Por Joseph Stiglitz
PROJECT SYNDICATE
Traducción por Leopoldo Gurman.
Con transiciones en curso o en ciernes para el liderazgo de muchos bancos centrales, gran cantidad de quienes fueron parcialmente responsables de la creación de la crisis económica mundial que estalló en 2008 –antes de emprender intensas para evitar lo peor– dejan sus cargos en medio de críticas variadas. La principal pregunta actual es el grado en que esas críticas influirán sobre el comportamiento de sus sucesores.
Muchos
de los participantes en los mercados financieros están agradecidos por
la laxitud regulatoria que les permitió cosechar enormes beneficios
antes de la crisis y por los generosos rescates que los ayudaron a
recapitalizarse –y a menudo a llevarse megabonificaciones– aun cuando
casi arruinaron la economía mundial. Es cierto, el dinero barato ayudó a
que los precios de las acciones se recuperaran, pero también puede
haber creado nuevas burbujas de activos.
Mientras
tanto, el PBI en muchos países europeos se mantiene marcadamente por
debajo de los niveles anteriores a la crisis. En Estados Unidos, a pesar
del crecimiento del PBI, la mayoría de los ciudadanos están peor hoy
que antes de la crisis, porque las mejoras en el ingreso desde entonces
se han concentrado casi totalmente en los más pudientes.
En
resumen, muchos de los responsables de los bancos centrales que se
desempeñaron en los vertiginosos años previos a la crisis tienen mucho
por lo que responder. Debido a su excesiva confianza en los mercados
libres de restricciones, hicieron la vista gorda a abusos palpables
–créditos predatorios incluidos– y negaron la existencia de una obvia
burbuja. En lugar de eso, los responsables de los bancos centrales se
enfocaron unívocamente en la estabilidad de precios, si bien los costos
de una inflación un poco mayor hubieran sido minúsculos comparados con
los estragos que crearon los excesos financieros que ellos permitieron,
por no decir fomentaron. El mundo ha pagado caro su falta de comprensión
de los riesgos de la titularización y, en términos más amplios, su
fracaso para centrarse en el apalancamiento y el sistema de la banca en
la sombra.
Por supuesto,
no todos los funcionarios de los bancos centrales son culpables. No fue
casual que países como Australia, Brasil, Canadá, China, India y Turquía
evitaran la crisis financiera; los responsables de sus bancos centrales
han aprendido de la experiencia –propia o ajena– que los mercados
libres de restricciones no siempre son eficientes ni se autorregulan.
Por
ejemplo, cuando el gobernador del banco central malayo apoyo la
implementación de controles de capital durante la crisis del Este
Asiático en 1997-1998, la política fue menospreciada, pero el
exgobernador ha sido reivindicado desde entonces. El empeoramiento
económico en Malasia duró menos y el país emergió de la crisis con una
menos herencia de endeudamiento. Incluso el Fondo Monetario
Internacional reconoce ahora que los controles de capital pueden ser
útiles, especialmente en tiempos de crisis.
Esas
lecciones son obviamente muy relevantes en la competencia actual por la
sucesión de Ben Bernanke como presidente de la Junta de la Reserva
Federal estadounidense, la autoridad monetaria más poderosa del mundo.
Las
responsabilidades principales de la Fed son dos: la regulación en el
nivel macro orientada a garantizar el pleno empleo, el crecimiento del
producto y la estabilidad de precios y financiera; y la regulación en el
nivel micro orientada a los mercados financieros. Ambas están
íntimamente conectadas: la regulación en el nivel micro afecta la oferta
y asignación del crédito –un determinante fundamental de la actividad
macroeconómica. El fracaso de la Fed para cumplir sus responsabilidades
de regulación en el nivel micro tiene mucho que ver con su fracaso para
lograr las metas en el nivel macro.
Cualquier
candidato serio a la presidencia de la Fed debe entender la importancia
de una buena regulación y la necesidad de devolver el sistema bancario
estadounidense al negocio de proporcionar crédito, en especial a los
ciudadanos comunes y a las empresas pequeñas y medianas (esto es, a
quienes no pueden captar dinero en los mercados de capitales).
También
son necesarios un sólido juicio económico y discreción, dada la
necesidad de sopesar los riesgos de las políticas alternativas y la
facilidad con que los mercados financieros pueden enturbiarse. (Dicho
eso, EE. UU. no puede permitirse un presidente de la Fed que apoye
excesivamente al sector financiero y no esté dispuesto regularlo).
Considerando
las divisiones entre funcionarios sobre la importancia relativa de la
inflación y el desempleo, un presidente de la Fed exitoso también debe
ser capaz de trabajar bien con personas con perspectivas diversas. Pero
el próximo líder de la Fed debe estar comprometido a garantizar que la
tasa de desempleo estadounidense caiga por debajo de su inaceptable elevado nivel actual; una tasa de desempleo del 7 % –o incluso del 6 %– no debe verse como inevitable.
Hay
quienes sostienen que lo que más necesita Estados Unidos para su banco
central es un funcionario que haya «experimentado» las crisis de primera
mano. Pero lo que importa no es solo «estar ahí» durante una crisis,
sino mostrar buen tino en su gestión.
El
desempeño de los responsables del Tesoro estadounidense durante la
administración de la crisis del Este Asiático fue deplorable:
convirtieron caídas en recesiones y recesiones en depresiones. De igual
modo, tampoco los responsables de gestionar la crisis de 2008 pueden
recibir crédito por lograr una recuperación sólida e inclusiva. Los
fastidiados esfuerzos de reestructuración hipotecaria, la incapacidad
para devolver el crédito a las pequeñas y medianas empresas, y los
errores en los rescates bancarios han sido bien documentados, así como
los grandes errores en las predicciones del producto y el desempleo a
medida que la economía entraba en caída libre.
Aún
más importante para un funcionario de un banco central a cargo del
manejo de una crisis es su compromiso con medidas que reduzcan la
probabilidad de crisis futuras. Por el contrario, un enfoque de
laissez-faire haría que otra crisis resultara inevitable.
Entre
los principales competidores para suceder a Bernanke se encuentra la
vicepresidente de la Fed, Janet Yellen, una de mis mejores estudiantes
cuando enseñaba en Yale. Es una economista de gran intelecto con una
fuerte capacidad para lograr consensos y ha demostrado su temple como
presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente; como
presidente de la Fed de San Francisco; y en su rol actual.
Yellen
no solo entiende los mercados financieros y la política monetaria, sino
también los mercados laborales –algo fundamental en una época en que el
estancamiento del desempleo y los salarios son preocupaciones
centrales. (Un artículo del cual fue coautora continúa, muchos años
después, en mi lista de lecturas obligatorias para los alumnos de
doctorado).
Dada la frágil
recuperación económica y la necesidad de continuidad en las políticas
–así como de confianza en el liderazgo y la cooperación mundial de la
Fed basados en la comprensión y el respeto mutuos– la mano firme de
Yellen es exactamente lo que necesita la política estadounidense. El
presidente Barack Obama debe nombrar a los funcionarios de alto rango
con el «consejo y la aprobación» del Senado estadounidense. Según se
informa, aproximadamente un tercio de los senadores demócratas
escribieron a Obama para apoyar a Yellen. Debiera prestar atención a sus
consejos.
Joseph Stiglitz es premio nobel de economia 2001, profesor de la Universidad Columbia.
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