Por Joseph Stiglitz *
Project Syndicate
Aparentemente, cuando el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers colapsó en 2008 y detonó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión, se formó un amplio consenso sobre la causa de la crisis.
Un
sistema financiero inflado y disfuncional había asignado
incorrectamente el capital y, en vez de gestionar el riesgo, lo creó.
La
desregulación financiera –junto con el dinero barato– contribuyó a una
excesiva toma de riesgos. Y la política monetaria sería relativamente
ineficaz para revivir la economía, incluso si se lograba evitar el
colapso total del sistema financiero con dinero más barato aún. Por lo
tanto, sería necesaria una mayor dependencia de la política fiscal (un
mayor gasto gubernamental).
Cinco
años más tarde, mientras algunos se felicitan a sí mismos por evitar
otra depresión, nadie en Europa o Estados Unidos puede afirmar que la
prosperidad ha regresado. La Unión Europea recién está emergiendo de la
recaída en la recesión (y, en algunos casos, de una doble recaída),
mientras que algunos estados miembros están en depresión. En muchos
países de la UE, el PBI se mantiene por debajo, o insignificantemente
por encima, de los niveles previos a la recesión. Casi 27 millones de
europeos están desempleados.
Algo
similar ocurre en Estados Unidos: 22 millones de personas que desean un
empleo a tiempo completo no logran encontrarlo. La tasa de actividad en
la fuerza de trabajo estadounidense ha caído a niveles que no se veían
desde que las mujeres comenzaron a ingresar al mercado laboral en forma
masiva. El ingreso y la riqueza de la mayoría de los estadounidenses se
encuentran por debajo de niveles que habían registrado mucho antes de la
crisis. De hecho, el ingreso típico de un trabajador masculino a tiempo
completo es menor que hace más de cuatro décadas.
Sí, hemos hecho algunas cosas para mejorar los mercados financieros. Hubo algún aumento en los requisitos de capital, pero mucho menos de lo necesario. Algunas
de las derivadas riesgosas –las armas financieras de destrucción
masiva– han sido incluidas en bolsas de valores. Eso aumentó su
transparencia y redujo el riesgo sistémico, pero aún se negocia un
elevado volumen en opacos mercados no organizados, lo que significa que
sabemos poco sobre la exposición al riesgo de algunas de nuestras
mayores instituciones financieras.
De igual manera, se ha puesto freno a algunas
prácticas crediticias predatorias y discriminatorias, y comportamientos
abusivos de las tarjetas de crédito; pero todavía sobreviven conductas
con el mismo nivel de explotación. Los trabajadores pobres continúan
siendo explotados demasiado a menudo a través del sistema de adelantos
de efectivo a tasas de usura. Los bancos que dominan el mercado aún
obtienen elevadas tarifas por las transacciones con tarjetas de débito y
crédito a los comerciantes, quienes se ven obligados a pagar varias
veces el precio que toleraría un mercado verdaderamente competitivo.
Esto es, sencillamente, un impuesto, en el cual los ingresos enriquecen
las arcas privadas en vez de destinarse a propósitos públicos.
Otros
problemas continúan sin ser tratados y algunos han empeorado. El
mercado hipotecario estadounidense aún sigue conectado a un respirador:
el gobierno ahora asegura más del 90% de las hipotecas y la
administración del presidente Barack Obama ni siquiera ha propuesto un
nuevo sistema que garantizaría préstamos responsables con términos
competitivos. El sistema financiero se ha concentrado aún más, algo que
exacerbó el problema de los bancos que no solo son demasiado grandes y
están demasiado interconectados y correlacionados para caer, sino que
también son demasiado grandes para ser gestionados y responsabilizados. A
pesar de un escándalo tras otro, desde lavado de dinero y manipulación
del mercado hasta discriminación racial en los créditos y ejecuciones
ilegales de hipotecas, ningún funcionario de alto nivel ha sido
responsabilizado; cuando se impusieron sanciones financieras, fueron
mucho menores de lo necesario, no fuera a ser que las instituciones
sistémicamente importantes pudieran verse en peligro.
Las
agencias de calificación de crédito han sido declaradas responsables en
dos juicios privados. Pero también en este caso lo que pagaron fue una
fracción de las pérdidas que causaron sus acciones. Algo más importante
aún, el problema subyacente –un sistema de incentivos perversos en el
que reciben dinero de las empresas a las que califican– aún debe
cambiar.
Los banqueros
presumen de haber pagado totalmente los fondos de rescate del gobierno
que recibieron cuando comenzó la crisis. Pero nunca parecen mencionar
que cualquiera que hubiera recibido enormes créditos
gubernamentales a tasas de interés cercanas a cero podría haber ganado
miles de millones con el mero hecho de prestar nuevamente ese dinero al
gobierno. Tampoco mencionan los costos impuestos al resto de la economía
–una pérdida acumulada del producto en Europa y EE. UU. que supera
largamente los $5 billones.
Mientras
tanto, resultó que quienes sostuvieron que la política monetaria no
sería suficiente estaban en lo cierto. Sí, todos fuimos keynesianas,
pero por demasiado poco tiempo. El estímulo fiscal fue reemplazado por
la austeridad, con efectos adversos predecibles –y predichos– sobre el
desempeño de la economía.
Hay en Europa quienes están contentos porque la economía puede
haber tocado fondo. Con el regreso del crecimiento del producto, la
recesión –definida como dos trimestres consecutivos de contracción
económica– oficialmente ha terminado. Pero, sin importar cómo
se la mire en busca de resultados significativos, una economía en la
cual los ingresos de la mayoría de la gente se encuentran por debajo de
sus niveles previos a 2008, aún está en recesión. Y una economía en la
cual el 25 % de los trabajadores (y el 50 % de los jóvenes) están
desempleados –como ocurre en Grecia y España– continúa deprimida. La
austeridad ha fracasado y no hay perspectivas de un pronto regreso al
pleno empleo (no sorprende que las perspectivas para Estados Unidos, con
su versión más limitada de la austeridad, sean mejores).
El
sistema financiero puede ser más estable que hace cinco años, pero eso
implica un bajo listón: en ese momento, se tambaleaba al borde del
precipicio. Quienes se felicitan a sí mismos en el gobierno y el sector
financiero por el regreso de los bancos a la rentabilidad y las tibias
–aunque difíciles de conseguir– mejoras regulatorias, deben centrarse en
lo que todavía resta por hacer. Solo un cuarto del vaso está, como
mucho, lleno; para la mayor parte de la gente, las tres cuartas partes
están vacías.
Joseph Stiglitz profesor de la Universidad Columbia, Premio Nobel de Economia 2001. *
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