miércoles, 31 de julio de 2013

¿Crear mas puestos de trabajo no es la respuesta?

  




Por Randall Wray
 Traducción de Casiopea Altisench



La semana pasada, Allan Sheahan publicó una nota arguyendo que “Los puestos de trabajo no son la respuesta” al problema estadounidense del desempleo. He aquí su razonamiento:
“La actual tasa de desempleo del 7,5% significa que cerca de 20 millones de norteamericanos están o en el paro o subempleados. Nadie se resuelve a decir la obvia verdad, a saber: que, quienquiera que esté en la Casa Blanca o en el Congreso, el mercado laboral ha cambiado de tal modo, que nunca más habrá suficientes puestos de trabajo para todos quienes quieran acceder a ellos. Hace 50 años los economistas predijeron que la automatización y la tecnología desplazarían a miles de trabajadores cada año. Ahora hasta tenemos robots haciendo trabajo humano. La pérdida de empleos sólo puede ir a peor, a medida que avance el siglo XXI.”
En efecto, los economistas han venido reconociendo esa posibilidad desde al menos el principio del siglo XIX, cuando David Ricardo planteó el “problema de las máquinas”. Los “robots” han venido haciendo “trabajo humano” desde la época de Adam Smith y su fábrica de alfileres. O incluso desde que el primer protohumano descubrió la palanca y su punto de apoyo para hacer el trabajo de cuatro.
Sin embargo, el “desempleo” sólo ha existido desde el desarrollo de la producción para el mercado. Nuestros ancestros tribales “trabajaban” unas doce hora semanales para conseguir la alimentación, el vestido y el refugio precisos para el nivel de vida que les resultaba aceptable. Y ocupaban el resto del tiempo con otras actividades humanas que nosotros consideramos “cultura”: danza, canto, tatuaje, chamanismo, piercing, sacrificios rituales, criar niños, contar cuentos, casarse, discutir, dibujar y pensar.
Tampoco conocieron el desempleo nuestro antepasados campesinos, que tenían acceso al grueso de los medios de producción (la tierra agrícola). Puede que trabajaran jornadas más largas, y veían desde luego a regañadientes cómo una parte cada vez más grande de su producción se la quedaban los rapaces señores feudales. Sólo cuando perdieron el acceso a la tierra a causa de los cercamientos, etc., su vida comenzó a depender del arbitrio de la clase suministradora de empleo.
Y bien, ¿por qué la inexorable tendencia a la “robotización” desde los tiempos de Adam Smith no llevó al desempleo de todo (o de la mayor parte de) el trabajo humano? Primero, porque aumentó el nivel de vida (verosímilmente, porque no es nada claro que vivamos mejor en todos los respectos que nuestros primos tribales), hallando siempre vías mejores para emplear humanos que produzcan productos que nuestros ancestros nunca supieron que necesitaban. En segundo lugar, redujimos la semana laboral, añadiendo “fines de semana” y “festivos” y reduciendo la tortura diaria de 16 horas a 12, y luego a 10 y finalmente a 8. Y al menos en Norteamérica, aquí nos hemos quedado.
Por lo demás, de cepa puritano/calvinista, los norteamericanos nunca aceptaron realmente la idea de las vacaciones, de modo que, a diferencia de otras sociedades civilizadas de la Tierra, no se contempla el derecho a las vacaciones pagadas, y el grueso de los norteamericanos o no los disfruta o no las quiere.
Parece que en los últimos años han crecido en los EEUU el desempleo y el subempleo. Hay varias razones. Primero, los trabajos realmente pesados han abandonado el país en busca de naciones en desarrollo como India, China y Vietnam. Por razones que se me escapan, muchos de mis amigos de izquierda los quieren de vuelta. De una u otra manera, han idealizado la vida en la fábrica (tal vez porque nunca leyeron a Dickens o a Marx, ni trabajaron en la industria, ni prestaron demasiada atención a las lecturas de historia que narraban el incendio en la fábrica Pemberton Mill, en Lawrence, MA: según elBoston Globe: “La escena tras el desplome era de un horror indescriptible. Centenares de hombres, mujeres y niños sepultados por las ruinas. Algunos decían a sus amigos que no habían sufrido daños, pero habían quedado apresados bajo y entre las vigas. Otros agonizaban o estaban muertos. Todos los nervios en tensión para socorrer a los pobres desdichados, cuando, triste es hasta narrarlo, se rompió una lámpara e incendió todo. En unos instantes, las ruinas se convirtieron en un manto de llamas. Se sabe que 14 ardieron hasta la muerte ante los ojos de sus seres queridos, impotentes para auxiliarles”.
Ya pueden leer noticias de incendios y desplomes de estructuras que matan a centenares de trabajadores atrapados tras las atrancadas puertas de las fábricas en Asia, que nuestros progresistas quieren la vuelta a Norteamérica de esos “buenos puestos de trabajo”.
Al propio tiempo, denigran el tipo de trabajo que hacen la gran mayoría de los trabajadores en todas las sociedades capitalistas ricas y desarrolladas: los servicios. Hay todo tipo y variedad de esos trabajos: personal, financiero, de atención al consumo, educativo, sanitario, de entretenimiento y de aseguradoras. Son los puestos de trabajo del pasado, del presente y del futuro, pero han sido olvidados o denigrados por los progresistas que suspiran por los tiempos en que los trabajadores norteamericanos estaban al servicio de las máquinas.
Algunos de esos puestos de trabajo del sector servicios serán realizados por robots, otros se perderán por consecuencia del incremento de productividad. Es inevitable, huelga decirlo.
Veo en los noticieros que las prostitutas del futuro serán robots. No sé qué pensar de ese desarrollo, pero es probablemente inevitable y desplazará a una miríada de trabajadores humanos. (¿Echarán nuestros progresistas de menos la pérdida?)
Mi propia profesión –la educación— conocerá con casi total certeza un desplazamiento tecnológico, a medida que nos sirvamos cada vez más de métodos de aprendizaje “a distancia” y on-line para llegar a un número cada vez mayor de estudiantes. Los médicos ya hacen diagnósticos y aun prestan asistencia a distancia, y no tardarán los robots en hacer las operaciones quirúrgicas más delicadas, demasiado difíciles aun para manos humanas bien entrenadas.
Tampoco sé muy bien si es mejor tener dedos de robot para explorar las cavidades corporales, pero pasará.
Me he centrado en las economías desarrolladas, pero lo mismo ocurre por doquiera. El desempleo global ya había batido un récord antes de que golpeara la Gran Crisis Financiera (GCF) en 2008. La curva del empleo industrial chino pronto empezará a declinar a un ritmo que hará parecer trivial la pérdida de puestos de trabajo fabriles en los EEUU. La verdad es que resulta imposible que la demanda global de los productos manufacturados sea lo suficientemente alta como para sostener algo más que una proporción relativamente pequeña de puestos de trabajo en el mundo (como antes la agricultura).
Nos guste o no, los humanos tendrán que vérselas sobre todo con el sector servicios para conseguir empleo pagado. Me gusta el chiste que dice que todos terminaremos en alguno de estos trabajos “P”: Presentación y representación escénicas, atención Personal, Política o Prostitución, y que tal vez se trate sólo de tres, porque la tercera puede fácilmente reducirse o a la primera o a la cuarta.
Y quién sabe si los mejores cómicos y magos y predicadores del futuro no serán robots. Yo albergo ya la sospecha de que la mayoría de comentarios que se hacen en los blogs son valorados y filtrados por robots: presentimiento robustecido por un ardid recientemente perpetrado por Brad DeLong (que programó un “robot sub-turing” para acosar a David Graeber, como se puede ver aquí).
En efecto: obsérvese que todas las actividades “culturales” tribales antes mencionadas, que fueron creadas para ocupar el tiempo, resultan ser ahora profesiones respetables y pagadas: la danza, el canto, el tatuaje, la ritualización, la cría de niños, la narración de cuentos, el matrimonio, el combate, el debate, el dibujo y el pensamiento. Añádase la contabilidad, la banca y el marketing, y se habrá ya prácticamente identificado a todo el condenado sector servicios. La diferencia con las sociedades tribales (y otras precapitalistas) es que pasamos a lo que economistas como Marx, Veblen y Keynes llamaron una “economía de producción monetaria”: una economía en la que el grueso del proceso de suministro se realiza usando dinero y con vistas a hacer “más dinero” (para los entrenados técnicamente: D-M-P-M’-D’).
De ninguna manera debe interpretarse esto como que toda la producción es monetaria –el grueso de los nenes no pagan a sus padres para que les críen (todavía)—, pero buena parte sí, y hemos trasladado al mercado una parte cada vez mayor de nuestras actividades de suministro. Aunque es verdad que también suministramos muchas de esas actividades a través del Estado, esas actividades entrañan también dinero. Yo he venido sosteniendo, en efecto, que el sistema monetario se creó para movilizar recursos con un “propósito público”. Pero no es necesario entrar ahora en eso.
Lo importante en este contexto es que nuestro Estado moderno se sirve del sistema monetario para movilizar recursos –basta pensar en la seguridad nacional— o para garantizar el acceso a ellos –piénsese en la seguridad social y en Medicare—. (Desde luego que podemos consumir algunos recursos públicamente suministrados –como los parques— sin pagar peaje, pero en general el Estado ha pagado directa o indirectamente los salarios necesarios para mantenerlos.)
Y si realmente acabara siendo verdad que los robots se hacen incluso con todos nuestros puestos de trabajo en el sector servicios, entonces la respuesta –huelga decirlo— sería la reducción de la semana laboral con la que los humanos vivos contribuyen a la producción.
En una sociedad capitalista, el acceso a muchos de los recursos necesarios para la buena vida precisa de dinero, y el acceso al dinero va ligado al empleo. No se trata de una correspondencia uno-a-uno, claro está. En mayor o menor grado, “nos responsabilizamos de los nuestros”, aun cuando no tengan dinero o empleo. Pero hay la expectativa de que las gentes de cierta edad “trabajen para ganarse la vida”.
Como he dicho antes en este blog abogando por “un nuevo meme para el dinero”, esperamos que quienes sean capaces de hacerlo “paguen por” ayudarse a sí mismos. Todos sabemos lo que significa “pagar por”: todos vamos a las grandes superficies comerciales y sacamos nuestras billeteras para pagar por una bolsa de Gucci. No coges el bolso y miras a ver si alguien lo paga: “Hey, compa, voy un poco corto de pasta hoy, ¿no podrías ahorrar unos cuantos cientos para comprármelo?”. No, si no puedes permitirte el Gucci, te compras en Wal-Mart la imitación fabricada en China. No sirve de nada argüir que quienes pueden “permitirse” pagar más deberían hacerlo para beneficio de quienes necesitan bienestar. Para eso está el meme de la caridad. Desde luego que todos tendríamos que dar por caridad –de cada quién de acuerdo con su capacidad, a cada quien de acuerdo con su necesidad—. Si el sistema fiscal se redujera a contribuciones caritativas, debería basarse en contribuciones voluntarias. La mezcla de esos memes lleva, a lo sumo, a la confusión, pero más probablemente a la rebelión fiscal y a los recortes del gasto social.
Y hete aquí la extraña reacción de Allan Sheahan a la observación de que hemos tenido “crecimiento sin suficientes puestos de trabajo”, no sólo en los EEUU, sino a escala global: no necesitaríamos esos apestosos puestos de trabajo. Dice:
“Crear puestos de trabajo es un enfoque completamente equivocado, porque el mundo no necesita que todos tengan un puesto de trabajo para poder producir lo que necesitamos para vivir una vida decente y confortable. Tenemos que repensar todo el concepto de tener un puesto de trabajo. Cuando decimos que necesitamos más puestos de trabajo, lo que realmente queremos decir es que necesitamos más dinero para poder vivir. Una respuesta es instituir una renta básica garantizada (BIG [por sus siglas en inglés]) para todo el mundo, suficiente al menos para ir tirando (justo por encima del nivel de pobreza). Y entonces, todos podríamos tratar de encontrar trabajo para ganar más.”
En suma: sostiene que necesitamos la BIG. Quienes no pueden encontrar un puesto de trabajo se limitarán simplemente a vivir de un suministro público de ayuda.
Bien; yo estoy a favor de la caridad, incluso de la caridad públicamente organizada. Como dijo Hyman Minsky, eso no tiene nada que ver con la reducción de la pobreza causada por el desempleo, sino más bien, según él mismo dejó dicho, con “programas ampliados, mejorados y modernizados de pagos e ingresos transferidos en especies para los mayores, los inválidos, los discapacitados y los niños necesitados. Esos programas son necesarios. Pero según yo lo entiendo, esto no tienen nada que ver con la Guerra a la Pobreza; tiene sobre todo que ver con nuestra consciencia nacional y con nuestros sentimientos humanos”. Minsky predijo (acertadamente) en 1965 que una Guerra a la Pobreza fundada en la caridad no disminuiría en absoluto la tasa de pobreza, y efectivamente así fue. Alivia nuestra consciencia nacional, pero no hace nada por aliviar la pobreza.
Quienes proponen la BIG al estilo de Sheahan suelen servirse de un esquema-señuelo. Les encanta aludir al supuesto éxito en Alaska del programa de “fondo permanente”, destinado a compartir entre todos los residentes los beneficios de la producción petrolífera. Eso, sostienen, separa el ingreso del trabajo, permitiendo que todos los residentes puedan elegir una vida de ocio libre de la necesidad de trabajar. Esa vida de ocio permitiría a los residentes en Alaska contribuir voluntariamente a la vida comunitaria superior: libres de las penosas cargas del trabajo cotidiano podrían dedicarse a la caridad, o al arte, o a la vida serenamente contemplativa. Y entonces viene cuando nos encontramos con la cantidad que Alaska suministra en forma de “gran BIG” [el autor juega aquí con el significado de BIG en inglés: “grande”]:
“En 1982, el estado de Alaska empezó a distribuir dinero procedente de las rentas petrolíferas entre todos los residentes. El Fondo Permanente de Alaska ha venido dando entre 1.000 y 2.000 dólares cada año a cada hombre, mujer y niño residente en el estado. En 2012, el monto cayó a 878 dólares. No hay exigencias de trabajo. La subvención ha logrado reducir la pobreza y la desigualdad de ingresos en Alaska.”
No: no es un erratum. Han leído bien: 878 dolarcillos al año. Con eso uno se compra en Alaska dos hamburguesas Big Macs y una Coca Cola algún que otro mes para alimentar a una familia de cuatro, lo que deja aparcados los sueños de una vida de ocio entre los Grizzlies. Pero veamos. Si añadiéramos varios ceros a ese número, podríamos acercarnos a los que la BIG promete, manteniéndose constante todo lo demás.
Pero todo lo demás no se mantiene constante, si tenemos que pagar a “cada hombre, cada mujer y cada niño” estadounidense, digamos, 87 mil dólares al año. Porque entonces deberíamos añadir dos o tres ceros más a todos los precios y salarios de esa vida de ocio prometida por los propugnadores de esa versión de la BIG, hasta alcanzar con los precios a los haraganes que ahora están dispuestos vivir con 878 dólares al año en Alaska, pero que querrían los 87 mil dólares que una BIG realmente exigiría. (Para decirlo todo, la cosa sería harto más complicada todavía. Pero ya se hacen una idea. Significa poco más que una rápida devaluación de la moneda. Podrían incluso llegar a ser mucho, mucho peor que eso, si todos decidiéramos convertirnos en haraganes y vivir conforme a las promesas vitales de ocio de esa versión de la BIG, porque entonces esos 88 mil dólares apenas podrían adquirir nada.)
Me gusta el mejor dicho jamás pronunciado por Dean Baker, según el cual, en general, los economistas no son muy duchos en materia de teoría económica. Las gentes del BIG son simplemente horribles en esa materia.
Miren, me gusta el bienestar. Tengo un ardiente corazón de izquierda. Creo que nuestra nación debería cuidar de sí misma. Pero ese incoherente sinsentido argumental de que no necesitamos apestosos puestos de trabajo es una estupidez manifiesta. Incluso el argumento favorito de los pseudoprogresistas de que necesitamos recuperar para los EEUU todos esos horribles empleos fabriles es mejor que la BIG.
¿Y por qué no abogar en cambio por una paga decente en un buen trabajo en el sector servicios, por puestos de trabajo para todos quienes deseen trabajar y por un Empleador de Último Recurso capaz de garantizar que la promesa es algo más que vacía?
Como observó Hyman Minsky cuando el Presidente Johnson llevaba apenas un año de batalla contra la pobreza, “la guerra contra la pobreza es una impugnación conservadora… Puede difundir la pobreza más equitativamente… Sin embargo, este enfoque no puede, por sí mismo, poner fin a la pobreza”. El componente crítico que faltaba en 1964 y que sigue faltando hoy es un compromiso público con el pleno empleo. Sólo un programa orientado al empleo decentemente pagado puede combatir con éxito la pobreza en la población no anciana de un modo políticamente aceptable.
Proseguía Minsky:
“Tenemos que invertir el afán político característico de los últimos 40 años y movernos hacia un sistema que incentive el compromiso de la fuerza de trabajo. Pero para hacerlo, necesitamos crear puestos de trabajo accesibles; cualquier estrategia política que no se plantee como primer y fundamental objetivo la creación de puestos de trabajo no será sino una continuación de la depauperante estrategia de la pasada década. Un ingrediente necesario de cualquier guerra contra la pobreza es un programa de creación de puestos de trabajo; y nunca se ha demostrado que un amplio y concienzudo programa de creación de puestos de trabajo que tome a la gente tal y como es no consiga por sí mismo eliminar una gran parte de la pobreza existente.”
Y para terminar con mi cita favorita de J.M. Keynes:
“La creencia conservadora de que hay alguna ley de la naturaleza que impide a los hombres llegar a tener empleo, de que es ‘loco” emplear a los hombres y de que es financieramente ‘sensato’ mantener ociosa a una décima parte de la población, es una fabulación locamente improbable: la clase de cosa que nadie podría llegar a creer sin haberse intoxicado durante años y años los sesos con sinsentidos…”




Randall Wray es uno de los analistas económicos más respetados de Estados Unidos. Colabora con el proyecto newdeal 2.0 y escribe regularmente en New Economic Perspectives. Profesor de economía en la University of Missouri-Kansas City e investigador en el “Center for Full Employment and Price Stability”. Ha sido presidente de la Association for Institutionalist Thought (AFIT) y ha formado parte del comité de dirección de la Association for Evolutionary Economics (AFEE). Randall Wray ha trabajado durante mucho tiempo en el análisis de problemas de política monetaria, macroeconomía y políticas de pleno empleo. Es autor de Understanding Modern Money: The Key to Full Employment and Price Stability (Elgar, 1998) y Money and Credit in Capitalist Economies (Elgar 1990).

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