Por Paul Krugman
EL PAIS
Hace unos cuantos años, se puso muy de moda el póquer televisado (programas en los que se pueden ver las apuestas y faroles de los jugadores de cartas expertos). Sin embargo, los espectadores parecen haber perdido interés desde entonces. Pero tengo una propuesta: en lugar de mostrar a expertos del póquer, ¿por qué no hacer un programa en el que aparezcan incompetentes del póquer? (personas que se echan atrás cuando tienen una buena mano o que no saben cómo dejarlo cuando van ganando).
Aunque bien pensado, ese programa ya existe. Se llama negociación presupuestaria y va ahora por su segundo episodio.
El primer episodio se emitió en 2011, cuando el presidente Obama hizo su primer intento de alcanzar un pacto fiscal a largo plazo —el llamado Gran Pacto— con John Boehner, el presidente de la Cámara de los Representantes. Obama llevaba una mano más bien floja, después de unas elecciones de mediados de mandato en las que los demócratas recibieron un varapalo. No obstante, las concesiones que ofreció fueron impresionantes: estaba dispuesto a aceptar unos recortes enormes del gasto, por no mencionar el aumento de la edad para poder acogerse a Medicare, a cambio de la vaga promesa de un incremento de los ingresos sin ninguna subida de los tipos impositivos.
Este acuerdo, si se hubiese puesto en práctica, habría supuesto una grandísima victoria para los republicanos y habría sido muy perjudicial para esos dos programas tan valorados por los demócratas y la marca política demócrata. Pero eso nunca sucedió. ¿Por qué? Porque Boehner y los miembros de su partido no podían resignarse a aceptar ni siquiera una pequeña subida de los impuestos. Y su intransigencia salvó a Obama de sí mismo.
Ahora han retomado el juego; solo que Obama lleva una mano mucho mejor. Él y su partido han conseguido una victoria sólida en las elecciones de este año. Y el reloj legislativo también marcha a su favor en gran medida. Está previsto que todas las bajadas de impuestos de Bush expiren al acabar el mes.
Una breve digresión: me he percatado de un nuevo intento del Partido Republicano de acosar a los periodistas para que mencionen solo los recortes de impuestos de la “época de Bush”, probablemente con la esperanza de disociar esos recortes, que quieren mantener, de un presidente al que ahora los votantes miran con desdén. Pero George W. Bush y su Gobierno idearon esos recortes y presionaron al Congreso para que los aprobase y es engañoso dar a entender otra cosa.
Volviendo a la partida de póquer: el presidente no tiene todas las cartas en la mano; hay algunas cosas que él y sus compañeros demócratas quieren, como la prolongación de las prestaciones por desempleo y del gasto en infraestructuras, que no pueden conseguir sin un poco de cooperación republicana. Pero está en una situación muy ventajosa.
A pesar de ello, a principios de esta semana, los progresistas han tenido de repente la deprimente sensación de que se estaba volviendo a repetir lo sucedido en 2011, al hacer el Gobierno de Obama una oferta de presupuesto que, aun siendo mucho mejor que el desastroso pacto que estaba dispuesto a firmar la última vez, seguía traduciéndose en ceder terreno en asuntos en los que había prometido mantenerse firme (al perpetuar una parte considerable de las rebajas de impuestos de Bush a las rentas altas, que en la práctica reducen las prestaciones de la Seguridad Social al modificar el ajuste según la inflación).
Y esto era una oferta, no un pacto. ¿Estamos a punto de ser testigos de otra ronda de negociaciones del presidente consigo mismo, que arrebaten las políticas y la derrota política de las fauces de la victoria?
Bueno, probablemente no. Una vez más, los republicanos chiflados —esas personas que no pueden aceptar la idea de votar jamás para que se suban los impuestos a los ricos, independientemente de la realidad fiscal o económica— han sido la salvación.
No sabemos exactamente por qué Boehner no respondió a la oferta del presidente con una contraoferta real y, en lugar de eso, propuso algo ridículo: un “plan B” que, según el independiente Centro de Políticas Tributarias, subiría de hecho los impuestos que pagan muchas familias con ingresos bajos y medios, mientras que reduciría los impuestos que paga casi la mitad de los que pertenecen al 1% superior. El efecto, sin embargo, tiene que haber sido el de abrirle los ojos al equipo de Obama y acabar con cualquier ilusión de que estaba participando en negociaciones de buena fe.
Boehner ha tenido problemas evidentes para conseguir que su grupo apoyase el plan B y lo retiró de la mesa de negociación el jueves por la noche; habría aumentado moderadamente los impuestos que pagan los realmente ricos, el 0,1% con los ingresos más altos, y hasta eso era demasiado para muchos republicanos. Esto significa que cualquier pacto real con Obama sería recibido con deserciones en masa del Partido Republicano; de modo que cualquier pacto similar requeriría un apoyo demócrata mayoritario, hecho que envalentona a los progresistas dispuestos a salir corriendo si creen que el presidente está cediendo demasiado.
Por tanto, al igual que en 2011, los republicanos chiflados están haciéndole un favor a Obama, al alejarlo de cualquier tentación que pueda tener de regalarles lo que quieran para perseguir sueños bipartidistas.
Y hay una lección más general en esto. Este no es el momento para un Gran Pacto porque el Partido Republicano, con su actual composición, sencillamente no es una entidad con la que el presidente pueda llegar a un acuerdo serio. Si vamos a hacer frente a los problemas de nuestro país —de los cuales el déficit presupuestario es solo una pequeña parte— hay que poner coto al poder que tienen los extremistas del Partido Republicano, dispuestos a tomar como rehén la economía si no se salen con la suya. Y por alguna razón, no creo que eso vaya a pasar en los próximos días.
Paul Krugman, premio Nobel de 2008, es profesor de Economía de Princeton.
VERSION ORIGINAL: http://www.nytimes.com/2012/12/21/opinion/krugman-playing-taxes-hold-em.html?ref=paulkrugman&_r=0
EL PAIS
Hace unos cuantos años, se puso muy de moda el póquer televisado (programas en los que se pueden ver las apuestas y faroles de los jugadores de cartas expertos). Sin embargo, los espectadores parecen haber perdido interés desde entonces. Pero tengo una propuesta: en lugar de mostrar a expertos del póquer, ¿por qué no hacer un programa en el que aparezcan incompetentes del póquer? (personas que se echan atrás cuando tienen una buena mano o que no saben cómo dejarlo cuando van ganando).
Aunque bien pensado, ese programa ya existe. Se llama negociación presupuestaria y va ahora por su segundo episodio.
El primer episodio se emitió en 2011, cuando el presidente Obama hizo su primer intento de alcanzar un pacto fiscal a largo plazo —el llamado Gran Pacto— con John Boehner, el presidente de la Cámara de los Representantes. Obama llevaba una mano más bien floja, después de unas elecciones de mediados de mandato en las que los demócratas recibieron un varapalo. No obstante, las concesiones que ofreció fueron impresionantes: estaba dispuesto a aceptar unos recortes enormes del gasto, por no mencionar el aumento de la edad para poder acogerse a Medicare, a cambio de la vaga promesa de un incremento de los ingresos sin ninguna subida de los tipos impositivos.
Este acuerdo, si se hubiese puesto en práctica, habría supuesto una grandísima victoria para los republicanos y habría sido muy perjudicial para esos dos programas tan valorados por los demócratas y la marca política demócrata. Pero eso nunca sucedió. ¿Por qué? Porque Boehner y los miembros de su partido no podían resignarse a aceptar ni siquiera una pequeña subida de los impuestos. Y su intransigencia salvó a Obama de sí mismo.
Ahora han retomado el juego; solo que Obama lleva una mano mucho mejor. Él y su partido han conseguido una victoria sólida en las elecciones de este año. Y el reloj legislativo también marcha a su favor en gran medida. Está previsto que todas las bajadas de impuestos de Bush expiren al acabar el mes.
Una breve digresión: me he percatado de un nuevo intento del Partido Republicano de acosar a los periodistas para que mencionen solo los recortes de impuestos de la “época de Bush”, probablemente con la esperanza de disociar esos recortes, que quieren mantener, de un presidente al que ahora los votantes miran con desdén. Pero George W. Bush y su Gobierno idearon esos recortes y presionaron al Congreso para que los aprobase y es engañoso dar a entender otra cosa.
Volviendo a la partida de póquer: el presidente no tiene todas las cartas en la mano; hay algunas cosas que él y sus compañeros demócratas quieren, como la prolongación de las prestaciones por desempleo y del gasto en infraestructuras, que no pueden conseguir sin un poco de cooperación republicana. Pero está en una situación muy ventajosa.
A pesar de ello, a principios de esta semana, los progresistas han tenido de repente la deprimente sensación de que se estaba volviendo a repetir lo sucedido en 2011, al hacer el Gobierno de Obama una oferta de presupuesto que, aun siendo mucho mejor que el desastroso pacto que estaba dispuesto a firmar la última vez, seguía traduciéndose en ceder terreno en asuntos en los que había prometido mantenerse firme (al perpetuar una parte considerable de las rebajas de impuestos de Bush a las rentas altas, que en la práctica reducen las prestaciones de la Seguridad Social al modificar el ajuste según la inflación).
Y esto era una oferta, no un pacto. ¿Estamos a punto de ser testigos de otra ronda de negociaciones del presidente consigo mismo, que arrebaten las políticas y la derrota política de las fauces de la victoria?
Bueno, probablemente no. Una vez más, los republicanos chiflados —esas personas que no pueden aceptar la idea de votar jamás para que se suban los impuestos a los ricos, independientemente de la realidad fiscal o económica— han sido la salvación.
No sabemos exactamente por qué Boehner no respondió a la oferta del presidente con una contraoferta real y, en lugar de eso, propuso algo ridículo: un “plan B” que, según el independiente Centro de Políticas Tributarias, subiría de hecho los impuestos que pagan muchas familias con ingresos bajos y medios, mientras que reduciría los impuestos que paga casi la mitad de los que pertenecen al 1% superior. El efecto, sin embargo, tiene que haber sido el de abrirle los ojos al equipo de Obama y acabar con cualquier ilusión de que estaba participando en negociaciones de buena fe.
Boehner ha tenido problemas evidentes para conseguir que su grupo apoyase el plan B y lo retiró de la mesa de negociación el jueves por la noche; habría aumentado moderadamente los impuestos que pagan los realmente ricos, el 0,1% con los ingresos más altos, y hasta eso era demasiado para muchos republicanos. Esto significa que cualquier pacto real con Obama sería recibido con deserciones en masa del Partido Republicano; de modo que cualquier pacto similar requeriría un apoyo demócrata mayoritario, hecho que envalentona a los progresistas dispuestos a salir corriendo si creen que el presidente está cediendo demasiado.
Por tanto, al igual que en 2011, los republicanos chiflados están haciéndole un favor a Obama, al alejarlo de cualquier tentación que pueda tener de regalarles lo que quieran para perseguir sueños bipartidistas.
Y hay una lección más general en esto. Este no es el momento para un Gran Pacto porque el Partido Republicano, con su actual composición, sencillamente no es una entidad con la que el presidente pueda llegar a un acuerdo serio. Si vamos a hacer frente a los problemas de nuestro país —de los cuales el déficit presupuestario es solo una pequeña parte— hay que poner coto al poder que tienen los extremistas del Partido Republicano, dispuestos a tomar como rehén la economía si no se salen con la suya. Y por alguna razón, no creo que eso vaya a pasar en los próximos días.
Paul Krugman, premio Nobel de 2008, es profesor de Economía de Princeton.
VERSION ORIGINAL: http://www.nytimes.com/2012/12/21/opinion/krugman-playing-taxes-hold-em.html?ref=paulkrugman&_r=0
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