Por Dean Baker*
De manera ritual, los políticos en EE UU deben asegurar que su país es
y siempre será la principal potencia mundial, tanto política, económica como
militarmente. Este sortilegio puede que ayude a ganar las elecciones en un país
en el que un numero nada pequeño de gente respetable niega el calentamiento
global y rechaza la evolución, pero tiene poco que ver con el mundo real.
Quienes conocen los datos saben que China esta superando rápidamente a
EE UU como la principal potencia económica mundial. Según las estadísticas del
FMI, la economía china es hoy un 80% de la de EE UU. La tendencia implica que
superara a EE UU en 2016.
Sin embargo, estos números están lejos de ser exactos. Es difícil
comparar con exactitud la producción de distintos países con economías muy
diferentes. Desde varios puntos de vista, China ha superado ya a EE UU.
En 2009 superó a EE UU como el principal fabricante mundial de coches.
En muchos sectores de la industria va por delante de EE UU y exporta más bienes
y servicios. El número de estudiantes que se licencian de las facultades de
ciencia e ingeniería es muy superior al de EE UU. Y China tiene casi el doble
de teléfonos móviles e internautas que EE UU.
Casi la mitad de la población china vive aun en el campo. El nivel de
vida de los 650 millones de personas que viven en el medio rural es muy
inferior al de quienes viven en las ciudades y mucho más difícil de medir. La
razón es que los precios son mucho más bajos en el campo, lo que dificulta la
comparación.
Un nuevo estudio, que ha analizado cuidadosamente las tendencias de
los precios y el consumo, concluye que China es mucho más rica que lo que
sugiere la estadística habitual. Según este estudio, la economía china puede
ser un 20% mayor que la de EE UU. Es más, aunque su tasa de crecimiento se
redujera a una media anual del 7% del PIB, como muchos esperan, la economía
china estaría cerca de doblar el tamaño de la economía de EE UU en el espacio
de esta década.
Ello plantea todo tipo de cuestiones interesantes sobre el futuro de
las relaciones internacionales entre China y EE UU. Con independencia de si la
economía china es mayor o no que la de EE UU, es evidente que no ejerce ni por
asomo la misma influencia internacional. Los dirigentes chinos se han limitado
a dejar que EE UU continúe jugando el papel principal en los organismos
internacionales y en la gestión de los conflictos internacionales,
interviniendo solo cuando consideran que estaban en juego intereses esenciales.
No debería sorprender esta política, porque los propios EE UU tardaron
mucho en consolidar su papel de potencia internacional, incluso si desde
finales de la I Guerra Mundial eran la primera potencia desde todos los puntos
de vista. El resultado fue que durante todo un cuarto de siglo Gran Bretaña se
creyó mucho más importante de los que era en la esfera internacional. Es
posible que EE UU este condenado a repetir el mismo error.
El creciente poder e influencia de China tendrá aspectos tanto
positivos como negativos. Entre los negativos, que la democracia en EE UU,
incluso con la corrupción del sistema político a golpe de talonario y los
abusos liberticidas cometidos en nombre de la Guerra contra el Terrorismo,
sigue siendo un sistema político más atractivo que el régimen de partido único
chino.
Por fortuna, China no ha mostrado el menor interés en imponer su
sistema político en otras partes del mundo. Por ello, el ascenso de China es
probable que no presente una amenaza para la extensión de la democracia en
otros países. (No hay que decir que, a pesar de sus ideales, los EE UU no han
sido precisamente unos defensores consecuentes de la democracia en otros
países).
El creciente poder de China ha aumentado ya el numero de opciones de
muchos países en vías de desarrollo. Como China puede proporcionar volúmenes de
capital mucho mayores que el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones
internacionales dominadas por EE UU, es una importante alternativa para los
países en vías de desarrollo. De entrada, no están obligadas a adoptar las
políticas económicas que les exigen estas instituciones para tenerlas contentas
a la hora de afrontar crisis económicas.
Un área en la que el impacto de la política china puede ser inmenso es
en el de la propiedad intelectual. Las reglas sobre patentes y marcas que EE UU
ha impuesto al resto del mundo son económicamente muy ineficientes. Es
especialmente evidente en el campo de los medicamentos de marca, en el que el
monopolio de las patentes permite a las compañías farmacéuticas cobrar cientos,
cuanto no miles de dólares, por medicinas cuyo precio en el mercado libre no
debería ser superior a los 5 o 10 dólares.
No solo la patentes encarecen increíblemente los medicamentos, sino
que también conducen a que sean malos, porque las enormes rentas monopolistas
alientan a las farmacéuticas a mentir y engañar para vender más. No pasa un mes
sin que estalle un escándalo sobre una farmacéutica que escondió o alteró la
información sobre la seguridad y efectividad de un medicamento.
El problema del sistema de propiedad intelectual de EE UU va mucho más
allá de las patentes de medicamentos. En la investigación de alta tecnología
las patentes sirven ante todo para acosar a los competidores. La dificultad de
controlar los derechos de copyright en la era del internet ha llevado a
absurdos como la Ley contra la Piratería Online.
China no controla la propiedad intelectual con el mismo vigor que EE
UU. En vez de seguir ciegamente a EE UU en este campo e imponer en su
territorio el mismo sistema ineficiente y arcaico, China podría hacer un
inmenso favor si promoviera un mecanismo alternativo para apoyar la
investigación y el trabajo creativo.
Es evidente que el ascenso de China provocará muchos cambios en el
mundo. Los dirigentes políticos de EE UU acabaran sin duda por comprender la
nueva posición de su país en el mundo: más o menos al mismo tiempo que acepten
el calentamiento climático y la teoría de la evolución.
Dean Baker es co-director del Center for
Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy and False
Profits, Berret-Koehler Publishers, 2009.*
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