Por Joseph Stiglitz *
PROJECT SYNDICATE
Una reciente decisión de un tribunal de apelaciones estadounidense amenaza con cambiar drásticamente a los mercados mundiales de deuda soberana. Puede incluso conducir a que ya no se considere a EE. UU. como un buen lugar para la emisión de deuda soberana. Como mínimo, torna inviables todas las reestructuraciones de deuda según los contratos estándar. En el proceso se anuló un principio básico del capitalismo moderno: cuando los deudores no pueden pagar a los acreedores, es necesario volver a empezar.
El problema
comenzó hace una docena de años, cuando Argentina no tuvo otra opción
que devaluar su moneda e incurrir en la cesación de pagos de su deuda.
Bajo el gobierno existente, el país se había embarcado en una rápida
espiral descendente, del tipo ahora familiar en Grecia y otros sitios de
Europa. El desempleo se había disparado y la austeridad, en vez de
recuperar el equilibrio fiscal, simplemente exacerbó la caída económica.
La
devaluación y la reestructuración de la deuda funcionaron. En los años
siguientes, hasta la erupción de la crisis financiera mundial en 2008,
el crecimiento del PBI anual argentino fue del 8 %, uno de los más
rápidos en el mundo.
Incluso
los antiguos acreedores se beneficiaron con este rebote. En una jugada
muy innovadora, Argentina cambió la deuda vieja por otra nueva –con un
valor de aproximadamente 30 centavos por dólar, o un poco más– a la que
agregó un bono indexado por el PBI. Cuanto más crecía Argentina, más
pagaba a sus anteriores acreedores.
Los
intereses de Argentina y los de sus acreedores estaban entonces
alineados: ambos deseaban el crecimiento. Fue el equivalente a una
reestructuración de deuda corporativa estadounidense bajo el «Capítulo
11», donde la deuda se cambia por capital accionario y los tenedores de
bonos se convierten en nuevos accionistas.
Las
reestructuraciones de deuda a menudo implican conflictos entre los
diversos solicitantes. Por eso, para las disputas locales de deuda, los
países cuentan con leyes y tribunales de quiebras. Pero no hay un
mecanismo tal para adjudicar las disputas internacionales sobre este
tema.
Hace mucho tiempo,
esos contratos se hacían cumplir a través de la intervención armada,
como aprendieron –a un altísimo costo– México, Venezuela, Egipto y gran
cantidad de países en los siglos XIX y XX. Después de la crisis
argentina, la administración del presidente George W. Bush vetó las
propuestas para crear un mecanismo de reestructuración de la deuda
soberana. En consecuencia, no existe ni siquiera la pretensión de una
búsqueda de reestructuraciones justas y eficientes.
Los
países pobres habitualmente se encuentran en gran desventaja para
negociar con los grandes prestamistas multinacionales, que suelen contar
con el respaldo de los poderosos gobiernos donde residen sus sedes. A
menudo los países deudores son exprimidos en tal medida que vuelven a
quebrar unos pocos años más tarde.
Los
economistas aplaudieron el intento argentino para evitar este resultado
a través de una profunda reestructuración, acompañada por los bonos
vinculados al PBI. Pero unos pocos fondos «buitre» –entre los cuales
destaca el fondo de cobertura Elliott Management, dirigido por el
multimillonario Paul E. Singer –percibieron las tribulaciones argentinas
como una oportunidad para obtener enormes beneficios a expensas del
pueblo argentino. Compraron los viejos bonos a una fracción de su valor
nominal y litigaron para obligar a Argentina a pagar 100 centavos por
cada dólar.
Los
estadounidenses han visto la forma en que las empresas financieras
privilegian sus propios intereses por encima de los del país... y los
del mundo. Los fondos buitre han elevado la codicia a un nuevo nivel.
Su estrategia de litigación aprovechó una cláusula contractual estándar (llamada pari passu)
que busca garantizar que todos los reclamantes reciban igual trato.
Increíblemente, el Tribunal de Apelaciones de EE. UU. para el Segundo
Circuito de Nueva York decidió
que esto implicaba que si Argentina pagó el total de su deuda a quienes
aceptaron la reestructuración, debe pagar el total a los buitres.
Si
este principio prevalece, nadie aceptará nunca una reestructuración de
la deuda. Nunca se podrá volver a empezar –con todas las desagradables
consecuencias que esto implica.
En
las crisis de la deuda, se suele culpar a los deudores. Se endeudaron
demasiado. Pero los acreedores también son responsables: prestaron
demasiado e imprudentemente. De hecho, los acreedores son supuestamente
expertos en gestión y evaluación de riesgos y, en ese sentido, la
responsabilidad es suya. El riesgo de cesación de pagos o
reestructuración de la deuda induce a los acreedores a ser más
cuidadosos en sus decisiones crediticias.
Las
repercusiones de este injusto fallo pueden tener consecuencias muy
duraderas. Después de todo, ¿qué país en desarrollo que tenga los
intereses de largo plazo de sus ciudadanos en mente estará preparado
para emitir bonos a través del sistema financiero estadounidense, cuando
sus tribunales –y tantas otras partes de su sistema político– parecen
permitir que los intereses financieros triunfen por sobre el interés
público?
Los países harían bien en no incluir cláusulas pari passu
en futuros contratos de deuda, al menos sin especificar claramente qué
implican. Esos contratos también deberían incluir cláusulas de acción
colectiva, que imposibilitarían a los fondos buitre evitar
reestructuraciones de deuda. Cuando una proporción suficiente de los
acreedores acuerda un plan de reestructuración (en el caso de Argentina,
los tenedores de más del 90 % de la deuda del país lo hicieron), se
puede obligar al resto a lo mismo.
Que
el Fondo Monetario Internacional, el Departamento de Justicia de
EE. UU. y las ONG de lucha contra la pobreza se hayan unido en oposición
contra los fondos buitre es un hecho revelador. Pero también lo es la
decisión del tribunal, que evidentemente asignó poco peso a sus
argumentos.
Para quienes
viven en países con mercados emergentes o en desarrollo y se sienten
injustamente tratados por los países avanzados, existe ahora un motivo
más para el descontento frente una marca de globalización administrada
para servir a los intereses de los países ricos (especialmente, a los
intereses de sus sectores financieros).
En
las postrimerías de la crisis financiera mundial, la Comisión de
Expertos de las Naciones Unidas sobre Reformas del Sistema Monetario y
Financiero Internacional instó a diseñar un sistema eficiente y justo
para la reestructuración de la deuda soberana. El fallo tendencioso y
económicamente peligroso del tribunal estadounidense muestra por qué
necesitamos ya mismo un sistema de esas características.
Joseph Stiglitz es Profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economia 2001. *
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