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viernes, 8 de junio de 2012

El precio de la desigualdad

 Por Joseph Stiglitz *







A los estadounidenses les gusta pensar en su país como una tierra de oportunidades, opinión que otros en buena medida comparten. Pero aunque es fácil pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus propios medios, lo que en verdad cuenta son las estadísticas: ¿hasta qué punto las oportunidades que tendrá una persona a lo largo de su vida dependen de los ingresos y la educación de sus padres?
En la actualidad, estas cifras muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa (y de hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del que tengamos datos).

sábado, 7 de abril de 2012

¿De quién es el Banco Mundial?

 Por Joseph Stiglitz. *


La selección por el Presidente de los Estados Unidos de Jim Yong Kim para la presidencia del Banco Mundial ha recibido buena acogida y con razón, en vista, sobre todo, de algunos de los otros nombres que se barajaban. Con Kim, profesor de Salud Pública que ahora es Presidente de la Universidad de Dartmouth y anteriormente dirigió el departamento de VIH/SIDA de la Organización Mundial de la Salud, los Estados Unidos han propuesto a un buen candidato, pero su nacionalidad y el país que lo seleccione –ya sea pequeño y pobre o grande y rico– no debe desempeñar papel alguno en la decisión sobre quién obtendrá el cargo.
 Los once directores ejecutivos del Banco Mundial de países en desarrollo y en ascenso han propuesto dos candidatos excelentes, Ngozi Okonjo-Iweala, de Nigeria, y José Antonio Ocampo, de Colombia. Yo he trabajado estrechamente con lo dos. Son de primera categoría, han sido ministros de múltiples carteras, han desempeñado admirablemente cargos de dirección en organizaciones multilaterales y tienen las aptitudes diplomáticas y la competencia profesional para llevar a cabo una labor excelente. Entienden las finanzas y la economía, los asuntos básicos del Banco Mundial, y tienen una red de relaciones para intensificar la eficacia del Banco.

Okonjo-Iweala aporta el conocimiento de la institución desde dentro. Ocampo, como Kim, aporta las ventajas y desventajas de ser alguien de fuera, pero Ocampo, profesor distinguido en la Universidad de Columbia, conoce muy bien el Banco Mundial. Anteriormente ha sido no sólo ministro de Economía y Hacienda, sino también de Agricultura, competencia de importancia decisiva, en vista de que la inmensa mayoría de los pobres de los países en desarrollo dependen de la agricultura. También aporta credenciales medioambientales impresionantes, otro de los asuntos fundamentales para el Banco.
Tanto Okonjo-Iweala como Ocampo entienden el papel de las instituciones financieras internacionales para brindar bienes públicos mundiales. Durante todas sus carreras, sus corazones y sus inteligencias han estado entregadas al desarrollo y a cumplir la misión del Banco Mundial de eliminar la pobreza. Han puesto el listón muy alto para cualquier candidato americano.

domingo, 18 de marzo de 2012

Cambio en Birmania

 Por Joseph E. Stiglitz*


Aquí en Myanmar, (Birmania), donde el cambio político ha sido extremadamente lento durante medio siglo, una nueva dirección está tratando de hacer una rápida transición desde dentro. El gobierno ha liberado a los prisioneros políticos, realizado elecciones (y otras en camino), iniciado reformas económicas y está buscando vehementemente la inversión extranjera.
 Es comprensible que la comunidad internacional, que desde hace mucho ha castigado al régimen autoritario de Myanmar con sanciones, mantenga la cautela. Las reformas se están llevando a cabo a tal velocidad que ni siquiera los expertos sobre el país saben qué esperar.
Lo que me queda claro es que este momento en la historia de Myanmar representa una oportunidad real de cambio permanente – una oportunidad que la comunidad internacional no debe dejar pasar. Ya es tiempo de que el mundo participe en el desarrollo de Myanmar no sólo ofreciendo asistencia sino levantando las sanciones que se han convertido en un impedimento para la transformación del país.
Hasta ahora, la transformación, que arrancó tras las elecciones legislativas de noviembre de 2010 ha sido impresionante. Puesto que los militares, que habían ejercido el poder exclusivo desde 1962, conservaron el 25% de los escaños, se temía que la elección fuera una fachada. No obstante, el gobierno que surgió refleja las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos de Myanmar mucho mejor de lo que se esperaba.
Bajo el liderazgo del nuevo presidente, Thein Sein, las autoridades han respondido a los llamados de apertura política y económica. Se ha avanzado en los acuerdos de paz con los insurgentes de las minorías étnicas – conflictos que tienen sus orígenes en la estrategia colonial de dividir y gobernar que los líderes que llegaron después de la independencia mantuvieron durante más de seis décadas. La Premio Nóbel Daw Aung San Suu Kyi no sólo fue liberada de su arresto domiciliario sino que ahora lleva a cabo una intensa campaña para obtener un escaño en las elecciones que se celebrarán en abril.
En lo que se refiere a la economía, se ha adoptado una transparencia sin precedentes en el proceso presupuestario. Los gastos en atención a la salud y educación se han duplicado, aunque se parta de una base baja. Se han flexibilizado las restricciones en materia de licencias en varias esferas clave. El gobierno incluso se ha comprometido a avanzar en la unificación de su complicado sistema de tipo de cambio.
La sensación de esperanza en el país es palpable, aunque algunas de las personas más viejas, que han visto ir y venir tiempos de aparente relajamiento del gobierno autoritario, mantienen la cautela. Tal vez por ello algunos miembros de la comunidad internacional también dudan para mitigar el aislamiento de Myanmar. No obstante, la mayoría de los birmanos sienten que si los cambios se manejan bien, el curso del país será irreversible.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El precio del 11 de septiembre

 Por Joseph Stiglitz *





Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2011 realizados por Al Qaeda tenían la intención de dañar a Estados Unidos, y lo consiguieron, pero en formas que Osama Bin Laden probablemente nunca se imaginó. La respuesta del presidente George W. Bush a los ataques puso en riesgo los principios básicos de Estados Unidos, socavando su economía y debilitando su seguridad.
El ataque a Afganistán posterior a los ataques del 11 de septiembre fue comprensible, pero la posterior invasión de Irak fue totalmente ajena a Al Qaeda, a pesar de que Bush trató de establecer un vínculo. Aquella guerra que se eligió llevar a cabo se convirtió de manera rápida en muy costosa, alcanzando órdenes de magnitud que fueron más allá de los $60 mil millones que se afirmaron al principio, ya que una colosal incompetencia se encontró con tergiversaciones deshonestas.
De hecho, cuando Linda Bilmes y yo calculamos los costos de la guerra de Estados Unidos hace tres años, la cifra conservadora alcanzo entre $3 a $5 billones de dólares. Desde aquel entonces, los costos se han elevado aún más. Debido a que casi el 50% de las tropas que regresan cumplen los requisitos para recibir algún tipo de pago por incapacidad, y hasta el momento más de 600.000 de ellos han sido atendidos en instalaciones médicas para veteranos, ahora estimamos que los pagos por incapacidad y asistencia médica en el futuro alcanzarán en total una cifra que se encuentra entre los $600 a 900 billones. Sin embargo, los costos sociales, que se refleja en los suicidios de veteranos (que han superado los 18 por día en los últimos años) y las desintegraciones familiares, son incalculables.
Aún en caso de que Bush fuese perdonando por llevar a Estados Unidos, y a gran parte del resto del mundo, a la guerra con pretextos falsos, y se le perdonara tergiversar el costo de dicho emprendimiento, no hay excusa para la forma en la eligió financiarla. La suya fue la primera guerra en la historia pagada enteramente con créditos. Mientras que Estados Unidos entraba en batalla, teniendo déficits que ya estaban muy elevados por su recorte de impuestos del año 2001, Bush decidió lanzar una nueva ronda de “alivio” tributario para los ricos.
Hoy en día, Estados Unidos centra su atención en el desempleo y el déficit. Estas dos amenazas al futuro de Estados Unido pueden ser remontadas, y no en poca medida, a las guerras en Afganistán e Irak. El aumento en los gastos de defensa, junto con los recortes tributarios de Bush, forman la razón clave por la que Estados Unidos pasó de un superávit fiscal de 2% del PIB cuando Bush fue elegido a su lamentable déficit y situación de deuda de hoy en día. El gasto público directo en dichas guerras, hasta el momento, asciende a aproximadamente $2 billones de dólares, lo que significa $17.000 por cada hogar estadounidense, y existen gastos cuyas facturas aún no se reciben que aumentarán dicha cifra en más del 50%.
Es más, como Bilmes y mi persona argumentamos en nuestro libro La Guerra de los Tres Billones de Dólares, las guerras han contribuido a la debilidad macroeconómica de Estados Unidos, lo que exacerbó su déficit y deuda. En aquel entonces, como es el caso ahora, la agitación en el Oriente Medio condujo a precios del petróleo más elevados, lo que obligó a los estadounidenses a gastar dinero en importaciones de petróleo que de otra manera podría haber sido gastado en la compra de bienes producidos en EE.UU.
Pero en aquel entonces, la Reserva Federal de EE.UU. escondió estas debilidades creando una burbuja inmobiliaria que condujo a un boom de consumo. Se necesitarán años para superar el excesivo endeudamiento y sobreendeudamiento en bienes raíces resultantes.
Irónicamente, las guerras han debilitado la seguridad de Estados Unidos (y del mundo), una vez más en formas que Bin Laden no se hubiera podido imaginar. Una guerra impopular hubiera dificultado el reclutamiento militar bajo cualquier circunstancia. Pero como Bush trató de engañar a Estados Unidos sobre los costos de guerra, financió insuficientemente a las tropas, inclusive negándose a realizar gastos básicos; por ejemplo, fondos para vehículos blindados y resistentes a minas que son necesarios para proteger vidas estadounidenses o fondos para la adecuada asistencia médica de los veteranos que regresan. Un tribunal de EE.UU. dictaminó recientemente que los derechos de los veteranos habían sido violados. (¡Sorprendentemente, el gobierno de Obama afirma que se debe restringir el derecho de los veteranos a apelar ante los tribunales!)
La extralimitación militar de manera predecible a dado lugar a nerviosismo sobre el uso de la fuerza militar, y el conocimiento de otros tienen sobre la existencia ha debilitado también la seguridad de Estados Unidos. Pero la verdadera fuerza de Estados Unidos, en vez de encontrarse en su poder militar y económico, se encuentra en su "poder blando", en su autoridad moral. Y dicho poder también se debilitó, ya que EE.UU. violó derechos humanos básicos como el habeas corpus y el derecho a no ser torturado, lo que puso en duda su compromiso de larga data con el respeto al derecho internacional.
En Afganistán e Irak, los EE.UU. y sus aliados sabían que para alcanzar la victoria a largo plazo se necesita ganar corazones y opiniones. Pero los errores cometidos en los primeros años de dichas guerras complicaron la ya difícil batalla. El daño colateral de la guerra ha sido masivo: según algunas versiones, más de un millón de iraquíes han muerto, ya sea de manera directa o indirecta, a causa de la guerra. Según algunos estudios, por lo menos 137.000 civiles han muerto violentamente en Afganistán e Irak en los últimos diez años; sólo entre los iraquíes, hay 1,8 millones de refugiados y 1,7 millones de personas desplazadas dentro del mismo país.
No todas las consecuencias fueron desastrosas. Los déficits a los cuales las guerras estadounidenses financiadas con deuda han contribuido tan poderosamente han forzado ahora a que EE.UU. enfrente la realidad de sus restricciones presupuestarias. El gasto militar de Estados Unidos sigue siendo casi igual al gasto que hace todo el resto del mundo en su conjunto, dos décadas después del fin de la Guerra Fría. Algunos de los gastos que se aumentaron fueron destinados a las costosas guerras en Irak y Afganistán y a la más amplia Guerra Global contra el Terrorismo, pero la mayor parte se desperdició en armas que no funcionan contra enemigos que no existen. Ahora, por fin, esos recursos serán reubicados, y EE.UU. probablemente obtenga mayor seguridad pagando menos.
Al Qaeda, no obstante que no ha sido derrotado, ya no parece ser la amenaza que surgía de manera tan importante tras los ataques del 11 de septiembre. Pero el precio pagado para llegar a este punto, en los EE.UU. y en los demás países, ha sido enorme, y en su mayoría evitable. El legado estará con nosotros durante mucho tiempo. Vale la pena pensar antes de actuar.


Profesor universitario en Columbia University, Premio Nobel de economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy (Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial). *