sábado, 14 de abril de 2012

Cuando China deje atrás a los EEUU

 Por Dean Baker*





De manera ritual, los políticos en EE UU deben asegurar que su país es y siempre será la principal potencia mundial, tanto política, económica como militarmente. Este sortilegio puede que ayude a ganar las elecciones en un país en el que un numero nada pequeño de gente respetable niega el calentamiento global y rechaza la evolución, pero tiene poco que ver con el mundo real.

Quienes conocen los datos saben que China esta superando rápidamente a EE UU como la principal potencia económica mundial. Según las estadísticas del FMI, la economía china es hoy un 80% de la de EE UU. La tendencia implica que superara a EE UU en 2016.

Sin embargo, estos números están lejos de ser exactos. Es difícil comparar con exactitud la producción de distintos países con economías muy diferentes. Desde varios puntos de vista, China ha superado ya a EE UU.

En 2009 superó a EE UU como el principal fabricante mundial de coches. En muchos sectores de la industria va por delante de EE UU y exporta más bienes y servicios. El número de estudiantes que se licencian de las facultades de ciencia e ingeniería es muy superior al de EE UU. Y China tiene casi el doble de teléfonos móviles e internautas que EE UU.

Casi la mitad de la población china vive aun en el campo. El nivel de vida de los 650 millones de personas que viven en el medio rural es muy inferior al de quienes viven en las ciudades y mucho más difícil de medir. La razón es que los precios son mucho más bajos en el campo, lo que dificulta la comparación.


Un nuevo estudio, que ha analizado cuidadosamente las tendencias de los precios y el consumo, concluye que China es mucho más rica que lo que sugiere la estadística habitual. Según este estudio, la economía china puede ser un 20% mayor que la de EE UU. Es más, aunque su tasa de crecimiento se redujera a una media anual del 7% del PIB, como muchos esperan, la economía china estaría cerca de doblar el tamaño de la economía de EE UU en el espacio de esta década.

Ello plantea todo tipo de cuestiones interesantes sobre el futuro de las relaciones internacionales entre China y EE UU. Con independencia de si la economía china es mayor o no que la de EE UU, es evidente que no ejerce ni por asomo la misma influencia internacional. Los dirigentes chinos se han limitado a dejar que EE UU continúe jugando el papel principal en los organismos internacionales y en la gestión de los conflictos internacionales, interviniendo solo cuando consideran que estaban en juego intereses esenciales.

No debería sorprender esta política, porque los propios EE UU tardaron mucho en consolidar su papel de potencia internacional, incluso si desde finales de la I Guerra Mundial eran la primera potencia desde todos los puntos de vista. El resultado fue que durante todo un cuarto de siglo Gran Bretaña se creyó mucho más importante de los que era en la esfera internacional. Es posible que EE UU este condenado a repetir el mismo error.

El creciente poder e influencia de China tendrá aspectos tanto positivos como negativos. Entre los negativos, que la democracia en EE UU, incluso con la corrupción del sistema político a golpe de talonario y los abusos liberticidas cometidos en nombre de la Guerra contra el Terrorismo, sigue siendo un sistema político más atractivo que el régimen de partido único chino.

Por fortuna, China no ha mostrado el menor interés en imponer su sistema político en otras partes del mundo. Por ello, el ascenso de China es probable que no presente una amenaza para la extensión de la democracia en otros países. (No hay que decir que, a pesar de sus ideales, los EE UU no han sido precisamente unos defensores consecuentes de la democracia en otros países).

El creciente poder de China ha aumentado ya el numero de opciones de muchos países en vías de desarrollo. Como China puede proporcionar volúmenes de capital mucho mayores que el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales dominadas por EE UU, es una importante alternativa para los países en vías de desarrollo. De entrada, no están obligadas a adoptar las políticas económicas que les exigen estas instituciones para tenerlas contentas a la hora de afrontar crisis económicas.

Un área en la que el impacto de la política china puede ser inmenso es en el de la propiedad intelectual. Las reglas sobre patentes y marcas que EE UU ha impuesto al resto del mundo son económicamente muy ineficientes. Es especialmente evidente en el campo de los medicamentos de marca, en el que el monopolio de las patentes permite a las compañías farmacéuticas cobrar cientos, cuanto no miles de dólares, por medicinas cuyo precio en el mercado libre no debería ser superior a los 5 o 10 dólares.

No solo la patentes encarecen increíblemente los medicamentos, sino que también conducen a que sean malos, porque las enormes rentas monopolistas alientan a las farmacéuticas a mentir y engañar para vender más. No pasa un mes sin que estalle un escándalo sobre una farmacéutica que escondió o alteró la información sobre la seguridad y efectividad de un medicamento.

El problema del sistema de propiedad intelectual de EE UU va mucho más allá de las patentes de medicamentos. En la investigación de alta tecnología las patentes sirven ante todo para acosar a los competidores. La dificultad de controlar los derechos de copyright en la era del internet ha llevado a absurdos como la Ley contra la Piratería Online.

China no controla la propiedad intelectual con el mismo vigor que EE UU. En vez de seguir ciegamente a EE UU en este campo e imponer en su territorio el mismo sistema ineficiente y arcaico, China podría hacer un inmenso favor si promoviera un mecanismo alternativo para apoyar la investigación y el trabajo creativo.

Es evidente que el ascenso de China provocará muchos cambios en el mundo. Los dirigentes políticos de EE UU acabaran sin duda por comprender la nueva posición de su país en el mundo: más o menos al mismo tiempo que acepten el calentamiento climático y la teoría de la evolución.



Dean Baker es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy and False Profits, Berret-Koehler Publishers, 2009.*

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