Por Joseph Stiglitz *
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2011 realizados por
Al Qaeda tenían la intención de dañar a Estados Unidos, y lo
consiguieron, pero en formas que Osama Bin Laden probablemente nunca se
imaginó. La respuesta del presidente George W. Bush a los ataques puso
en riesgo los principios básicos de Estados Unidos, socavando su
economía y debilitando su seguridad.
El ataque a Afganistán posterior a los ataques del 11 de septiembre
fue comprensible, pero la posterior invasión de Irak fue
totalmente ajena a Al Qaeda, a pesar de que Bush trató de establecer un
vínculo. Aquella guerra que se eligió llevar a cabo se convirtió de
manera rápida en muy costosa, alcanzando órdenes de magnitud que fueron
más allá de los $60 mil millones que se afirmaron al principio, ya que
una colosal incompetencia se encontró con tergiversaciones deshonestas.
De hecho, cuando Linda Bilmes y yo calculamos los costos de la guerra
de Estados Unidos hace tres años, la cifra conservadora alcanzo entre
$3 a $5 billones de dólares. Desde aquel entonces, los costos se han
elevado aún más. Debido a que casi el 50% de las tropas que regresan
cumplen los requisitos para recibir algún tipo de pago por incapacidad, y
hasta el momento más de 600.000 de ellos han sido atendidos en
instalaciones médicas para veteranos, ahora estimamos que los pagos por
incapacidad y asistencia médica en el futuro alcanzarán en total una
cifra que se encuentra entre los $600 a 900 billones. Sin embargo, los
costos sociales, que se refleja en los suicidios de veteranos (que han
superado los 18 por día en los últimos años) y las desintegraciones
familiares, son incalculables.
Aún en caso de que Bush fuese perdonando por llevar a Estados Unidos,
y a gran parte del resto del mundo, a la guerra con pretextos falsos, y
se le perdonara tergiversar el costo de dicho emprendimiento, no hay
excusa para la forma en la eligió financiarla. La suya fue la primera
guerra en la historia pagada enteramente con créditos. Mientras que
Estados Unidos entraba en batalla, teniendo déficits que ya estaban muy
elevados por su recorte de impuestos del año 2001, Bush decidió lanzar
una nueva ronda de “alivio” tributario para los ricos.
Hoy en día, Estados Unidos centra su atención en el desempleo y el
déficit. Estas dos amenazas al futuro de Estados Unido pueden ser
remontadas, y no en poca medida, a las guerras en Afganistán e Irak. El
aumento en los gastos de defensa, junto con los recortes tributarios de
Bush, forman la razón clave por la que Estados Unidos pasó de un
superávit fiscal de 2% del PIB cuando Bush fue elegido a su lamentable
déficit y situación de deuda de hoy en día. El gasto público directo en
dichas guerras, hasta el momento, asciende a aproximadamente $2 billones
de dólares, lo que significa $17.000 por cada hogar estadounidense, y
existen gastos cuyas facturas aún no se reciben que aumentarán dicha
cifra en más del 50%.
Es más, como Bilmes y mi persona argumentamos en nuestro libro
La Guerra de los Tres Billones de Dólares,
las guerras han contribuido a la debilidad macroeconómica de Estados
Unidos, lo que exacerbó su déficit y deuda. En aquel entonces, como es
el caso ahora, la agitación en el Oriente Medio condujo a precios del
petróleo más elevados, lo que obligó a los estadounidenses a gastar
dinero en importaciones de petróleo que de otra manera podría haber sido
gastado en la compra de bienes producidos en EE.UU.
Pero en aquel entonces, la Reserva Federal de EE.UU. escondió estas
debilidades creando una burbuja inmobiliaria que condujo a un boom de
consumo. Se necesitarán años para superar el excesivo endeudamiento y
sobreendeudamiento en bienes raíces resultantes.
Irónicamente, las guerras han debilitado la seguridad de Estados
Unidos (y del mundo), una vez más en formas que Bin Laden no se hubiera
podido imaginar. Una guerra impopular hubiera dificultado el
reclutamiento militar bajo cualquier circunstancia. Pero como Bush trató
de engañar a Estados Unidos sobre los costos de guerra, financió
insuficientemente a las tropas, inclusive negándose a realizar gastos
básicos; por ejemplo, fondos para vehículos blindados y resistentes a
minas que son necesarios para proteger vidas estadounidenses o fondos
para la adecuada asistencia médica de los veteranos que regresan. Un
tribunal de EE.UU. dictaminó recientemente que los derechos de los
veteranos habían sido violados. (¡Sorprendentemente, el gobierno de
Obama afirma que se debe restringir el derecho de los veteranos a apelar
ante los tribunales!)
La extralimitación militar de manera predecible a dado lugar a
nerviosismo sobre el uso de la fuerza militar, y el conocimiento de
otros tienen sobre la existencia ha debilitado también la seguridad de
Estados Unidos. Pero la verdadera fuerza de Estados Unidos, en vez de
encontrarse en su poder militar y económico, se encuentra en su "poder
blando", en su autoridad moral. Y dicho poder también se debilitó, ya
que EE.UU. violó derechos humanos básicos como el
habeas corpus y el derecho a no ser torturado, lo que puso en duda su compromiso de larga data con el respeto al derecho internacional.
En Afganistán e Irak, los EE.UU. y sus aliados sabían que para
alcanzar la victoria a largo plazo se necesita ganar corazones y
opiniones. Pero los errores cometidos en los primeros años de dichas
guerras complicaron la ya difícil batalla. El daño colateral de la
guerra ha sido masivo: según algunas versiones, más de un millón de
iraquíes han muerto, ya sea de manera directa o indirecta, a causa de la
guerra. Según algunos estudios, por lo menos 137.000 civiles han muerto
violentamente en Afganistán e Irak en los últimos diez años; sólo entre
los iraquíes, hay 1,8 millones de refugiados y 1,7 millones de personas
desplazadas dentro del mismo país.
No todas las consecuencias fueron desastrosas. Los déficits a los
cuales las guerras estadounidenses financiadas con deuda han contribuido
tan poderosamente han forzado ahora a que EE.UU. enfrente la realidad
de sus restricciones presupuestarias. El gasto militar de Estados Unidos
sigue siendo casi igual al gasto que hace todo el resto del mundo en su
conjunto, dos décadas después del fin de la Guerra Fría. Algunos de los
gastos que se aumentaron fueron destinados a las costosas guerras en
Irak y Afganistán y a la más amplia Guerra Global contra el Terrorismo,
pero la mayor parte se desperdició en armas que no funcionan contra
enemigos que no existen. Ahora, por fin, esos recursos serán reubicados,
y EE.UU. probablemente obtenga mayor seguridad pagando menos.
Al Qaeda, no obstante que no ha sido derrotado, ya no parece ser la
amenaza que surgía de manera tan importante tras los ataques del 11 de
septiembre. Pero el precio pagado para llegar a este punto, en los
EE.UU. y en los demás países, ha sido enorme, y en su mayoría evitable.
El legado estará con nosotros durante mucho tiempo. Vale la pena pensar
antes de actuar.
Profesor universitario en Columbia University, Premio Nobel de economía y autor de
Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy (Caída
libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía
mundial). *