Por Alejandro Nadal
LA JORNADA
LA JORNADA
El 31 de diciembre de 1933
el economista John Maynard Keynes dirigió una carta abierta a Franklin
Roosevelt, el único presidente de Estados Unidos que se ha enfrentado al
capital financiero. Si Keynes estuviera vivo, este fin de año habría enviado a
Obama una carta parecida. Considerando el estado actual de la economía mundial,
y no sólo la estadounidense, es importante recuperar los puntos medulares de
esa misiva.
Escribió Keynes al mandatario: “Usted se enfrenta a una doble tarea:
recuperación de la crisis y la aprobación de reformas económicas y sociales que
debieron haber sido introducidas hace mucho. El objetivo de la recuperación es
incrementar el producto y el empleo. En nuestro mundo el producto se destina a
ser vendido y su volumen depende del poder de compra que le hará frente en el
mercado. Un incremento en el producto requiere de por lo menos uno de tres
factores. Las personas deben ser inducidas a gastar una mayor parte de su
ingreso, o las empresas deben ser persuadidas, ya sea por una mayor confianza o
por una menor tasa de interés, a contratar más personal y así crear más
ingresos en manos de sus empleados. Alternativamente, la autoridad pública debe
ser llamada a crear ingresos adicionales a través del gasto público. Cuando los
tiempos son malos no se puede esperar que el primer factor funcione a una
escala adecuada. El segundo factor no podrá operar sino hasta que el gobierno
haya revertido la situación a través del gasto público. En consecuencia, el
mayor impulso para salir del bache sólo puede provenir del tercer factor.”
Keynes replantea hasta aquí su teoría de la demanda efectiva para
indicar que en tiempos de crisis, cuando el gasto y las expectativas se
deprimen, la inversión privada se contrae y no puede ser el motor para sacar
una economía adelante. El gasto público es la alternativa para suplir la
deficiencia en la demanda agregada. Las políticas de austeridad que hoy se
aplican en Europa son la antítesis de esta visión y representan el regreso a
una ortodoxia que niega la realidad. Asimismo, en Estados Unidos la discusión
sobre política fiscal y la necesidad de reducir el déficit está contaminada por
el oscurantismo de una pseudo-teoría económica más ligada a la ideología que al
análisis racional.
Sigue diciéndole Keynes a Roosevelt: “Hay indicios de que dos falacias
técnicas están afectando las políticas de su administración. La primera tiene
que ver con el papel que juega el incremento de precios en la recuperación.”
Keynes aclara que el aumento de precios normalmente acompaña al crecimiento y
la expansión del empleo. Pero existe una inflación provocada por manipulaciones
de costos o de la oferta y no tiene nada que ver con el aumento de precios que
se espera de una expansión saludable del poder de compra y de la demanda
agregada. En pocas palabras, el fetiche del control de la inflación no debe ser
un obstáculo para aplicar políticas de recuperación.
En el terreno de las recomendaciones, Keynes insistió: “la prioridad
está en otorgar crédito para el gasto bajo los auspicios del gobierno. Una
preferencia estaría en obras que pueden madurar rápidamente y en gran escala,
como la rehabilitación de la red ferroviaria. En segundo lugar yo colocaría el
crédito barato y abundante, así como la reducción de la tasa de interés de
largo plazo a través de la intervención de la Reserva federal”.
Ochenta años después, la carta de Keynes a Roosevelt mantiene su
vigencia esclarecedora. Mientras la peor crisis en la trágica historia del
capitalismo sigue su marcha, los poderes establecidos aprovechan la coyuntura
para arremeter contra lo que queda del estado de bienestar. El colapso actual
tiene sus raíces en el estancamiento de los salarios reales en las principales
economías capitalistas del mundo. La mala distribución del ingreso ha llevado a
un sobre endeudamiento de las clases trabajadoras. Y ahora, en una brutal
recesión en la que todos los agentes están empeñados en desendeudarse, nadie
quiere aumentar pasivos y cualquier ayuda en forma de subsidios fiscales se
utiliza para pagar deudas, lo que no contribuye a incrementar la demanda. En
este contexto urge el lanzamiento de un vasto programa de obras públicas.
En Estados Unidos y Europa, los amos del dinero impiden que el gasto
público sea el factor para salir del atolladero, tal y como recomendaba Keynes.
La falacia sobre la necesidad de mantener el presupuesto equilibrado ha
sometido a las finanzas públicas a los dictados del capital financiero. Aún
más, al imponer los recortes fiscales se agrava la crisis porque se reduce la
demanda agregada. ¿Será por ignorancia o por mala fe? En algunos casos el
desconocimiento de los rudimentos de la teoría económica es responsable de que
se apliquen políticas retrógradas. Pero, en general el retroceso en política
macroeconómica de cara a la crisis se debe a un objetivo perverso: La
destrucción de todas las instituciones que apoyan a la clase trabajadora.
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