Fue el equivalente a una reestructuración de deuda corporativa estadounidense bajo el «Capítulo 11», donde la deuda se cambia por capital accionario y los tenedores de bonos se convierten en nuevos accionistas.
Las reestructuraciones de deuda a menudo implican conflictos entre los diversos solicitantes. Por eso, para las disputas locales de deuda, los países cuentan con leyes y tribunales de quiebras. Pero no hay un mecanismo tal para adjudicar las disputas internacionales sobre este tema.
Hace mucho tiempo, esos contratos se hacían cumplir a través de la intervención armada, como aprendieron –a un altísimo costo– México, Venezuela, Egipto y gran cantidad de países en los siglos XIX y XX. Después de la crisis argentina, la administración del presidente George W. Bush vetó las propuestas para crear un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana. En consecuencia, no existe ni siquiera la pretensión de una búsqueda de reestructuraciones justas y eficientes.
Los países pobres habitualmente se encuentran en gran desventaja para negociar con los grandes prestamistas multinacionales, que suelen contar con el respaldo de los poderosos gobiernos donde residen sus sedes. A menudo los países deudores son exprimidos en tal medida que vuelven a quebrar unos pocos años más tarde.
Los economistas aplaudieron el intento argentino para evitar este resultado a través de una profunda reestructuración, acompañada por los bonos vinculados al PBI. Pero unos pocos fondos «buitre» –entre los cuales destaca el fondo de cobertura Elliott Management, dirigido por el multimillonario Paul E. Singer –percibieron las tribulaciones argentinas como una oportunidad para obtener enormes beneficios a expensas del pueblo argentino. Compraron los viejos bonos a una fracción de su valor nominal y litigaron para obligar a Argentina a pagar 100 centavos por cada dólar.
Los estadounidenses han visto la forma en que las empresas financieras privilegian sus propios intereses por encima de los del país... y los del mundo. Los fondos buitre han elevado la codicia a un nuevo nivel.
Su estrategia de litigación aprovechó una cláusula contractual estándar (llamada pari passu) que busca garantizar que todos los reclamantes reciban igual trato. Increíblemente, el Tribunal de Apelaciones de EE. UU. para el Segundo Circuito de Nueva York decidió que esto implicaba que si Argentina pagó el total de su deuda a quienes aceptaron la reestructuración, debe pagar el total a los buitres.
Si este principio prevalece, nadie aceptará nunca una reestructuración de la deuda. Nunca se podrá volver a empezar –con todas las desagradables consecuencias que esto implica.
En las crisis de la deuda, se suele culpar a los deudores. Se endeudaron demasiado. Pero los acreedores también son responsables: prestaron demasiado e imprudentemente. De hecho, los acreedores son supuestamente expertos en gestión y evaluación de riesgos y, en ese sentido, la responsabilidad es suya. El riesgo de cesación de pagos o reestructuración de la deuda induce a los acreedores a ser más cuidadosos en sus decisiones crediticias.
Las repercusiones de este injusto fallo pueden tener consecuencias muy duraderas. Después de todo, ¿qué país en desarrollo que tenga los intereses de largo plazo de sus ciudadanos en mente estará preparado para emitir bonos a través del sistema financiero estadounidense, cuando sus tribunales –y tantas otras partes de su sistema político– parecen permitir que los intereses financieros triunfen por sobre el interés público?
Los países harían bien en no incluir cláusulas pari passu en futuros contratos de deuda, al menos sin especificar claramente qué implican. Esos contratos también deberían incluir cláusulas de acción colectiva, que imposibilitarían a los fondos buitre evitar reestructuraciones de deuda. Cuando una proporción suficiente de los acreedores acuerda un plan de reestructuración (en el caso de Argentina, los tenedores de más del 90 % de la deuda del país lo hicieron), se puede obligar al resto a lo mismo.
Que el Fondo Monetario Internacional, el Departamento de Justicia de EE. UU. y las ONG de lucha contra la pobreza se hayan unido en oposición contra los fondos buitre es un hecho revelador. Pero también lo es la decisión del tribunal, que evidentemente asignó poco peso a sus argumentos.
Para quienes viven en países con mercados emergentes o en desarrollo y se sienten injustamente tratados por los países avanzados, existe ahora un motivo más para el descontento frente una marca de globalización administrada para servir a los intereses de los países ricos (especialmente, a los intereses de sus sectores financieros).
En las postrimerías de la crisis financiera mundial, la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre Reformas del Sistema Monetario y Financiero Internacional instó a diseñar un sistema eficiente y justo para la reestructuración de la deuda soberana. El fallo tendencioso y económicamente peligroso del tribunal estadounidense muestra por qué necesitamos ya mismo un sistema de esas características.



Joseph Stiglitz es Profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economia 2001. *

sábado, 24 de agosto de 2013

La lógica del sistema económico capitalista






Por Eduardo Garzón
ATTAC



Los economistas clásicos definían a la economía como la ciencia social que se ocupa de estudiar el modo por el cual una sociedad se organiza para llevar a cabo los tres momentos económicos básicos: la producción, la distribución y el consumo. La producción es el elemento principal de todos ellos, pues nada puede ser distribuido o consumido si antes no es producido, pero requiere previamente el uso de recursos primarios. Es decir, para iniciar un proceso cualquiera de producción es necesario que estén disponibles tanto los recursos naturales que se transformarán en el producto material final como la fuerza humana capaz de llevar a cabo tal transformación. Una vez este proceso da como resultado una producción material, entonces se procede a su distribución y su consumo final. Las múltiples formas en las que se pueden articular estos momentos o procesos económicos definen el tipo de sistema económico.
A lo largo de la historia toda sociedad humana ha encontrado diferentes formas para organizarse económicamente, lo que quiere decir que ha optado por distintas articulaciones de los procesos de producción, distribución y consumo. Así, se han dado en la historia muchos tipos diferentes de sistemas económicos (feudalismo, capitalismo, socialismo, etc.), a la vez que dentro de los mismos han existido también un gran número de variedades. Y cada sistema económico ha tenido no sólo una forma concreta de articular la producción, la distribución y el consumo sino que también ha tenido sus propias leyes de reproducción, esto es, sus propias normas internas que permiten que el sistema económico continúe operando.
El sistema económico que hoy es dominante a nivel mundial es el capitalismo, y también tiene sus propias leyes internas. La principal de ellas es su necesidad de crecer continuamente, cueste lo que cueste. Eso significa que necesita incrementar la producción material siempre en una escala mayor a como lo hizo en el período inmediatamente anterior. Y si no lo hace el sistema entra en crisis. Puede detener su crecimiento durante períodos cortos de tiempo, pero no puede interrumpir ese crecimiento de forma permanente sin colapsar. De la misma forma que cuando uno va en bici puede dejar de pedalear durante un tiempo breve pero no puede hacerlo de forma continuada sin venirse finalmente al suelo. El crecimiento económico es, por tanto, el corazón del sistema económico imperante.
Sin embargo, no todos los sistemas económicos han tenido esa propiedad de tener que crecer ininterrumpidamente. De hecho, hasta el advenimiento del sistema económico capitalista la sociedad humana había encontrado múltiples sistemas económicos que no necesitaban en modo alguno al crecimiento económico para su sobrevivencia (ni la del sistema ni la de la sociedad misma). Lo que interesa entonces es preguntarse por qué el capitalismo sí lo necesita.
La razón la encontramos en el propio motor del sistema: la ganancia. La ganancia es el elemento estimulador del sistema, sin el cual éste se viene abajo. Dado que una de las propiedades fundamentales del capitalismo es la existencia de propiedad privada (lo que significa que los medios de producción –las empresas– tienen dueños individuales) entonces debe garantizarse que los propietarios de esas empresas reciben una recompensa en forma de ganancia por haber arriesgado su dinero durante el primer momento económico: la producción. Así, los capitalistas individuales ponen su capital en juego, adquiriendo los recursos primarios (materias primas, maquinaria y trabajadores), e inician la producción con la esperanza de que al final de todo el proceso puedan vender la producción y obtener una ganancia. Si no lo consiguen finalmente entonces quiebran y no vuelven a contratar trabajadores (por lo cual se incrementa el desempleo) y la actividad económica se detiene.
Si por el contrario el capitalista obtiene una ganancia entonces tiene que elegir entre destinarla de nuevo a la producción, arriesgándola de nuevo, o destinarla a otros fines (por ejemplo, el consumo de lujo). El hecho de que opte por una u otra vía está determinado básicamente por dos factores: la ganancia esperada y la competencia, y ambos están interrelacionados. Si el capitalista espera recibir más ganancia al invertir su ganancia pasada entonces tendrá incentivos para hacerlo. Pero además, puede ocurrir que necesariamente se vea obligado a hacerlo presionado por la competencia. Y esto es lo que verdaderamente ocurre en el capitalismo todos los días.
En efecto, el capitalista individual se ve obligado a invertir de nuevo su ganancia (lo que en economía se llama acumulación) para poder mejorar su proceso de producción y evitar ser destruido por la competencia. Esto es así porque si el capitalista A no invirtiera de nuevo su ganancia y simplemente se preocupara de restaurar los gastos en recursos primarios (reponer la materia prima, mantener las máquinas y pagar a los trabajadores) y sin embargo su competidor, el capitalista B, sí lo hiciera e invirtiera en mejorar la maquinaria y el proceso de producción en su conjunto, entonces el capitalista A se vería expulsado del negocio. El capitalista B podría conseguir mejor tecnología y podría vender los productos a un precio más bajo, haciendo que los compradores que antes compraban al capitalista A ahora lo hicieran al capitalista B. Eso provocaría pérdidas al capitalista A y desaparecía su ganancia y, con ella, su negocio. La presión de la competencia, por tanto, empuja a todos los capitalistas a acumular.
Por lo tanto, nos encontramos ante un sistema económico, el capitalismo, que una vez se ha puesto en marcha es imparable y cuya razón de ser es la acumulación, esto es, el crecimiento económico, y la ganancia que lo estimula.
El afán de acumular es una característica propia del capitalismo. Pero no así de otros sistemas económicos previos que han permitido a la sociedad humana sobrevivir en otras condiciones distintas a las actuales.
En la terminología económica al proceso por el cual un sistema económico amplía sus capacidades productivas mediante la acumulación se le llama “reproducción ampliada”. Sin embargo, existe también la noción de “reproducción simple”, la cual hace referencia a los sistemas económicos que al final del proceso productivo únicamente destinan las ganancias a restaurar lo gastado, pero sin invertir nada más allá de ese nivel. Este segundo tipo de reproducción económica es propia de sociedades precapitalistas.
Muchas de estas sociedades sólo producían aquello que consideraban necesario de acuerdo con sus propios criterios sociales, dedicando el resto del tiempo del día a otras tareas. Y si se producía algún avance técnico espontáneo, alguna mejora en los procesos de producción resultado de la creatividad o del azar, entonces las sociedades mantenían su nivel de producción y ampliaban su tiempo libre. De hecho, en otras culturas “cuando la naturaleza les favorecía, con frecuencia permanecían en el estado idílico de los polinesios o de los griegos homéricos, entregando al arte, al rito y al sexo lo mejor de sus energías” (1).
Por lo tanto, estas sociedades que limitaban sus necesidades a través de su propia cultura entendían las innovaciones tecnológicas y organizaban su tiempo y su producción de una forma muy distinta a la que nosotros, bajo el sistema económico capitalista, lo hacemos actualmente. Hoy, por las propias leyes del capitalismo, cualquier innovación técnica (que incrementa lo que en economía se llama productividad: producción por hora o por trabajador) no promueve un mejoramiento de las condiciones de vida sino que inmediatamente se incorpora a las ruedas de la bicicleta capitalista como un elemento más que contribuye a pedalear más rápido.
Fue precisamente la expansión del capitalismo, y particularmente su supremacía militar, la que creó el escenario actual en el que vivimos. Y fueron los economistas convencionales quienes proporcionaron los escritos que justificaron este nuevo sistema económico y su lógica.

Notas:

(1) Mumford, citado en Naredo J. M., La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico, Siglo XXI, Madrid, 2003.

jueves, 8 de agosto de 2013

Cambio de guardia monetario

  




Por Joseph Stiglitz
PROJECT SYNDICATE
Traducción por Leopoldo Gurman.



Con transiciones en curso o en ciernes para el liderazgo de muchos bancos centrales, gran cantidad de quienes fueron parcialmente responsables de la creación de la crisis económica mundial que estalló en 2008 –antes de emprender intensas para evitar lo peor– dejan sus cargos en medio de críticas variadas. La principal pregunta actual es el grado en que esas críticas influirán sobre el comportamiento de sus sucesores.
Muchos de los participantes en los mercados financieros están agradecidos por la laxitud regulatoria que les permitió cosechar enormes beneficios antes de la crisis y por los generosos rescates que los ayudaron a recapitalizarse –y a menudo a llevarse megabonificaciones– aun cuando casi arruinaron la economía mundial. Es cierto, el dinero barato ayudó a que los precios de las acciones se recuperaran, pero también puede haber creado nuevas burbujas de activos.
Mientras tanto, el PBI en muchos países europeos se mantiene marcadamente por debajo de los niveles anteriores a la crisis. En Estados Unidos, a pesar del crecimiento del PBI, la mayoría de los ciudadanos están peor hoy que antes de la crisis, porque las mejoras en el ingreso desde entonces se han concentrado casi totalmente en los más pudientes.
En resumen, muchos de los responsables de los bancos centrales que se desempeñaron en los vertiginosos años previos a la crisis tienen mucho por lo que responder. Debido a su excesiva confianza en los mercados libres de restricciones, hicieron la vista gorda a abusos palpables –créditos predatorios incluidos– y negaron la existencia de una obvia burbuja. En lugar de eso, los responsables de los bancos centrales se enfocaron unívocamente en la estabilidad de precios, si bien los costos de una inflación un poco mayor hubieran sido minúsculos comparados con los estragos que crearon los excesos financieros que ellos permitieron, por no decir fomentaron. El mundo ha pagado caro su falta de comprensión de los riesgos de la titularización y, en términos más amplios, su fracaso para centrarse en el apalancamiento y el sistema de la banca en la sombra.
Por supuesto, no todos los funcionarios de los bancos centrales son culpables. No fue casual que países como Australia, Brasil, Canadá, China, India y Turquía evitaran la crisis financiera; los responsables de sus bancos centrales han aprendido de la experiencia –propia o ajena– que los mercados libres de restricciones no siempre son eficientes ni se autorregulan.
Por ejemplo, cuando el gobernador del banco central malayo apoyo la implementación de controles de capital durante la crisis del Este Asiático en 1997-1998, la política fue menospreciada, pero el exgobernador ha sido reivindicado desde entonces. El empeoramiento económico en Malasia duró menos y el país emergió de la crisis con una menos herencia de endeudamiento. Incluso el Fondo Monetario Internacional reconoce ahora que los controles de capital pueden ser útiles, especialmente en tiempos de crisis.
Esas lecciones son obviamente muy relevantes en la competencia actual por la sucesión de Ben Bernanke como presidente de la Junta de la Reserva Federal estadounidense, la autoridad monetaria más poderosa del mundo.
Las responsabilidades principales de la Fed son dos: la regulación en el nivel macro orientada a garantizar el pleno empleo, el crecimiento del producto y la estabilidad de precios y financiera; y la regulación en el nivel micro orientada a los mercados financieros. Ambas están íntimamente conectadas: la regulación en el nivel micro afecta la oferta y asignación del crédito –un determinante fundamental de la actividad macroeconómica. El fracaso de la Fed para cumplir sus responsabilidades de regulación en el nivel micro tiene mucho que ver con su fracaso para lograr las metas en el nivel macro.
Cualquier candidato serio a la presidencia de la Fed debe entender la importancia de una buena regulación y la necesidad de devolver el sistema bancario estadounidense al negocio de proporcionar crédito, en especial a los ciudadanos comunes y a las empresas pequeñas y medianas (esto es, a quienes no pueden captar dinero en los mercados de capitales).
También son necesarios un sólido juicio económico y discreción, dada la necesidad de sopesar los riesgos de las políticas alternativas y la facilidad con que los mercados financieros pueden enturbiarse. (Dicho eso, EE. UU. no puede permitirse un presidente de la Fed que apoye excesivamente al sector financiero y no esté dispuesto regularlo).
Considerando las divisiones entre funcionarios sobre la importancia relativa de la inflación y el desempleo, un presidente de la Fed exitoso también debe ser capaz de trabajar bien con personas con perspectivas diversas. Pero el próximo líder de la Fed debe estar comprometido a garantizar que la tasa de desempleo estadounidense caiga por debajo de su inaceptable elevado nivel actual; una tasa de desempleo del 7 % –o incluso del 6 %– no debe verse como inevitable.
Hay quienes sostienen que lo que más necesita Estados Unidos para su banco central es un funcionario que haya «experimentado» las crisis de primera mano. Pero lo que importa no es solo «estar ahí» durante una crisis, sino mostrar buen tino en su gestión.
El desempeño de los responsables del Tesoro estadounidense durante la administración de la crisis del Este Asiático fue deplorable: convirtieron caídas en recesiones y recesiones en depresiones. De igual modo, tampoco los responsables de gestionar la crisis de 2008 pueden recibir crédito por lograr una recuperación sólida e inclusiva. Los fastidiados esfuerzos de reestructuración hipotecaria, la incapacidad para devolver el crédito a las pequeñas y medianas empresas, y los errores en los rescates bancarios han sido bien documentados, así como los grandes errores en las predicciones del producto y el desempleo a medida que la economía entraba en caída libre.
Aún más importante para un funcionario de un banco central a cargo del manejo de una crisis es su compromiso con medidas que reduzcan la probabilidad de crisis futuras. Por el contrario, un enfoque de laissez-faire haría que otra crisis resultara inevitable.
Entre los principales competidores para suceder a Bernanke se encuentra la vicepresidente de la Fed, Janet Yellen, una de mis mejores estudiantes cuando enseñaba en Yale. Es una economista de gran intelecto con una fuerte capacidad para lograr consensos y ha demostrado su temple como presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente; como presidente de la Fed de San Francisco; y en su rol actual.
Yellen no solo entiende los mercados financieros y la política monetaria, sino también los mercados laborales –algo fundamental en una época en que el estancamiento del desempleo y los salarios son preocupaciones centrales. (Un artículo del cual fue coautora continúa, muchos años después, en mi lista de lecturas obligatorias para los alumnos de doctorado).
Dada la frágil recuperación económica y la necesidad de continuidad en las políticas –así como de confianza en el liderazgo y la cooperación mundial de la Fed basados en la comprensión y el respeto mutuos– la mano firme de Yellen es exactamente lo que necesita la política estadounidense. El presidente Barack Obama debe nombrar a los funcionarios de alto rango con el «consejo y la aprobación» del Senado estadounidense. Según se informa, aproximadamente un tercio de los senadores demócratas escribieron a Obama para apoyar a Yellen. Debiera prestar atención a sus consejos.



Joseph Stiglitz es premio nobel de economia 2001, profesor de la Universidad Columbia.

miércoles, 31 de julio de 2013

¿Crear mas puestos de trabajo no es la respuesta?

  




Por Randall Wray
 Traducción de Casiopea Altisench



La semana pasada, Allan Sheahan publicó una nota arguyendo que “Los puestos de trabajo no son la respuesta” al problema estadounidense del desempleo. He aquí su razonamiento:
“La actual tasa de desempleo del 7,5% significa que cerca de 20 millones de norteamericanos están o en el paro o subempleados. Nadie se resuelve a decir la obvia verdad, a saber: que, quienquiera que esté en la Casa Blanca o en el Congreso, el mercado laboral ha cambiado de tal modo, que nunca más habrá suficientes puestos de trabajo para todos quienes quieran acceder a ellos. Hace 50 años los economistas predijeron que la automatización y la tecnología desplazarían a miles de trabajadores cada año. Ahora hasta tenemos robots haciendo trabajo humano. La pérdida de empleos sólo puede ir a peor, a medida que avance el siglo XXI.”
En efecto, los economistas han venido reconociendo esa posibilidad desde al menos el principio del siglo XIX, cuando David Ricardo planteó el “problema de las máquinas”. Los “robots” han venido haciendo “trabajo humano” desde la época de Adam Smith y su fábrica de alfileres. O incluso desde que el primer protohumano descubrió la palanca y su punto de apoyo para hacer el trabajo de cuatro.
Sin embargo, el “desempleo” sólo ha existido desde el desarrollo de la producción para el mercado. Nuestros ancestros tribales “trabajaban” unas doce hora semanales para conseguir la alimentación, el vestido y el refugio precisos para el nivel de vida que les resultaba aceptable. Y ocupaban el resto del tiempo con otras actividades humanas que nosotros consideramos “cultura”: danza, canto, tatuaje, chamanismo, piercing, sacrificios rituales, criar niños, contar cuentos, casarse, discutir, dibujar y pensar.
Tampoco conocieron el desempleo nuestro antepasados campesinos, que tenían acceso al grueso de los medios de producción (la tierra agrícola). Puede que trabajaran jornadas más largas, y veían desde luego a regañadientes cómo una parte cada vez más grande de su producción se la quedaban los rapaces señores feudales. Sólo cuando perdieron el acceso a la tierra a causa de los cercamientos, etc., su vida comenzó a depender del arbitrio de la clase suministradora de empleo.
Y bien, ¿por qué la inexorable tendencia a la “robotización” desde los tiempos de Adam Smith no llevó al desempleo de todo (o de la mayor parte de) el trabajo humano? Primero, porque aumentó el nivel de vida (verosímilmente, porque no es nada claro que vivamos mejor en todos los respectos que nuestros primos tribales), hallando siempre vías mejores para emplear humanos que produzcan productos que nuestros ancestros nunca supieron que necesitaban. En segundo lugar, redujimos la semana laboral, añadiendo “fines de semana” y “festivos” y reduciendo la tortura diaria de 16 horas a 12, y luego a 10 y finalmente a 8. Y al menos en Norteamérica, aquí nos hemos quedado.
Por lo demás, de cepa puritano/calvinista, los norteamericanos nunca aceptaron realmente la idea de las vacaciones, de modo que, a diferencia de otras sociedades civilizadas de la Tierra, no se contempla el derecho a las vacaciones pagadas, y el grueso de los norteamericanos o no los disfruta o no las quiere.
Parece que en los últimos años han crecido en los EEUU el desempleo y el subempleo. Hay varias razones. Primero, los trabajos realmente pesados han abandonado el país en busca de naciones en desarrollo como India, China y Vietnam. Por razones que se me escapan, muchos de mis amigos de izquierda los quieren de vuelta. De una u otra manera, han idealizado la vida en la fábrica (tal vez porque nunca leyeron a Dickens o a Marx, ni trabajaron en la industria, ni prestaron demasiada atención a las lecturas de historia que narraban el incendio en la fábrica Pemberton Mill, en Lawrence, MA: según elBoston Globe: “La escena tras el desplome era de un horror indescriptible. Centenares de hombres, mujeres y niños sepultados por las ruinas. Algunos decían a sus amigos que no habían sufrido daños, pero habían quedado apresados bajo y entre las vigas. Otros agonizaban o estaban muertos. Todos los nervios en tensión para socorrer a los pobres desdichados, cuando, triste es hasta narrarlo, se rompió una lámpara e incendió todo. En unos instantes, las ruinas se convirtieron en un manto de llamas. Se sabe que 14 ardieron hasta la muerte ante los ojos de sus seres queridos, impotentes para auxiliarles”.
Ya pueden leer noticias de incendios y desplomes de estructuras que matan a centenares de trabajadores atrapados tras las atrancadas puertas de las fábricas en Asia, que nuestros progresistas quieren la vuelta a Norteamérica de esos “buenos puestos de trabajo”.
Al propio tiempo, denigran el tipo de trabajo que hacen la gran mayoría de los trabajadores en todas las sociedades capitalistas ricas y desarrolladas: los servicios. Hay todo tipo y variedad de esos trabajos: personal, financiero, de atención al consumo, educativo, sanitario, de entretenimiento y de aseguradoras. Son los puestos de trabajo del pasado, del presente y del futuro, pero han sido olvidados o denigrados por los progresistas que suspiran por los tiempos en que los trabajadores norteamericanos estaban al servicio de las máquinas.
Algunos de esos puestos de trabajo del sector servicios serán realizados por robots, otros se perderán por consecuencia del incremento de productividad. Es inevitable, huelga decirlo.
Veo en los noticieros que las prostitutas del futuro serán robots. No sé qué pensar de ese desarrollo, pero es probablemente inevitable y desplazará a una miríada de trabajadores humanos. (¿Echarán nuestros progresistas de menos la pérdida?)
Mi propia profesión –la educación— conocerá con casi total certeza un desplazamiento tecnológico, a medida que nos sirvamos cada vez más de métodos de aprendizaje “a distancia” y on-line para llegar a un número cada vez mayor de estudiantes. Los médicos ya hacen diagnósticos y aun prestan asistencia a distancia, y no tardarán los robots en hacer las operaciones quirúrgicas más delicadas, demasiado difíciles aun para manos humanas bien entrenadas.
Tampoco sé muy bien si es mejor tener dedos de robot para explorar las cavidades corporales, pero pasará.
Me he centrado en las economías desarrolladas, pero lo mismo ocurre por doquiera. El desempleo global ya había batido un récord antes de que golpeara la Gran Crisis Financiera (GCF) en 2008. La curva del empleo industrial chino pronto empezará a declinar a un ritmo que hará parecer trivial la pérdida de puestos de trabajo fabriles en los EEUU. La verdad es que resulta imposible que la demanda global de los productos manufacturados sea lo suficientemente alta como para sostener algo más que una proporción relativamente pequeña de puestos de trabajo en el mundo (como antes la agricultura).
Nos guste o no, los humanos tendrán que vérselas sobre todo con el sector servicios para conseguir empleo pagado. Me gusta el chiste que dice que todos terminaremos en alguno de estos trabajos “P”: Presentación y representación escénicas, atención Personal, Política o Prostitución, y que tal vez se trate sólo de tres, porque la tercera puede fácilmente reducirse o a la primera o a la cuarta.
Y quién sabe si los mejores cómicos y magos y predicadores del futuro no serán robots. Yo albergo ya la sospecha de que la mayoría de comentarios que se hacen en los blogs son valorados y filtrados por robots: presentimiento robustecido por un ardid recientemente perpetrado por Brad DeLong (que programó un “robot sub-turing” para acosar a David Graeber, como se puede ver aquí).
En efecto: obsérvese que todas las actividades “culturales” tribales antes mencionadas, que fueron creadas para ocupar el tiempo, resultan ser ahora profesiones respetables y pagadas: la danza, el canto, el tatuaje, la ritualización, la cría de niños, la narración de cuentos, el matrimonio, el combate, el debate, el dibujo y el pensamiento. Añádase la contabilidad, la banca y el marketing, y se habrá ya prácticamente identificado a todo el condenado sector servicios. La diferencia con las sociedades tribales (y otras precapitalistas) es que pasamos a lo que economistas como Marx, Veblen y Keynes llamaron una “economía de producción monetaria”: una economía en la que el grueso del proceso de suministro se realiza usando dinero y con vistas a hacer “más dinero” (para los entrenados técnicamente: D-M-P-M’-D’).
De ninguna manera debe interpretarse esto como que toda la producción es monetaria –el grueso de los nenes no pagan a sus padres para que les críen (todavía)—, pero buena parte sí, y hemos trasladado al mercado una parte cada vez mayor de nuestras actividades de suministro. Aunque es verdad que también suministramos muchas de esas actividades a través del Estado, esas actividades entrañan también dinero. Yo he venido sosteniendo, en efecto, que el sistema monetario se creó para movilizar recursos con un “propósito público”. Pero no es necesario entrar ahora en eso.
Lo importante en este contexto es que nuestro Estado moderno se sirve del sistema monetario para movilizar recursos –basta pensar en la seguridad nacional— o para garantizar el acceso a ellos –piénsese en la seguridad social y en Medicare—. (Desde luego que podemos consumir algunos recursos públicamente suministrados –como los parques— sin pagar peaje, pero en general el Estado ha pagado directa o indirectamente los salarios necesarios para mantenerlos.)
Y si realmente acabara siendo verdad que los robots se hacen incluso con todos nuestros puestos de trabajo en el sector servicios, entonces la respuesta –huelga decirlo— sería la reducción de la semana laboral con la que los humanos vivos contribuyen a la producción.
En una sociedad capitalista, el acceso a muchos de los recursos necesarios para la buena vida precisa de dinero, y el acceso al dinero va ligado al empleo. No se trata de una correspondencia uno-a-uno, claro está. En mayor o menor grado, “nos responsabilizamos de los nuestros”, aun cuando no tengan dinero o empleo. Pero hay la expectativa de que las gentes de cierta edad “trabajen para ganarse la vida”.
Como he dicho antes en este blog abogando por “un nuevo meme para el dinero”, esperamos que quienes sean capaces de hacerlo “paguen por” ayudarse a sí mismos. Todos sabemos lo que significa “pagar por”: todos vamos a las grandes superficies comerciales y sacamos nuestras billeteras para pagar por una bolsa de Gucci. No coges el bolso y miras a ver si alguien lo paga: “Hey, compa, voy un poco corto de pasta hoy, ¿no podrías ahorrar unos cuantos cientos para comprármelo?”. No, si no puedes permitirte el Gucci, te compras en Wal-Mart la imitación fabricada en China. No sirve de nada argüir que quienes pueden “permitirse” pagar más deberían hacerlo para beneficio de quienes necesitan bienestar. Para eso está el meme de la caridad. Desde luego que todos tendríamos que dar por caridad –de cada quién de acuerdo con su capacidad, a cada quien de acuerdo con su necesidad—. Si el sistema fiscal se redujera a contribuciones caritativas, debería basarse en contribuciones voluntarias. La mezcla de esos memes lleva, a lo sumo, a la confusión, pero más probablemente a la rebelión fiscal y a los recortes del gasto social.
Y hete aquí la extraña reacción de Allan Sheahan a la observación de que hemos tenido “crecimiento sin suficientes puestos de trabajo”, no sólo en los EEUU, sino a escala global: no necesitaríamos esos apestosos puestos de trabajo. Dice:
“Crear puestos de trabajo es un enfoque completamente equivocado, porque el mundo no necesita que todos tengan un puesto de trabajo para poder producir lo que necesitamos para vivir una vida decente y confortable. Tenemos que repensar todo el concepto de tener un puesto de trabajo. Cuando decimos que necesitamos más puestos de trabajo, lo que realmente queremos decir es que necesitamos más dinero para poder vivir. Una respuesta es instituir una renta básica garantizada (BIG [por sus siglas en inglés]) para todo el mundo, suficiente al menos para ir tirando (justo por encima del nivel de pobreza). Y entonces, todos podríamos tratar de encontrar trabajo para ganar más.”
En suma: sostiene que necesitamos la BIG. Quienes no pueden encontrar un puesto de trabajo se limitarán simplemente a vivir de un suministro público de ayuda.
Bien; yo estoy a favor de la caridad, incluso de la caridad públicamente organizada. Como dijo Hyman Minsky, eso no tiene nada que ver con la reducción de la pobreza causada por el desempleo, sino más bien, según él mismo dejó dicho, con “programas ampliados, mejorados y modernizados de pagos e ingresos transferidos en especies para los mayores, los inválidos, los discapacitados y los niños necesitados. Esos programas son necesarios. Pero según yo lo entiendo, esto no tienen nada que ver con la Guerra a la Pobreza; tiene sobre todo que ver con nuestra consciencia nacional y con nuestros sentimientos humanos”. Minsky predijo (acertadamente) en 1965 que una Guerra a la Pobreza fundada en la caridad no disminuiría en absoluto la tasa de pobreza, y efectivamente así fue. Alivia nuestra consciencia nacional, pero no hace nada por aliviar la pobreza.
Quienes proponen la BIG al estilo de Sheahan suelen servirse de un esquema-señuelo. Les encanta aludir al supuesto éxito en Alaska del programa de “fondo permanente”, destinado a compartir entre todos los residentes los beneficios de la producción petrolífera. Eso, sostienen, separa el ingreso del trabajo, permitiendo que todos los residentes puedan elegir una vida de ocio libre de la necesidad de trabajar. Esa vida de ocio permitiría a los residentes en Alaska contribuir voluntariamente a la vida comunitaria superior: libres de las penosas cargas del trabajo cotidiano podrían dedicarse a la caridad, o al arte, o a la vida serenamente contemplativa. Y entonces viene cuando nos encontramos con la cantidad que Alaska suministra en forma de “gran BIG” [el autor juega aquí con el significado de BIG en inglés: “grande”]:
“En 1982, el estado de Alaska empezó a distribuir dinero procedente de las rentas petrolíferas entre todos los residentes. El Fondo Permanente de Alaska ha venido dando entre 1.000 y 2.000 dólares cada año a cada hombre, mujer y niño residente en el estado. En 2012, el monto cayó a 878 dólares. No hay exigencias de trabajo. La subvención ha logrado reducir la pobreza y la desigualdad de ingresos en Alaska.”
No: no es un erratum. Han leído bien: 878 dolarcillos al año. Con eso uno se compra en Alaska dos hamburguesas Big Macs y una Coca Cola algún que otro mes para alimentar a una familia de cuatro, lo que deja aparcados los sueños de una vida de ocio entre los Grizzlies. Pero veamos. Si añadiéramos varios ceros a ese número, podríamos acercarnos a los que la BIG promete, manteniéndose constante todo lo demás.
Pero todo lo demás no se mantiene constante, si tenemos que pagar a “cada hombre, cada mujer y cada niño” estadounidense, digamos, 87 mil dólares al año. Porque entonces deberíamos añadir dos o tres ceros más a todos los precios y salarios de esa vida de ocio prometida por los propugnadores de esa versión de la BIG, hasta alcanzar con los precios a los haraganes que ahora están dispuestos vivir con 878 dólares al año en Alaska, pero que querrían los 87 mil dólares que una BIG realmente exigiría. (Para decirlo todo, la cosa sería harto más complicada todavía. Pero ya se hacen una idea. Significa poco más que una rápida devaluación de la moneda. Podrían incluso llegar a ser mucho, mucho peor que eso, si todos decidiéramos convertirnos en haraganes y vivir conforme a las promesas vitales de ocio de esa versión de la BIG, porque entonces esos 88 mil dólares apenas podrían adquirir nada.)
Me gusta el mejor dicho jamás pronunciado por Dean Baker, según el cual, en general, los economistas no son muy duchos en materia de teoría económica. Las gentes del BIG son simplemente horribles en esa materia.
Miren, me gusta el bienestar. Tengo un ardiente corazón de izquierda. Creo que nuestra nación debería cuidar de sí misma. Pero ese incoherente sinsentido argumental de que no necesitamos apestosos puestos de trabajo es una estupidez manifiesta. Incluso el argumento favorito de los pseudoprogresistas de que necesitamos recuperar para los EEUU todos esos horribles empleos fabriles es mejor que la BIG.
¿Y por qué no abogar en cambio por una paga decente en un buen trabajo en el sector servicios, por puestos de trabajo para todos quienes deseen trabajar y por un Empleador de Último Recurso capaz de garantizar que la promesa es algo más que vacía?
Como observó Hyman Minsky cuando el Presidente Johnson llevaba apenas un año de batalla contra la pobreza, “la guerra contra la pobreza es una impugnación conservadora… Puede difundir la pobreza más equitativamente… Sin embargo, este enfoque no puede, por sí mismo, poner fin a la pobreza”. El componente crítico que faltaba en 1964 y que sigue faltando hoy es un compromiso público con el pleno empleo. Sólo un programa orientado al empleo decentemente pagado puede combatir con éxito la pobreza en la población no anciana de un modo políticamente aceptable.
Proseguía Minsky:
“Tenemos que invertir el afán político característico de los últimos 40 años y movernos hacia un sistema que incentive el compromiso de la fuerza de trabajo. Pero para hacerlo, necesitamos crear puestos de trabajo accesibles; cualquier estrategia política que no se plantee como primer y fundamental objetivo la creación de puestos de trabajo no será sino una continuación de la depauperante estrategia de la pasada década. Un ingrediente necesario de cualquier guerra contra la pobreza es un programa de creación de puestos de trabajo; y nunca se ha demostrado que un amplio y concienzudo programa de creación de puestos de trabajo que tome a la gente tal y como es no consiga por sí mismo eliminar una gran parte de la pobreza existente.”
Y para terminar con mi cita favorita de J.M. Keynes:
“La creencia conservadora de que hay alguna ley de la naturaleza que impide a los hombres llegar a tener empleo, de que es ‘loco” emplear a los hombres y de que es financieramente ‘sensato’ mantener ociosa a una décima parte de la población, es una fabulación locamente improbable: la clase de cosa que nadie podría llegar a creer sin haberse intoxicado durante años y años los sesos con sinsentidos…”




Randall Wray es uno de los analistas económicos más respetados de Estados Unidos. Colabora con el proyecto newdeal 2.0 y escribe regularmente en New Economic Perspectives. Profesor de economía en la University of Missouri-Kansas City e investigador en el “Center for Full Employment and Price Stability”. Ha sido presidente de la Association for Institutionalist Thought (AFIT) y ha formado parte del comité de dirección de la Association for Evolutionary Economics (AFEE). Randall Wray ha trabajado durante mucho tiempo en el análisis de problemas de política monetaria, macroeconomía y políticas de pleno empleo. Es autor de Understanding Modern Money: The Key to Full Employment and Price Stability (Elgar, 1998) y Money and Credit in Capitalist Economies (Elgar 1990).

lunes, 22 de julio de 2013

Problemas en el paraíso de los mercados emergentes

  




Por Nouriel Roubini
Project Syndicate



Durante los últimos años se alimentó mucha expectativa por los BRICS (Brazil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Según se dice, con sus grandes poblaciones y rápido crecimiento, pronto se convertirán en algunas de las mayores economías del mundo –y, en el caso de China, en la mayor de todas ya para 2020. Pero los BRICS, como muchas otras economías de mercados emergentes, recientemente han sufrido una fuerte desaceleración económica. ¿Se terminó entonces la luna de miel?
El PBI brasileño solo creció el 1 % el año pasado y es posible que no supere el 2 % este año. Su crecimiento potencial se estima apenas por encima del 3 %. La economía rusa puede crecer apenas el 2 % este año y su crecimiento potencial también ronda el 3 %, a pesar de que los precios del petróleo están en el orden de los $100 por barril. India recientemente tuvo un par de años de fuerte crecimiento (11,2 % en 2010 y 7,7 % en 2011), pero bajó al 4 % en 2012.La economía china creció el 10 % al año durante las últimas 3 décadas, pero cayó al 7,8 % el año pasado y corre el riesgo de un aterrizaje forzoso. Y Sudáfrica solo creció el 2,5 % el año pasado y es posible que no crezca supere el 2 % en este.
Muchas otras economías de mercados emergentes con rápido crecimiento en el pasado –por ejemplo, Turquía, Argentina, Polonia, Hungría y muchas en Europa Central y del Este– experimentan una desaceleración similar. Entonces, ¿qué aqueja a los BRIC y a otros mercados emergentes?
En primer lugar, las economías emergentes se recalentaron en 2010-2011, con tasas de crecimiento que superaron a las potenciales y tasas de inflación por encima de las deseadas y en ascenso. Muchas ajustaron entonces su política monetaria en 2011 y eso afectó su crecimiento en 2012, un efecto que se extendió a este año.
En segundo lugar, pensar que las economías de mercados emergentes podrían desvincularse completamente de las debilidades económicas en las economías avanzadas era rocambolesco: siempre fue probable que la recesión en la zona del euro, la cuasi recesión en el Reino Unido y Japón en 2011-2012, y el lento crecimiento económico en Estados Unidos afectaran negativamente al desempeño de los mercados emergentes –a través del comercio, los vínculos financieros y la confianza de los inversores. Por ejemplo, el empeoramiento en curso en la zona del euro ha afectado a Turquía y a economías de mercados emergentes en Europa Central y del Este, debido a los vínculos comerciales.
En tercer lugar, la mayoría de los BRICS y otros pocos mercados emergentes han pasado a una variante del capitalismo de estado. Esto implica una desaceleración en las reformas que aumentan la productividad y participación en la economía del sector privado, junto con un mayor peso de las empresas estatales (y de los bancos estatales en la asignación del crédito y el ahorro), así como el nacionalismo de recursos, el proteccionismo comercial, las políticas de sustitución de importaciones industriales y la imposición de controles al capital.
Este enfoque puede haber funcionado en las etapas tempranas del desarrollo y cuando la crisis financiera mundial produjo una caída del gasto privado; pero ahora distorsiona la actividad económica y deprime el crecimiento potencial. De hecho, la desaceleración china refleja un modelo económico, en palabras del ex primer ministro Wen Jiabao, «inestable, desequilibrado, falto de coordinación e insostenible» que ahora afecta adversamente el crecimiento en los países emergentes de Asia y a los mercados emergentes exportadores de productos básicos desde Asia hasta América Latina y África. El riesgo de que China experimente un aterrizaje forzoso en los próximos dos años puede dañar aún más a muchas economías emergentes.
En cuarto lugar, el superciclo de productos básicos que ayudó a Brasil, Rusia, Sudáfrica y muchos otros países con mercados emergentes exportadores de productos básicos puede haber terminado. De hecho, sería difícil sostener un boom, dada la desaceleración china, la mayor inversión en tecnologías para el ahorro de energía, el menor énfasis en modelos de crecimiento orientados al capital y los recursos en todo el mundo, y el demorado aumento en la demanda que indujeron los altos precios.
El quinto y más reciente factor son las señales de la Reserva Federal estadounidense sobre la posibilidad de poner fin a su política de flexibilización cuantitativa antes de lo esperado y sus insinuaciones de un eventual abandono de las tasas de interés nulas. Ambas cuestiones han causado turbulencia en los mercados financieros de las economías emergentes. Incluso antes de las señales de la Fed, las acciones y los productos básicos en los mercados emergentes se han desempeñado peor de lo esperado este año, debido a la desaceleración China. Desde entonces, las divisas y valores de renta fija (bonos gubernamentales y corporativos) en los mercados emergentes se han visto golpeados. La era del dinero barato o a interés cero que condujo a una avalancha de liquidez en busca de altos rendimientos y activos –acciones, bonos, divisas y productos básicos– en los mercados emergentes está llegando a su fin.
Finalmente, si bien muchas economías de mercados emergentes tienen a producir superávits en sus cuentas corrientes, son cada vez más las que presentan déficits –incluidas Turquía, Sudáfrica, Brasil e India. Y estos déficits ahora son financiados en formas más riesgosas: más deuda que capital accionario; más deuda de corto plazo que de largo plazo; más deuda en divisas que en moneda local; y más financiamiento proveniente de flujos interbancarios transfronterizos volubles.
Estos países también comparten otras debilidades: déficits fiscales excesivos, inflación por encima de las metas y riesgo de inestabilidad (que no solo se refleja en la reciente agitación en Brasil y Turquía, sino también en los conflictos laborales sudafricanos y las incertidumbres políticas y electorales en la India). La necesidad de financiar el déficit externo y evitar la excesiva depreciación (y una inflación aún mayor) requiere aumentar las tasas de interés de intervención o mantenerlas fijas en niveles elevados. Pero el endurecimiento de la política monetaria debilitaría al ya lento crecimiento. Por lo tanto, las economías emergentes con grandes déficits gemelos y otras fragilidades macroeconómicas podrían experimentar una mayor presión a la baja sobre sus mercados financieros y tasas de crecimiento.
Estos factores explican por qué el crecimiento en la mayoría de los BRICS y muchos otros mercados emergentes se ha reducido bruscamente. Algunos factores son cíclicos, pero otros –el capitalismo estatal, el riesgo de un aterrizaje forzoso en China y el fin del superciclo de los productos básicos– son más estructurales. Por lo tanto, las tasas de crecimiento de muchos mercados emergentes durante la próxima década pueden resultar menores que en la pasada –algo que también puede ocurrir con los enormes rendimientos obtenidos por los inversores gracias a los activos financieros de esas economías (divisas, acciones, bonos y productos básicos).
Por supuesto, algunas de las economías de mercados emergentes mejor administradas continuarán experimentando un rápido crecimiento y resultados superiores de los activos. Pero muchos de los BRICS, junto con algunas otras economías emergentes, pueden toparse con un difícil obstáculo que afectaría duramente a su crecimiento y sus mercados financieros.


Nouriel Roubini es profesor de la Stern escuela de negocios de New York , Presidente de Roubini Global Economics.