Por Dean Baker
1
de enero: El umbral no augura nada bueno
El
umbral de la franquicia impositiva de Obama no augura nada bueno en las
conversaciones sobre el techo de la deuda. El
presidente consiguió ser reelegido con la promesa de aumentar los impuestos a
quienes ganan más de 250.000 dólares. Está ya capitulando.
Hay tres aspectos de los que
tendría la gente que darse cuenta respecto al acuerdo sobre el abismo fiscal
alcanzado por el presidente Obama y los republicanos en el Congreso. El primero
es la observación simple y evidente de que hemos pasado el abismo fiscal. No
hubo acuerdo aprobado por el Congreso y firmado por el presidente Obama antes
de la fecha límite del 1 de enero.
Lo cual tiene su importancia,
porque las informaciones sobre el presupuesto en relación con el “abismo”
fiscal afirmaban repetidamente que el país y la economía se enfrentaban a
graves consecuencias por no haber llegado a un acuerdo para esa fecha.
Declararon repetidas veces que corríamos el riesgo de una recesión,
tergiversando groseramente las previsiones de la Oficina Presupuestaria del
Congreso, y otros predijeron las consecuencias de mantener mayores tasas
tributarias y grandes recortes del gasto durante todo el año.
También estaba la predicción de
que los mercados financieros se vendrían abajo si no se llegaba a un acuerdo
para la fecha límite. Mientras los mercados estaban todavía cerrados, el último
día de 2012 se concentraron en realidad en las noticias de que se había llegado
a un principio de acuerdo, aunque casi con toda seguridad no se llegaría a
tiempo para la fecha tope.
Dicho de otro modo, los mercados
financieros respondieron como anticipamos muchos de los que no estábamos
en la pomada. Mientras estuviera claro que estaba próximo un acuerdo, les daba
lo mismo la fecha límite del "abismo" fiscal. Anotemos éste como otro
ejemplo de que los expertos – la gente que informa sobre el presupuesto y la
economía en el Washington Post y otros medios de noticias importantes –
no tenían ni idea.
La segunda cuestión guarda
relación con la substancia del acuerdo. Para quienes deseaban ver protegidos
programas clave como la Seguridad Social y Medicare, este acuerdo supone una
noticia bastante buena. La atolondrada idea de elevar la edad de idoneidad de
Medicare a los 67 parece descartada.
El plan para recortar las
prestaciones de la Seguridad Social una media del 3% cambiando la fórmula de
indexación para el ajuste del coste de la vida queda también, temporalmente, fuera
de la discusión. El acuerdo también prolonga el periodo de las prestaciones de
desempleo ampliadas, garantizando que 2 millones de trabajadores sigan
recibiendo sus cheques.
Por el lado de los ingresos, el
presidente Obama se dio en cierta medida por vencido, elevando el umbral para
aplicar las tasas impositivas de la época de Clinton a 450.000 dólares,
comparado con los niveles de 250.000 dólares que había ido vendiendo durante su
campaña. Se trata de un regalo de unos 6.000 dólares aproximadamente a los
hogares muy ricos, puesto que significa que hasta la gente más opulenta
disfrutará de una tasa impositiva más baja aplicada a 200.000 dólares de su
renta. Lo que tal vez resulta más importante, continúa la baja tasa impositiva
para la rentas de dividendos, pagando los más ricos de entre los ricos una tasa
impositiva de sólo el 20% para su renta por dividendos.
La pérdida de ingresos resultante
de estas concesiones es aproximadamente de 200.000 millones de dólares en diez
años, o cerca del 5% del gasto proyectado durante este periodo. En sí misma,
esta pérdida de ingresos no tendría muchas consecuencias; lo que importa mucho
más es la dinámica que instala este acuerdo.
Esta es la tercera cuestión. El
presidente Obama insistía en que iba a ceñirse al corte de 250.000 que requería
que el 2% de hogares en lo más alto de la escala, los grandes ganadores de la
economía, volviera a pagar las tasas fiscales de la época de Clinton. Se echó
atrás en este compromiso, incluso en un contexto en el que conservaba la mayor
parte de los triunfos en la mano. Entramos ahora en una nueva ronda de
negociaciones sobre la ampliación del techo de deuda en la que parecería que
son los republicanos quienes tienen muchos de esos triunfos.
Si bien puede que las
consecuencias no sean tan extremas como dicen los expertos, nadie podría pensar
que fuera una buena idea permitir que se alcanzara el techo de la deuda y
obligar al gobierno a llegar al impago. Los republicanos tienen la intención de
hacer uso de esta amenaza para forzar al presidente Obama a mayores
concesiones. El presidente insiste en que no habrá negociaciones sobre el techo
de la deuda: no más concesiones para proteger la posición de las finanzas en el
país.
En este punto, con todo, ¿hay
alguna razón para que la gente le crea?
Se trata del presidente que animó
a los miembros del Congreso a votar por el Troubled Asset Relief Program (TARP
– Programa de Rescate de Activos en Riesgo) en 2008 con la promesa de que
pondría la “cramdown” [reducción de varias clases deuda a una cantidad
inferior] en caso de bancarrota para la deuda hipotecaria (que permite la
reestructuración de los préstamos de vivienda para la genta con hipotecas
secuestradas) en el primer lugar de su orden del día una vez llegado al cargo.
Es el presidente cuyos máximos asesores se jactaron de haber propinado un
“hippie punching” [un “guantazo a los progres”], cuando se deshicieron de la
opción pública en la Affordable Care Act [Ley de Atención Asequible, el llamado
Obamacare]. Este es el presidente que ha puesto en su orden del día los
recortes de la seguridad social, mientras deja fuera de ese orden del día los
impuestos a la especulación de Wall Street.
Y este es el presidente que
decidió poner la reducción del déficit, en lugar de la creación de empleo, en
el centro del orden del día del país, aunque sabe que ese enorme déficit es
consecuencia del resultado del desmoronamiento de la economía. Y por supuesto,
se trata del presidente que nombró al antiguo senador Alan Simpson y al
director de Morgan Stanley, Erskine Bowles a la cabeza de la comisión sobre el
déficit, elevando así enormemente la talla de estos dos enemigos de la
Seguridad Social y Medicare.
Dado su historial, pocas dudas
hay de que puede confiarse en que el presidente Obama haga más concesiones, que
impliquen posiblemente a la Seguridad Social y Medicare en las
negociaciones sobre el techo de la deuda. Y bien, siempre podemos reírnos de
que los expertos se hayan equivocado sobre el apocalipsis maya del abismo
fiscal.
2 de enero: Más allá del
abismo fiscal
Hemos entrado en el nuevo año y
la distracción provocada por el debate sobre el abismo fiscal parece haber
quedado atrás. Tal vez.
Ese debate formaba parte de una
distracción mayor, la preocupación por el déficit presupuestario en un momento
en el que de lejos el problema más importante del país sigue siendo la crisis
económica provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. La obsesión
por el déficit presupuestario es especialmente absurda, debido a que los
enormes déficits de años recientes son resultado enteramente de la crisis
económica.
A pesar de esto, los líderes de
ambos partidos han elevado el déficit presupuestario a la categoría de problema
más importante, prácticamente el único, de la política económica nacional. Esto
significa ignorar la crisis que sigue causando una enorme cantidad de
sufrimientos sin necesidad a decenas de millones de personas.
Pero el temor a grandes déficits
nos está impidiendo darle el mismo impulso a la economía que nos sacó de la Gran
Depresión. La explicación es sencilla: los beneficios han vuelto a niveles
anteriores a la recesión.
Esto significa que desde el punto
de vista de la gente que ostenta la propiedad y gestión de empresas
norteamericanas, todo va pero que muy bien. Además, consideran que los déficits
creados por la crisis proporcionan una oportunidad par ir a por la Seguridad
Social y Medicare.
La Campaña para Subsanar la Deuda
(Campaign to Fix the Debt), una organización no partidista que involucra a
muchos de los directivos más ricos y poderosos del país, se propone hacer eso
justamente. Se ha convertido en práctica habitual en Washington que los tipos
de Wall Street y otros opulentos intereses financien grupos que promuevan su
orden del día.
La Campaña para Subsanar la Deuda
implica que los directivos mismos salgan directamente al ruedo e impulsen la
defensa de los recortes de la Seguridad Social y Medicare así como de la rebaja
del impuesto de sociedades.
Está claro lo que aquí sucede. Y
no necesitamos ninguna teoría de la conspiración.
Los dirigentes de ambos partidos
políticos se han unido abiertamente para exigir recortes en la Seguridad Social
y Medicare, dos programas que disfrutan de un apoyo político masivo en todo el
espectro político. Los ricos hacen una piña independientemente de su lealtad
política para recortar prestaciones que disfrutan de un amplio apoyo
bipartidista entre todos los que no son ricos.
El presidente Barack Obama tiene
la oportunidad de mostrar un liderazgo real. Debería explicar a la opinión
pública los hechos básicos que conocen todos los expertos presupuestarios: no
tenemos un problema de déficit crónico, los grandes déficits son consecuencia
del desmoronamiento de la economía. La prioridad del presidente y el Congreso
debe consistir en hacer que la gente recupere su empleo y la economía su ritmo.
Cuando reventó la burbuja
inmobiliaria, el gasto anual en construcción residencial cayó en más de un 4%
del PIB, que son 600.000 millones de dólares en la economía actual. De forma
semejante, el consumo se hundió en cuanto la gente recortó sus gastos como
respuesta a la pérdida de 8 billones de dólares en activos financieros
generados por la burbuja inmobiliaria.
No hay una forma fácil de que el
sector privado substituya esta demanda. Las empresas no invierten a menos que
vean que se demandan sus productos, por mucho cariño con el que podamos colmar
a los "creadores de empleo". De hecho, si acaso, la inversión es
sorprendentemente sólida, dada la gran cantidad de sobreequipamiento en la
economía. Medida en términos de porción del PIB, la inversión en
equipamiento y software ha vuelto casi a los niveles anteriores a la
recesión. Es difícil imaginar que la inversión pueda ser mucho más elevada, en
ausencia de un impulso de importancia a la demanda proveniente de algún otro
sector.
Por esto es por lo que resulta
necesario gestionar déficits grandes. Lo ideal es que el dinero se gaste en
sectores que nos hagan más ricos en el futuro: educación, infraestructuras,
investigación y desarrollo en energías limpias, etc. No hay modo de evitar que
el Estado tenga un papel considerable, teniendo en cuenta las actuales
flaquezas de la economía.
Obama tiene que explicar al país
esta sencilla historia. Le odiarán los ricos de ambos partidos por seguir esta
ruta. Utilizarán todo su poder para denunciarle. Pero el pueblo norteamericano
respalda la Seguridad Social y Medicare, y apoya una economía que cree empleos
para los trabajadores corrientes.
Lo que Obama necesita es valor
para decir la verdad.
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