Por Paul Krugman
El Pais
El discurso sobre el estado de la Unión no ha sido, siento decirlo,
muy interesante. Es cierto que el presidente ha dado muchas buenas
ideas. Pero ya sabemos que casi ninguna de ellas saldrá adelante tras
pasar por una Cámara de Representantes hostil.
Por otro lado, la respuesta del Partido Republicano, que ha expuesto
el senador por Florida Marco Rubio, ha sido interesante y reveladora a
la vez. Y lo digo en el peor de los sentidos. Porque Rubio es una
estrella en ascenso, hasta el punto de que ha salido en la portada de la
revista Time, que lo ha llamado “el salvador republicano”. Lo que
supimos el martes, sin embargo, es que las ideas económicas zombis han
devorado su cerebro.
En caso de que se lo estén preguntando, una idea zombi es una
proposición que ha sido completamente refutada por los análisis y las
pruebas, y debería estar muerta, pero no muere porque tiene un propósito
político, apela a prejuicios, o ambas cosas. La idea zombi típica del
discurso político estadounidense es la noción de que las bajadas de
impuestos a los ricos se pagan por sí solas, pero hay muchas más. Y,
como he dicho, en lo tocante a la economía, parece que la mente de Rubio
está infestada por las ideas zombis.
Empecemos por la gran pregunta: ¿cómo nos metimos en el embrollo en que estamos?
La crisis financiera de 2008 y sus dolorosas consecuencias, que
todavía estamos sufriendo, fueron un tremendo bofetón para los
fundamentalistas del libre mercado. Hacia 2005, los sospechosos
habituales —publicaciones conservadoras, analistas de fundaciones de
derechas como el Instituto de Empresa Estadounidense y el Instituto Cato
y demás— insistían en que los mercados financieros liberalizados lo
estaban haciendo muy bien y desechaban las advertencias sobre una
burbuja inmobiliaria por considerarlas lloriqueos liberales. Luego, la
burbuja inexistente estalló y resultó que el sistema financiero era
peligrosamente frágil; solo unos enormes rescates gubernamentales
evitaron una catástrofe total. Sin embargo, en vez de aprender de esta
experiencia, muchos en la derecha han optado por reescribir la historia.
En aquel entonces pensaban que todo era maravilloso y su única queja
era que el Gobierno se estaba interponiendo en el camino de la concesión
de todavía más préstamos hipotecarios; ahora afirman que las políticas
gubernamentales, dictadas de algún modo por los liberales aun cuando el
Partido Republicano controlaba tanto el Congreso como la Casa Blanca,
fomentaban el endeudamiento excesivo y fueron las causantes de todos los
problemas.
Cada elemento de esta historia revisionista ha sido refutado al detalle.
No, el Gobierno no obligó a los bancos a prestar dinero a esas
personas; no, Fannie Mae y Freddie Mac no causaron la burbuja
inmobiliaria (concedieron relativamente pocos préstamos durante los años
en los que más creció la burbuja); no, las entidades crediticias
respaldadas por el Gobierno no fueron las responsables de que se
disparasen las hipotecas de riesgo (los emisores privados de hipotecas
concedieron la inmensa mayoría de los préstamos con más riesgo).
Pero el zombi sigue adelante arrastrando los pies, y esto es lo que
decía Rubio el martes por la noche: “Esta idea [la de que nuestros
problemas los causó un Gobierno demasiado reducido] es simplemente
falsa. De hecho, una de las principales causas de nuestra reciente
recesión económica fue una crisis inmobiliaria provocada por políticas
gubernamentales irresponsables”. Sí, es el zombi en su momento álgido.
¿Y qué hay de la respuesta a la crisis? Hace cuatro años, los
analistas económicos de derechas insistían en que el gasto deficitario
destruiría empleo porque el endeudamiento del Gobierno desviaría unos
fondos que, de otro modo, se habrían destinado a la inversión
empresarial, y también insistían en que este endeudamiento dispararía
los tipos de interés. Lo acertado, afirmaban, era equilibrar el
presupuesto, aun cuando la economía estuviese deprimida.
Ahora bien, este argumento era evidentemente falaz desde el
principio. Como personas como yo intentábamos señalar, la verdadera
razón por la que nuestra economía estaba deprimida era que las empresas
no estaban dispuestas a invertir tanto como los consumidores estaban
intentando ahorrar. De modo que el endeudamiento gubernamental no haría
subir, en la práctica, los tipos de interés (y tratar de equilibrar el
presupuesto solo serviría para agravar la depresión).
Como era de prever, los tipos de interés, lejos de dispararse, están
en mínimos históricos (y los países que recortaron drásticamente el
gasto también han sufrido grandes pérdidas de puestos de trabajo). Rara
vez se obtiene un resultado tan claro poniendo a prueba ideas económicas
contrapuestas, y las ideas de la derecha han fracasado.
Pero el zombi sigue adelante arrastrando los pies. Y esto es lo que
dice Rubio: “Cada dólar que nuestro Gobierno toma prestado es dinero que
no se está invirtiendo en crear empleo. Y la incertidumbre generada por
la deuda es uno de los motivos por los que muchas empresas no contratan
personal”. Zombis, 2; realidad, 0.
Para ser justos con Rubio, lo que dice no es en absoluto diferente de
lo que afirman todos en su partido. Pero, lógicamente, eso es lo que da
tanto miedo.
Porque aquí nos tienen, todavía sumidos después de más de cinco años
en la peor crisis económica que ha habido desde la Gran Depresión, y uno
de nuestros dos grandes partidos políticos ha visto cómo su doctrina
económica se estrellaba y ardía dos veces: la primera, durante el
periodo previo a la crisis, y luego, otra vez en el posterior. Pero ese
partido no ha aprendido nada; por lo visto, cree que todo irá bien si se
limita a seguir repitiendo las viejas consignas, solo que más alto.
Es un panorama inquietante y que no augura nada bueno para el futuro de nuestro país.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.